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"En el desierto ves cadáveres de personas como tú. Pero Europa era mi única opción"
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"En el desierto ves cadáveres de personas como tú. Pero Europa era mi única opción"

Pese a los miles de muertos, muchos migrantes africanos siguen cruzando el Mediterráneo desde Libia para alcanzar Lampedusa, punto caliente de las rutas migratorias hacia el viejo continente

Foto: Al-Maher Abdulrahman en la isla italiana de Lampedusa. (F. Millan)
Al-Maher Abdulrahman en la isla italiana de Lampedusa. (F. Millan)

Al-Maher Abdulrahman lleva grabado en la piel su paso por el infierno libio. Impasible, aparta algunos cabellos de su nuca y muestra una cicatriz. Es de casi diez centímetros y aún parece tierna. "Libya no good", lamenta. Sus manos, inquietas, toquetean un matorral seco. Lo arranca y lo lanza con rabia contra el suelo. "Me lo robaron todo, y como ya no me quedaba nada, me pegaban". Pero Libia, donde la mayoría de personas de África subsahariana que buscan Europa son golpeadas, torturadas y violadas, solo es una parte del viaje para llegar al viejo continente. El camino, también el de este joven sudanés, es duro y dura años. Con solo 17, huyó solo de su país y atravesó el Chad y, luego Libia, para presentarse ante la inmensidad del Mediterráneo. Lo cruzó. Y sobrevivió.

"Éramos 130 personas a bordo, estuvimos dos días en el mar hasta que una ONG nos rescató", recuerda. Alza la mirada y dibuja un cuatro con los dedos de una mano. Señala el mar. "Cuatro chicos murieron ahogados", explica con cierta naturalidad, como si la muerte fuera una condición pactada antes de emprender el trayecto.

Hoy, sin embargo, el mar no es ni negro ni mortífero; es azul y tranquilo, y Al-Maher habla sentado entre las rocas de la playa principal de Lampedusa. Llegó hace más de veinte días. Esta pequeña isla italiana, de lujosos restaurantes en la orilla de playas paradisíacas, y situada de forma casi equidistante entre la Italia continental, Malta y Libia, hace casi una década que recibe la llegada de migrantes africanos. En sus calles, donde las dos realidades de nuestro mundo conviven más cerca que nunca, se acumulan cientos de historias como la de Al-Maher.

Huidas eternas

Es una tórrida tarde de verano, y en la misma playa de Lampedusa también se acercan Ismael Kanon y Hassen Rebore*. Ambos de Costa de Marfil. Esquivan las multitudes y trepan por las rocas que resguardan la orilla. Alejados de todo el mundo -como si hubiera una barrera invisible que les separara del turismo-, se quitan la ropa y la lavan con agua del mar. Después se lanzan al Mediterráneo y nadan tímidamente. De reojo, no pierden de vista a los bañistas, casi todos turistas italianos de clase alta, que se aglutinan sobre la arena. Entre una carcajada agridulce, afirman que escapar de Costa de Marfil les ha convertido en hermanos. "No tenemos la misma sangre, pero hemos vivido juntos los peores momentos de nuestras vidas".

placeholder Ismael Kanon y Hassen Rebore, de Costa de Marfil, en Lampedusa. (F. Millan)
Ismael Kanon y Hassen Rebore, de Costa de Marfil, en Lampedusa. (F. Millan)

A los dos jóvenes, de 24 y 22 años, solo les quedaba huir. Ismael, de facciones marcadas y sonrisa vacía, esquivó la muerte por centímetros. A él y otro amigo les sorprendieron buscando oro en una zona donde no tenían permiso. La policía mató a su compañero y disparó varias veces contra él, sin alcanzarlo. "Me fui porque sabía que me perseguirían", admite hoy. Después de la segunda guerra civil en 2011, que enfrentó a las fuerzas leales al presidente electo y al de facto, Costa de Marfil -que era uno de los países más prósperos de África tropical- sigue acumulando unos índices notables de pobreza y desempleo.

"Habían ocupado nuestra zona, no teníamos otra opción que recoger aquel oro si no queríamos morir de hambre", se defiende Ismael. Hassen, que ahora repasa vídeos de su móvil, asiente con la cabeza. Él, en cambio, huye de su padre. "Es el imán de la zona, y cuando le dije que me había convertido al cristianismo me prometió que me mataría", narra con cierto nerviosismo. No era una simple amenaza: lo torturaron varias veces para que cambiara de opinión. Pero Hassen, fiel a su postura, decidió escapar de madrugada. El Islam y el Cristianismo son las religiones predominantes del país, con un 38'6% de practicantes y un 32,8% respectivamente. "Mi novia era cristiana y me quería casar con ella, pero ahora, posiblemente, jamás la volveré a ver", se entristece.

Desde entonces, no ha vuelto a hablar con la mayoría de su familia. "Solo llamo a mi madre, para explicarle dónde estoy y decirle que todo va bien”. La mirada cómplice de Ismael entreve que su amigo miente. “Yo también les aseguro que todo va bien, pero no es verdad. ¿Qué tenemos que decir? Ya han sufrido bastante”.

Foto: Adjaba, un camerunés que reside en Madrid, se fotografía ante un Lamborghini.

Las vidas de estos dos jóvenes, ahora inseparables, se entrecruzaron hace casi dos años en la frontera de Costa de Marfil con Mali. El éxodo, que más tarde se convertiría en una auténtica pesadilla, acababa de empezar. "De Mali, caminamos hasta Burkina Faso y de allí llegamos a Níger", comentan. Se les humedece la faz cuando pronuncian ese nombre. Y suspiran. “¿Que por qué fue duro Níger? Imagina caminar días por el desierto, sin beber ni comer y encontrarte cadáveres de personas como tú", se desahoga Ismael. Los traficantes, que juraron conducirles a Libia, les abandonaron en medio de la nada. Y es una práctica habitual: desde abril, más de 1.000 migrantes han sido rescatados en este desierto, punto clave de las rutas migratorias de África hacia Europa. Muchos no consiguen sobrevivir. Sin ir más lejos, el pasado 27 de junio una cincuentena de personas murió allí. De hambre y de sed.

Superado el desierto, llegaron a Libia, y también se jugaron la vida en el Mediterráneo. "Ahora estamos aquí pero necesitamos llegar a una ciudad o a un lugar más grande para poder trabajar", dice Ismael. Hablan perfectamente el francés y tienen ganas de aprender el italiano. "Ojalá Francia", exclaman. Pero su semblante, que se ilumina cuando oyen hablar de Roma, Londres o Barcelona, ​evidencia que cualquier destino es bueno mientras tengan opciones de rehacer su vida.

80.000 llegadas a través del mar

Aunque Lampedusa es turismo, el flujo de llegadas de migrantes por el Mediterráneo no cesa. De hecho, aumenta. "Cuando llega el buen tiempo, el estado del mar es mejor para hacer la travesía", apunta Francesco Piobbichi, miembro de la ONG local Mediterranean Hope. En los primeros veinte días de agosto, por ejemplo, hubo al menos seis desembarcos; el más cuantioso, la madrugada del 5, cuando llegaron 127 migrantes tras ser rescatados a pocas millas de aguas libias. El procedimiento está más que estudiado. Desde el puerto, son trasladados al Centro de Recepción de Inmigrantes de Lampedusa, en el interior de la isla. Una vez allí, pasan días o semanas, hasta que los desplazan a Sicilia para ser identificados y solicitar legalmente la protección internacional como refugiado. Una vez concedida, y amparándose en el derecho de asilo, ya pueden viajar a ciudades -principalmente italianas- como Roma, Milán o Turín.

Tras el polémico acuerdo entre la Unión Europea y Turquía el pasado 2016, que selló la ruta desde territorio turco hasta Grecia, el país italiano es el destino más frecuentado para intentar acariciar Europa. Según un informe de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado, desde enero de 2017 han llegado a Italia más de 78.000 personas a través del mar. Más de 2.000, según cifras oficiales, han perdido la vida en el intento. El número real, solo lo sabe el fondo del mar.

Al-Maher Abdulrahman lleva grabado en la piel su paso por el infierno libio. Impasible, aparta algunos cabellos de su nuca y muestra una cicatriz. Es de casi diez centímetros y aún parece tierna. "Libya no good", lamenta. Sus manos, inquietas, toquetean un matorral seco. Lo arranca y lo lanza con rabia contra el suelo. "Me lo robaron todo, y como ya no me quedaba nada, me pegaban". Pero Libia, donde la mayoría de personas de África subsahariana que buscan Europa son golpeadas, torturadas y violadas, solo es una parte del viaje para llegar al viejo continente. El camino, también el de este joven sudanés, es duro y dura años. Con solo 17, huyó solo de su país y atravesó el Chad y, luego Libia, para presentarse ante la inmensidad del Mediterráneo. Lo cruzó. Y sobrevivió.

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