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Así cayó el comando 'Ekaitz': habla el espía mexicano que cazó a los etarras más letales
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ASÍ ATRAPÓ MÉXICO A NARVÁEZ y alberdi

Así cayó el comando 'Ekaitz': habla el espía mexicano que cazó a los etarras más letales

“Sé cómo localizarlos, pero no puedo participar en el operativo”. Un agente mexicano forjó una amistad con dos etarras sin conocer verdadera su identidad. Esta es la historia de su detención

Foto: Juan Jesús Narváez Goñi a su llegada a Madrid tras su detención en 2014 en México. (EFE)
Juan Jesús Narváez Goñi a su llegada a Madrid tras su detención en 2014 en México. (EFE)

Cada martes y jueves, después de recoger a sus hijos de la escuela, caminaban varias calles hasta llegar a un centro de yoga. Pasaban hora y media sentados a menos de dos metros de distancia. Al terminar la clase, charlaban un rato sobre los niños y el día. Una amistad cada vez más estrecha. Ninguno sabía quién era el otro: un etarra y un espía.

Sé cómo localizarlos, pero no puedo participar en el operativo”, respondió el agente mexicano Mendoza* cuando su superior llegó con una orden de detención contra la pareja de etarras Juan Jesús Narváez Goñi -condenado a 60 años por el asesinato de dos policías en 1991- e Itzíar Alberdi Uranga. Aquella mañana de febrero de 2014, el espía sintió emociones encontradas al ver la foto de sus dos “amigos”: “Los recuerdo como personas tranquilas, amables, teníamos muy buena relación. Me pegó muy duro”.

Pasaban hora y media sentados a menos de dos metros de distancia. Una amistad cada vez más estrecha. Ninguno sabía quién era el otro

El detective del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN) –el servicio de inteligencia mexicano– en Puerto Vallarta (Jalisco) había asistido casualmente durante meses a las clases de yoga de Alberdi, que tras su huida a México en 1992 cambió su nombre por Eva Barreña, al igual que su marido que se hacía llamar José Ruiz. Sus dos hijos, de 16 y 20 años en el momento del arresto, estudiaron en la misma escuela que los hijos del agente. Los jóvenes desconocían la verdadera identidad y el pasado de sus padres.

En diciembre de 2012 varios compañeros de uno de los hijos de los etarras entrevistaron a Itzíar para un trabajo escolar sobre una persona que admirasen. La mujer se presentaba como una escultora apasionada y hablaba de su origen español. Los adolescentes subieron la grabación a Youtube. “Creo que la Policía española los ubicó por ese vídeo. La orden de detención llegó poco más de un año después, demasiada casualidad tras más de dos décadas escondidos”, cuenta Mendoza a El Confidencial.

Unas sesiones de meditación y un vídeo en Youtube bastaron para acabar con 22 años de clandestinidad en México de los dos miembros de ETA más sanguinarios, reclamados por la Justicia española hasta entonces como “los terroristas con mayor número de asesinatos cometidos”. Tras periplos separados en los ochenta, en 1990 ‘Pajas’ y ‘María’ pasaron a integrar el ‘comando de liberados Ekaitz’, autor de una de las campañas más cruentas de la banda terrorista. En menos de dos años se les implica en 34 atentados que tuvieron como resultado 22 asesinatos y decenas de heridos graves, como también se les relaciona en la planeación de atentados en los Juegos Olímpicos de Barcelona 92.

placeholder El etarra Juan Jesús Narváez Goñi durante su juicio en la Audiencia Nacional por el asesinato a tiros de dos policías en Barcelona en 1991. (EFE)
El etarra Juan Jesús Narváez Goñi durante su juicio en la Audiencia Nacional por el asesinato a tiros de dos policías en Barcelona en 1991. (EFE)

Un operativo exprés en medio de la meditación

El operativo para su detención se organizó en apenas una semana. “Una vez localizados como los teníamos, era muy fácil. Uno piensa que es como en las películas, pero en realidad es más tranquilo”, señala Mendoza, quien durante esos días estuvo “incrédulo” y en una ambivalencia: “Sé que cometieron delitos, asesinatos, pero cualquier persona tiene derecho a rehacer su vida, como ellos lo habían hecho. Hubiese preferido no conocerlos nunca para no cargar con ese peso”. Aun así, antepuso su profesionalidad a sus sentimientos.

Desde las ocho de la tarde del sábado 15 de febrero de 2014, seis patrullas se ubicaron en los caminos aledaños a Las Juntas y los Veranos, una idílica zona campestre donde los etarras habían organizado un retiro espiritual con sus alumnos, a unos 25km de Puerto Vallarta, donde residían. “Se trata de una zona boscosa, a veces utilizada como ruta del narco, así que tuvimos que esperar a despejar el área –cuenta Mendoza–. Yo estaba en el cuartel porque ya me conocían y no podían identificarme”.

A las once de la noche, el propio Mendoza dio por teléfono la orden de ejecutar el arresto. Una veintena de efectivos del organismo de inteligencia mexicano, el Ejército, la Fiscalía y la Policía Nacional española irrumpieron armados en la sesión grupal de meditación que guiaba el matrimonio vasco. “Es un operativo aparatoso porque hay en juego cuestiones políticas, pero nada complicado. Ellos nunca portaban armas”, asegura el agente.

Los dos miembros de ETA opusieron resistencia durante la detención hasta que uno de los agentes mexicanos les dijo: “Van a estar tranquilos de ahorita en adelante y hasta llegar a España. Tengo aquí los números de teléfono de sus hijos –señalando su móvil–. Si no se comportan, bastará un botón para que ahora mismo tengan información de la mentira en la que han crecido durante toda su vida. Sobre quiénes son sus padres y los delitos que cometieron”. El cambio de actitud fue inmediato.

Foto: Aintzane Ezenarro (directora del Instituto de la Memoria), Maite Alonso y Jonan Fernández, en la presentación de los contenidos del programa educativo. (EC)

Mientras sus compañeros lo felicitaban, Mendoza sólo podía pensar: “¿Qué le contaré a mis hijos?”. Ese es su mayor recuerdo sobre unos instantes en los que se sintió abatido. Todos eran amigos del colegio. Los hijos de Alberdi y Narváez no comprendieron de entrada la detención de sus padres.

Dos días después la familia fue trasladada a Madrid de madrugada en vuelo regular desde Ciudad de México. Se acusó a la pareja de portar “identificaciones falsas” y de estancia “ilegal” en el país, un tipo de repatriación por vía administrativa que evita los largos procesos de extradición. “Sólo cuando subieron al avión pudimos dar la noticia, como indica el protocolo”, explica Mendoza.

Puerto Vallarta, guarida para fugitivos

La detención conmocionó a la apacible localidad del Pacífico mexicano. Sus habitantes los recordaban como dos personas cordiales, nadie podía imaginar que sobre ellos recaía una orden de captura internacional. Se habían instalado a finales de los noventa en el barrio de El Pitillal, cercano a la zona hotelera de Puerto Vallarta. Ninguna de sus amistades sabía dónde se encontraba su vivienda, que según sus vecinos construyeron ellos mismos. Al principio llevaron una vida reservada, pero con el tiempo se volvieron sujetos reconocidos de la comunidad.

Alberdi daba clases de espiritualidad y en sus ratos libres era escultora, una vocación artística que le llevó a organizar varias exposiciones. Su marido, conocido como "Don Pepe", era fumigador, pero su principal ocupación era de quiropráctico (pese a no disponer de título para ejercer). Recientemente había abierto un consultorio médico en una céntrica calle. Poco antes de su detención ambos habían asistido a una radio local para presentar su revista 'El sendero del águila dorada', donde contaban su filosofía de vida.

La colorida ciudad costera acoge a centenares de turistas y extranjeros bohemios: un entorno propicio para ocultarse. Así lo señala Mendoza, que en cuatro años realizó en el área 30 operativos junto a la Interpol, el FBI y servicios secretos de varios países. “Hay muchas personas prófugas, sobre todo de Estados Unidos y Canadá. Hemos detenido asesinos, fugados de la cárcel, estafadores multimillonarios y pederastas”, afirma.

placeholder Vista aérea de Puerto Vallarta, en la costa del Pacífico de México. (Reuters)
Vista aérea de Puerto Vallarta, en la costa del Pacífico de México. (Reuters)

México, guarida de etarras

México ha sido históricamente una guarida de etarras. Sus autoridades han devuelto a España a 40 miembros de la banda, aunque por su territorio “han podido pasar en algún momento entre 200 y 300 etarras”, como señala a este diario la politóloga Saranda Frommold. “México era un lugar de refugio ideal porque contaba con mucha migración vasca, sobre todo de exiliados de la Guerra Civil. Se podía pasar fácilmente desapercibido”, añade.

A raíz del fracaso de las conversaciones de Argel en 1989, muchos integrantes de la banda abandonaron sus filas y, a comienzos de los noventa, el país azteca recibió su mayor oleada de etarras. “México siempre ha acogido a expatriados de todo el mundo. La única condición para ser recibidos era su aniquilación política. Es decir, a México siempre han llegado los etarras que querían desmovilizarse, retirarse de la organización”, detalla Frommold. Fue el caso de Alberdi y Narváez, que arribaron a Latinoamérica en 1992 tras la desarticulación de su comando a comienzos de ese año. Rompieron cualquier vínculo con la banda terrorista e incluso con su familia en el País Vasco para no ser reconocidos.

Según la Policía española, una cita semanas antes con una persona vinculada a ETA guió a los agentes hasta su paradero. Según las fuerzas mexicanas, identificaron a los dos ciudadanos españoles “al realizar un procedimiento de verificación migratoria” y percibir irregularidades. Ambas versiones divergentes y difíciles de creer después de 22 años en estricta confidencialidad, como considera el espía mexicano que los reconoció: “Fue el vídeo en Youtube lo que los puso en el punto de mira. Quizá después la policía española inició un seguimiento, pero esa fue la pista inicial”.

Descubiertos por las redes sociales

Hasta 2011, al menos cuatro miembros de ETA -algunos de la cúpula– fueron descubiertos a través de las redes sociales. La última detención en territorio mexicano, el 22 de febrero de 2017, también fue propiciada por una señal en Internet. La inteligencia española ubicó en Guanajuato al etarra Ángel María Tellería, alias Antxoka, a través de sus perfiles falsos en Facebook, a tan sólo un mes de prescribir sus crímenes.

“Entiendo que tienen que pagar por sus delitos, para eso me hice policía. Pero me inquieta pensar que rompí una familia"

La semana pasada la Policía detuvo en el aeropuerto de Barajas al etarra Luis Miguel Ipiña Doña, conocido como ‘Tontxu’, huido en México desde 1980. El arresto, mientras trataba de entrar a España con pasaporte mexicano, duró pocas horas. Fue puesto en libertad ya que sus delitos –se le atribuyen una docena de atentados– han prescrito, excepto una reclamación por enaltecimiento del terrorismo por unos tuits escritos hace unos años. Precisamente a Mendoza le extrañó no encontrar ni rastro en Internet de su nueva pareja de colegas españoles.

“En ese momento me pareció raro, busqué en la base de datos de Migración por sus nombres (falsos) y aparecieron, así que no le di más importancia”, apunta. Para el espía, acostumbrado a ejecutar misiones encubiertas, aquella localización fue fortuita y una de las capturas más simples. “Pero para mí el operativo no fue como los otros. Hubo un componente emocional -relata-. Cada día preguntaba a mis hijos cómo se encontraban tras la detención. Me decían que deprimidos. Eso me dolía, me sentía culpable”.

Sólo los familiares más cercanos del agente conocían su oficio. A sus hijos les dijo entonces que la operación se llevó a cabo desde Ciudad de México. No volvieron a preguntar y hasta hoy todavía no les ha explicado nada. Hace unos meses le contaron que los jóvenes vivían con su abuela en el País Vasco. Los padres siguen encarcelados.

“Entiendo que tienen que pagar por sus delitos, para eso me hice policía. Pero me inquieta pensar que rompí una familia, que separé a unos hijos de sus padres que ya se habían reintegrado a la sociedad”, expresa Mendoza, todavía atormentado por su pasado como agente secreto. A los pocos meses abandonó el servicio de inteligencia y trató de borrar aquellos recuerdos. La tranquilidad que buscaba en las clases de yoga terminó en una trampa para dos etarras huidos.

*Apellido ficticio para proteger su identidad.

Cada martes y jueves, después de recoger a sus hijos de la escuela, caminaban varias calles hasta llegar a un centro de yoga. Pasaban hora y media sentados a menos de dos metros de distancia. Al terminar la clase, charlaban un rato sobre los niños y el día. Una amistad cada vez más estrecha. Ninguno sabía quién era el otro: un etarra y un espía.

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