Hungría no es Polonia: por qué Bruselas no pulsa el "botón nuclear" ante Orbán
Frente a un estado miembro que se aleje de los valores europeos, la UE solo cuenta con un arma: el Artículo 7, privándolo de derecho a voto. Se usó con Varsovia, pero falta voluntad ante Budapest
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En 1992, Francis Fukuyama vaticinaba “el fin de la historia”, gracias al paulatino desarrollo de la humanidad que había llevado a la victoria del liberalismo sobre los totalistarismos, que consideraba permanente. Por aquel entonces un joven Víktor Orbán acababa de regresar de Oxford para entrar en el Parlamento húngaro. Poco después, ya presidía el Fidesz, el partido que había creado con otros estudiantes contrarios al régimen comunista húngaro.
Nada podría haber hecho pensar a Fukuyama, ni a los demócratas que celebraron la caída del Telón de Acero, ni a aquellos que vieron en Orban una esperanza liberal para Hungría que aquel carismático treintañero se convertiría dos décadas después en el símbolo del auge del autoritarismo en las entrañas de Europa. Un caballo de Troya contra el que la Unión Europea se muestra indolente e impotente.
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La contundente reelección de Viktor Orbán el pasado domingo para su cuarto mandato, el tercero consecutivo, hace temer lo peor. Los húngaros han premiado su retórica antiinmigrantes, su beligerancia contra Bruselas y sus políticas anti-liberales con una “super mayoría” de dos tercios. Carta blanca para seguir cambiando la Constitución y convertir Hungría en algo parecido a una autocracia.
¿Porqué la UE, tan vocal cuando se trata de denunciar las violaciones de derechos humanos en otros continentes, no para los pies a Orbán? Las razones son varias: desde los equilibrios de poder a la protección que las familias políticas brindan a sus miembros, hasta el temor a que se ahonde la brecha entre el este y el oeste, o la falta de mecanismos contundentes para poner firmes a los que se desvían de los valores europeos.
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El dilema de pulsar el botón nuclear
Si un país quiere entrar en la Unión Europea, está sujeto a un estricto control en el que se mide no solo sus parámetros económicos, sino también su salud democrática. En cambio, en una muestra de lo ingenua o indolente que puede llegar a ser la política europea, apenas hay manera de controlar que los Estados miembros respetan los valores consagrados en los tratados europeos: dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y derechos humanos.
Ante países que se deslizan hacia el autoritarismo, Bruselas solo cuenta con un arma (legal) y ésta tiene una sola bala: el artículo 7, conocido como “botón nuclear”. Y no es para menos, ya que permite dejar a un país sin voto en Bruselas, lo que supone casi anularlo. En diciembre, la Comisión Europea dio por primera vez el primer paso para aplicar esta solución a Polonia. ¿Pero por qué no lo hace con Hungría?
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La cuestión lleva meses, si no años, encima de la mesa, y la reelección de Orbán aumenta el riesgo de que la UE se vea forzada a dar este paso. Pero, tanto en Bruselas como en París, Berlín, Madrid y Budapest se es consciente de que hay mucho que perder y poco que ganar. No está claro que la medida sea efectiva. Y la amenaza, a día de hoy, no es creíble: para retirar el voto a un país, es necesario que el resto de socios estén de acuerdo. Y del mismo modo que Orbán ha prometido a Varsovia que no permitirá que esto le suceda, Polonia vetará cualquier castigo a Hungría.
Pese a esto, en la Eurocámara se están calentando los motores para instar a la Comisión y al Consejo a actuar. “Deben mostrar que los valores europeos cuentan”, ha asegurado la eurodiputada Verde Judith Sargentin, encargada de una moción que pide la aplicación del Artículo 7 a Hungría. El Parlamento no tiene el poder de aplicar esta medida, pero sí puede hacer mucho ruido.
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El rol del Partido Popular Europeo
La holandesa tendrá que lograr no solo el apoyo de otros grupos, sino también atraer a los diputados del Partido Popular Europeo que consideran que hay que frenar a Orbán. Se trata de que ningún gobierno piense que tiene “carta blanca”, ha recalcado la conservadora maltesa Roberta Metsola En junio, la Comisión de Asuntos Legales se pronunciará sobre la iniciativa, que irá a pleno en septiembre.
Aunque hay quien se revuelve en las bancadas del Partido Popular Europeo cada vez que Orbán habla de “venganza”, cuando levanta vallas contra la “invasión” de refugiados o con cada arremetida contra la UE por ser nada menos que “imperialista”, lo cierto es que el mayor grupo político europeo mantiene su apoyo al primer ministro magiar. Y Orban es consciente de que mientras cuente con su respaldo, es prácticamente intocable.
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Pero donde hay patrón, no manda marinero. Y por mucho que voces como la de Metsola, el sueco Gunnar Hökmark o el belga Pascal Arimont reconozcan públicamente que hay un problema en Hungría, el PPE se muestra cauteloso y, por el momento, no ha cambiado su línea de apoyo a Budapest. Ningún líder popular ha planteado aún echar a Fidezs del grupo. Y es que, pese a los desvaríos de Orbán, hay quien cree que conviene mantener una línea abierta con el húngaro para poder tirarle de las orejas. Una estrategia que no está dando frutos.
Además, los eurodiputados de Fidezs no resultan problemáticos, ya que no desentonan dentro del PPE. De hecho, fuentes internas explican que son los que más se ajustan a la línea marcada por el partido a la hora de votar, una posición de la que solo se desvían cuando se trata de condenar a Polonia. Y en el PPE se defiende señalando que solo pueden tirar la primera piedra los que estén libres de pecado, en referencia a otros líderes como el recientemente dimitido en Eslovaquia, Robert Fico (socialista) o el controvertido Andrej Babiš (liberal). Al final, la UE está hecha de equilibrios, a veces un tanto precarios.
En 1992, Francis Fukuyama vaticinaba “el fin de la historia”, gracias al paulatino desarrollo de la humanidad que había llevado a la victoria del liberalismo sobre los totalistarismos, que consideraba permanente. Por aquel entonces un joven Víktor Orbán acababa de regresar de Oxford para entrar en el Parlamento húngaro. Poco después, ya presidía el Fidesz, el partido que había creado con otros estudiantes contrarios al régimen comunista húngaro.