El ataque de Berlín pone de relieve los agujeros de la lucha antiyihadista en Europa
Una serie de fallos a nivel europeo permitieron que el tunecino Anis Amri cometiese el pasado lunes el primer gran atentado yihadista en suelo alemán
El atentado de Berlín ha dejado en evidencia la cadena de fallos de coordinación, problemas burocráticos y falta de estrategia antiterrorista en la UE que permitieron que el tunecino Anis Amri, de 25 años, llegase a irrumpir este lunes con un camión en el concurrido mercadillo navideño de la Breitscheidplatz de Berlín, matando a 12 personas e hiriendo a medio centenar. Porque la persona que ahora se considera que con "alta probabilidad" perpetró el atentado es de todo menos desconocida para las fuerzas de seguridad de Alemania y de algunos de sus aliados más estrechos. Había sido seguido durante meses por el espionaje alemán. Tenía prohibido viajar a Estados Unidos. Había sido juzgado y condenado en rebeldía en Túnez. Había pasado por la cárcel en Italia. Y, a pesar de todas estas señales de alarma, Anis Amri pudo llevar a cabo, sin ayuda externa que se conozca, el primer gran atentado yihadista en suelo alemán.
Amri abandonó su país en una patera en febrero de 2011 rumbo a la isla italiana de Lampedusa. Allí, el presunto islamista mintió sobre su edad y consiguió que le alojasen en un centro de menores y que le inscribiesen en un colegio. Pero el engaño duró poco. Entonces fue trasladado a un centro de acogida al que, cinco meses después, prendió fuego. Por ese delito y por otros de robo, amenazas y agresión, el joven fue condenado a cuatro años de cárcel cerca de Palermo. Según la agencia de noticias italiana Ansa, allí fue donde por primera vez entró en contacto con grupos islamistas. Este fue el primer fallo del sistema.
Al término de su condena, en mayo de 2015, Italia —que había rechazado su petición de asilo— inició el proceso para expulsar a Amri del país. De hecho, lo traslado a un penal especial para personas que van a ser deportadas, una prisión en Caltanissetta. Pero la expulsión nunca se llegó a realizar, debido al que sería el segundo fallo de este caso: Túnez no reconocía a Amri como ciudadano. Y eso a pesar de haber nacido allí, en la ciudad de Kairuán, donde viven sus padres y sus ocho hermanos. Además, la justicia tunecina tenía al menos una cuenta pendiente con el joven. La radio local Mosaique asegura que el presunto islamista fue condenado en 2010 en rebeldía a cinco años de cárcel por un robo.
La falta de cooperación de Túnez
Las autoridades italianas fueron las protagonistas del tercer fallo porque, pese a estar tramitándose su expulsión, decidieron dejarlo libre en julio de 2015. Amri no lo dudó. Huyó rumbo al norte. Apenas unos días más tarde, aparecía en la frontera alemana, en la localidad de Friburgo, para solicitar asilo, tratando de convertirse en un rostro anónimo más dentro de la creciente marea de demandantes que llegaban entonces al país. Aquí el cuarto fallo, pues Europa cuenta con una base de datos conjunta de refugiados. O Alemania no cotejó sus huellas dactilares en el sistema o Italia no le registró convenientemente. Lo que es claro es que si un país europeo rechaza a un solicitante, este no tiene opciones en ningún otro del bloque.
Las autoridades alemanas le asignaron entonces al estado de Renania del Norte-Westfalia, donde pasó unos meses hasta que se trasladó a Berlín. Según la orden de detención europea, el joven se registró en distintos organismos alemanes con seis identidades distintas. Usó tres nombres de pila diferentes, hasta cinco apellidos y cinco fechas de nacimiento. Dependiendo del documento, era tunecino, egipcio o libanés. Las fuerzas de seguridad eran conscientes de esto y empezaron a seguirle. Aunque aún no se ha aclarado si las distintas instituciones eran conscientes de todas las diferentes identidades del sospechoso, para facilitar su seguimiento. Los problemas de coordinación entre las fuerzas de seguridad en Alemania, sobre todo las comunicaciones entre estados federados y de estos con la administración central, son el quinto hito de esta cadena de despropósitos.
Poco después se le empezó a ver frecuentar círculos salafistas y a realizar contactos con miembros conocidos del Estado Islámico en Alemania, radicales que han sido detenidos recientemente. Pronto sería calificado como "peligroso" por los servicios secretos, un estatus que tienen en la actualidad tan solo 549 personas. En febrero de este año se trasladó a Berlín y la inteligencia de la ciudad-estado comenzó a espiarle. Habían recibido una información de una agencia de seguridad nacional que advertía de que Amri estaba tratando de comprar armas para cometer un atentado. Pero en septiembre, tras siete meses de seguimiento, se clausuró el operativo. Ese fue el sexto error del sistema.
En una lista negra de Estados Unidos
En julio, Alemania rechazó la petición de asilo de Amri y, como Italia anteriormente, inició los trámites para expulsarlo de vuelta a Túnez. Y de nuevo, problemas con las autoridades de su país de origen. El presunto islamista no tenía documento de identidad y desde Túnez no le reconocían como nacional. Séptimo problema. De hecho, Túnez es uno de los mayores quebraderos de cabeza de Berlín en este asunto, pues apenas acepta ninguna deportación. Los documentos necesarios de Túnez llegaron el miércoles, dos días después del atentado.
El 'The New York Times' detalla que Amri estaba incluido en una lista negra de personas que tenían prohibido volar a EEUU. Además, la inteligencia estadounidense tenía constancia de que el tunecino había buscado en internet cómo fabricar bombas y que se había comunicado con el Estado Islámico (EI) al menos en una ocasión a través de la aplicación Telegram. Pero ninguna de estas informaciones llegaron a los servicios secretos de Alemania. Otro fallo de cooperación entre países presuntamente aliados. El octavo de esta retahíla.
La difusión de estos fallos está suscitando un creciente debate en Alemania. La ultraderecha ha cargado contra el Gobierno, y especialmente contra Angela Merkel, por su política de puertas abiertas en la crisis de los refugiados. El eurodiputado de Alternativa para Alemania (AfD) Marcus Pretzell llegó a hablar de "los muertos de Merkel". La líder de esta formación euroescéptica y xenófoba, Frauke Petry, acusó a la canciller de irresponsable, imprudente y culpable política última del atentado. El problema, agregó, "fue importado de forma imprudente y sistemática en el último año y medio".
Pero las críticas también llegan desde dentro. El vicepresidente de la Unión Socialcristiana (CSU), Armin Laschet, cargó contra las fuerzas de seguridad. "Las informaciones que nos llegan desde el miércoles sobre cómo han trabajado aquí las autoridades solo pueden asustarnos", aseguró. En un reconocimiento tácito de estos fallos de coordinación y problemas burocráticos, los ministros de Interior y Justicia, Thomas de Maizière y Heiko Maas, pidieron dejar la extracción de consecuencias políticas para después.
El atentado de Berlín ha dejado en evidencia la cadena de fallos de coordinación, problemas burocráticos y falta de estrategia antiterrorista en la UE que permitieron que el tunecino Anis Amri, de 25 años, llegase a irrumpir este lunes con un camión en el concurrido mercadillo navideño de la Breitscheidplatz de Berlín, matando a 12 personas e hiriendo a medio centenar. Porque la persona que ahora se considera que con "alta probabilidad" perpetró el atentado es de todo menos desconocida para las fuerzas de seguridad de Alemania y de algunos de sus aliados más estrechos. Había sido seguido durante meses por el espionaje alemán. Tenía prohibido viajar a Estados Unidos. Había sido juzgado y condenado en rebeldía en Túnez. Había pasado por la cárcel en Italia. Y, a pesar de todas estas señales de alarma, Anis Amri pudo llevar a cabo, sin ayuda externa que se conozca, el primer gran atentado yihadista en suelo alemán.