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"Yo voto a Berlusconi"
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"Yo voto a Berlusconi"

El Confidencial asiste a un encuentro de partidarios del ex Cavaliere. Como si de una película de Paolo Sorrentino se tratase, nuestra reportera se topa con personajes y opiniones de lo más variopinto

Foto: Un grupo de simpatizantes de Silvio Berlusconi protagoniza una manifestación en su apoyo en Roma. (EFE)
Un grupo de simpatizantes de Silvio Berlusconi protagoniza una manifestación en su apoyo en Roma. (EFE)

El senador Stefano De Lillo avanza por los aristocráticos jardines del Antico Club de Tiro al Volo, en el acaudalado barrio romano de Parioli, y le sigue su corte. Está el empresario Fernando Silori, un hombretón dedicado al negocio de la salud y hogares para ancianos, quien lo saluda efusivamente, como saluda a una señora con un enorme collar dorado que le cuelga del cuello. Va poco detrás Desideria Gabrielli, de 62 años, que aguanta en la mano un copa de vino, y su hijo Gianni, que reparte ideas afiebradas sobre la italianidad. Poco más allá se encuentra un notario vaticano, entrado en años y el aire de quien mucho sabe y poco dice, y otro que gira solo, con un visible peluquín rubio ceniza al estilo Donald Trump, y que saluda con cierta educación a los invitados. Muchos ancianos. Mucho tipo encorbatado y tacones de aguja por doquier. Antiguos industriales, empleados públicos, hijos de papá, amas de casa aburridas, la (¿alta?) burguesía bienpensante de Roma y su halo de perfume Cacharel -dulzón, aunque solo en la primera impresión- que invade las salas iluminadas por las decenas de faroles brillantes instalados en el techo del recinto.

“Qué bonito estar aquí”, clama el senador De Lillo, médico cardiólogo y en la política desde 1989, para recibir a la corte reunida en un acto electoral de Forza Italia, y sus palabras encuentran un inmediato eco tronador en la antífona que entonan los asistentes reunidos para apoyar al partido del inmortal Silvio Berlusconi. Por un momento, la escena parece conectar incluso con alguna película -La Gran Belleza, pongamos- del irreverente Paolo Sorrentino. Todo parece un exceso, irreal, decadente y magnífico al mismo tiempo, resto revuelto de lo que fue y pirueta eterna de un presente y futuro caótico. Nadie habla de él, del imperecedero, aunque nadie se echa atrás tampoco ante la pregunta.

“¿Las mujeres de Berlusconi? ¿Sus fiestas eróticas? ¿De verdad me quiere hablar de moralidad en Italia?”. A María Chiara, bióloga precaria de 38 años, le traen al pairo las rigideces y la insipidez de la ética. Aclara que eso no quiere decir que menosprecie el autoritarismo y la determinación. “Por supuesto que lo votaré de nuevo. Es un líder moderado, de centro, y con ideas liberales. Un hombre fuerte, determinado, un empresario”, cuenta, haciendo gala de una verborrea plagada de adjetivos. “Eso sí, no escriba mi apellido. Mi jefe es amigo de [el líder del progresista Partido Democrático, PD] Matteo Renzi”, dice.

Michelangelo Bruni, antiguo empresario ahora asesor del sector inmobiliario, originario de Liguria pero residente en Florencia —la ciudad de Renzi—, también dice que votará al centroderecha y a Berlusconi.

- Son los únicos que pueden dar estabilidad a este país. Es puro oportunismo el mío - dice Bruni.
- ¿Pero si no le gusta Berlusconi por qué le vota?
- Le voto así - afirma, acompañándose la mano hasta la cara y tapándose la nariz. - Creo que desde hace tiempo debería haberse jubilado, pero ahí está, y espero que ahora nos permita recuperar nuestros intereses estratégicos.
- ¿Qué intereses?
- No sé, por ejemplo, como han hecho [la Canciller de Alemania, Ángela] Merkel y [el presidente francés, Emmanuel] Macron - afirma.

En su voz, la de un hombre de 53 años, hay una cierta añoranza por lo que fue y ya no es. Aunque Bruni, como el resto de los asistentes, repite que es europeísta, sí, pero "para que haya una unión económica y aduanera, no para que vengan aquí a decirnos cómo administrar el país”.

- Sabe, yo compraba empresas, las arreglaba y las volvía a vender, allá por mitad de los 90 - explica Bruni.
- Ah, esos eran los años en los que Berlusconi entró en escena - se le hace notar (el exCavaliere hizo su ingreso en la política en 1994).
- No, no creo... no recuerdo - afirma y se despide.

placeholder El líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi, habla en un mítin del partido en Milán, el 25 de febrero de 2018. (Reuters)
El líder de Forza Italia, Silvio Berlusconi, habla en un mítin del partido en Milán, el 25 de febrero de 2018. (Reuters)


Berlusconianos "de pura cepa"

Mientras tanto, en el banquete de pizzas y vinos, un cúmulo ruidoso de pequeños empresarios, representantes, comisionistas y más mujeres estiradas, se tratan entre sí de “encanto” y discuten, entre enormes carcajadas, del tiempo y los peligros de los “incontrolables” del Movimiento Cinco Estrellas y esos “ exaltados” de los antivacunas. “Quizá sería mejor una alianza con el Partido Democrático”, repiten. Allí está Gianni, comiéndose una tartita con su pelo rubio-pelirrojo y traje de dandy, que observa en silencio inquisidor y, de tanto en tanto, eleva los ojos al cielo entre la fauna del mundo berlusconiano.

“¿Usted quiere saber por qué los italianos votan a Berlusconi? Se lo digo yo. Italia es un país de católicos, conservadores, algo anárquicos y algo liberales. Así se resume el asunto”, explica, al aclarar su reciente desengaño. “Yo siempre le voté. Aunque esta vez no sé si lo haré. Creo que no iré a votar. A ver, hay que tener lógica. ¿Cómo puede prometer la 'flat tax' [una especie de tipo fijo de impuestos para todos los contribuyentes, que Berlusconi lanzó en campaña electoral y muchos consideran irrealizable] y prometer subsidios a pobres y marginados? O una cosa, o la otra”, continúa.

Foto: Un manifestante antivacunas con una camiseta en la que se lee 'Cuando hay un riesgo, debe haber una decisión' protesta en las afueras de la Cámara Baja en Roma. (EFE)

“Y además: ¿qué decir de esa historia que nos dijo de no votar a favor del reférendum constitucional del año pasado [promovido por el progresista Renzi y que finalmente no fue aprobado]? ¿Por qué lo hizo? Si él siempre se había dicho a favor de esa reforma… Muchas palabras al viento. Ni los impuestos bajó. Vivimos en una socialdemocracia”, afirma, cuando la señora Gabrielli, progenitora de él, interviene en la conversación. “Hace meses que discutimos del tema. Dice que no quiere votarle. Yo sí que lo haré. ¡Por supuesto que lo haré!”, afirma la mujer.

“Sabe, toda mi familia siempre fue berlusconiana, de pura cepa”, dice Gianni, riéndose entre dientes y agachando la cabeza frente a la mirada de la madre. “¿Lo ve? Dice que no quiere votarlo. Eso sí, ojalá esta vez [Berlusconi] baje los impuestos... ¿Sabe cuánto me han robado en los últimos años?”, agrega la señora Gabrielli, una empleada de una compañía privada y antigua votante de la Democracia Cristiana italiana, partido que rigió la Italia de la posguerra hasta ese enorme escándalo de corrupción llamado Tangentópolis (1992-1994), con una permanencia política sin parangón en Occidente. “Ah, esos eran otros tiempos…”.

“Ya es hora de que alguien le diga a esos de Bruselas que Italia no es Rumanía”, añade Gabrielli. “Exacto. Fueron esos ahí que intentaron alejarlo de la política…Pero él es una persona preparada, un empresario, que sabe cómo gestionar el Estado, el único responsable”, sostiene Ángela, alejándose de la reportera mientras esta le intenta preguntar por la inhabilitación para el ejercicio de cargo público del tres veces exprimer ministro italiano, por una condena por fraude fiscal.

placeholder Miembros de Forza Italia y partidarios de Berlusconi participan en una manifestación en su apoyo en Roma, en noviembre de 2013. (Reuters)
Miembros de Forza Italia y partidarios de Berlusconi participan en una manifestación en su apoyo en Roma, en noviembre de 2013. (Reuters)

"El centroderecha ganará"

La escena vuelve entonces a conectar una imagen algo desteñida, algo paralizada de una Italia donde poco o nada se mueve. Quedan los gestos del poder, aunque privados de la confianza en uno mismo que da la sucesión dinástica y de otros signos de aquellos tiempos. Quedan también las masas que contemplan el ir y venir de los poderes que cuentan.

- Voto a los candidatos de Forza Italia que conozco y aprecio. A nivel nacional, no sé si les votaré, quizá elegiré a la [líder radical de Europa+, Emma] Bonino - afirma el empresario Silori.
- La economía va mejor en Italia. ¿A usted no le ha ido mejor?
- Sí. Algo mejor, lo peor fue en 2011. Pero yo no voto lo que me dicen. Voto lo que digo yo - sostiene.

El senador De Lillo se sube entonces al pequeño palco, preparado al final de la sala, para acoger al candidato de Forza Italia, que también es su hermano. Toma la palabra el empresario Silori y luego el notario vaticano y de nuevo De Lillo. Sonriente, y prometiendo todo lo prometible, De Lillo dice que sobre todo, “hay que bajar los impuestos”, aunque también es necesaria una Italia bajo control, “en el que esas masas de pobres desgraciados de los inmigrantes no tengan que terminar siendo criminales”.

Foto: Alrededores de la estación de trenes de Mestre. En la esquina un cartel reza "“Venecia para los venecianos”. (I. Savio)
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“¿Acaso antes oíamos hablar de mafias nigerianas? ¿Y de esos campos de gitanos?”, añade De Lillo. “No se crean lo que escriben los diarios. El centroderecha ganará por amplia mayoría”, agrega, al introducir a su hermano Fabio que, por el esfuerzo electoral, se ha quedado casi sin voz y lo que dice es prácticamente ininteligible. Fabio De Lillo despacha a la platea en pocos minutos y después sale del lugar hacia otro acto. El grupúsculo se disuelve, en tanto, el notario vaticano se dirige a pagar la cuenta del evento. Regresa poco después, algo más relajado, mientras la conversión se desliza hacia el papa Francisco y el pasado del notario como votante del presidente socialista Giuseppe Saragat (1964-1971).

“El Papa tiene muchas buenas intenciones, aunque lo malinterpretan. Por ejemplo, eso que dice de acoger a los inmigrantes... Es su opinión, como líder espiritual. Lo político le toca a otros. Y lo mismo sobre los homosexuales, Francisco dice que no va a juzgarlos. ¿Sabe por qué? Él sabe que ya están perdidos, quiere salvar a sus hijos…”.

El senador Stefano De Lillo avanza por los aristocráticos jardines del Antico Club de Tiro al Volo, en el acaudalado barrio romano de Parioli, y le sigue su corte. Está el empresario Fernando Silori, un hombretón dedicado al negocio de la salud y hogares para ancianos, quien lo saluda efusivamente, como saluda a una señora con un enorme collar dorado que le cuelga del cuello. Va poco detrás Desideria Gabrielli, de 62 años, que aguanta en la mano un copa de vino, y su hijo Gianni, que reparte ideas afiebradas sobre la italianidad. Poco más allá se encuentra un notario vaticano, entrado en años y el aire de quien mucho sabe y poco dice, y otro que gira solo, con un visible peluquín rubio ceniza al estilo Donald Trump, y que saluda con cierta educación a los invitados. Muchos ancianos. Mucho tipo encorbatado y tacones de aguja por doquier. Antiguos industriales, empleados públicos, hijos de papá, amas de casa aburridas, la (¿alta?) burguesía bienpensante de Roma y su halo de perfume Cacharel -dulzón, aunque solo en la primera impresión- que invade las salas iluminadas por las decenas de faroles brillantes instalados en el techo del recinto.

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