Cómo Río de Janeiro, capital de la felicidad, se convirtió en un purgatorio de paro y crimen
¿Son los brasileños más felices que el resto de los mortales? ¿Es una leyenda alimentada por la maquinaria del turismo? 14 millones de parados y 278.000 asesinatos en 5 años desmontan el cliché
“Creo que no se puede generalizar. Siempre pensé que la felicidad en Brasil es superficial. Por lo menos para mí. Esta cultura del país tropical, sol, música, culos y personas sonrientes enmascara muchos problemas”. Isabel, paulista afincada en Río de Janeiro desde hace cinco años.
“En Río de Janeiro la gente es mucho más feliz que en Europa. El clima contribuye mucho al carácter alegre del brasileño. De hecho, creo que el clima es un factor que influye directamente en el carácter de las personas. Y lógicamente la samba: es la expresión cultural que mejor define la alegría del pueblo brasileño”. Ana, madrileña afincada en la 'Cidade Maravilhosa' desde hace cuatro años.
“Creo que en Brasil quien tiene poco es más feliz. De manera general somos más felices en este país”. Angélica, carioca da gema [carioca de pura cepa], residente en Madrid desde hace 13 años.
¿Son los brasileños -y más específicamente los habitantes de Río de Janeiro- más felices que el resto de los comunes mortales? ¿O se trata de una leyenda urbana, alimentada por la siempre optimista maquinaria del turismo? ¿Es tal vez un cliché inventado por los europeos, que necesitan evadirse de su estrés y soñar con un paraíso tropical donde todo el mundo sonríe de sol a sol, a pesar de los problemas endémicos como la violencia y la precariedad de los servicios básicos?
Entre 2011 y 2015 se han registrado 278.839 asesinatos. Supera a las víctimas de la guerra en Siria en el mismo periodo
Y sobre todo: ¿es posible medir el nivel de felicidad de la población? Bután, un país minúsculo situado en medio de la cordillera del Himalaya, lo hace desde 1972. Esta monarquía constitucional con una fuerte componente budista computa la Felicidad Nacional Bruta (FNB). Los cuatro pilares de este concepto revolucionario son la promoción del desarrollo socioeconómico sostenible e igualitario, la preservación y promoción de valores culturales, la conservación del medio ambiente y el establecimiento de un buen gobierno. El objetivo de este parámetro es establecer un equilibrio entre lo espiritual y lo material.
Aunque este ejemplo ha sido recogido con admiración en muchos periódicos del mundo, la realidad dista bastante de ser idílica. En 2016 el PIB anual per cápita era de 2.453 euros y Bután figuraba en el puesto 12 de la lista de los países más endeudados del mundo, con una deuda del 115,89% sobre el PIB. Por esta razón, hace ya cinco años el entonces primer ministro de Bután, Tshering Tobgay, reconoció que había llegado el momento de que su país asumiera la realidad.
Brasil tampoco pasa por su mejor coyuntura socioeconómica. Contabiliza más de 14 millones de parados, el peor dato en una década. También experimenta una crisis institucional sin precedentes, con los políticos más representativos, como el presidente Michel Temer, acusados de corrupción o incluso encarcelados por esta misma razón, como es el caso del exgobernador del Estado de Río de Janeiro, Sérgio Cabral, y del expresidentes de la Cámara, Eduardo Cunha.
La violencia es otra lacra que empeora sensiblemente la percepción de bienestar de los brasileños. En tan solo cinco años, entre 2011 y 2015, en el país tropical se han registrado 278.839 asesinatos. La media es de un muerto cada nueve minutos. Es un número superior a las víctimas de la guerra en Siria en el mismo periodo, según datos del Forum Brasileño de Seguridad Pública.
"Fuimos los más felices. Ya no"
En Río de Janeiro, si cabe, las cosas están aún peor. Solo el pasado mes de febrero hubo 502 homicidios, lo que representa un incremento del 24,3% en comparación con el mismo mes de 2016. En los últimos cinco anos, el número de tiroteos en favelas donde hay comandos de las Unidades de Policía Pacificadora (UPP) aumentó un 13.746%, según un estudio realizado por la misma Policía Militar. Los enfrentamiento armados en las favelas con UPPs pasaron de 13 en 2011 a 1.555 en 2016.
Para completar el cuadro hay que señalar que 11,5 millones de brasileños, equivalentes al 5,8% de la población, padecen depresión, según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Delante de este rosario de datos lúgubres, ¿hay alguien que todavía se atreve a decir que los brasileños, y más específicamente los cariocas, son más felices?
“Hubo una época en que fuimos los más felices. Ya no lo somos. La población brasileña y especialmente la carioca está muy ansiosa e insegura. El nivel de felicidad ha caído enormemente”, asegura a El Confidencial Paulo Baía, sociólogo y profesor en la Universidad Federal do Río de Janeiro (UFRJ). “Hasta 2010 el pueblo nutría esperanzas y alegrías de disfrutar de una relativa estabilidad. El presente no traía miedos para el mañana. Eso cambió a partir de 2013. Hoy todo es incierto, todo es robo. No se puede confiar en nadie más. En esta coyuntura, el miedo es el sentimiento principal. Con el miedo se instala un ambiente depresivo y la felicidad es substituida por la inseguridad y la agonía en lo cotidiano. El pueblo brasileño está deprimido”, añade.
Maria Teresa Salgado, profesora en la Facultad de Letras de la UFRJ, matiza esta imagen pesimista. “No sabría decir si las personas son más felices en Río. Sin embargo, pienso que la exuberancia de Río, con sus playas y sus parques, siempre ayudó a los cariocas a cultivar su buen humor”, señala Salgado, que en 2015 organizó en Río de Janeiro un seminario llamado “Búsqueda de la Felicidad”.
“Actualmente puede que esta sensación esté cambiando un poco, en función de los numerosos problemas que los habitantes de esta ciudad enfrentan en las áreas de salud, transporte y seguridad. La crisis política, con todos los escándalos de corrupción, también contribuye a crear un cierto desencanto y mal humor. Quizás por esto, el carioca busca aún más una forma de desestresarse. Su válvula de escape está en las playas, los bares y la noche. ¡El carioca siempre tiene tiempo para divertirse! De allí debe venir esta sensación de que es más feliz”, agrega esta profesora.
Mônica Rodrigues, doctoranda en Políticas Públicas en la Universidad Estatal de Río de Janeiro (UERJ), destaca que todas los estudios sociológicos que llegan a ser noticia tratan Brasil como un país cuyo pueblo es feliz. “Eso se ha convertido casi en un mantra. Culturalmente los brasileños son más relajados que los europeos. Pero Río de Janeiro está pasando por una crisis de gobierno gravísima, que no está siendo tratada por la prensa como debería. Esto causa que los habitantes se sientan infelices. La semana pasada supe de otro suicidio por depresión de una profesora embarazada de seis meses”, revela Rodrigues, al mismo tiempo que recuerda que existe una verdadera censura acerca de los datos sobre suicidios en Brasil.
Un reciente estudio de Deutsche Bank apunta que Río de Janeiro es una de las ciudades con la peor calidad de vida del mundo. El estudio de la banca alemana comparó varios índices en 47 urbes como seguridad, nivel de polución, poder adquisitivo y precio de los inmuebles. Algunos cariocas de nacimiento o de adopción resaltan que es importante distinguir entre felicidad personal y colectiva. “Yo particularmente soy feliz aquí, pero eso se debe a que soy una privilegiada. En el fondo, siento angustia por una sociedad tan machacada”, afirma Bel Mercês, guionista y directora de documentales.
“Creo que la felicidad es un privilegio. Vivir en la zona sur de Río es muy diferente de vivir en el nordeste del país, en áreas castigadas por la sequía, sin comida y sin agua. Es diferente para la gente que vive en la Maré [un macro-complejo de favelas en Río de Janeiro donde se registran violentos tiroteos a diario]. Es terrible ver morir a las personas a su alrededor a manos de la Policía, incluido sus hijos, y no tener fuerzas para cambiar su realidad. Decir que Brasil es feliz es para quien no conoce Brasil. Es posible ser feliz como individuo. Yo puedo ser feliz dentro de mi privilegio, pero como sociedad somos tristes”, reflexiona Mercês.
¿Y los residentes extranjeros?
¿Y los residentes extranjeros? ¿Acaso se dejan seducir por la fábula de la supuesta felicidad de los brasileños? “Esta pregunta es mucho más difícil de lo que parece, sobre todo si queremos evitar los clichés. Primero, hay que tener en cuenta las enormes desigualdades que hay en Brasil y en Río en particular. No es posible ser ‘feliz’ siendo muy pobre, sin las necesidades mínimas cubiertas, viviendo en una favela sin alcantarillado, con tiroteos y riesgo de muerte a todas horas. Creo que hay que evitar el discurso fácil de que los pobres son más felices, lo cual no quita que los habitantes de una favela también puedan ser felices”, afirma Joan Royo, corresponsal en Río de Janeiro para una agencia rusa de noticias.
“También hay que tener en cuenta que Río es una ciudad bipolar, de todo o nada. Te proporciona muchos momentos de dolor y frustración, pero a cambio te da instantes de auténtica euforia. La ciudad es tan dura que los momentos buenos se viven como si fuera el fin del mundo. Cada día es como si fuera el último. No es esa calidad de vida basada en la estabilidad, la tranquilidad, lo previsible, sino en los empujones de adrenalina. Las cosas muy buenas van compensando a las muy malas, sino sería un infierno”, agrega este periodista.
Su conclusión es que sí hay razones para ser feliz en la 'Cidade Maravilhosa': el clima agradable casi los 365 días del año, su naturaleza magnánima, su 'rollito' informal, su extrema musicalidad. “Esa cosa cool del carioca que va a todos lados en chanclas, aunque sea rico, ayuda. No hay que preocuparse con las convenciones sociales. Gastas menos en ropa, puedes permitirte vivir en una casa más precaria porque nunca vas a pasar frío. Parecen tonterías, pero sumadas importan. Hay un determinado estilo de vida en Río que es muy democrático y 'lowcost'. Ir a la playa y luego a una roda de samba con un par de cervezas sale baratísimo. La relación coste-beneficio me parece brutal. Creo que una persona con pocos recursos vive mejor en Río que en São Paulo, por ejemplo, ya no te digo en Londres”, expone Royo.
Muchos de los entrevistados citan ‘Raíces de Brasil’, un libro del historiador Sérgio Buarque de Holanda publicado en 1936. En él Holanda teoriza sobre el concepto del “hombre cordial”, aquel que posee virtudes muy elogiadas por los extranjeros como la hospitalidad y la generosidad. Para este historiador representan “una característica definida del carácter brasileño”.
El “hombre cordial” de Holanda es “una forma natural y viva que se convirtió en fórmula”. Es este sentido, las citadas virtudes no serían sinónimo de buenos modales, ni mucho menos de bondad o amistad. En el fondo, la forma brasileña de convivencia social es “justamente lo contrario de la cortesía”: equivale a un disfraz que permite que cada uno preserve su sensibilidad y sus emociones”. Gracias a esta máscara, “el individuo consigue mantener su supremacía ante lo social”. La cordialidad descrita por Holanda hace que el brasileño sienta, al mismo tiempo, el deseo de establecer una intimidad y el horror hacia cualquier convencionalismo o formalismo social.
“Al brasileño le encanta proyectar una imagen positiva, en la que el sentimiento está en primer lugar. Creo que tiene que ver con el hecho de ser un país joven, y en parte con la fuerte influencia estadounidense, una especie de copia del sueño americano. También tiene que ver con la cordialidad de la que habla Holanda y que hoy ha vuelto a ser tema de discusión porque el brasileño es cordial, pero extremamente violento. La violencia es un rasgo cultural del país y la gente no se da cuenta de ello. El brasileño es cordial siempre que no se discorde de él”, explica Sandra Beltrán, hija de refugiados políticos que huyeron de la dictadura chilena en los años 70 y encontraron cobijo en Brasil.
“Las sonrisas y la palmadita en la espalda son formas de cordialidad, de apaciguar la tensión social creada por la desigualdad económica y social, y por el profundo clasismo y la violencia. Es curioso porque es muy difícil tener una conversación discordante aquí. En una reunión de amigos parece que todos tienen que estar de acuerdo. Si piensas algo distinto, la gente no sabe cómo reaccionar”, cuenta Beltrán, que vivió tres lustros entre España, Francia e Inglaterra, antes de volver a Brasil.
Para esta experta en comunicación, la tan admirada felicidad de los brasileños no deja de ser una imagen superficial, que sugiere una fuga de la realidad. “La gente de mi generación tiene una cierta dificultad para lidiar con sus frustraciones. Hay una especie de infantilidad que provoca que la gente se sienta mal porque no está feliz. Hay una falta de educación sentimental, o mejor dicho, una dictadura de la felicidad. Esa fábula de la felicidad va muy unida al complejo de inferioridad, el llamado complejo del perro callejero. El fútbol jugó un papel muy parecido a este mito de la felicidad del brasileño. Sin embargo, con la derrota por parte de Alemania en 2014 se quebró el mito del país del fútbol, que ya estaba en decadencia. En este sentido ahora, con la desilusión por la política y la profunda crisis económica, una vez perdida esa oportunidad tan ansiada de que Brasil sea el país del futuro, capaz de conquistar un lugar al sol. Será interesante ver, en términos de comportamiento, cómo se comportará la sociedad”, concluye Beltrán.
“Creo que no se puede generalizar. Siempre pensé que la felicidad en Brasil es superficial. Por lo menos para mí. Esta cultura del país tropical, sol, música, culos y personas sonrientes enmascara muchos problemas”. Isabel, paulista afincada en Río de Janeiro desde hace cinco años.
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