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Del Frente Nacional a enamorarse de un refugiado: esta historia conmueve a Francia
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Béatrice y Mójtar, amor en la “jungla” de Calais

Del Frente Nacional a enamorarse de un refugiado: esta historia conmueve a Francia

Parece el argumento de una película, pero no lo es. Dos personas a las que todo separaba, Béatrice, exsimpatizante del FN, y Mójtar, un iraní, protagonizaron una épica historia de amor. Esta es su historia

Foto: Béatrice Huret, exsimpatizante del Frente Nacional y autora de "Caliais, mon amour". (Dorothée Smith Kero)
Béatrice Huret, exsimpatizante del Frente Nacional y autora de "Caliais, mon amour". (Dorothée Smith Kero)

4 de la madrugada del 11 de junio de 2015. Tres siluetas avanzan en una playa desierta de Calais. Los tres hombres se meten en una pequeña embarcación comprada en Internet por 1.000 euros y se hacen a la mar. Van pertrechados con cañas de pescar, pero no son pescadores. Mójtar y sus dos acompañantes son refugiados, su viaje comenzó a miles de kilómetros de distancia de esa ensenada, en Irán. Su objetivo está al otro lado del Canal de la Mancha, el sueño de muchos como ellos.

Son unos hechos normales y corrientes, frecuentes en la franja de agua que separa el Norte de Francia y el sur de Inglaterra. Pero, para Béatrice Huret no es una historia banal. Lo que ocurrió esa noche puede llevarle a la cárcel, aunque ella dice no arrepentirse de nada, “al fin y al cabo lo hice por amor. No soy una delincuente, no he matado a nadie”. Béatrice y Mójtar son los protagonistas de la historia de amor que conmueve a Francia y que ella cuenta en detalle en el libro “Calais, mon amour” (Ediciones Kero) que acaba de publicar.

El 26 de junio conocerá su sentencia de un máximo de 10 años de prisión y 150.000 euros de multa, si la justicia gala la encuentra culpable de la acusación de "ayuda a la entrada, circulación o estancia irregular de un extranjero en Francia en banda organizada”, por haberles ayudado a comprar el barco. Béatrice asegura durante una entrevista con El Confidencial que no piensa en la cárcel y que lo único que sí le importaría es que, si la condenan, no podrá volver a ver a Mójtar durante un tiempo. Sobre la multa, suelta una broma: “Me darían facilidades de pago, no hay problema”.

Mójtar y sus dos amigos fueron rescatados el mismo día de su singladura, unas horas después, por los guardacostas británicos. Desde entonces vive en Sheffield, ha obtenido un permiso de trabajo y está a la espera de recibir el pasaporte. La pareja se ve en Inglaterra cada dos semanas. “Es genial”- comenta Béatrice- “es como volver a enamorarse cada 15 días”.

Que Béatrice y Mójtar llegaran a encontrarse un día ya era difícil; que se enamoraran perdidamente el uno del otro, casi misión imposible. Pero así fue y todo ocurrió en el lugar más improbable, en la llamada “Jungla” de Calais, el campamento desmantelado recientemente por las autoridades francesas. Allí se concentraron durante años miles de refugiados y migrantes a la espera de la ocasión para dar el salto a Inglaterra.

Nada hacía presagiar que los dardos de Cupido iban a acabar uniendo dos vidas tan opuestas. Mójtar, 37 años, era profesor de persa en Irán. Huyó de su país por motivos religiosos. Tras dejar allí a toda su familia, cruzó el Mediterráneo y llegó a Francia, donde como les ha ocurrido a otros muchos, quedó atrapado en el limbo de Calais. Cuando Béatrice lo conoció en febrero de 2015, malvivía en la “Jungla” desde hacía 8 meses. Béatrice, 44 años, es formadora de adultos. Antes de enviudar, cuando estaba casada con un policía, ejercía de asistente de enfermería y era simpatizante del Frente Nacional, aunque precisa que “nunca fui racista”. Llegó incluso a figurar en una lista electoral de la extrema derecha, “por inercia”, matiza, y cuenta que como su marido no podía ser candidato, acabaron poniendo su nombre, “sin más”.

Al morir su esposo, comenzó la segunda vida de Béatrice.

Un día al salir del trabajo se encontró a un joven de color que le dijo “hello” y le preguntó si podía acercarle en coche hasta el campamento de Calais. Ella accedió y ese fue su primer contacto con esa realidad “que estaba tan cerca, pero a la vez tan lejos”. “ La gente de la zona no veía lo que estaba pasando en Calais, aunque vivieran a unos pocos kilómetros. Solo sabían lo que les contaban en los telediarios”.

“Aquella noche, cuando nos despedimos, creí que no iba a sobrevivir. Estaba convencida de que iba a morir en el intento"

Pero a Béatrice no le bastaba y, poco a poco, se fue integrando en la red de voluntarios que asistía a los refugiados. “Me llamaba mucho la atención que las personas que vivían en el campamento siempre saludaran y sonrieran, a pesar de todo”. De la “Jungla” recuerda otra descarga en su cabeza, al ver a una madre con su hijo de 3 o 4 años en los brazos en medio del barro, “me pregunté cómo conseguía sobrevivir esa pobre gente. Fue una revolución en mi cabeza. Me dije que era intolerable que esto pudiera pasar en Francia”.

Para entonces, las diatribas del clan Le Pen contra la inmigración ya eran un recuerdo lejano, sin sentido, para Béatrice. Aunque, la verdad es que hablando con ella resulta casi imposible creer que alguna vez se las creyera. “La inmigración no es un problema en Francia, al contrario, es una riqueza. No entiendo que haya algunos alcaldes de la zona que prohíban dar asistencia a los migrantes. Se puede alimentar a las palomas, pero no se puede dar un bocadillo a un ser humano. ¿Dónde hemos llegado?”.

Béatrice sigue contando su historia. Un día un amigo le llamó para decirle que un grupo de iraníes se habían cosido la boca para denunciar las condiciones de vida en el campamento. Mójtar era uno de ellos. “ Esa fue la primera vez que nos vimos y me impresionó mucho la expresión del grupo, hombres con la mirada vacía, sin ganas de vivir. Aunque, en los ojos de Mójtar había una enorme ternura. Entendí su gesto, porque no tenían nada que perder”.

Mes y medio después otro colega le pregunta si podía albergar en su casa a dos iraníes “por unos días”. Béatrice respondió que sí y resultó que uno de ellos era Mójtar. “Se confirmó el flechazo y fue un momento mágico. Comencé a saber todo sobre él, que era profesor, que era cristiano, que venía de Irán, que había dejado allí a todos sus seres queridos. Me contó su viaje hasta Francia, la travesía del Mediterráneo en la que vio la muerte de cerca, con niños, mujeres y ancianos ahogándose en otro barco que acababa de hundirse. 48 horas después nos besamos y pasamos nuestra primera noche juntos. Expliqué la situación a mi madre y a mi hijo y lo entendieron perfectamente”.

Mójtar no hablaba francés y el inglés de Béatrice era más que aproximativo, así que al principio comunicaban gracias al traductor de Google que el profesor de persa instaló en su teléfono. “Ahora va mucho mejor, lo entiendo casi todo, aunque aún me cuesta expresarme”, reconoce. Béatrice nunca intentó disuadir a Mójtar de viajar a Inglaterra, a pesar de que pensó que no le volvería a ver. “ Aquella noche, cuando nos despedimos, creí que no iba a sobrevivir. Estaba convencida de que iba a morir en el intento”.

Pero Mójtar sobrevivió y también su relación. “ Vi en las noticias en Inglaterra que tres migrantes habían sido rescatados en la costa británica y supe que era él. Dos días después me llegó un mensaje suyo en el móvil”.

Si hubiera que elegir una banda sonora para la historia de amor de Béatrice y Mójtar, posiblemente le encajaría bien aquella canción del Willy Deville titulada “Demasiado corazón”; aunque para terminar la entrevista le pregunto si conoce aquella otra de Rita Mitsouko que decía que las historias de amor terminan mal. Con gran sentido del humor, me recuerda que la siguiente frase de la letra dice: “En general”.

4 de la madrugada del 11 de junio de 2015. Tres siluetas avanzan en una playa desierta de Calais. Los tres hombres se meten en una pequeña embarcación comprada en Internet por 1.000 euros y se hacen a la mar. Van pertrechados con cañas de pescar, pero no son pescadores. Mójtar y sus dos acompañantes son refugiados, su viaje comenzó a miles de kilómetros de distancia de esa ensenada, en Irán. Su objetivo está al otro lado del Canal de la Mancha, el sueño de muchos como ellos.

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