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De otras memorias históricas (II): las decenas de miles de desaparecidos en el Líbano
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el gobierno reconoce 17.000 personas

De otras memorias históricas (II): las decenas de miles de desaparecidos en el Líbano

Los antiguos milicianos durante la guerra civil de 1975-1990 son los políticos libaneses de hoy. Ese es uno de los motivos por los que nadie quiere indagar en el pasado y buscar a los ausentes

Foto: Abu Haidr muestra la foto de su hermano Ibrahim, desaparecido en 1984. (E. Bonet)
Abu Haidr muestra la foto de su hermano Ibrahim, desaparecido en 1984. (E. Bonet)

“Un día antes de que mi hermano fuera secuestrado, mi padre soñó que se le cayó el rosario al suelo y se partió, y cuando trató de armar todas las piedras, una se perdió y le fue imposible encontrarla. A la mañana siguiente, mi padre sintió que algo malo le iba a pasar a uno de sus hijos y le pidió a mi madre que no nos dejara salir de casa”, recuerda Bilal Abu Haider. Aquel 12 de abril de 1984, en lo más álgido de la guerra del Líbano, su hermano mayor Ibrahim estaba sentado en el asiento del conductor, esperando a que su tía saliera de la farmacia Sarola, en el barrio beirutí de Hamra, cuando cuatro desconocidos entraron en el coche y le obligaron a ponerlo en marcha y conducir. “Al principio mi tía pensó que era una broma que le había gastado Ibrahim con sus amigos. Pero pasaron las horas e Ibrahim no daba señales y empezamos a preocuparnos”, indica Abu Haider a El Confidencial.

Su familia (musulmana chií) vive en los suburbios de Beirut, en el feudo de Hizbulah. Ibrahim tenia entonces 24 años y era estudiante universitario mientras trabajaba en un taller en la parte cristiana de Beirut para pagarse los estudios. Como tenia que cruzar todos los días la Línea Verde, el limite que separaba el Beirut oeste (musulmán) del Beirut este (cristiano), le acusaron de ser un espía de las Fuerzas Libanesas (el partido ultraortodoxo cristiano de Samir Geagea)

“Los secuaces de Walid Jumblat [el líder druso del Partido Socialista Progresista] le acusaron de estar pasando información a las Fuerzas Libanesas y por eso se lo llevaron. Pero es falso, mi hermano no estaba vinculado a ningún partido”, denuncia Abu Haider. Los días pasaron tras su desaparición, y un oficial militar druso Haitham Abu Jumaa del Partido Socialista Progresista admitió haberle secuestrado y le dijo a la familia que estaba bajo investigación y que podrían recibirlo al día siguiente.

Foto: Un policía albanés vigila desde el tejado la principal cárcel de Tirana, en abril de 1997, durante los días del desplome del Gobierno de Sali Berisha. (Reuters)

“Mi madre, mi padre y mis hermanos mayores fueron a verlo y les dijo que lo había liberado y que ya no estaba con él. Unas semanas después, el oficial regresó a mi casa y admitió que lo había entregó al ejército sirio en Metn, al coronel Milad y al general de brigada Saqr”, narra el hermano de Ibrahim. Al enterarse que estaba prisionero en Siria, miembros del partido chií Amal le ofrecieron a su padre “secuestrar a uno del Partido Socialista Progresista e intercambiarlo por Ibrahim”, confiesa Abu Haider. Su padre, puntualiza, se negó a aceptar el trato.

Tras una larga peregrinación en su búsqueda, siguiendo informaciones erróneas de que hubiese sido ejecutado, o mentiras infundadas de que hubiese sido visto en alguna cárcel en Siria, los padres de Ibrahim murieron sin conocer el destino de su hijo. Han pasado 34 años desde su desaparición y su hermano Abu Haider todavía se sigue haciendo la misma pregunta: ¿seguirá vivo o estará muerto?. “Si está muerto, lo único que pido es poder recuperar sus restos para enterrarlos junto a mis padres en el cementerio”, anhela.

Con la ayuda de Widad Halawani, fundadora del Comité de la Unión de Personas Desaparecidas y Capturadas, familiares de desaparecidos han presionado al Parlamento libanés para que apruebe una ley de registro de ADN que permita identificar los cadáveres encontrados en las fosas comunes. Aunque se desconoce el número real de desaparecidos, fuentes oficiales calculan que hay alrededor de 17.000 desaparecidos, pero las ONGs creen que es el doble o el triple de esa cifra.

placeholder Fuerzas de seguridad libanesas miran mientras una excavadora desentierra una fosa común en los antiguos cuarteles de inteligencia sirios en la localidad de Anjar, en diciembre de 2005. (Reuters)
Fuerzas de seguridad libanesas miran mientras una excavadora desentierra una fosa común en los antiguos cuarteles de inteligencia sirios en la localidad de Anjar, en diciembre de 2005. (Reuters)

Los mapas secretos de las fosas comunes

Para los familiares de las personas que desaparecieron durante la guerra civil y la siguiente ocupación siria, la exhumación de las fosas comunes es la única forma de descubrir el destino de sus seres queridos. Sin embargo, a pesar de que han pasado 28 años de relativa calma, las autoridades libaneses todavía son reacias a desenterrar el pasado. Justine Di Mayo, activista y directora de la organización Act for the Disappeared (AFD), asegura que hay más de cien lugares diseminados en todo el Líbano, identificados como fosas comunes, pero el Gobierno libanés ha hecho poco para investigar lo que pasó con los desaparecidos.

El Líbano nunca ha superado la guerra civil. A pesar de que terminó en 1990, los libaneses todavía viven en una sociedad profundamente dividida. Por extraño que parezca, los mismos grupos que empezaron y lucharon en ese conflicto aún están presentes en la política, y ni siquiera han cambiado el nombre de sus partidos o facciones. “Hay poca voluntad política para investigar los casos de los desaparecidos durante la guerra; los políticos de hoy eran milicianos ayer y no están interesados en rescatar la memoria histórica”, se queja Di Mayo a El Confidencial.

Para la fundadora de AFD, la división entre diferentes sectas en el Líbano “ha ido en aumento durante la última década, tras el asesinato de[l ex primer ministro libanés] Rafik Hariri en febrero de 2005”. Su muerte marcó el levantamiento contra Siria en la conocida como la “Revolución de los Cedros” que puso fin a la ocupación militar siria sobre el Líbano.

Foto: Fachada de la casa Amarilla. Beirut, agosto de 2017 (E. Bonet) Opinión

El principal problema es que “cada año que trascurre hay menos testimonios y evidencias que podría aclarar el destino de los desaparecidos y traer la paz a sus familias” advierte la activista francesa. “Los ex combatientes, que tienen información sobre centros de detención y lugares donde fueron ejecutados y enterrados, están envejeciendo, y los mismos cementerios están siendo destruidos“, manifiesta. Muchas de las fosas comunes son hoy aparcamientos privados o yacen sobre un bloque de apartamientos de lujos”, critica la directora de Act for the Disappeared

Desde 2015, Di Mayo y su equipo han trabajado para localizar sitios de entierro en todo el Líbano y los han marcado en un mapa digital protegido por contraseña. La base de datos privada de Act for the Disappeared tiene 2.200 casos de personas desaparecidas y 112 sitios identificados como fosas comunes. Di Mayo explica que esta información no la comparten con los familiares, sino que es para proteger los sitios de entierro. “Si hiciéramos público el mapa de las fosas comunes me temo que los ex combatientes podrían intentar destruir las evidencias”, señala.

Tras la guerra civil se hizo una ley de amnistía para perdonar a los milicianos de todos los bandos, pero hablar de los crímenes que cometieron sigue siendo un tema tabú. “Permanecer en silencio es más peligroso que lidiar con el doloroso pasado. Líbano vivirá un nuevo ciclo de violencia si no se habla de lo que sucedió en la guerra civil", sentencia Di Mayo.

“Un día antes de que mi hermano fuera secuestrado, mi padre soñó que se le cayó el rosario al suelo y se partió, y cuando trató de armar todas las piedras, una se perdió y le fue imposible encontrarla. A la mañana siguiente, mi padre sintió que algo malo le iba a pasar a uno de sus hijos y le pidió a mi madre que no nos dejara salir de casa”, recuerda Bilal Abu Haider. Aquel 12 de abril de 1984, en lo más álgido de la guerra del Líbano, su hermano mayor Ibrahim estaba sentado en el asiento del conductor, esperando a que su tía saliera de la farmacia Sarola, en el barrio beirutí de Hamra, cuando cuatro desconocidos entraron en el coche y le obligaron a ponerlo en marcha y conducir. “Al principio mi tía pensó que era una broma que le había gastado Ibrahim con sus amigos. Pero pasaron las horas e Ibrahim no daba señales y empezamos a preocuparnos”, indica Abu Haider a El Confidencial.

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