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Mayoría absoluta demócrata en la Cámara Baja pero los republicanos retienen el Senado
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elecciones de mitad de mandato 2018

Mayoría absoluta demócrata en la Cámara Baja pero los republicanos retienen el Senado

La movilización ha sido histórica entre los votantes de ambos partidos en unas elecciones consideradas por muchos como un plebiscito sobre el Gobierno de Donald Trump

La persona que muchos ven como una amenaza para la democracia, el presidente de Estados Unidos, ha resultado ser también su principal incentivo. Donald Trump ha logrado algo que los enjambres de voluntarios, activistas y vecinos bienintencionados nunca fueron capaces: que un electorado tradicionalmente apático saliera a votar en unas elecciones de mitad de mandato, frías y llenas de letra pequeña. Dos electorados muy distantes que salieron, como quien entra en un ring de boxeo, a juzgar una presidencia.

Las participaciones de izquierda y derecha se compensaron; los demócratas fueron capaces de ganar la Cámara de Representantes -con mayoría absoluta- y cuatro gobernadurías más; el Senado sigue siendo republicano. Esta vez sí que se ha cumplido el guion aproximado de las encuestas. De este a oeste, el mapa se fue tiñendo de azul y rojo, sin dramatismo, con victorias y sinsabores para ambos bandos. El Partido Republicano conservó Florida, gobierno y senador, por un margen estrechísimo. Pero la demócrata Laura Kelly ganó el gobierno de Kansas, un estado que Trump se había llevado con 20 puntos de ventaja en 2016. El senador Ted Cruz aguantó Texas, Indiana tendrá senador republicano, y Michigan e Illinois, gobiernos demócratas.

Foto: Alexandria Ocasio-Cortez

“En Colorado soñamos, nos atrevemos y lo hacemos”, dijo el gobernador electo de este estado, el demócrata Jared Polis, al declarar su victoria. Polis se ha convertido en la primera persona abiertamente homosexual que gana un gobierno estatal. “En mi corazón y en mi mente prometo servir a todos los 'Coloradians' sea cual sea tu partido, donde vivas, tu raza o tu género”, declaró.

Porque estas han sido las elecciones de las minorías y de las mujeres. Un récord de 272 candidatas se presentaron a los comicios, además de 244 gais, lesbianas, bisexuales o transexuales. La socialista democrática Alexandria Ocasio-Cortez será, a sus 29 años, la congresista más joven de la historia. Habrá además las dos primeras representantes musulmanas, Rashida Tlaib, de origen palestino, e Ilhan Omar, de raiz somalí. Los competidores hombres y blancos también han marcado un récord: nunca antes hubo tan pocos.

Las campañas sumadas de los candidatos al Congreso federal (470), las gobernadurías (36) y los parlamentos estatales (cerca de 6.000) han superado los 5.000 millones de dólares en gasto electoral. Una cifra, también, histórica. El número de anuncios de campaña ha salido disparado, un 59% más que en 2014, igual que la proporción de anuncios de contenido negativo. Otra marca se la lleva el propio presidente, que ha pasado de decir una media de diez falsedades diarias a cerca de treinta, según The Washington Post. Pero lo que de verdad ha contado ha sido la participación del ciudadano de a pie.

placeholder Carteles electorales en un centro de votación en Dallas, Texas. (Reuters)
Carteles electorales en un centro de votación en Dallas, Texas. (Reuters)

Cautela en las expectativas

“¿Te vas a unir a la ola azul?”, decían las chapas en el abrigo de algunos neoyorquinos. Había revancha en el aire. Y también prudencia, incluso humildad. “Nunca noto eso de los números récord”, dijo Diana Ventura, residente del Upper West Side. “Sé que hace dos años, durante las elecciones presidenciales, la gente era un poco más optimista de lo que hubiera debido respecto a la participación. Así que ahora están procediendo con cautela”.

Estados Unidos nunca olvidará aquella lección de 2016, como destacan, siempre que tienen la oportunidad, los conservadores: aquello de que, según varias encuestas, Donald Trump no tenía ni un 20% de posibilidades de ganar la presidencia apenas un par de horas antes de ganarla. El recuerdo del shock y de las noches sin dormir brillaba ayer en la memoria de los votantes neoyorquinos.

“Hace dos años quizás se daba por hecho que mientras hiciéramos lo de siempre, votar, todo saldría bien”, dice Evan Maltby, actor de 28 años. “Dado que hemos visto que eso a veces no es suficiente... Toda la gente que conozco estaba contenta de votar, pero han emprendido otras acciones más allá del voto”. Maltby dice que este año, inspirado por el chasco de 2016, salió a pedir el voto puerta por puerta, y ni siquiera para el candidato de su distrito, que ya estaba asegurado, sino para una aspirante de Long Island que lo necesitaba.

Foto: Una voluntaria de campaña coloca un cartel de Alexandria Ocasio-Cortez durante un evento en una iglesia del Bronx, Nueva York. (Reuters) Opinión
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Las palabras de Matby reflejan otra movilización: la de los jóvenes. En 2014 sólo votaron un 16% de la juventud nortamericana. Y el récord histórico, marcado en 1986, tampoco es espectacular: 21% de participación. A la espera de los datos definitivos, el voto anticipado de los jóvenes había crecido ayer un 188% desde las anteriores elecciones de mitad de mandato.

Los demócratas se enfrentaban a un ejército de glóbulos rojos: la base electoral de Trump, tocada con su sombrero cuadrado y del color de la sangre, que nos ha dejado postales muy parecidas a las de 2016. El presidente arengando a sus tropas desde el pie de su avión (esta vez el presidencial), dando tres mítines el último día de campaña, practicando su vudú, con esas miles de cabezas uniformadas mirándole presas de un extraño magnetismo.

placeholder El presidente Trump hace campaña en Pensacola, Florida, el 3 de noviembre de 2018. (Reuters)
El presidente Trump hace campaña en Pensacola, Florida, el 3 de noviembre de 2018. (Reuters)

Unas elecciones aparatosas

La energía de este grupo de fieles ha permitido a Trump doblegar al Partido Republicano. Su popularidad entre los votantes conservadores ronda el 85-90%, de manera que, cuando un congresista republicano se opone al presidente, ya empieza a oler a cadáver. Las bases mandan. El presidente de la Cámara de Representantes, Paul Ryan, está de salida; y senadores críticos como Jeff Flake y Bob Corker ni siquiera han buscado la reelección. Las caras nuevas, por el contrario, se han subido al barco del populismo.

Había mucho en juego. La agenda republicana, que estará a partir de ahora maniatada por una feroz oposición, y la imagen del presidente, hasta ahora un político invicto. Los demócratas le han echado un mimo a su amor propio; ahora les tocará leer en los resultados, como quien mira los posos de café, cuál será la mejor estrategia para conquistar la Casa Blanca en 2020. Elegirán entre dos, o las combinarán: el centrismo que profesan los líderes parlamentarios, Nancy Pelosi y Chuck Schumer, o el tirón de la izquierda: los “socialistas democráticos”, de los que se presentaron una cincuentena larga.

Foto: Capitolio de Estados Unidos, en Washington. (Reuters)

Así quedan atrás unas elecciones a la americana: aparatosas. Los electores de la costa atlántica votaron bajo una lluvía fría y persistente, y no faltaron los obstáculos propios de una burocracia desvencijada. Un colegio de Arizona amaneció cerrado porque, según decía un cartel, se debía un alquiler. Las colas más largas se dieron en Georgia: hasta cinco horas de espera mientras se arreglaban las cabinas de voto. Según los grupos que vigilan el procedimiento electoral, este año ha habido un 60% más de quejas que en 2014.

Además de los escaños y puestos de gobernador, se votaron leyes y enmiendas. Una de las más importantes en Florida: el derecho a voto de 1,5 millones de exconvictos ha sido restaurado.

El presidente de Estados Unidos se tomó el día libre. Quizás lo necesitaba después de dar una treintena de mítines en apenas dos meses, once de ellos en los últimos seis días. Según The New York Times, Donald Trump ha pasado la jornada electoral conversando por teléfono con sus amigos y aliados, recordándoles, por si acaso, que su nombre no estaba en la papeleta. Pero la campaña sigue. Los ritmos de la política son cada vez más rápidos y las mitdterms siempre son el calentamiento, el estudio del territorio, para 2020.

La persona que muchos ven como una amenaza para la democracia, el presidente de Estados Unidos, ha resultado ser también su principal incentivo. Donald Trump ha logrado algo que los enjambres de voluntarios, activistas y vecinos bienintencionados nunca fueron capaces: que un electorado tradicionalmente apático saliera a votar en unas elecciones de mitad de mandato, frías y llenas de letra pequeña. Dos electorados muy distantes que salieron, como quien entra en un ring de boxeo, a juzgar una presidencia.

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