¿Se dirige Cuba hacia una sucesión al estilo norcoreano?
El único hijo varón de Raúl Castro ha mantenido siempre un perfil bajo, bordeando las fronteras de lo secreto. Su falta de visibilidad nada tiene que ver con ausencia de poder
Su peculiar estatus tal vez solo pueda describirse trayendo a contexto la impresión que produjo entre la mayoría de los cubanos aquella mañana “imposible” del 17 de diciembre de 2014. Desde el amanecer, el restablecimiento de los vínculos diplomáticos entre La Habana y Washington, y el comienzo de conversaciones entre ambos países, llenaban titulares en todo el mundo. Pero para el gobierno de Raúl Castro aún faltaba el momento cumbre de la jornada.
Se produciría ya avanzada la mañana, cuando un avión norteamericano dejaba sobre la losa del aeropuerto internacional José Martí a los tres oficiales de Inteligencia que durante más de quince años habían permanecido en cárceles de los Estados Unidos. Para recibirlos, junto a la escalerilla, estaba el coronel Alejandro Castro Espín.
“¿Y ese, quién es?”, se preguntaron muchos de sus compatriotas, casi la inmensa mayoría, cuando aquel hombre uniformado con el verde oscuro de los primeros oficiales del Ministerio del Interior se adelantó para corresponder al saludo militar de los antiguos miembros de la Red Avispa. Habían recuperado su libertad, en buena medida, gracias a él.
¿Hacia una sucesión paralela?
El único varón entre los cuatro hijos de Raúl Castro ha mantenido siempre un perfil bajo, casi bordeando las fronteras de lo secreto. Pero su falta de visibilidad nada tiene que ver con ausencia de poder. La muestra más evidente se produjo en dos capítulos sucesivos durante el año y medio siguiente al retorno de sus espías: la Cumbre de las Américas, realizada en Panamá en abril del 2015, y la visita de Barack Obama a Cuba (marzo del 2016). Ambos acontecimientos lo volvieron a colocar bajo los reflectores, muy cerca de su padre presidente y con un nivel de preeminencia que incluso el mandatario estadounidense se preocupó por remarcar.
El hecho no escapó a la atención de la prensa extranjera, y de grupos de opositores en el interior del país y en el sur de la Florida. En su opinión, sería la confirmación definitiva de que Raúl Castro no desestima una posible sucesión al estilo norcoreano, con Alejandro como heredero del imperio político construido desde 1959. “Aunque tiene muy poco a su favor, le encantan los discursos encendidos, lo cual puede gustarle a la cúpula militar y conservadora. Además, desde su cargo mantiene vínculos con los órganos de inteligencia de Rusia, herederos del extinto KGB”, ha señalado Yusnaby Pérez, un líder juvenil disidente.
Pero el destino no siempre sigue cauces tan predecibles. A sus 51 años (nació en julio de 1965), el coronel Alejandro Castro Espín es oficialmente el jefe de la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional, un ente supraministerial creado por su padre y del que existen evidencias de funcionamiento, al menos, desde comienzos del 2015. Sus potestades no son públicas, pero parecen extenderse por sobre las omnipotentes carteras de Interior y Fuerzas Armadas (FAR), las cuales en los últimos años han sido asumidas por titulares con un muy limitado margen de decisión.
“Hace poco sucedió algo que hubiera resultado impensable en tiempos de Fidel Castro: que el Ministro del Interior muriera en desempeño de su cargo y 'a causa de complicaciones con una enfermedad crónica', según la nota oficial. Para un cargo tan importante estaba designado un hombre de 78 años y enfermo. Con Fidel Castro eso no hubiera pasado, pues en su época los ministros tenían que estar a plena capacidad. Raúl ha apostado por una política más conservadora, colocando hombres de absoluta confianza en los puestos clave y manteniéndolos incluso cuando cumplen un papel puramente formal. Así le resulta más fácil lograr que el 'poder paralelo', la Comisión de Defensa y Seguridad Nacional que preside Alejandro, por ejemplo, se fortalezca y asuma el control efectivo de los asuntos”. Tal es el criterio de Abad, un analista político que solo se aventura a abordar el tema bajo el manto de la confidencialidad.
Pero sus muchos años como funcionario del Gobierno y el Partido Comunista le permiten aventurar un escenario –no muy lejano en el futuro– en el que las instituciones del poder “oficial” estarán mediadas hasta límites impresionantes por las que asuman el poder “real”. “Un primer paso ya lo hemos visto con la creación de los Osde (Organismos Superiores de Dirección Empresarial), que asumen la mayoría de las funciones prácticas de los ministerios y, sin embargo, no rinden cuenta de forma directa a la Asamblea Nacional. No es solo que nuestro parlamento no cumple la función fiscalizadora y rectora de la sociedad que le corresponde por ley, es que –además– tal vez cuando pretenda hacerlo, no tendrá cómo, debido al enrevesado sistema de instituciones y lealtades que ha ido creando la dirigencia actual del país. No resulta impensable el contexto en el que cambien las personas que encabezan el Consejo de Estado y la Asamblea Nacional, y sin embargo, tras bastidores, todo siga igual”, apunta Abad.
En febrero de 2018 Raúl Castro deberá designar a su sucesor. Formalmente se realizarán elecciones locales y a nivel de país, se barajarán candidaturas, y la Asamblea Nacional y el Consejo de Estado sesionarán para decidir entre los posibles candidatos. Sin embargo, cualquier hijo de vecino sabe que la última palabra la tendrá Raúl Castro.
Todas las miradas se concentran en él, intentando adivinar su futuro movimiento. La designación de marras tendrá un valor que trasciende su connotación legal. Aunque en esa fecha el menor de los hermanos Castro entregará su puesto al frente del estado y el Gobierno, la condición de Secretario General del Partido Comunista (PCC) seguirá en sus manos -y con ella- la potestad para modificar o vetar cualquier medida que decidan las nuevas autoridades. Por eso no son pocos lo que anticipan que la entrega de la presidencia conllevará también una dejación de las facultades políticas... tal vez mucho antes de lo que se espera.
Cualquier sea el caso, habrá que tener en cuenta a la cúpula directiva del PCC y su nutrido aparato de funcionarios y militantes, que se extiende hasta los más recónditos rincones de la Isla. Representa y ocupa una jerarquía “suprema”, por encima de las instituciones del poder público a todos los niveles. Ya sea en una situación de conflicto derivada de presiones externas, en una hipotética coyuntura electoralista que llegara a integrar a la comunidad de Miami o en una suerte de guerra fría interna entre los nacionalistas-patriotas, los intransigentes de izquierda y los revanchistas, el Partido será un elemento esencial, considera el politólogo Jorge Ignacio Domínguez, de la Universidad de Harvard.
Partido, “Órganos de la Seguridad” (como se les conoce en Cuba a las instituciones de la Inteligencia y la Policía Política) y compañías integradas en Gaesa (Grupo de Administración Empresarial, S.A., el holding controlado por los militares bajo la tutela de un exyerno del General-Presidente). Tales son los entes de poder que, a partes iguales, pudieran compartir una hipotética coyuntura post-Raúl Castro. Él, en tanto, siempre podrá contar con el respaldo y el consejo de su hijo “desconocido” y de hombres como Ramiro Valdés, que desde las filas de los históricos vigilarán por la “pureza” del proceso de sucesión.
Su peculiar estatus tal vez solo pueda describirse trayendo a contexto la impresión que produjo entre la mayoría de los cubanos aquella mañana “imposible” del 17 de diciembre de 2014. Desde el amanecer, el restablecimiento de los vínculos diplomáticos entre La Habana y Washington, y el comienzo de conversaciones entre ambos países, llenaban titulares en todo el mundo. Pero para el gobierno de Raúl Castro aún faltaba el momento cumbre de la jornada.
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