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¿Qué quiere decir ser europeo? (Después del Brexit)
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NADIE TIENE UNA RESPUESTA CONTUNDENTE

¿Qué quiere decir ser europeo? (Después del Brexit)

Las urnas arrojan una imagen agridulce: tanto en Holanda como, previsiblemente, en Francia se evita la llegada al poder de la ultraderecha eurófoba, que se afianza como alternativa creíble

Foto: Euros y libras bajo las letras de la palabra Brexit en una ilustración. (Reuters)
Euros y libras bajo las letras de la palabra Brexit en una ilustración. (Reuters)

“Yo me estoy sintiendo profundamente antieuropeo”. No lo dice uno de los votantes que tratarán de abrir este domingo las puertas de El Elíseo para Marine Le Pen. Ni uno de los británicos que respaldaron la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Tampoco ninguno de los húngaros que respaldan los envites de Viktor Orban a Bruselas, ni los miles de parados griegos que reclamaron a Alexis Tsipras que plantara cara a sus socios europeos hasta el final, fuera el que fuera.

En realidad, esas palabras fueron pronunciadas hace más de un siglo: Miguel de Unamuno se las dirigió a José Ortega y Gasset en su célebre disputa sobre “españolizar Europa o europeizar España”. Pero siguen vigentes. Y es que tras sobrevivir a una crisis múltiple, policéfala como una Hidra de Lerna, el agotamiento es patente. El Brexit y el auge de los populismos han vuelto a poner sobre la mesa, de manera ineludible, la vieja disyuntiva entre nación o Europa.

Acabar con el “valle de lágrimas”

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, cree que los europeos no se dan cuenta de lo que tienen. “Siempre estoy triste cuando tengo que volver a Bruselas, a este valle de lágrimas donde todo es vilipendiado, criticado, destruido, descompuesto, cuando en el mundo los hombres y mujeres admiran Europa”, ha dicho. Tampoco son conscientes, considera, de que el mundo está cambiando y la UE no puede pretender seguir siendo la potencia indiscutible que fue antaño. “Pensamos, los europeos, que somos los dueños del mundo, cuando el mundo multipolar no tiene realmente ninguna necesidad de dueños”.

Pero el presidente de la CE no pretende ser derrotista, sino realista. Y ataca a aquellos que pretenden responder a esta evolución ineludible con un retorno al nacionalismo. “Se equivocan por completo, no es el momento de los grupos pequeños, es la hora de las grandes construcciones”, asegura. El Brexit permitirá vislumbrar si se equivoca. Si es mejor o no estar dentro de Europa. Así lo cree el negociador jefe de la UE para el Brexit, Michel Barnier: ¨Vamos a ver lo que es ser o no ser… un Estado miembro. Y esto es casi una cuestión Shakespeariana".

Una pregunta sin respuesta

¿Qué significa, en realidad, ser europeo? La pregunta es tan desconcertante que nadie se atreve a dar una respuesta contundente. A falta de un teléfono con el que hablar directamente con los ciudadanos –y de unos mecanismos más eficientes de control democrático sobre Bruselas–, los políticos y expertos reunidos por el Instituto Universitario Europeo en Florencia esta semana tratan de encontrar respuestas en las expresiones de voluntad popular: elecciones, referendos, encuestas.

Las urnas arrojan una imagen agridulce: tanto en Holanda como, previsiblemente, Francia se ha evitado la llegada al poder de la ultraderecha eurófoba, pero esta estrecha su margen y se afianza como alternativa creíble. Por su parte, el último eurobarómetro con el que la Eurocámara ha tomado el pulso a la ciudadanía muestra que el Brexit ha generado una reacción en el resto de los socios europeos. El apoyo a la UE vuelve a ir en aumento y casi ha recuperado los niveles previos a la crisis. Pero el desencanto está lejos de haber desaparecido.

“Hay dos grupos de ciudadanos. Unos que se sienten genuinamente europeos, que creen en la integración, y otros que se sienten extraños ante esto”, a ojos de Miguel Maduro, profesor en el Instituto Universitario Europeo de Florencia. Es decir, sigue habiendo tanto “Ortega y Gassets" como “Unamunos". Y los segundos no ven nada claro qué beneficio tiene para ellos esta integración cada vez mayor con otros países, pero tienen muy claros los problemas que la Unión Europea, los acuerdos de libre comercio o la globalización, en general, les acarrean.

Para el pueblo, sin el pueblo

La sexta edición del “Estado de la Unión” ha estado dedicada a reflexionar sobre cómo “construir la Europa de la gente”. Pero, tal y como sucedió durante la reciente conmemoración del 60.º aniversario del nacimiento de la UE en Roma, las estrictas medidas de seguridad han convertido al foro en un hermético espacio sin contacto con las cientos de personas que pasean por las calles florentinas, ajenas a cuestiones que les afectan directamente. Una paradoja que parece una metáfora involuntaria de la propia Unión Europea.

Algunos, como el filósofo y profesor de la Universidad de Lovaina Philippe van Parijs, ven a la Europa actual como una “entidad sin rostro” que necesita volver a conectar con sus ciudadanos. “Europa tiene que ser percibida como una Europa que se preocupa, que cuida”, avisa. No solo debe hacer mejor la vida de los ciudadanos, sino que estos tienen que ser conscientes de ello. Y para ello, el belga propone una solución “radical”: crear un sistema de transacciones transnacionales e impersonales entre los países europeos. Un tabú a día de hoy, especialmente en los países –como Alemania y Holanda– que durante la crisis se convirtieron en “acreedores” de los socios que recibieron rescates financieros.

Si quiere ser europeo, pague

“Para hacer que la ciudadanía europea funcione, tenemos que hacer que los europeos paguen por ella”. Así de claro lo ve Maduro, quien ha puesto sobre la mesa otra de las propuestas más originales de la conferencia. El antiguo abogado general del Tribunal de Justicia de la UE cree que el modo en que la UE se financia es lo que la está “envenenando”, porque crea un modelo de redistribución entre los países que habría que invertir. Las arcas europeas, cree Maduro, deberían alimentarse con impuestos sobre la actividad económica de aquellos que se benefician de las ventajas de la UE, por ejemplo el mercado único. “Así queda claro cuál es su valor añadido”, asegura.

“Yo me estoy sintiendo profundamente antieuropeo”. No lo dice uno de los votantes que tratarán de abrir este domingo las puertas de El Elíseo para Marine Le Pen. Ni uno de los británicos que respaldaron la salida de Reino Unido de la Unión Europea. Tampoco ninguno de los húngaros que respaldan los envites de Viktor Orban a Bruselas, ni los miles de parados griegos que reclamaron a Alexis Tsipras que plantara cara a sus socios europeos hasta el final, fuera el que fuera.

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