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Obama dice adiós alertando sobre el debilitamiento de la democracia
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traspaso de poder el próximo día 20

Obama dice adiós alertando sobre el debilitamiento de la democracia

El todavía presidente enumeró tres amenazas para la democracia: la desigualdad, el racismo y uno de los temas que más le preocupan: la proliferación de noticias falsas

Foto: El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante su discurso de despedida como mandatario. (EFE)
El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, durante su discurso de despedida como mandatario. (EFE)

El cuadragésimo cuarto presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, no pudo evitar ceder a la tentación del cierre circular y terminó su relato donde lo había empezado, en Chicago: la ciudad que le vio patrullar las calles como trabajador social en los años ochenta, donde conoció a su esposa Michelle, donde despegó su carrera política y se formó como líder.

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“Aquí es donde aprendí que el cambio sólo ocurre cuando la gente común se implica, se compromete, y se une para demandarlo”, declaró, y apuntaló ese mensaje: que la “democracia está amenazada cuando la damos por hecho” y que “pese a todas las diferencias externas, todos compartimos el mismo título orgulloso: ciudadano”.

"Guardianes de la democracia"

Más de ocho años han pasado desde que el presidente, frente a las masas de Grant Park, culminase la mejor campaña política de la historia, un operativo capaz de elevar a un joven desconocido, afroamericano y de nombre arábigo, al empleo número 1 del mundo. Ese día le votaron un récord de 69,5 millones de personas.

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Anoche vimos a un Obama añejo, encanecido por ocho años cargados de reflexión en los salones de la Casa Blanca, pero decidido aún a promocionar su marca de optimismo. “Ahora, seáis jóvenes o jóvenes de corazón, tengo una última cosa que pediros como presidente: lo mismo que os pedí cuando confiasteis en mí hace ocho años. Os pido que creáis, no en mi habilidad para traer el cambio, sino en la vuestra”, dijo al final.

El 'Yes we can' de Obama

Pese a evocar un futuro brillante y mencionar sus fuentes de inspiración, Obama se va intranquilo. Le sucede su antítesis. El hombre que lideró una campaña racista para deslegitimarlo diciendo que no había nacido en EEUU, el magnate al que luego él humilló públicamente, y que hoy promete dinamitar punto por punto sus dos mandatos. Cuando mencionó el traspaso de poder el próximo día 20, sonaron abucheos.

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El todavía presidente enumeró tres amenazas para la democracia: la desigualdad, el racismo y uno de los temas que más le preocupan: la proliferación de noticias falsas. “La política es una batalla de ideas”, declaró, “pero sin una base común de hechos, sin la voluntad de aceptar información nueva, y reconocer que tu oponente está diciendo algo significativo, y que la ciencia y la razón importan, seguiremos ignorándonos, haciendo que sea imposible el compromiso o llegar a un terreno común”.

Discurso íntegro de Obama

Obama mencionó los logros de su administración, la reforma sanitaria, el crecimiento económico, la protección medioambiental o la lucha contra el terrorismo, pero sin entrar en detalle. Se despegó de la actualidad y habló como si leyese un ensayo sentimental. Describió su gobierno como una muesca más de un proceso que empezó con los Padres Fundadores y que siempre estará, según sus palabras, “inacabado”; llamó a defender la razón y la ciencia frente al tribalismo e incluso citó a la encarnación americana de la decencia, el abogado Atticus Finch de ‘Matar a un ruiseñor’: “Nunca entiendes realmente a una persona hasta que consideras las cosas desde su punto de vista”.

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El discurso acabó con diez minutos de agradecimientos puntuados por lágrimas, contenidas en una cara más rocosa y señorial, a su esposa, sus hijas y su vicepresidente y amigo, “el chaval de Delaware”, Joe Biden.

El presidente llevaba semanas dictando el discurso a su escritor jefe, Cody Keenan, y repasándolo una y otra vez con anotaciones en los márgenes. Ha habido cuatro borradores, revisados por otras figuras de confianza. Las entradas para verle en el centro de convenciones McCormick Place, uno de los más grandes del país, eran gratis, pero se revendían estos días por 5.000 dólares en internet. Asistieron en torno a 20.000 personas.

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Obama culmina así varias semanas de entrevistas en televisión y prensa centradas en promocionar su legado con todo tipo de datos y tratando de no cruzar las espadas con Donald Trump, cuya transición está cada vez más empañada por la influencia rusa en las elecciones que denuncian los servicios de inteligencia.

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El comandante en jefe dijo que siempre luchará políticamente, ahora como ciudadano, y confesó recientemente que dedicará unos meses a recuperar horas de sueño. Ya desde que ocupó su puesto en 2009 siempre tuvo fantasías de montar un puestecito de camisas en Hawaii. Todas blancas, todas de la misma talla, para no tener que tomar decisiones. Lo opuesto al despacho oval.

Según el Tampa Bay de Florida, que lleva desde 2008 un examen riguroso de su administración, el presidente saliente ha cumplido el 48% de sus 533 promesas de campaña, ha incumplido el 24% y el resto, el 28%, han quedado a medias. Obama se despide con un sano índice de popularidad: el 57% de sus conciudadanos lo ven favorablemente, una marca de fin de mandato sólo comparable a la de Bill Clinton.

Popular, pero políticamente afeado. El “regalo de despedida” que pidió a sus votantes el pasado otoño, la causa de Hillary que le hizo ser el presidente que más mítines ha dado en una campaña ajena, no llegó. Y Obama se hará a un lado, en nueve días, para dar paso a una nueva época.

El cuadragésimo cuarto presidente saliente de Estados Unidos, Barack Obama, no pudo evitar ceder a la tentación del cierre circular y terminó su relato donde lo había empezado, en Chicago: la ciudad que le vio patrullar las calles como trabajador social en los años ochenta, donde conoció a su esposa Michelle, donde despegó su carrera política y se formó como líder.

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