La temible eficacia del narco: un día en el juicio del 'Chapo Guzmán'
El Confidencial asiste a una sesión del proceso contra el narcotraficante más famoso de México entre grandes medidas de seguridad, mucha expectación y una sorprendente estrategia de defensa
“¿Reconoce al acusado?”. “Sí”, responde un testigo protegido al que no deberíamos describir. “¿Lo puede identificar describiendo qué lleva puesto?”. El testigo mira al presunto jefe del Cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, alias ‘El Chapo’. “Lleva un saco [chaqueta] negro y una camisa beige”. El interrogatorio en este juzgado de Brooklyn transcurre con una sencillez de escuela primaria. Cada detalle es cuidadosamente expuesto, en línea recta, y confirmado para eliminar cualquier ambigüedad.
Y eso que el juicio a ‘El Chapo’ Guzmán es extremadamente complejo. Está acusado de 17 delitos durante un periodo de 25 años, desde el tráfico de cocaína hasta el uso del asesinato, el secuestro, la tortura y los sobornos para mantener el que habría sido el mayor imperio de la droga que ha conocido el mundo. De varias docenas de testigos se han seleccionado 16, hay miles de pruebas, incluidas cien mil grabaciones de audio, y unas medidas de seguridad inéditas.
Dos veces a la semana, el Puente de Brooklyn padece un atasco generado por el convoy de SWAT que transporta a ‘El Chapo’ desde su celda de Manhattan. Además de los siete vehículos que forman la custodia, hay francotiradores en los tejados, un helicóptero en el cielo y lanchas policiales en el río. La identidad de los testigos ha sido mantenida en secreto, igual que la del jurado: doce personas que son escoltadas cada día, desde y hacia sus viviendas, por U.S Marshals; los mismos U. S. Marshals que plagan los pasillos del juzgado con chalecos antibalas, perros y artilugios para detectar amenazas químicas.
El testimonio de Miguel Ángel Martínez Martínez, alias ‘El Gordo’, lugarteniente del acusado entre 1986 y 1998, ha animado un poco el espíritu de los periodistas presentes en la sala, que llevaban dos horas especulando sobre quién sería ese testigo que las dibujantes de la sala tienen prohibido retratar. Como suele ocurrir cuando se juntan varios reporteros en un lugar cerrado muchos días seguidos, se ha generado un rico universo literario de rumores y anécdotas fabulosas.
El centro de estas hipótesis, naturalmente, es ‘El Chapo’, que se muestra relajado y despierto. Su mirada se pasea por el público, quedándose fija de vez en cuando en alguna cara. Quizás estos dos años de aislamiento en una celda, 23 horas al día, le hayan hecho apreciar esta sala del tribunal como una fiesta de socialización y caras nuevas llenas de interesantes matices. Pero la persona que más atrae la atención del ‘Chapo’ es su esposa, la exmiss adolescente Emma Coronel, de 29 años, madre de sus mellizas.
El artesanal trabajo de matar
La esposa del acusado se sienta en las bancadas donde se mezclan el público y los periodistas. A la hora de comer se la puede ver en la cafetería del juzgado, ella sola, pensativa, como dentro de una burbuja que sólo rompe de vez en cuando una asistente del equipo defensor. Hay un acuerdo tácito por el cual no deberíamos de abordarla con preguntas, pero a veces esta barrera invisible se rompe. Una de estas frías mañanas neoyorquinas, Coronel agarró del brazo a un cámara para poder caminar sobre el hielo con sus altísimos tacones. Algunas reporteras se refieren a ella como “la Kardashian” y su imponente figura destaca en este lugar parecido a una iglesia, con togas y bancos rígidos.
Respuesta a respuesta, ‘El Gordo’, que lleva 18 años en un programa de protección de testigos, explica al tribunal cómo se desarrolló el narco-imperio con sede en la provincia de Sinaloa. Habla de las pistas de aterrizaje camufladas por ganado, de la red de oficinas disfrazadas de bufetes que el cártel usaba en México D.F. para sobornar a los jefes de policía; de cómo se repartían el dinero con los proveedores colombianos y del lenguaje en código que usaban al hablar por teléfono. Las operaciones eran “fiestas”, los aviones “las muchachas”, el “vino” era la gasolina y “las camisas” la cocaína.
Por ahora su relato no es tan truculento como el del testigo de la semana anterior. Jesús Zambada García, alias ‘El Rey’, otro viejo lugarteniente, habló de ametrallamientos y decapitaciones con la sencillez fáctica de un artesano, como el panadero que explica la mejor manera de hornear unas ensaimadas. También aseguró que ‘El Chapo’ había sobornado, a traves de él, a un buen número de altos cargos del Gobierno mexicano, incluido un presidente saliente, Enrique Peña Nieto, con seis millones de dólares. Unas acusaciones que no han sido probadas y que complican aún más este juicio: no sólo se juzga a un hombre, sino a toda una estructura de gobierno carcomida.
El testimonio de Martínez, sin embargo, nos hace entender que, de todos los motes que ha tenido el acusado, el de ‘El Chapo’ (“el bajito”) no es el más elocuente. Dice Martínez que a Guzmán también se le conocía como ‘El Rápido’, ‘El Doctor’, ‘El Ingeniero’, ‘El Arquitecto’; apodos que reflejan, más allá de la brutalidad, un carácter frío y una gran capacidad organizativa y estratégica. Cualidades que le habrían permitido estar dos décadas en la cumbre, buena parte de ellas en busca y captura, y ser longevo (61 o 63 años) en un negocio donde vivir mucho tiempo no es precisamente habitual.
Desde la década de los ochenta, el Cártel de Sinaloa ha mandado miles de toneladas de droga a Estados Unidos a través de la frontera utilizando yates, submarinos, túneles kilométricos, camiones y una flota de aviones, incluido un Boeing 747 modificado para almacenar el cargamento. La mayor parte de la mercancía, desde marihuana hasta pastillas LSD, heroína, metanfetamina y sobre todo cocaína, iba a parar a Los Ángeles, Chicago y Nueva York, desde donde se distribuía. Luego el dinero volvía de diferentes maneras, igualmente originales, a México. El alto grado de efectividad hizo a ‘El Chapo’ merecedor de todos esos epítetos de profesional respetado.
También se ganó fama en Estados Unidos. La Comisión de Delitos de Chicago otorgó a Guzmán el título de “enemigo público número 1”, dado que el 90% de las drogas que se consumen en esta ciudad asolada, en algunos barrios, por el crimen, provenía de su cártel. Parece una frase hecha, una muletilla para vender periódicos, pero sólo dos hombres han ostentado este dudoso honor en la historia de Chicago. Uno es El Chapo. El otro es Al Capone.
"Cabeza de turco"
Cubrir un juicio implica descender a la era analógica. Los periodistas tienen que dejar sus teléfonos y ordenadores en consigna, y se los puede ver sentados por los pasillos leyendo un periódico de papel junto a un vaso de café, en una especie de retiro espiritual forzoso. El ambiente está caldeado y los testimonios pueden resultar tediosos, así que, si uno mira alrededor, verá media docena de personas echando una cabezada en las bancadas de madera. Aún así, nunca pasa mucho tiempo sin que haya un poco de espectáculo.
Al acusado lo defiende un poderoso equipo de cancerberos. Está Jeffrey Lichtmann, el hombre que libró a John Gotti Jr. de la cárcel, y William Purpura, una señor impecable, de cráneo lampiño y mandíbula fuerte, famoso por aceptar los casos más difíciles y macabros: drogas, matanzas, corrupción, pena de muerte. Defendió al famoso capo de la heroína Linwood Rudy Williams, cuyo reino del terror en las calles de Baltimore fue reproducido en la serie televisiva ‘The Wire’, en el personaje del violento Marlo Stanfield. El tercer defensor es un tipo cuadrado, nacido en Ecuador: Eduardo Balarezo.
“Deténgase ahí. Si no lo sabe, no lo sabe”, corta Balarezo a un testigo, un exalto acargo de la DEA. Balarezo aceptó trabajar para Joaquín Guzmán por una fracción de sus honorarios, quizás atraido por ese salario intangible que dan los jucios como este: el salario de la fama y la influencia. Y da la impresión de que realmente interpreta un papel. Además de su manera implacable de interrogar a los testigos, cortándoles en pleno testimonio, merodeando por la sala con un pliegue del cogote montado sobre su chaqueta, Balarezo usa Twitter como un arma: comenta el jucio, insulta, contradice por doquier. El juez le ha llamado varias veces la atención. Su perfil rocoso está siempre en los retratos del tribunal y un día se presentó con unos gemelos del Barça.
La defensa inició su alegato presentando a Guzmán como un cabeza de turco, un cargo menor del cártel entregado por el Gobierno de México para proteger a los verdaderos jefes, que seguirían libres. También se ha quejado del grado de secretismo que rodea a los testigos, ya que les impide investigarlos y preparar bien los interrogatorios; alegan que estas medidas de seguridad, por el mero hecho de existir, empañan de antemano la imagen del acusado.
Por encima de todos, en su altar, bajo el escudo plateado del Gobierno, más allá del bien y del mal, el juez Brian Cogan marca el ritmo del juicio con su voz bien timbrada. Su última medida ha sido ordenar que se cachee de nuevo a la mujer del acusado, Inés Coronel, por riesgo de que vuelva a meter en la sala un teléfono móvil, como hizo la semana anterior. Los dibujantes tienen que enseñar sus retratos antes de salir para que la fiscalía compruebe que el testigo Martínez no es identificable. Hay mucho en juego, y el juez, fuerte en su estrado como un Zeus de pelo blanco, mantiene un orden bajo el que fluyen corrientes oscuras. Un magma de tres décadas de violencia que tardará cuatro meses en ser filtrado por esta corte del Distrito Este de Nueva York.
“¿Reconoce al acusado?”. “Sí”, responde un testigo protegido al que no deberíamos describir. “¿Lo puede identificar describiendo qué lleva puesto?”. El testigo mira al presunto jefe del Cártel de Sinaloa, Joaquín Guzmán Loera, alias ‘El Chapo’. “Lleva un saco [chaqueta] negro y una camisa beige”. El interrogatorio en este juzgado de Brooklyn transcurre con una sencillez de escuela primaria. Cada detalle es cuidadosamente expuesto, en línea recta, y confirmado para eliminar cualquier ambigüedad.
- Los herederos del 'Chapo' Guzmán Andrés Chacón. México D.F.
- Avanza el juicio del 'Chapo' Guzmán: así se convirtió en un millonario con su propio zoo T.F. Agencias