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Mueller contra Trump: dentro de la batalla legal más importante del mundo
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"KILLERS" DE LA FISCALÍA VS. ABOGADOS CORPORATIVOS

Mueller contra Trump: dentro de la batalla legal más importante del mundo

Divorcios, bancarrotas, auditorías… si de algo sabe Trump es de litigios. La madre de todas las batallas legales tiene a su Administración en vilo. Robert Mueller está cercando al presidente

Foto: El fiscal especial Robert Mueller tras informar al Senado de la investigación sobre la trama rusa. (Reuters)
El fiscal especial Robert Mueller tras informar al Senado de la investigación sobre la trama rusa. (Reuters)

Si hay algo de lo que sabe Donald Trump, además de cómo absorber la atención con trucos de telerrealidad, es de litigios. El presidente de EEUU ha estado implicado en unas 3.500 demandas, la mitad interpuestas por él o sus empresas, y la otra mitad, aproximadamente, en contra. Auditorías, divorcios, bancarrotas, luchas por una propiedad o territorio. Un rastro judicial de sangre que llega hasta sus primeros pasos como empresario.

La madre de todas las batallas se libra estos días y tiene a su Administración en vilo. El paladín moral de mandíbula cuadrada que es el investigador Robert Mueller, exdirector del FBI encargado de aclarar la supuesta conspiración de la campaña de Trump con Rusia, está cercando legalmente al presidente.

Mueller ha reunido un equipo feroz; una docena larga de letrados que no se detienen ante nada y que se han ganado, en el entorno de Trump, el epíteto de “killers”. Un comando capaz de reunir 400.000 documentos sólo para atrapar a Paul Manafort y que ha hecho desfilar, uno tras otro, por la silla del interrogatorio, a los más altos colaboradores del presidente.

Es importante infundir terror en los corazones de la gente en Washington

El equipo está compuesto por gente curtida en bufetes privados, como el de WilmerHale, y de antiguos cargos del FBI y el Departamento de Justicia. Una experiencia combinada que va de casos de corrupción, fraude fiscal y lavado de dinero, a crimen organizado y delitos internacionales. Un equipo que, desde el principio, ha jugado a la ofensiva, con registros al amanecer y señales de que van a por todas y no tienen miedo a nada.

Es importante infundir terror en los corazones de la gente en Washington; o eso, o te pasarán por encima”, declaró el abogado Solomon Wisenberg a 'The New York Times' el pasado septiembre, cuando la investigación daba los primeros pasos. “Quieres a la gente diciéndose a sí misma: ‘tío, mejor les cuento la verdad a estos tipos’”.

Al otro lado de la empalizada, Trump se refugia en su abogado personal, John Dowd, y en el letrado de la Casa Blanca, Ty Cobb, que se vanagloria de ser un tipo “con rocas en la cabeza y pelotas de acero”. Un abogado corporativo con barba de puñal y bigote rizado de general prusiano. Ambos, personas muy parecidas a Trump en edad y filosofía, fajados en la vieja escuela.

placeholder El abogado John Dowd tras un juicio en la Corte Federal de Manhattan, Nueva York. (Reuters)
El abogado John Dowd tras un juicio en la Corte Federal de Manhattan, Nueva York. (Reuters)

Según diferentes informaciones, el rol de estos abogados y de sus equipos va más allá que la mera defensa legal. “Dowd y Cobb, junto con el abogado Jay Sekulow, sirven no sólo de abogados de Trump, sino como sus estrategas, publicistas, terapeutas”, escriben los reporteros del 'Washington Post'. Un muro de confort en torno al presidente, que le aconseja, le guía y le convence de que está a salvo y de que la investigación se acerca a su fin.

Una defensa que no está exenta de pequeñas pifias, como cuando Dowd y Cobb discutieron su estrategia en un restaurante de Washington mientras un periodista, regalo caído del cielo, acercaba el oído y tomaba notas. El propio Dowd también ha servido de ocasional chivo expiatorio, al asumir la responsabilidad de un tuit legalmente problemático del presidente de EEUU.

Estos abogados y sus equipos sirven únicamente a Trump, aunque están en contacto con las otras personas que están siendo investigadas, especialmente Jared Kushner, asesor y yerno del presidente, y el hijo mayor, Donald Trump Jr. Según el 'Post', Trump intentó contratar a varios de los mejores abogados del país, pero, pero diferentes motivos, ninguno aceptó la oferta.

Otros aliados del republicano han saltado al ruedo. Kory Langhofer, asesor de su antiguo equipo de transición, ha acusado a los abogados de Robert Mueller de haber obtenido “ilegalmente” decenas de miles de emails privados para reforzar su investigación. Una denuncia desestimada por el equipo de Mueller.

La investigación de Mueller se ha ramificado en tres partes: una estudia el presunto tráfico de influencias de miembros de la campaña de Trump; otra, el robo de los emails de la campaña de Hillary Clinton a manos, según los servicios de inteligencia, de hackers rusos; y una tercera que explora si el presidente obstruyó la justicia al despedir en mayo al director del FBI, James Comey, que por entonces investigaba también el “Rusia-gate”.

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De momento hay cuatro personas en el banquillo: Manafort y uno de sus colaboradores, Rick Gates, ambos bajo arresto domiciliario. George Papadopoulos, exasesor de política internacional de la campaña de Trump, que se confesó culpable de mentir al FBI sobre sus reuniones con funcionarios rusos. Y Mike Flynn, primer y breve consejero de seguridad nacional del presidente. Flynn también reconoció haber mentido a la policía sobre sus contactos secretos con el embajador ruso durante el periodo de transición.

El caso sigue siendo una gran mancha de contornos difusos. Podría tumbar al presidente, si de alguna manera se establece una conexión entre sus posibles negocios en Rusia, algo sobre lo que se ha especulado pero que es difícil de probar al no haber desvelado Trump su declaración fiscal, y el Gobierno de Vladímir Putin. Mike Flynn, que podría haber pactado con Mueller a cambio de un trato judicial suave, podría ser la llave de una siguiente fase.

También está la posibilidad de que todo acabe en un susto. Ni siquiera está claro que las reuniones con gente del Gobierno ruso, de espaldas al entonces presidente Barack Obama, fueran un delito. “No hay un crimen llamado ‘connivencia’, pero la evidencia de connivencia podría ser vista como una conspiración para violar una provisión específica del código federal”, explicó a 'The New Yorker' Paul Fishman, fiscal de Nueva Jersey con Obama.

Mientras, el comandante en jefe se defiende a su estilo. Endureciendo, tuit a tuit, mitin a mitin, con palabras vibrantes y extremas, el núcleo minoritario pero firme de su base electoral. Hablando de “caza de brujas” y agitando los éxitos económicos, en parte fruto de la inercia, de su Administración.

Si hay algo de lo que sabe Donald Trump, además de cómo absorber la atención con trucos de telerrealidad, es de litigios. El presidente de EEUU ha estado implicado en unas 3.500 demandas, la mitad interpuestas por él o sus empresas, y la otra mitad, aproximadamente, en contra. Auditorías, divorcios, bancarrotas, luchas por una propiedad o territorio. Un rastro judicial de sangre que llega hasta sus primeros pasos como empresario.

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