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Vivir en el frente de la guerra olvidada de Europa: "Nos bombardean todas las noches"
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Vivir en el frente de la guerra olvidada de Europa: "Nos bombardean todas las noches"

Un cuarto de millón se expone cada día a bombardeos en la línea del frente que divide Ucrania. En sus hogares o en escuelas convertidas en refugios. Viajamos a ambos lados para contar sus vidas

Foto: Marina, una niña de 12 años de Zaitsevo, en el Donbás, que fue herida por un proyectil  (Foto: Ethel Bonet).
Marina, una niña de 12 años de Zaitsevo, en el Donbás, que fue herida por un proyectil (Foto: Ethel Bonet).

El silencio intermitente de la guerra se filtra a través de la maleza y los muros con moho de las viviendas deshabitadas junto a la línea de contacto, que separa las zonas bajo control del Gobierno de Kiev y de los separatistas prorrusos. A medida que uno se acerca al desolado aeropuerto internacional de Donbás, el ruido de las explosiones se hace perceptible. Durante un tiempo, la línea del frente entre las fuerzas pro-OTAN y las milicias separatistas fue la carretera que conduce al aeródromo. Las lápidas horadadas por las balas en el cementerio y los restos de una iglesia ortodoxa calcinada alertan de que no se puede pasar.

En una de las avenidas de casas desvencijadas del barrio de Spartak, contiguo al aeropuerto, vive Nicolay Mikhailovich, con su mujer, su hija y su yerno. Son de los pocos que decidieron regresar después de que se renovó el alto el fuego en febrero de 2015, tras los acuerdos de paz de Minsk II. Las dos treguas quedaron en papel mojado. Ninguno de los bandos enfrentados ha respetado estos acuerdos.

Según Nicolay, durante la cruenta batalla del aeropuerto de Donbás, las fuerzas de Kiev “nos bombardearon con artillería, bombas de racimo e incluso bombas de fósforo”. "Solo en esta avenida murieron 14 personas”, relata Mikhailovich y añade: “De un total de 144 casas en esta calle, sólo quedan en pie 29 viviendas”.

Ante la falta de recursos económicos, el joven Gobierno comunista del Donbás recibe todo el material para la reconstrucción de la vecina Rusia. No obstante, Nicolay asegura que gran parte de los fondos que inyecta Moscú han ido a parar al centro de la región y que en las zonas limítrofes con los territorios de Ucrania occidental, que son las más afectadas, apenas está llegando la ayuda.

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“El frente está a solo 3 kilómetros de nosotros. Nos hemos acostumbrado a despertarnos con el sonido de las explosiones. Siempre tenemos preparadas nuestras maletas de emergencia por si tenemos que salir otra vez huyendo”, explica. “No puedo entender cómo puede estar ocurriendo una guerra en pleno siglo XXI en Europa”, lamenta.

La guerra olvidada de Europa, como insiste la prensa internacional en denominar al conflicto que en 2014 desgranó Ucrania en tres republicas prorrusas y otra europeísta, continúa estando muy presente para los más de 200.000 civiles que viven en la línea del frente y se exponen diariamente a los enfrentamientos.

Según datos de la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de la ONU (OCHA), en la primera mitad del 2018 se registraron 4.839 incidentes de seguridad en los que hubo 190 víctimas civiles. Además, de enero a junio, se contabilizaron 72 víctimas por minas antipersona y artefactos explosivos, incluida una familia de cuatro miembros que murió por la explosión de una mina antitanque en abril.

“No hay esperanza de que mejore la situación. Llevamos casi cinco años escondiéndonos aquí. Hay disparos todas las noches”

La situación de inseguridad y la destrucción se repite en todos los lugares próximos a la línea del frente. Desde 2014, la escuela de secundaria de Gorlovka se ha convertido en un hogar de la tercera edad. Su sótano está habitado por un grupo de mujeres y hombres mayores que temen estar en sus casas por los bombardeos. No hay luz eléctrica ni agua corriente por lo que las condiciones de vida son muy duras, pero se sienten más seguros.

Lyudmila Vitalyevna tiene 69 años y vive en el colegio desde hace cuatro. “Al principio, mi hijo y yo nos quedábamos en casa pero teníamos mucho miedo por los bombardeos y nuestro sótano es muy pequeño como para quedarse a vivir allí. Así que decidí venir a la escuela”, explica con voz cálida la anciana. Comparte refugio con tres gatos escuálidos y alguna que otra araña. En el habitáculo hay un hornillo de gas, un camastro, un televisor y un mando a distancia con el que suele ensañarse cada vez que quierre cambiar de canal porque allí abajo la señal es muy débil.

“Lo que más me molesta son las humedades. Tengo problemas de huesos. Pero me he acostumbrado a vivir aquí y ahora es mi hogar”, asiente la mujer.

De vez en cuando, su hijo viene y la lleva en coche a visitar su casa para ponerla en orden o cuidar del jardín. “No hay esperanza de que mejore la situación. Llevamos cerca de cinco años escondiéndonos aquí por que hay una guerra. Durante el día es mas tranquilo pero hay disparos todas las noches”, sentencia Vitalyevna.

El sótano de la escuela es el único espacio que se mantiene en buen estado. Los otros tres pisos del colegio están en ruinas. Los pisos superiores son intransitables porque los tramos de escalera y el pavimento están levantados. Asomarse a las ventanas es peligroso porque la línea del frente está a tiro de piedra.

placeholder Efectivos del ejército ucraniano disparan piezas de artillería contra las milicias prorrusas cerca de Novoluhanske, Donetsk. (Reuters)
Efectivos del ejército ucraniano disparan piezas de artillería contra las milicias prorrusas cerca de Novoluhanske, Donetsk. (Reuters)

Algunas localidades han quedado divididas en dos partes por la línea de contacto. El colegio de Marina en Zaitsevo está en el limite con la línea 'enemiga', más allá está el ejercito de Kiev. “Es muy peligroso ir a la escuela porque nos bombardean cada cinco minutos. No podemos salir fuera de casa porque puede caer cerca un proyectil. Muchos de mis amigos están en el lado de Ucrania y no puedo visitarlos. Les hecho de menos”, explica la niña de 12 años, que fue herida por un proyectil cuando salía de casa con su padre para ir a la escuela.

Al otro lado, a solo 20 kilómetros del aeropuerto internacional de Donbás, se encuentra la ciudad de Avdiivka, bajo control del gobierno de Kiev. Durante las primeras semanas de 2017 las fuerzas prorrusas golpearon con fuerza esta ciudad minera con artillería. La arremetida de los separatistas destruyó las infraestructuras y dejó a unos 20.000 civiles sin suministro eléctrico ni agua ni calefacción, con temperaturas que caen por debajo de los 20º bajo cero.

"Es difícil decir quién comenzó esta guerra, una guerra civil donde un hermano mata a otro hermano”

Marina Grigorievna, de 72 años, se ha convertido, sin pretenderlo, en un símbolo de la guerra. El artista australiano Guido van Helten decidió pintar un mural con su cara en uno de los edificios situados en la línea de combate. Su rostro marcado por las arrugas y sus ojos llenos de dolor cubre la fachada con agujeros de balas de un inmueble de nueve plantas, abandonado por el conflicto.

“Esta guerra ha dividido a la sociedad; no está bien. Los niños que viven al otro lado son los mismos que los nuestros. Las personas que viven al otro lado son las mismas personas que somos nosotros. Es difícil decir quién comenzó esta guerra. No es un conflicto sino una guerra civil donde un hermano mata a otro hermano”, explica la exmaestra de Avdiivka.

Un campo de espigas con un cartel de “peligro minas” nos separa ahora de la zona prorrusa. Mismas historias, mismos temores y fantasmas planean a ambos lados de la línea de contacto, que divide de facto a Ucrania.

placeholder El mural Marina Grigorievna, una mujer de 72 años convertida en un símbolo de la guerra. (E. Bonet)
El mural Marina Grigorievna, una mujer de 72 años convertida en un símbolo de la guerra. (E. Bonet)

Los acuerdos de Minsk no han detenido el conflicto, lo han limitado una guerra estática de trincheras, al estilo de la Primera Guerra Mundial, a lo largo de la línea de contacto, de unos 457 kilómetros. En el frente, el comandante Sergey y sus hombres defienden una posición en la localidad de Luhanskoye, en el este de Ucrania. La situación allí ahora es tensa, después del asesinato del jefe de la República Popular del Donbás (RPD), Alexander Zajárchenko, en un atentado el 31 de agosto.

El enemigo está bombardeando constantemente las posiciones del ejército de la RPD. El día suele estar más tranquilo, a veces, hay disparos de francotiradores, o nos atacan con lanzagranadas. Pero todas las noches nos bombardean con morteros del calibre 80 mm, o 120 mm”, denuncia el comandante del las fuerzas separatistas de Donbass.

“No hay acuerdo para ellos (los batallones nacionalistas ucranianos). Ha habido una rotación bastante reciente y nuevas unidades han ocupado las posiciones y siguen bombardeando regularmente. En mi opinión, esta guerra no se resolverá de manera pacífica”, advierte el coronel.

El silencio intermitente de la guerra se filtra a través de la maleza y los muros con moho de las viviendas deshabitadas junto a la línea de contacto, que separa las zonas bajo control del Gobierno de Kiev y de los separatistas prorrusos. A medida que uno se acerca al desolado aeropuerto internacional de Donbás, el ruido de las explosiones se hace perceptible. Durante un tiempo, la línea del frente entre las fuerzas pro-OTAN y las milicias separatistas fue la carretera que conduce al aeródromo. Las lápidas horadadas por las balas en el cementerio y los restos de una iglesia ortodoxa calcinada alertan de que no se puede pasar.

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