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El deshielo con China, un nuevo éxito de la diplomacia del papa Francisco
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El deshielo con China, un nuevo éxito de la diplomacia del papa Francisco

Después de más de medio siglo de relaciones rotas entre el Vaticano y China, Francisco ha logrado otro éxito para su estrategia diplomática

Foto: El papa Francisco en una visita en Lituania (EFE)
El papa Francisco en una visita en Lituania (EFE)

Cuando el año pasado el papa Francisco abanderó públicamente una serie de gestos conciliadores hacia China, parte de la jerarquía eclesiástica —en especial, la Iglesia de Hong Kong— receló. Después de más de medio siglo de relaciones diplomáticas rotas entre el Vaticano y China —desde que hace casi siete décadas Mao Zedong expulsó al entonces nuncio en el país, la mano tendida del Papa argentino suscitaba inquietud por los gestos opuestos provenientes de Pekín. Incluso había quien pronosticaba que los nombramientos de los obispos católicos en China, el principal obstáculo para relajar la relación chino-vaticana y restablecer el vínculo diplomático, representaban una concesión imposible de obtener de Pekín.

Pero, al final, Francisco ha logrado un éxito diplomático notable: un compromiso para que todos los obispos en China —tanto los de Asociación Católica Patriótica, la única que hasta ahora reconocía el país asiático, como los fieles a Roma— vuelvan a ser parte de una única familia. “Por primera vez, hoy —comentó el cardenal Pietro Parolin, el secretario de Estado y número dos del Vaticano— todos los obispos en China están en comunión con el Papa”.

Unas palabras que a duras penas han escondido la euforia vaticana por haber dado el primer paso hacia el deshielo de la relación con China en un momento clave, es decir, cuando los Estados Unidos de Donald Trump han emprendido una guerra comercial contra Pekín y los chinos están intentado reforzar sus lazos diplomáticos y comerciales en muchos países en vías de desarrollo. Y esto a la vez de que el logro también es un triunfo allí donde todos los predecesores de Francisco —incluso los más recientes, Juan Pablo II y Benedicto XVI— han fallado.

placeholder Barack Obama, ex presidente de EEUU y el anterior presidente cubano, Raul Castro (EFE)
Barack Obama, ex presidente de EEUU y el anterior presidente cubano, Raul Castro (EFE)

La noticia ha vuelto a poner el foco sobre el liderazgo mundial de Francisco. Un Papa cuya diplomacia no es la primera vez que consigue resultados. Ya ocurrió con Cuba, país que restableció relaciones diplomáticas en 2015 con EEUU durante la administración de Barak Obama, tras una negociación en la que el Papa — según confirmaron, en ese entonces, ambos países— fue un actor clave.

Y también pasó cuando EEUU quería bombardear Damasco, la capital siria, en septiembre de 2013, y finalmente no lo hizo, tras que Francisco emprendiera una larga serie de maniobras de cariz religioso y diplomacia paralela para evitar que el ataque se realizase. Asimismo, otro fue el caso de Colombia, donde el Papa no fue involucrado directamente -al menos, a nivel público-, aunque eso no lo obstaculizó a la hora de hacer llegar a Bogotá su mensaje de apoyo al proceso de paz, destinado a poner fin a 50 años de conflicto entre el Estado y los guerrilleros locales.

Y más aún. El arrojo del papa Francisco, su disponibilidad a meterse en avisperos sin calibrar su profundidad, también le han valido éxitos en cuestiones que más de cerca le interesaban a la Iglesia católica. Se vio, por ejemplo, con su histórico encuentro con el patriarca ruso Cirilo, jefe de la más grande Iglesia ortodoxa, que Jorge Mario Bergoglio encontró en Cuba en 2016, en un gesto sin precedentes para la relación entre estas dos Iglesias cristianas, divididas desde 1054.

placeholder Francisco con Cirilo en su histórico encuentro (EFE)
Francisco con Cirilo en su histórico encuentro (EFE)

Un encuentro, este, que algunos siguen considerando el preludio al próximo gran objetivo de Francisco: viajar a Rusia, un deseo que ya Juan Pablo II tuvo en su momento, aunque nunca llegó a cumplir. Algo que también se remite, insisten los observadores más atentos, a que los esfuerzos de diplomacia blanda y multilateral de Francisco apuntan a desviar la atención fuera de las fronteras de Europa, para centrarse más en lo que ocurre en el resto del mundo, en particular en los países en vías de desarrollo. Allí donde más rápido crece el número de católicos.

Todo ello en consideración de que las herramientas no le faltan al Papa. Más bien el contrario. La institución que gobierna posee una de las más desconocidas, pero más efectivas, redes de informantes que hay en el mundo, con decenas de sacerdotes y laicos desplegados en todo el Planeta, que pueden ofrecer información en tiempo casi real y difícilmente la filtran al exterior. Muchos de ellos están formados por la Academia de nobles eclesiásticos, una institución de estudios diplomáticos con sede en el centro de Roma que fue creada en 1701, bajo el pontificado de Clemente XI.

Un aparato que, a su vez, está integrado por una serie de asociaciones —entre ellas, la ONG Sant’Egidio— que efectúan una labor complementaria en la gestión de los conflictos que la Iglesia pone en la mira, y cuyo valor añadido está también en que la institución religiosa tiene presencia en todos los continentes pero no es parte de organizaciones que polarizan al mundo, como la OTAN.

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Fracisco logra un éxito tras más de medio siglo de relaciones rotas (EFE)

De ahí probablemente que, a menudo, los resultados conseguidos por la diplomacia vaticana sean fruto de verdaderos malabarismos diplomáticos, como es también el caso del acuerdo alcanzado ahora con China. Un acuerdo cuyo contenido ambas partes no han divulgado en su versión integral, al informar de que el pacto actual es “provisional” y "prevé valoraciones periódicas sobre su implementación", es decir, que puede ser modificado hasta que tanto el Vaticano como China lo consideren aceptable.

El acuerdo "crea las condiciones para una más amplia colaboración a nivel bilateral", ha aclarado el Vaticano en la nota a través de la cual divulgó la noticia. Este no es “no es el final del proceso, sino el comienzo” ha añadido, por su parte, el portavoz vaticano Greg Burke. Unos y otros saben que aún falta sanear el segundo escollo que ha impedido en estos años el restablecimiento de las relaciones diplomáticas: que el Vaticano mantenga en Taiwan, que China considera parte de su territorio, un delegación con un representante.

Por ello, la prudencia papal también quizá sea fruto de que —como Francisco sabe— ni la diplomacia vaticana es infalible. El caos venezolano, donde la Iglesia ha intentado mediar sin éxito, las sempiternas tensiones entre los líderes israelíes y palestinos, a los que una multitud de veces Francisco pidió poner fin a su disputa, y también la guerra en República Centroafricana, donde el Papa el año pasado logró un cese al fuego que se reveló papel mojado, son ejemplos de fracasos que han sido difíciles de tragar, incluso para el mismísimo Vaticano.

Cuando el año pasado el papa Francisco abanderó públicamente una serie de gestos conciliadores hacia China, parte de la jerarquía eclesiástica —en especial, la Iglesia de Hong Kong— receló. Después de más de medio siglo de relaciones diplomáticas rotas entre el Vaticano y China —desde que hace casi siete décadas Mao Zedong expulsó al entonces nuncio en el país, la mano tendida del Papa argentino suscitaba inquietud por los gestos opuestos provenientes de Pekín. Incluso había quien pronosticaba que los nombramientos de los obispos católicos en China, el principal obstáculo para relajar la relación chino-vaticana y restablecer el vínculo diplomático, representaban una concesión imposible de obtener de Pekín.

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