El mayor cisma en la cristiandad desde 1054: la Iglesia rusa rompe con Constantinopla
La Iglesia ortodoxa rusa rompe todos sus vínculos con el Patriarcado de Constantinopla por culpa de Ucrania. Puede que Bartolomeo I haya plantado la semilla para que Rusia pierda tracción en Europa
Finalmente la religión cedió a la 'realpolitik'. La ruptura de la iglesia ortodoxa rusa con el patriarcado de Constantinopla, y por tanto con el cabeza de las iglesias, es ya un hecho consumado desde el lunes. Reunida en un concilio exprés en Minsk, auspiciado por el dictador Alexander Lukashenko, los mandamases rusos juzgaron y condenaron como un ultraje que Bartolomeo I, primus inter pares y basado en Estambul, admitiera hace poco menos de una semana que la iglesia ucraniana ganara su “independencia” de Moscú, que había elegido a sus líderes desde el siglo XVII. Una reclamación que los jerarcas ucranianos, altamente divididos, llevaban años defendiendo y que ha provocado el mayor cisma en la cristiandad desde 1054, cuando se separaron las iglesias de Oriente y Occidente.
Cuatro años después de la invasión rusa de Crimea, los clérigos de Kiev tienen la oportunidad de deshacerse del ascendente ruso en su fe, y por tanto en sus fieles… y votantes. El presidente Petro Poroshenko, que se enfrenta a una reelección complicada en marzo, considera la influencia de Moscú “una agresión a la soberanía nacional”, y se permitió ponerse lírico para decir que esta decisión “es una victoria del bien contra el mal, de la luz sobre la oscuridad”. Este divorcio entre iglesias puede sonar a asunto pequeño, pero en un escenario internacional en el que Vladimir Putin es visto como un factótum -arreglando elecciones, imbatible en casa, intratable en Siria- nadie hubiera podido prever que el mayor golpe en su rostro imperturbable se lo daría un anciano clérigo de origen griego que vive en un edificio rodeado de casas desvencijadas en la metrópoli turca.
Un duro golpe, porque la iglesia ortodoxa es uno de los pocos puntales que tiene Rusia en su 'soft power', es decir, en su poder de influencia que no incluye hombrecillos verdes o piratas informáticos. Su ideología neoimperialista, donde él jugaría el papel del zar, está muy basada en el concepto de “un pueblo” que constituyen las poblaciones de Rusia, Ucrania, Bielorrusia… una manera de dominación moral que funciona a pesar de que el porcentaje de religiosos en Rusia y el extranjero es cada vez mayor. Es una especie de dominación cultural, más parecida al Hollywood estadounidense que a un lavado de cerebro sectario. Con este corte de relaciones con el patriarca, es como poner una cuota a las películas que se exportan.
La relación entre las iglesias ortodoxas nunca ha sido fácil ni ha estado exenta de polémicas e intrigas políticas. Las 14 iglesias reconocidas como ortodoxas gozan todas de cierta autonomía, no están organizadas bajo un papa como la católica, pero se acepta que el patriarca de Constantinopla ejerce de líder moral de todas. Claro está que Rusia, que posee la mayor parte de los fieles (80 millones de 300 que hay en el mundo) y la mayor parte del dinero, tiene una influencia considerable. Aunque otras iglesias como la griega tienen un dominio moral como una especie de árbitros, la órbita real la marcaba Moscú.
Por ello, a pesar de los roces con Cirilo, el jerarca máximo de Moscú, Bartolomeo jamás había hecho un desaire similar a Rusia en 27 años de mandato. Es una incógnita cómo reaccionarán el resto de las iglesias -por ejemplo Serbia-, que obviamente puede venir influenciado por una posición política, pues podría servir a los diferentes países para salir de la órbita de influencia de Moscú, que es vista como temible y tóxica a la vez.
Puede que Bartolomeo, cuyo mayor movimiento hasta ahora había sido acercarse al papa Francisco, plante la semilla para que Rusia pierda tracción en Europa. Irónicamente, tras meses de escuchar hasta el chiste que Rusia “está detrás” de asuntos geoploíticos, Moscú evoca el clásico “Estados Unidos está detrás”. Lo cierto es que la velocidad a la que se han desarrollado los acontecimientos y lo sorpresivo de las decisiones, es difícil saber qué respaldo tiene Bartolomeo para haber forzado a Rusia a perder la iniciativa en la escena internacional.
Putin queda ahora con un poder parecido, como medios británicos ya han comparado, al de un Enrique VIII que ha roto con Roma. Y esto tiene efectos colaterales. El primero es que él mismo tendrá difícil mantener la imagen de devoto que cultivó con las dos visitas que ha hecho al monte Athos -lo más parecido a La Meca de los ortodoxos-, un lugar al que peregrina la élite rusa y muchos ciudadanos de clase media, unos 10.000 en los últimos años. Esta pequeña península llena de monasterios -y con un estatus especial que le hace ajeno a muchas leyes que rigen en Grecia y en la UE- tiene el ‘problema’ de que está bajo jurisdicción del patriarca de Constantinopla. Romper con él es romper con uno de los dogmas de fe.
Sin embargo el líder ruso tiene todavía un as en la manga, y es que la iglesia ucraniana está altamente dividida, y para conseguir autoregularse necesita un líder único que sea capaz de responder ante Constantinopla. Por lo pronto, hay tres ramas (someramente la rusa, la de Kiev y la ucraniana, siendo la primera la más numerosa) y los líderes de las dos minoritarias tendrán que conseguir ponerse de acuerdo para lograr que lo fieles ucranianos les sigan. No sería la primera vez que las luchas internas y por una cuota de poder terminan por frustrar un paso de gigante en un país del este de Europa.
Finalmente la religión cedió a la 'realpolitik'. La ruptura de la iglesia ortodoxa rusa con el patriarcado de Constantinopla, y por tanto con el cabeza de las iglesias, es ya un hecho consumado desde el lunes. Reunida en un concilio exprés en Minsk, auspiciado por el dictador Alexander Lukashenko, los mandamases rusos juzgaron y condenaron como un ultraje que Bartolomeo I, primus inter pares y basado en Estambul, admitiera hace poco menos de una semana que la iglesia ucraniana ganara su “independencia” de Moscú, que había elegido a sus líderes desde el siglo XVII. Una reclamación que los jerarcas ucranianos, altamente divididos, llevaban años defendiendo y que ha provocado el mayor cisma en la cristiandad desde 1054, cuando se separaron las iglesias de Oriente y Occidente.