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¿Ganará en Islandia el Partido Pirata? Romper con éxito las 'lecciones' de la crisis
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TRAS LOS PAPELES DE PANAMÁ

¿Ganará en Islandia el Partido Pirata? Romper con éxito las 'lecciones' de la crisis

Islandia, que celebra hoy elecciones, ha demostrado cómo se pueden romper (con éxito) algunas de las reglas que creíamos haber aprendido sobre las consecuencias de las crisis financieras

Foto: Un manifestante durante una protesta contra el Gobierno islandés, en Reykjavik, en marzo de 2016 (Reuters).
Un manifestante durante una protesta contra el Gobierno islandés, en Reykjavik, en marzo de 2016 (Reuters).

Islandia, que celebra este sábado sus elecciones con la probable victoria del Partido Pirata, ha demostrado cómo se pueden romper (con éxito) algunas de las reglas que creíamos haber aprendido en los últimos años sobre las consecuencias de las crisis financieras y la globalización.

La primera regla que van a romper, según todos los sondeos, es que, justo cuando han recuperado la estabilidad, crecen con fuerza y han superado una terrible crisis bancaria, se van a convertir en el primer país gobernado por un Partido Pirata, que defiende la democracia directa, la no alianza con los partidos mayoritarios, la lucha drástica contra la corrupción, la transparencia y la ética 'hacker'.

Esto se debe, en gran medida, a la necesidad de la población de recurrir a opciones más reformistas que las de los partidos tradicionales y al escándalo de los Papeles de Panamá, que supuso la dimisión del primer ministro islandés, Sigmundur Davið Gunnlaugsson, cuando se descubrió que tenía una cuenta familiar 'offshore' con millones de euros que había utilizado para comprar bonos de bancos islandeses fallidos. El Confidencial formó parte del consorcio internacional de periodistas y grandes medios que reveló el escándalo.

La segunda regla tiene que ver con que todos habíamos asumido que pertenecer a un gran bloque comercial y político, por imperfecto que sea, resultaba esencial para que un país, especialmente si es pequeño, pueda defender sus intereses en los mercados internacionales. De hecho, últimamente y con las negociaciones del TTIP entre Estados Unidos y la Unión Europea, los defensores del acuerdo han asegurado que ya ni siquiera bastaba con ser un mercado único como la UE para influir en el mundo. Afirmaban que, si no se firmaba el tratado, ni siquiera el Viejo Continente, con más de 500 millones de habitantes, podría evitar caer en la irrelevancia frente a China o la alianza comercial transpacífica de la primera potencia mundial.

Es más, los países pequeños, según la regla, no solo no podrían defender sus intereses ante los mercados internacionales, sino que lo tendrían aún más difícil si los azotaba una crisis brutal y les tocaba negociar un rescate soberano con los economistas del Fondo Monetario Internacional.

De la teoría a la práctica

Esa era la teoría, pero el hecho es que Islandia ha demostrado que, no formando parte de la Unión Europea y con una población de 330.000 habitantes, ha sido capaz de negarse, durante los últimos ocho años, a que el Estado asuma la inmensa mayoría de las deudas que contrajeron sus bancos con los fondos de inversión. A pesar de eso, sí han indemnizado a Holanda y Reino Unido, dos estados que tuvieron que cubrir las pérdidas de sus ahorradores cuando las autoridades islandesas se negaron a devolverles el dinero de las entidades fallidas.

Es probable que, finalmente, el Estado termine compensando de alguna forma a los fondos con algo más que los activos de los bancos hundidos, porque desean levantar el control de capitales para financiarse de nuevo con normalidad y que nadie los compare con Argentina. Sin embargo, nadie espera que los fondos acreedores vayan a recuperar todo lo que perdieron y, además, con intereses. La última oferta de Reikiavik, la de junio, fue garantizarles un tipo de cambio por debajo del nivel del mercado (es decir, subsidiado por el erario público) para que puedan convertir sus bonos en moneda extranjera.

“Todo esto ha ocurrido porque, a diferencia de Grecia, los acreedores saben que tienen las de perder. ¿Por qué? Porque Islandia es independiente [no pertenece a la Unión Europea], porque en 2008 su déficit no era tan elevado ni estaba tan extendido por todos los sectores –se concentraba en los bancos–, porque entre sus acreedores había sobre todo entidades privadas y porque sus acreedores privados no son grandes bancos [en términos de riesgo sistémico y conexiones políticas] de países importantes como el Deutsche Bank, sino fondos de inversión”, advierte Jesús Palau, profesor de Finanzas de ESADE.

Foto: Protesta de ciudadanos islandeses contras su Gobierno en la capital del país (Reuters).

Si compensa finalmente a los fondos, el Estado islandés lo hará casi una década después de que estallase la crisis, cuando las cuentas públicas están más saneadas, cuando ya han devuelto el préstamo que les concedió el Fondo Monetario Internacional y cuando la sociedad está preparada gracias a la recuperación de la economía.

Como recuerda Alfredo Arahuetes, profesor de Economía Internacional y decano de ICADE, “su posición exterior y su competitividad, entre otros indicadores, han dado un salto inmenso desde 2008 hasta ahora”. El cambio se puede observar de un vistazo en los gráficos de las páginas 19-24 de este informe.

En definitiva, el país, sin estar en un bloque comercial y político como la Unión Europea y con una población de menos de medio millón de personas, ha conseguido un acuerdo mejor que países comunitarios y mucho más grandes como Grecia o Portugal. Jesús Palau matiza: “Eso es, en parte, porque la unión monetaria europea, sin transferencias fiscales o medidas de compensación con los países del sur por parte de Alemania y sus aliados, no funciona bien”.

No negocies a solas con el FMI

La tercera regla que ha roto Islandia con éxito es que demostró que un país pequeño y con poca capacidad de negociación no tiene por qué pedir los créditos de rescate únicamente a las instituciones internacionales, que son conocidas por defender antes los intereses de los acreedores que los de los deudores y por preocuparse poco de la deslegitimación de las instituciones locales de los deudores ante su población. Irónicamente, el FMI, como acreedor, ayuda a veces a erosionar a los gobiernos más dispuestos a pagar y fortalece a las mismas organizaciones políticas y sociales que no quieren hacerlo.

Islandia pidió mucho dinero en créditos para salir de la crisis soberana en la que se encontraba en 2008. Evitó que sus ciudadanos perdieran todos sus ahorros en los bancos fallidos y permitió que se beneficiaran de fuertes subsidios sobre sus hipotecas si estas superaban el 110% del precio del inmueble o ellos se encontraban en graves circunstancias económicas.

"La austeridad fiscal fue salvaje, la devaluación de la moneda fue fortísima, la subida de los tipos los situó en octubre de 2008 en un 18%, la inflación trepó hasta alrededor de un 12% y han impuesto hasta hoy un control de capitales que no les permite financiarse en el exterior y que dificulta mucho que la gente se lleve su dinero fuera"

Para eso y para relanzar su economía, pidió, concretamente, un préstamo de 2.100 millones de dólares al FMI y otro de 2.500 millones a viejos aliados como algunos países nórdicos, Polonia y las Islas Feroe. Esa amistad, por supuesto, no impidió que el Gobierno tuviera que tomar unas decisiones drásticas, aunque quizás no tan duras como las que podría haberles impuesto el FMI de haber sido el único acreedor.

Alfredo Arahuetes resume así aquellas medidas: “La austeridad fiscal fue salvaje, la devaluación de la moneda fue fortísima, la subida de los tipos los situó en octubre de 2008 en un 18%, la inflación trepó hasta alrededor de un 12% y han impuesto hasta hoy un control de capitales que no les permite financiarse en el exterior y que dificulta mucho que la gente se lleve su dinero fuera”.

La cuarta regla que rompió Islandia, si la comparamos con otros países azotados por graves crisis financieras, es que el Gobierno cayó en el año siguiente al estallido de la crisis, y que fue una coalición progresista (compuesta por socialistas, verdes e independientes) la que implementó la mayoría de las medidas del FMI –entre 2009 y 2013– sin incendiar la movilización de la población contra los ‘hombres de negro’. Lo que hicieron fue, más bien, canalizar la indignación hacia los que ellos consideraban responsables de la crisis y que eran, no por casualidad, un objetivo mucho más fácil: los máximos directivos de las entidades quebradas que habían inflado sus balances con niveles insoportables de deuda y, de un modo más indirecto, los acreedores privados –los fondos de inversión y los ahorradores británicos y holandeses– que los habían animado en su burbuja de euforia.

Hasta ahora, veintiséis de los principales ejecutivos de los bancos islandeses fallidos han sido procesados y sentenciados o bien a pagar una multa o a años de cárcel o a las dos cosas. Los fondos acreedores saben que nunca recuperarán más que una fracción de todo el dinero que perdieron con su caída. Holanda y Reino Unido, que cubrieron las pérdidas de los ahorradores británicos y holandeses, no han terminado de cobrar hasta este año.

Progresistas y cumplidores

Al mismo tiempo, advierte Miguel Otero, investigador principal del Real Instituto Elcano y experto en economía política internacional, Islandia esgrimió “su credibilidad como deudor” ante el FMI y los gobiernos de los estados vecinos que se lo habían prestado en vez de crear incertidumbres y heridas, que es, por ejemplo, lo que hizo Grecia cuando convocó por sorpresa el referéndum en 2015 o cuando su ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, comparó a los acreedores con terroristas.

Albert Recio, profesor del departamento de Economía Aplicada de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del 'think tank' FUHEM, cree que “Grecia tuvo una mezcla explosiva entre orgullo, ingenuidad, torpeza a la hora de lanzar un envite que no querían o no podían llevar hasta las últimas consecuencias y, en el caso de Varoufakis, la convicción de que los líderes europeos reconocerían sinceramente lo que sabemos todos los economistas, es decir, que la unión monetaria era defectuosa, que el modelo había que cambiarlo y que los griegos no eran los únicos responsables de esto”.

Lo cierto es que, a diferencia de Grecia, Islandia, en cuanto tuvo los primeros signos de recuperación, empezó a adelantar los plazos de los pagos. En 2015 había devuelto todos los créditos a los países vecinos y a mediados de 2016 ya no le debía nada al Fondo Monetario Internacional. Ha pagado con intereses el equivalente al 25% de su PIB: alrededor de 5.000 millones de dólares sobre un PIB que ronda los 20.000 millones.

Los islandeses, tanto la población como los políticos, han demostrado, desde el inicio de su crisis en 2008, un pragmatismo que ha desconcertado a los economistas, activistas y expertos –da igual que fuesen liberales o progresistas– que esperaban una respuesta que siguiera una ideología o, al menos, el manual de lo que creíamos haber aprendido en las últimas décadas. Todo parece indicar que este fin de semana, seguramente, los 330.000 estoicos habitantes de esta isla volcánica perdida en el Atlántico Norte volverán a sorprendernos. Quizás también nos den otra lección.

Islandia, que celebra este sábado sus elecciones con la probable victoria del Partido Pirata, ha demostrado cómo se pueden romper (con éxito) algunas de las reglas que creíamos haber aprendido en los últimos años sobre las consecuencias de las crisis financieras y la globalización.

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