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Presidente Trump: la victoria del descontento
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un nítido rechazo al sistema

Presidente Trump: la victoria del descontento

Contra todo pronóstico, Trump ha ganado. Una buena porción del país se ha rebelado contra el estancamiento general y contra unas élites que, considera, ya no sirven al pueblo

Foto: El presidente electo Donald Trump durante su discurso de la victoria en Manhattan, Nueva York (Reuters).
El presidente electo Donald Trump durante su discurso de la victoria en Manhattan, Nueva York (Reuters).

Donald Trump ha ganado la presidencia de EEUU contra pronóstico, a lomos de una noche infinita. Su victoria ha pulverizado las encuestas y es un nítido rechazo al sistema. Aunque la economía lleve siete años creciendo (lentamente) y creando empleo (de peor calidad), no es suficiente. Una buena porción del país se ha rebelado contra el estancamiento general y contra unas élites que, consideran, ya no sirven al pueblo.

La lucha fue agónica, los márgenes justos, pero los estados fueron cayendo en manos de Trump como fichas de dominó. El magnate se hizo con Ohio, Pensilvania, Carolina del Norte y Florida, con los clásicos republicanos y con dos demócratas de propina: Michigan y Wisconsin. A medida que avanzaba la noche, el mapa se teñía de rojo y Trump pulverizaba los números de Mitt Romney en 2012.

Trump gana las elecciones

Es el hombre más viejo en ser elegido presidente (70 años) y el único sin experiencia pública ni militar; su campaña ha sido tachada de populista, racista, misógina, divisiva. Todos sus trapos sucios han sido aireados y sus respuestas siempre han ido en contra del manual. No importa; ha ganado la insurgencia, para júbilo y horror de un país dividido.

“Ahora es el momento de que América cierre las heridas de la división”, declaró en el hotel Hilton Midtown de Manhattan, cercano a su torre de la Quinta Avenida. “A todos los republicanos y demócratas e independientes de toda la nación, digo que es el momento de acercarnos como un pueblo unido”. Trump dijo que había recibido la felicitación de su rival, Hillary Clinton, a la que agradeció “su servicio a este país”.

Fue la cara ganadora. La otra cara, en el Javits Center de Nueva York, no pudo con la tensión y sobre las dos de la mañana el equipo de Hillary Clinton anunció que la candidata no daría discurso. “Que todo el mundo se vaya a casa, deberíais de dormir, mañana tendremos algo que decir”, declaró escuetamente su jefe de campaña, John Podesta.

Se esperaba que uno de los dos candidatos no diera el discurso de concesión: una figura de elegancia democrática destinada a honrar la unidad del país después de una campaña. Lo que no se esperaba es que fuese Clinton.

Así quedaba la “gran coalición” demócrata, desmadejada por los alrededores del centro de convenciones. Sentada por el suelo o con la cara larga y triste como una pared desconchada. Por el escenario habían desfilado las madres de jóvenes negros víctimas de la brutalidad policial, políticos y estrellas del pop. Vídeos con señoras mayores, niñas enfermas leyendo cartas a mano de Hillary, pieles brillando al sol. Un mensaje tan inclusivo que se ha deshecho frente a la navaja afilada del 'trumpismo'.

Los trabajadores blancos votaron como una minoría: cohesionados. Los ha galvanizado Trump y también el rechazo a Clinton, vivo retrato del sistema que, consideran, los ha abandonado. En 2012, Obama perdió el voto del obrero blanco por 25 puntos. Hillary lo perdió ayer por casi 40. A la “gran coalición” demócrata le ha fallado la clase obrera a la que decía representar y que se ha pasado al naciente populismo.

Estos últimos meses hemos sido testigos de dos campañas diferentes: la de Clinton, cerebral, millonaria, corporativa. Una apisonadora de élite, diseñada para absorber a su paso dinero y votos. La candidata ha intentado compensar su escasa cercanía con un firmamento de estrellas del pop, su marido Bill, Michelle Obama y el presidente, que se ha implicado más que ningún otro antecesor en una carrera electoral que no era la suya.

Donald Trump, en cambio, se lo ha cocinado él mismo. En los primeros meses de campaña, el magnate carecía de jefe de comunicación o de jefe estadístico. Se financiaba con dinero propio y vendiendo gorras, y usaba titulares bomba para acaparar más espacio televisivo que todos sus rivales juntos. Su campaña, decían, era como de los años setenta: una cosa analógica gobernada por instinto, no por big data. Pero ha ganado. Ha ganado con un avión, un micrófono y una cuenta de Twitter.

Su campaña, decían, era como de los años setenta: una cosa analógica gobernada por instinto, no por big data. Pero ha ganado. Ha ganado con un avión, un micrófono y una cuenta de Twitter

Esa ha sido su arma secreta: el instinto. Algo inasible a los bancos de datos o informes de think tanks, pero que desde ahora va a ser explicado, como siempre, a toro pasado. Más toneladas de papel y tertulias televisivas sobre los sentimientos que han catapultado a Trump. Los principales intelectuales del país, como el Nobel Paul Krugman, se han manifestado: “Estoy furioso con mucha gente ahora mismo”, tuiteó, y su columna se llama “nuestro país desconocido”. Desconocido para las élites costeras.

De puertas adentro, un país dividido y en estado de shock. Incapaz de predecir lo que ha resultado ser una manifestación masiva que ya latía en la piel de América: la venganza del hombre blanco que cada vez tiene menos peso demográfico, es más viejo, está menos educado, se droga más, mata más y se muere antes. El coletazo frente al mestizaje, representado por un presidente afroamericano. La venganza por haber sido abandonados por la globalización y las mieles de la revolución tecnológica.

Foto: Donald Trump en su primera comparecencia. REUTERS

De puertas afuera, la incertidumbre. Donald Trump promete, en sus primeros 100 días como presidente, cancelar el tratado de libre comercio con el Pacífico, renegociar el NAFTA, dar un recorte severo de impuestos, derogar la reforma sanitaria de Obama y levantar el muro con México por el que México, en teoría, pagará. Una invitación abierta a las reuniones de urgencia en las capitales y al baile demente de los mercados.

El 45° presidente de EEUU, además, gozará del control de las dos cámaras, la de Representantes y la del Senado, que seguirán en manos republicanas. Jurará su cargo el 20 de enero del año que viene y dará carta de ley a un nuevo cambio de paradigma. Estamos a principios de siglo; un modelo se muere y otro nace. Sus brotes llevan años germinando por Europa y esta noche han crecido en pleno corazón de EEUU.

Nueva York se escondía de sí misma esta madrugada. Los jóvenes con máster que llevan semanas o meses repartiendo chapas de Hillary fumaban cabizbajos en las esquinas y no querían hablar con la prensa. Por primera vez, no tenían nada que decir.

Donald Trump ha ganado la presidencia de EEUU contra pronóstico, a lomos de una noche infinita. Su victoria ha pulverizado las encuestas y es un nítido rechazo al sistema. Aunque la economía lleve siete años creciendo (lentamente) y creando empleo (de peor calidad), no es suficiente. Una buena porción del país se ha rebelado contra el estancamiento general y contra unas élites que, consideran, ya no sirven al pueblo.

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