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El ejecutivo de Gibraltar que construyó una casa a su limpiadora desahuciada por narcos
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El ejecutivo de Gibraltar que construyó una casa a su limpiadora desahuciada por narcos

Esta es la historia de un extranjero que decidió construir un nuevo hogar para una brasileña indefensa ante el poder absoluto de un grupo armado

Foto: La casa que Patron construyó para Antonia, expulsada de su hogar en la favela de la Baixada Fluminense, una de las áreas más pobres y violentas de Río de Janeiro. (Reuters)
La casa que Patron construyó para Antonia, expulsada de su hogar en la favela de la Baixada Fluminense, una de las áreas más pobres y violentas de Río de Janeiro. (Reuters)

Esta es la historia de una buena acción discreta y silenciosa. Es la historia de Jason Patron, un economista de Gibraltar afincado en Río de Janeiro, y de su empleada doméstica, Antonia*, una señora de 60 años que todas las semanas emprende un viaje en trasporte público de más de dos horas para limpiar la casa de un extranjero en el barrio de Ipanema. Esta es la historia de un extranjero que decidió construir un nuevo hogar para una brasileña indefensa ante el poder absoluto de un grupo armado.

Antonia vivía en una favela de la Baixada Fluminense, una de las áreas más pobres y violentas de Río de Janeiro, hasta que se vio obligada a dejar su casa. “Bueno, más que una casa era una chabola que se caía a pedazos”, cuenta de Jason Patron, que llegó hace seis años a la 'Cidade Maravilhosa' como ejecutivo de una empresa de telecomunicaciones. El problema es que la casa de Antonia está localizada en una posición estratégica, cerca de un río. Era por tanto la única vía de escape para los narcotraficantes de esta favela en caso de necesidad.

Durante varios meses esta profesional de la limpieza vivió con angustia una situación de acoso y derribo. “Yo empecé a notar que estaba preocupada. Llegaba a mi casa muy triste y estresada, no conseguía hacer bien su trabajo. Hasta que un día se abrió conmigo y me contó lo que estaba sucediendo. La habían amenazado de muerte, estaba muy asustada”, cuenta Jason, que acaba de entregar a Antonia una nueva casa construida gracias a la ayuda solidaria llegada de Europa, las donaciones de amigos y conocidos de Gibraltar.

La Baixada Fluminense es la región con los peores índices de violencia de Río de Janeiro. En el último año los homicidios y los asesinatos aumentaron un 23% frente al 15% de media en otras áreas de la ciudad. También es el lugar donde se registran más robos de vehículos y de móviles. En el contexto de la escalada de violencia y de la crisis de la seguridad que se vive en todo Brasil, los narcos han reconquistado muchos de los territorios perdidos en la época previa a los megaeventos deportivos, léase los Mundiales de Fútbol de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016.

placeholder Militares patrullan durante una operación antinerco en la favela de  Manguinhos, en Río de Janeiro. (Reuters)
Militares patrullan durante una operación antinerco en la favela de Manguinhos, en Río de Janeiro. (Reuters)

“Vivo en Brasil desde hace seis años y una de las cosas que me propuse tras acabar un master en Harvard fue ayudar a las personas que no tuvieron las mismas oportunidades que tuve yo. Sé que no puedo a resolver los problemas del mundo, pero si puedo hacer la diferencia en la vida de una persona, ya es algo”, afirma Jason. Cuando Antonia le contó la situación por la que estaba pasando, Jason vio la oportunidad de juntar su filosofía di vida con la posibilidad de ayudar a los otros.

“Lo primero que hice fue aconsejarle que dejase discretamente su casa, llevándose poco a poco las cosas de valor, y que se instalase en el piso de su hija durante un tiempo. También le dije que intentaría ayudarla de alguna forma”, relata este gibraltareño, que habla con un fuerte acento andaluz con sabor tropical y mezclado con algunas palabras de inglés. Muerta de miedo, Antonia se fue a casa de su hija, que vive en un barrio menos peligroso que la Baixada Fluminense. Allí se quedaría durante meses durmiendo en el suelo.

Jason resolvió pedir ayuda a sus amigos y conocidos de Gibraltar. Contactó al Padre Charlie, un cura de la Iglesia Católica de Gibraltar, que acabaría donando el 60% de la suma necesaria para la construcción de la casa de Antonia. “La idea era darle un nuevo hogar en una zona más segura, donde pudiese vivir dignamente y, a ser posible, cerca de sus familiares”, señala el gibraltareño, que vivió dos décadas en los Estados Unidos.

Los narcos someten a las favelas a un régimen semidictatorial. El castigo más leve es rapar el pelo a las jóvenes que no cumplen las reglas

La casualidad quiso que el padre de Antonia hubiese comprado un terreno en lo alto de una montaña, en la misma Baixada Fluminese. Pasó toda su vida pagándolo. Fue el lugar escogido para la construcción de la Casa Gibraltar: este es el nombre que han elegido. “Me pareció el nombre perfecto porque es de allí que vino la mayor parte del dinero, y Antonia estuvo de acuerdo”, dice Jason, que no disimula su orgullo patrio.“ Gibraltar es un lugar muy pequeño, en el que los habitantes son muy bondadosos. Estas realidades en nuestra tierra no existen. No tenemos pobreza, ni desempleo. Aunque no es un lugar perfecto, la calidad de vida allí es muy buena y el pueblo es generoso. No fue difícil conseguir ayudas para este proyecto solidario. Padre Charlie abrazó la idea y donó una parte importante del dinero”, añade.

Otro 20% salió de amigos de Jason y él mismo aportó el resto. Casa Gibraltar mide unos 33 metros cuadrados. “Tiene un dormitorio, una pequeño salón, una cocina y un baño. Una de las cosas que quería es que no fuese la típica casa de favela, con los ladrillos vistos. Padre Charlie fue muy claro desde el comienzo: dijo que o hacíamos las cosas bien o era mejor no hacerlas. Él fue el gran pilar financiero de este proyecto”, cuenta Jason. “A pesar de ser un lugar muy humilde, la nueva casa de Antonia tiene su encanto. Ella ahora vive rodeada de pájaros y de monos, y hay muchos árboles de fruta, como mangos y papayas. Ha pasado del infierno al paraíso”, agrega.

En vísperas de Navidad, se hizo la entrega del inmueble con una pequeña fiesta de inauguración. Fue en lo alto de la montaña donde está Casa Gibraltar y desde donde se puede divisar un mar de casitas humildes. “Fue muy íntimo y muy emotivo. Creo que la casa de Antonia no fue solo un regalo de Navidad, fue un proyecto de vida para ella”, dice este economista, que tiene varios posgrados en las mejores universidades del mundo, desde Harvard hasta el Esade en Barcelona o la Bocconi de Milano.

placeholder La vista de la ciudad desde Casa Gibraltar. (J. Patron)
La vista de la ciudad desde Casa Gibraltar. (J. Patron)

La historia de Antonia es algo recurrente en Río de Janeiro, aunque no está recogida en ninguna estadística oficial. Por causa de la violencia cada vez más personas se ven abocadas a dejar su hogar en las favelas cariocas, en las que vive aproximadamente el 20% de la población, es decir, cerca de un millón y medio de personas.

Los narcos someten a los habitantes de las favelas a un régimen semidictatorial, en el que el castigo más leve es rapar el pelo de las jóvenes que no se atienen a las reglas machistas impuestas por delincuentes adolescentes. Prácticas como la amputación de manos o el famoso microondas, es decir, quemar viva a una persona en una columna de neumáticos ardiendo, son otras de las puniciones conocidas directa o indirectamente por las personas que residen en las favelas. Además, los narcos controlan el comercio local y la distribución de gas, electricidad e Internet e imponen precios arbitrarios que, como ha quedado patente en la reciente guerra de la Rocinha, pueden llegar a ser más altos que en barrios de clase media.

Para completar este cuadro de desesperación y abusos, algunas veces son los propios policías los que desahucian forzosamente a los habitantes de favelas de sus propias casas. Es lo que denuncia la activista y periodista Gisele Martins, coordinadora de Educación de la ONG Redes da Maré, ubicada en una de las favelas más grandes y más conflictivas de Río de Janeiro.

“Yo mismo tuve que abandonar mi casa en la Maré. Se hallaba en una posición considerada estratégica por la Policía, que se instaló con todo su armamento pesado en mi terraza. Ocurrió en 2009, cuando la Maré fue ocupada por el Bope [el cuerpo de elite de la Policía Militar]”, contó Giselle hace unos meses a El Confidencial. “Mi familia vino del Estado de Paraíba para buscarse la vida en Río, literalmente huyendo del hambre. Fueron décadas de sacrificio que nos permitieron levantar nuestra casa. Y un día el Bope decidió invadirla y quedarse porque la consideraba un sitio estratégico. Perdí mi hogar en 2010 porque no aguanté la presión y tuve que salir. Hoy vivo en un edificio abandonado, con el riesgo de ser desalojada en cualquier momento. No tengo nada”, añade Giselle.

* Nombre ficticio por petición de la entrevistada.

Esta es la historia de una buena acción discreta y silenciosa. Es la historia de Jason Patron, un economista de Gibraltar afincado en Río de Janeiro, y de su empleada doméstica, Antonia*, una señora de 60 años que todas las semanas emprende un viaje en trasporte público de más de dos horas para limpiar la casa de un extranjero en el barrio de Ipanema. Esta es la historia de un extranjero que decidió construir un nuevo hogar para una brasileña indefensa ante el poder absoluto de un grupo armado.

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