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Los puestos callejeros desaparecen de Bangkok: la Junta limpia la capital
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UN PILAR BÁSICO DE LA CULTURA DEL PAÍS

Los puestos callejeros desaparecen de Bangkok: la Junta limpia la capital

La crisis de 1997, que impactó con especial fuerza en Tailandia, cambió el escenario urbano. Empresarios arruinados y oficinistas de cuello blanco se lanzaron a las calles a emprender

Foto: A street vendor pulls his cart by a sleeping man as cars pass by in Bangkok's Chinatown
A street vendor pulls his cart by a sleeping man as cars pass by in Bangkok's Chinatown

El pasado 14 de agosto, Noi montó por última vez las barras metálicas de su precario puesto de ropa en la zona de Siam, una de las principales áreas comerciales de Bangkok, tras cuatro años vendiendo camisetas y pantalones a los viandantes en ese mismo lugar. Al día siguiente, entró en vigor una nueva prohibición del Ayuntamiento de la capital tailandesa para vender en calles específicas de la ciudad y Noi tuvo que empaquetar sus cosas y buscar otro lugar para ganarse el arroz diario.

El ayuntamiento de Bangkok, ahora bajo la égida de los militares desde que el alcalde fuera suspendido por irregularidades en agosto y finalmente depuesto ayer, ha sido el encargado de conceder los permisos de venta en vías públicas desde la aprobación del Acta de Salud Pública de 1992, y ya había prohibido con anterioridad los puestos callejeros en ciertas zonas concurridas de la ciudad. Sin embargo, la campaña de reorganización urbana se ha intensificado desde que los militares tomaron el poder en mayo de 2014 en un golpe de Estado. “Debemos devolver las aceras a la gente”, aseguró a la agencia AFP el general Vichai Sangpapai en marzo del año pasado.

Primero fue la céntrica zona del Monumento de la Victoria, desde donde salen las populares furgonetas de nueve plazas que se han convertido en uno de los principales medios de transporte interurbanos para los tailandeses. Hasta 2014, los blancos vehículos circundaban la rotonda en espera de viajeros con destino a buena parte de la geografía del país. En la congestionada Bangkok, los militares quisieron desplazar las furgonetas varios kilómetros lejos del centro de la ciudad, pero ante las protestas ciudadanas, permitieron que continuaran su actividad en la zona siempre y cuando los vehículos no estacionaran en las vías principales.

Después llegaron otros ejemplos como la zona de Silom, donde se mezclan oficinas y bares de alterne a partes iguales y donde los puestos callejeros han sido prohibidos durante el día; el conocido Mercado de las Flores, que cerró sus puertas tras el último San Valentín; el turístico Mercado de los Amuletos, que solía encontrarse cerca del Palacio Real; o la zona de Pratunam, también con una alta concentración de centros comerciales, donde los comerciantes respondieron ocupando parte de la calzada para no violar la ordenación municipal pero poder seguir operando. Ante la resistencia de algunos, a principios de octubre, la policía lanzó una nueva campaña para echar definitivamente a los vendedores rebeldes de las zonas de Siam, Silom y Nana.

La crisis asiática de 1997, que impactó con especial fuerza en Tailandia, cambió el escenario urbano de la capital y empresarios arruinados y oficinistas de cuello blanco se lanzaron a las calles a emprender sus negocios

También los vendedores del popular 'Soi 38' (calle 38) han sido desalojados, en este caso por la vorágine urbanística, y una nueva torre de apartamentos sustituirá los puestos callejeros, algunos de ellos aún guarecidos bajo uno de los edificios de la calle. "El consistorio asegura que lo hacen para mejorar el orden y la limpieza de la ciudad", asegura Narumol Nirathron, académica del departamento de Administración Social de la Universidad de Thammasat que ha investigado la sociología de los puestos callejeros.

La venta callejera, explica la investigadora, ha sido un pilar básico de la cultura tailandesa desde la llegada de inmigrantes chinos, especialmente durante el siglo XIX, en una época en la que el país comenzaba a urbanizarse. Desde los populares canales de Bangkok, antes omnipresentes en la entonces conocida como la Venecia del Este, pero aún presentes en ciertas zonas de la ciudad, a templos, pequeñas calles o descampados, los vendedores tailandeses se adaptaron a cualquier rincón para desplegar sus mercancías y ofrecerlas al público.

Hoy en día, es poco frecuente encontrar calles sin puestos callejeros o que no reciban la visita de alguno de los carritos ambulantes cuya especialidad suele ser la comida. Así, en 2010, el Ayuntamiento de Bangkok tenía registrados unos 20.000 vendedores callejeros y calculaba que un número similar de comerciantes operaban sin estar registrados. En 2003, la Oficina Nacional de Estadística estimó que el número de vendedores en la capital rondaba los 380.000, una cifra que incluía también puestos más permanentes, como los que se encuentran en los mercados cubiertos.

Los puestos callejeros no son, sin embargo, del gusto de todos. En las zonas donde hay una alta concentración de estos vendedores, los tenderetes dejan estrechos pasillos por donde pasear es casi imposible y atravesar una calle puede llevar más del doble del tiempo. Muchos han vertido sus protestas en Facebook y en 2013 se creó el grupo “No a los puestos callejeros” que tiene hoy 16.000 seguidores.

Necesidad para los pobres, moda para los ricos

Noi migró hace casi una década a la capital tailandesa desde la pobre región de Isaan, en el noreste del país, en busca de algo de fortuna. Intentó primero alquilar un pequeño local en un área comercial del centro de la capital. Agobiada por las pocas ventas y las altas facturas, de alquiler, Noi encontró en la venta callejera el medio más rentable para hacer prosperar su negocio. “Alquilar un local es el doble de caro [que la tasa que hay que pagar al ayuntamiento] y por allí pasaba menos gente por lo que se factura menos dinero”, cuenta Noi.

Los puestos callejeros han sido tradicionalmente un negocio centrado en las clases bajas o medias-bajas que conformaban el grueso tanto de vendedores como de compradores. Un plato de comida comprado en uno de estos etéreos establecimientos de mesas plegables y pequeños taburetes de plástico cuesta entre 1 y 2 euros. Una camiseta o unos pantalones rara vez sobrepasan los 8 euros, y unos zapatos rondan los 10. En los puestos pueden encontrarse desde gafas de sol, a perfumes o plantas para decorar la entrada de las casas.

La crisis asiática de 1997, que impactó con especial fuerza en Tailandia, cambió el escenario urbano de la capital y empresarios arruinados y oficinistas de cuello blanco se lanzaron a las calles a emprender sus negocios, explica la investigadora Narumol Nirathron. Los trabajadores de clases medias también se convirtieron en clientes fijos y Bangkok vivió un boom. Durante los últimos años, muchos de los puestos callejeros se han sofisticado y ofrecen ahora, al estilo de la moda 'hipster', comida orgánica, hamburguesas de diseño o incluso ostras.

Los puestos callejeros siguen siendo, sin embargo, un pilar de las clases bajas en uno de los países de Asia con mayor disparidad entre ricos y pobres y su desaparición es para muchos la pérdida de una esencia de la ciudad. “Quizá los tailandeses se acostumbren a que no haya puestos en las calles. Siempre se han adaptado bien a los cambios”, asegura Narumol Nirathron. Mientras tanto, Noi se ha mudado al mercado de Ratchada, un espacio dispuesto por el ayuntamiento a las afueras de Bangkok para los vendedores desplazados. "Habrá que ver cómo me va allí, pero no creo que consiga tanto dinero como antes", dice Noi. "Quizá me vuelva a Isaan".

*El nombre de Noi ha sido modificado para preservar su identidad

El pasado 14 de agosto, Noi montó por última vez las barras metálicas de su precario puesto de ropa en la zona de Siam, una de las principales áreas comerciales de Bangkok, tras cuatro años vendiendo camisetas y pantalones a los viandantes en ese mismo lugar. Al día siguiente, entró en vigor una nueva prohibición del Ayuntamiento de la capital tailandesa para vender en calles específicas de la ciudad y Noi tuvo que empaquetar sus cosas y buscar otro lugar para ganarse el arroz diario.

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