Qué esperar tras la victoria del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil
Los brasileños se han pronunciado: el controvertido ex militar será el próximo presidente de Brasil. Las consecuencias serán profundas y preocupantes para esta nación latinoamericana
Brasil se ha pronunciado en las urnas. Tal y como se esperaba, el próximo presidente de la nación latinoamericana será Jair Bolsonaro, el candidato ultraderechista apodado “el Le Pen tropical”, que según los primeros resultados se ha impuesto por más de 10 puntos respecto a su rival, el izquierdista Fernando Haddad, del hasta ahora gobernante Partido de los Trabajadores.
Esta probable victoria forma parte de la tendencia pendular generalizada en el continente, en la que los Gobiernos progresistas están siendo sustituidos uno tras otro por nuevos ejecutivos conservadores. Pero en el caso de Brasil, el cambio irá mucho más allá y tendrá profundas consecuencias. Aquí apuntamos algunas de las más importantes.
Esperen un baño de sangre
El veterano periodista estadounidense Jon Lee Anderson ha definido a Bolsonaro como “parte Donald Trump, parte Rodrigo Duterte”. Y la comparación es certera: al igual que el presidente filipino, cuya 'guerra contra las drogas' ha dejado ya, según algunas fuentes, más de 20.000 muertos -y disparado su popularidad-, el brasileño promete relajar las normas de actuación de la policía, en un país donde los agentes ya matan a una media de 5.000 personas al año.
Bolsonaro ha asegurado en entrevistas que los criminales “no son seres humanos normales”, y que la policía debería ser recompensada “si matan a diez, quince, o veinte” de una vez. También ha apoyado el uso de la tortura y las ejecuciones extrajudiciales. En suma, se espera una mayor tolerancia ante las acciones de los 'escuadrones de la muerte', a menudo compuestos por miembros de las propias fuerzas de seguridad.
No solo eso: una de las propuestas estrella del candidato es permitir la libre tenencia de armas, una medida que no sólo no ayudará a reducir los índices de violencia, sino que promete disparar las muertes por arma de fuego en un Brasil donde el año pasado ya se alcanzó la cifra récord de 63.880 homicidios.
Pero además, la victoria de Bolsonaro, previsible ya desde la primera vuelta, está empoderando a algunos de los elementos más extremistas de la sociedad brasileña: las agresiones y palizas, las amenazas e incluso los asesinatos y linchamientos de políticos progresistas, miembros de la comunidad LGTB o simples detractores del candidato están empezando a generalizarse. Si la atmósfera política no promueve la hostilidad contra este tipo de actos, es de esperar que se incremente su frecuencia e intensidad.
Habrá profundas reformas económicas
Muchos temen que Bolsonaro repita políticas como las del Gobierno de Carlos Menem en Argentina en los años 90 y lo privatice absolutamente todo a precios risibles. La elección del banquero de inversión Paulo Guedes -un seguidor de la escuela de Chicago- como asesor económico, y probablemente como “superministro de Economía”, parece apuntar en este sentido. El plan de Guedes es vender todas las empresas públicas para saldar la deuda estatal y acometer una profunda reforma del actual sistema de pensiones, considerado insostenible de forma casi unánime.
Sin embargo, la realidad es que no está claro hasta dónde está dispuesto a llegar el candidato presidencial. De momento, como ex militar que es, ya ha señalado que no hará recortes en las fuerzas armadas, pese a que son una de las grandes cargas en el presupuesto público. Tampoco parece que esté dispuesto a privatizar la petrolera estatal Petrobras ni el Banco de Brasil, como defiende Guedes, puesto que considera que es demasiado para la ciudadanía, incluso en el actual clima de receptividad hacia las reformas económicas.
Sea como fuere, los mercados celebran ya la probable victoria de Bolsonaro. La bolsa se ha estabilizado desde los resultados de la primera vuelta electoral, y el real, la divisa brasileña, experimenta un ligero pero aparentemente firme repunte de su valor.
Será un desastre para la Amazonía… y para el planeta
“Bolsonaro es lo peor que podría pasarle al medio ambiente”, dice Paulo Artaxo, investigador sobre cambio climático en la Universidad de Sao Paulo. El candidato ha dejado claro que considera “excesivas” las medidas de protección de las áreas rurales de Brasil, y que relajará la supervisión, por lo que se teme una explosión en la explotación incontrolada y la deforestación de la Amazonía. “Los medioambientalistas temen que una presidencia de Bolsonaro suponga barra libre en el Amazonas para la tala y la minería ilegal y los rancheros fraudulentos en Brasil, que aloja el 60% del bosque tropical del planeta”, señala el Financial Times.
Entre los más preocupados se encuentran las comunidades nativas, que ven claro que el Estado dejará de protegerles. “Si gana, institucionalizará el genocidio”, decía recientemente Dinamam Tuxá, coordinador nacional de la Asociación de Pueblos Indígenas. “Ya ha dicho que el Gobierno federal no apoyará los derechos indígenas, como el acceso a la tierra. Estamos muy asustados. Temo por mi vida”.
Todo ello supone un desvío radical del curso seguido por Brasil desde hace más de un cuarto de siglo, cuando el país alojó la pionera Cumbre de Río en 1992. Los sucesivos Gobiernos del Partido de los Trabajadores han hecho de la lucha contra la deforestación uno de sus pilares políticos, y formaron parte del Acuerdo de París de 2016, en el que la participación de Brasil, ahora, pende de un hilo.
Nuevo bastión de EEUU en Latinoamérica
En los mítines de Bolsonaro, muchos asistentes –y el propio candidato- han realizado saludos a la bandera estadounidense y entonado de forma entusiasta: “¡USA! ¡USA!”. “Esto habría sido un suicidio político para cualquier candidato brasileño durante los últimos 30 años. Pero en el clima de hoy, apoyar a EEUU se ha convertido en una especie de código de rechazo de la izquierda ideológica, que gobernó Brasil de 2003 a 2016 y ha llevado al país a su desastre actual”, escribe Brian Winter, editor jefe de la publicación Americas Quarterly y vicepresidente de política en el Consejo de las Américas de EEUU.
Pero más allá del simbolismo, el deseo de Bolsonaro de alinearse con EEUU es una realidad. Su equipo de campaña se ha reunido con representantes de la Administración Trump, a la que ven como un modelo: “La fórmula trumpiana de una alianza fuerte con el mundo de los negocios, una línea dura contra el crimen, un nacionalismo sin complejos y la retórica de la libertad económica es vista ahora por la derecha brasileña como un caso salvajemente exitoso, y un ejemplo a seguir”, dice Winter. En esos encuentros, el equipo de Bolsonaro han dejado claro que convertirán a Brasil en un aliado excepcionalmente leal de EEUU en política exterior. Esto implicaría mover la embajada de Brasil en Israel a Jerusalén, una línea muchísimo más dura contra Venezuela y Cuba, el respaldo de las tesis energéticas de Trump y el apoyo entusiasta a Washington en la ONU y otros organismos internacionales, entre otras medidas.
Habrá una erosión democrática
El semanario The Economist y la publicación de izquierdas estadounidense The Intercept, en las antípodas ideológicas, están sin embargo de acuerdo en una cosa: la elección de Bolsonaro supone una “profunda amenaza a la joven democracia de Brasil”. Por propia admisión, Bolsonaro está lejos de ser un demócrata. Ha expresado repetidamente su admiración por autócratas como Augusto Pinochet o Alberto Fujimori y por la dictadura militar que regió Brasil entre 1964 y 1985, asegurando que había sido “demasiado blanda” y que “su error fue que torturaba pero no mataba” (una idea popular entre la derecha brasileña, pero manifiestamente falsa, como señalan los historiadores). Ha prometido llenar el Tribunal Supremo con jueces de ideología afín –gran parte de la judicatura ya le apoya, en cualquier caso-, e incluso ha dejado caer la idea de un “autogolpe”.
Tal vez no lo necesite, vistos los extraordinarios resultados logrados por su partido en la primera vuelta. Bolsonaro gozará de enormes poderes para legislar, y probablemente una deriva autocrática verá poca resistencia: según una encuesta del Pew Research Center, solo el 8 por ciento de los brasileños considera la democracia como un sistema de Gobierno “muy bueno”, el menor índice de todos los países sondeados.
Además, “a diferencia de EEUU o el Reino Unido, que tienen instituciones democráticas antiguas, fuertes y de larga tradición que pueden limitar los excesos y los peores abusos de demagogos y autoritarios, Brasil no tiene nada de eso”, escribe el abogado y comentarista progresista Glenn Greenwald, que vive en Río de Janeiro, en The Intercept. “Brasil acabará con un gobierno autoritario, y dado que Bolsonaro está completamente falto de preparación para la presidencia, el Ejército jugará un gran papel”, señala la periodista brasileña Consuelo Dieguez en una entrevista con la revista The New Yorker.
Brasil se ha pronunciado en las urnas. Tal y como se esperaba, el próximo presidente de la nación latinoamericana será Jair Bolsonaro, el candidato ultraderechista apodado “el Le Pen tropical”, que según los primeros resultados se ha impuesto por más de 10 puntos respecto a su rival, el izquierdista Fernando Haddad, del hasta ahora gobernante Partido de los Trabajadores.
Esta probable victoria forma parte de la tendencia pendular generalizada en el continente, en la que los Gobiernos progresistas están siendo sustituidos uno tras otro por nuevos ejecutivos conservadores. Pero en el caso de Brasil, el cambio irá mucho más allá y tendrá profundas consecuencias. Aquí apuntamos algunas de las más importantes.