La Iglesia se convierte en el blanco de ataques en Congo... incluido monjas españolas
Un seminario, parroquias y un colegio de monjas españolas han sido atacados. La Iglesia media desde diciembre para lograr un acuerdo de transición entre gobierno y oposición
El seminario mayor de Malole, en la región congoleña de Kasai central, se convirtió en un objetivo cuando el verano pasado el rector y los otros religiosos se negaron a que un entonces poco conocido y recién nacido grupo armado, la milicia del jefe tradicional Kamwina Nsapu, instalara su cuartel general en los terrenos que pertenecen a la institución, justo detrás de un edificio que carece del alambre de espino que tantas veces rodea las propiedades en Congo. Los curas, que allí forman a 80 seminaristas, sabían del carácter violento de esta milicia y también que sus líderes adoctrinaban a sus adeptos con la promesa de que su dominio de la brujería y los "gri-gris" (amuletos tradicionales), los haría invencibles e inmunes a las balas de los militares y policías congoleños que no iban a tardar en llegar.
Aquel ‘no’ selló el destino del seminario. El viernes 17 de febrero, cuenta desde Malole el padre Apollinaire Cibaka Cikongo, los milicianos –hombres, mujeres y niños- volvieron. Y lo hicieron en legión: 300 personas. Todos se instalaron a apenas un kilómetro de los edificios, que ese mismo día recibió la confirmación por parte de una persona próxima a las autoridades regionales de que el grupo armado planeaba atacar sus instalaciones al día siguiente. Según explica a El Confidencial el religioso, tras enviar a los seminaristas a sus casas, el padre Apollinaire y otros sacerdotes se refugiaron en un monasterio que se encuentra “a 200 metros”. Los milicianos no tardaron en atacar y lo hicieron dos veces, el sábado y el domingo, pues, según la versión del religioso, ni los militares congoleños que llegaron el sábado para protegerlos pero se marcharon antes del ataque “dejando a dos policías y un guardia que luego salieron corriendo”, ni los cascos azules de la Misión de la ONU (MONUSCO) que “aparecieron por allí el domingo y luego se marcharon dejando solo el seminario”, evitaron los asaltos.
Tanto los religiosos como las monjas carmelitas del cercano convento "Enfant Jesus" salieron indemnes, pero el seminario fue saqueado y quemado parcialmente. Más con la intención de “destruir” que de robar, pues los miembros del grupo armado sólo se llevaron ropa y calzado. Todo lo que no se llevaron, lo destrozaron: ordenadores, muebles, motos... Cuando los militares congoleños volvieron, asegura el padre Apollinaire, “encontraron parte del seminario en llamas” y tres habitaciones “carbonizadas”. Los miembros del grupo armado habían rociado con gasolina los colchones de las habitaciones de este seminario que mantiene intensos lazos con España. El padre Apollinaire estudió en nuestro país y a menudo el seminario recibe grupos de voluntarios españoles. Hace apenas dos semanas se habían marchado los últimos.
En “apenas 24 horas” habían sido atacadas la iglesia Saint Dominique y el convento de Misioneros Oblatos, en Kinshasa, y la parroquia Santa María de Lukalaba en Mbuji-Mayi. Otra parroquia de la capital congoleña, Saint Kizito fue a su vez atacada este martes
El saqueo del seminario mayor de Malole no fue el único. En “apenas 24 horas” recalca el padre Apollinaire, habían sido atacadas “la iglesia Saint Dominique y el convento de Misioneros Oblatos del barrio de Limete, en Kinshasa, la parroquia Santa María de Lukalaba en Mbuji-Mayi [Kananga], y una monja a la que un grupo de jóvenes arrancó el velo e increpó también en Kinshasa”. En el caso de la iglesia Saint Dominique de Kinshasa, los asaltantes -unos veinte- la profanaron, saquearon y robaron varios objetos, pero no lograron quemarla. Otra parroquia de la capital congoleña, Saint Kizito- en el paupérrimo barrio de Kingabwa-, fue a su vez atacada este martes.
El mismo día, en Lubumbashi, la segunda ciudad del país, un grupo de exaltados entró en la parroquia Sainte Bernadette, en la comuna de Katuba, y en la iglesia de Saint Jean-Baptiste. También en el colegio que las Siervas de San José, una orden española, tienen en la ciudad, donde quemaron aulas y cortinas.
Al padre Apollinaire, esta violencia no le parece gratuita, "sino parte de un plan”. Y lo cierto es que algunos datos apuntan en ese sentido pese a que, excepto en el caso del seminario- cuyos autores fueron miembros de la milicia Kanwina Nsapu- no se sabe muy bien quiénes ha perpetrado estos asaltos, entre acusaciones mutuas de la Mayoría Presidencial que apoya al jefe de Estado, Joseph Kabila, y los de la Unión por la Democracia y el Progreso Social (UDPS), el principal partido de la oposición del país, cuya sede se encuentra en el mismo barrio que la parroquia Saint Dominique y el convento de Oblatos saqueados en Kinshasa.
La mediación de la Iglesia
La Iglesia católica se ha posicionado tradicionalmente como un actor político en favor de la paz en la República Democrática del Congo. El único que, al contrario que poder y oposición, había mantenido hasta ahora su autoridad moral al no estar en la carrera por el reparto del pastel de unos puestos gubernamentales muy bien remunerados, que dan acceso a todo tipo de prebendas. Una postura en las antípodas de las de una clase política ávida de poder, desprestigiada, considerada corrupta e infestada de exlíderes de grupos armados a quienes se ha premiado por sus crímenes con escaños en el Parlamento.
El 8 mes de diciembre, la Conferencia Episcopal Congoleña (CENCO) inició una mediación entre el sanedrín del presidente Kabila y el grueso de la oposición del país, encarnado en la plataforma “Rassemblement des Forces Acquises au Changement” (Agrupación de Fuerzas Comprometidas con el Cambio”), un diálogo dirigido a obtener un acuerdo que permitiera una alternancia en el poder pacífica y evitara el baño de sangre que se preveía de cara al 19 de diciembre, cuando acababa el segundo y, por imperativo constitucional, último mandato de Kabila.
Arguyendo no tener dinero ni tiempo para actualizar el censo electoral, el Gobierno congoleño no había celebrado las elecciones legislativas ni presidenciales previstas para noviembre, en las que se debería haber elegido al sucesor de Kabila. Esta maniobra tenía un único propósito para la mayor parte de la oposición del país y buena parte de la población: perpetuar al impopular presidente congoleño en el poder más allá del final de su segundo mandato, so pretexto de que en ausencia de sucesor, el jefe de Estado debía permanecer en su puesto.
El mandato de Kabila concluyó y gracias en parte a un amenazante despliegue policial y militar, el levantamiento popular masivo que se temía no se produjo. El baño de sangre se quedó en los 40 muertos que denunció Naciones Unidas. El 31 de diciembre, en virtud del diálogo de los obispos, poder y oposición firmaron un acuerdo que prevé la organización de elecciones en diciembre de 2017 y el compromiso de Kabila de no presentarse a esos comicios.
Este esperanzador acuerdo lleva desde entonces haciendo aguas. Poder y oposición no han decidido quién será el representante del “Rassemblement” que ocupará el puesto de primer ministro ni sobre el reparto del poder. Para terminar de complicar las cosas, el 1 de febrero, el líder histórico de la UDPS y presidente del Consejo de Sabios de esa plataforma opositora, Étienne Tshisekedi, de 84 años, falleció en Bruselas. Las divergencias entre poder y oposición son tales que su cadáver sigue desde entonces en la capital belga pues ambos bandos no se han puesto de acuerdo ni siquiera sobre dónde debe ser enterrado. Sus restos se han convertido además en una herramienta de negociación. Un sector de su propio partido exige que se nombre al primer ministro de su elección -probablemente Félix Tshisekedi, el hijo del líder- para repatriar el cuerpo.
Muchos congoleños consideran que el acuerdo con la oposición y las promesas de Kabila, que heredó el poder tras el asesinato de su padre en 2001, no han sido sino una maniobra para ganar tiempo de cara a organizar un referéndum que le permita cambiar la Constitución, aprobar una nueva, o cualquier otro mecanismo para perpetuarse en el poder, como han hecho sus vecinos de Uganda, Ruanda y Burundi.
En medio de un constante deterioro de la seguridad, la Iglesia Católica ha sido acusada de bloquear las negociaciones en textos anónimos que llamaban a atacar iglesias y colegios
En este contexto, con un poder y una oposición enzarzados en interminables rencillas y en medio de un constante deterioro del clima de seguridad, la Conferencia Episcopal y la Iglesia Católica han sido acusadas de ser la responsable del bloqueo de las negociaciones en textos anónimos que llamaban a atacar iglesias y colegios católicos, que han circulado entre los congoleños estos últimos días. Estas acusaciones, explica a este diario una persona cercana a la Iglesia Católica que pide anonimato, podrían ser “una maniobra de distracción” para alejar el foco de los auténticos responsables de esta crisis. Esa fue la teoría que defendió el Arzobispo de Kinshasa, cardenal Monsengwo, el pasado domingo en un comunicado en el que acusó a los políticos congoleños de “vileza” y de tomar “decisiones ombliguistas” y los llamó a asumir sus responsabilidades, al tiempo que denunciaba que la Iglesia católica se ha convertido “en blanco de forma intencionada para torpedear su misión de paz y reconciliación”.
Blanco de un nuevo grupo armado
La perpetuación de Kabila en el poder más allá de su mandato constitucional y la crisis de legitimidad consiguiente, una situación agravada por el bloqueo del diálogo, están teniendo como efecto un recrudecimiento de la actuación de los grupos armados. Este agravamiento no sólo tiene como escenario sus feudos del este del país, donde milicias como los mai-mai Mazembe -financiadas por un opositor a Kabila- han atacado símbolos del Estado aludiendo de forma explícita a la falta de legitimidad del presidente, sino también en regiones como Kasai central, donde se encuentra el Gran Seminario de Malele, que hasta hace poco no había conocido la guerra.
En ese contexto de un Gobierno que se quiere perpetuar a toda costa, cuyas fuerzas de seguridad violan constantemente los derechos humanos de la peor forma -ejecuciones extrajudiciales, violencia sexual, desapariciones forzadas- como denuncia constantemente la ONU, surgió el pasado verano la milicia Kamwina Nsapu, el grupo armado que atacó el seminario de Malole.
Kamwina Nsapu -el sobrenombre de Jean-Pierre Pandi- era un jefe tradicional congoleño, médico de profesión, que en abril de 2016 volvió al país tras varios años en Sudáfrica. Cuando este líder intentó obtener el plácet del Ministerio del Interior para una jefatura que había heredado -según la costumbre- de su padre, no sólo no logró lo que pedía sino que además las autoridades nombraron a otro jefe en su lugar y miembros de las fuerzas de seguridad violaron a su mujer.
Enfurecido, Nsapu formó una milicia que empezó a atacar los símbolos del Estado. En agosto, el líder del grupo armado fue abatido, pero su milicia sigue viva, en medio de una represión feroz por parte de las fuerzas de seguridad. Sólo en cinco días de febrero, el Ejército congoleño acabó con 101 de sus militantes, según denunció la ONU. El viernes pasado, un vídeo difundido a través de las redes sociales en Congo, mostraba cómo supuestos militares congoleños disparaban y remataban en el suelo a un grupo de campesinos, en teoría partidarios de los Kamwina Nsapu, armados sólo con palos. Entre las víctimas, alrededor de veinte, hay muchas mujeres y niños. El Gobierno congoleño ha dicho que se trata de un “montaje”.
El seminario mayor de Malole, en la región congoleña de Kasai central, se convirtió en un objetivo cuando el verano pasado el rector y los otros religiosos se negaron a que un entonces poco conocido y recién nacido grupo armado, la milicia del jefe tradicional Kamwina Nsapu, instalara su cuartel general en los terrenos que pertenecen a la institución, justo detrás de un edificio que carece del alambre de espino que tantas veces rodea las propiedades en Congo. Los curas, que allí forman a 80 seminaristas, sabían del carácter violento de esta milicia y también que sus líderes adoctrinaban a sus adeptos con la promesa de que su dominio de la brujería y los "gri-gris" (amuletos tradicionales), los haría invencibles e inmunes a las balas de los militares y policías congoleños que no iban a tardar en llegar.
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