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De safari por la ciudad más fea del mundo
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LA MODA DE LOS TOURS POR MOLENBEEK Y CHARLEROI

De safari por la ciudad más fea del mundo

En la calle más deprimente del mundo está una de las casas de los Abdeslam, autores de los atentados de París y Bruselas. Es parte de un tour de lo antiestético. Una tendencia al alza

Foto: El grupo de turistas durante el safari por la zona más industrial de Charleroi, Bélgica (Foto: Ezequiel Mendoza).
El grupo de turistas durante el safari por la zona más industrial de Charleroi, Bélgica (Foto: Ezequiel Mendoza).

Son las diez y media de la mañana del sábado y el cielo de Charleroi es tan gris como la propia ciudad. Allá por 2009, este municipio belga fue nombrado como el más feo y deprimente del mundo y justo en ese mismo año, aprovechando la mala prensa, Nicolás Buissart decidió crear un tour-safari para enseñar a los turistas la ciudad y, quizás, para demostrar que aquel reconocimiento no fallaba a la verdad. “Hasta entonces no había nadie que dijera: eh, venid a Charleroi, hay muchas cosas que ver. Así que decidí tomar la iniciativa”, cuenta Nicolás. El 'safari' tiene una duración de unas seis horas –dependiendo de la flexibilidad de los clientes– y sale a 20 euros por persona. Incluye, eso sí, el almuerzo: un bocadillo en una casa en ruinas que se ha comprado Nicolás cerca del centro.

Lleva siete años con este negocio y presume de tener una agenda muy ocupada. “He llegado a tener peticiones de matrimonios con hijos, de personas mayores…”, cuenta a El Confidencial. “También he tenido catalanes, no los soporto. Hablan como si fueran diferentes a los demás, superiores, como también hablan aquí los flamencos, eh”, sentencia con ese tono con el que lo mismo te explica algún punto del tour, como te suelta una broma sobre los socialistas, un partido asolado por la corrupción y que ha vivido incluso la encarcelación del que entonces era su alcalde, Jacques Van Gompel. En esta jornada no hay catalanes, pero sí nos acompañan una veintena de universitarias que vienen desde Lovaina. Se hacen llamar las Mamy’s Tromblons y justo ahora cumplen diez años como hermandad, motivo por el que han decidido contratar este safari. Piensan que puede ser divertido y es por ello que durante todo el trayecto será difícil verlas sin una lata de cerveza en la mano.

'Oh, mirad, Charleroi nos da la bienvenida', dice Nicolás señalando unas manchas de sangre en el suelo, a poco de empezar el recorrido

Oh, mirad, Charleroi nos da la bienvenida”, dice Nicolás señalando unas manchas de sangre en el suelo, a poco de empezar el recorrido. Durante todo el trayecto, nuestro guía no parará de gesticular hasta la exageración, de hablar con la gente por la calle y de hacer chistes sobre los transeúntes. Por momentos uno llega incluso a olvidar su condición de guía. A veces empieza una historia en algún punto de la ciudad, pero termina por olvidar lo que estaba diciendo. Cuando se le pregunta a qué se dedica, Nicolás tiene que pensarlo durante un par de minutos antes de responder: artista.

Una vez comenzado el tour nos encaminamos hacia la antigua 'bourse' de la ciudad, unas galerías que actualmente se encuentran en obras por la construcción de un macro centro comercial, aunque hace años que están en desuso. Solo una pequeña librería, al final de las galerías, resiste ante la llegada de la nueva construcción. “Yo lo llamo el último mohicano”, dice Nicolás haciendo referencia al librero. En las galerías hay unos mapas pegados sobre las vidrieras, donde antiguamente solía haber lujosos escaparates. En ellos, Nicolás explica un poco más de la historia de Charleroi. “La ciudad fue fundada por los españoles, en concreto por el último de los Habsburgo, el rey Carlos II, que como todos sabréis era un rey muy enfermo y que no estaba muy bien de la cabeza. De ahí que a Charleroi la llamen la ciudad hechizada.”

Antes de salir de las galerías, Nicolás decide improvisar un nuevo recorrido –algo que hace con bastante frecuencia– y nos lleva hacia el corazón de las obras, mirando que no haya ningún operario cerca que nos pueda llamar la atención. Y así, un grupo de universitarias y un artista tientan los pasillos aún en construcción buscando una salida para atravesar las galerías, aunque sin mucho éxito. Al final, decide retomar la ruta tradicional del tour. “Ah, esto es lo que el Ayuntamiento hace con los impuestos de nuestros padres”, exclama haciendo referencia a una escultura horrible y colorida que se encuentra en una de las plazas de Charleroi. Allí, el grupo aprovecha para hacerse algunas fotos entre risas y más cervezas.

Despreocupado y andando con cierta distancia respecto al grupo, Nicolás nos conduce hacia unas pequeñas escaleras que dan a las entrañas de la gran autopista del Ring, una circunvalación que recorre la región de Bruselas uniéndola con los municipios colindantes. Debajo de la carretera, rodeados de basura, hace una parada para reflexionar: “El Ring es como un muro, hace que sientas que no eres nadie sin coche, que sin él no puedes avanzar”. Seguimos la marcha hacia el canal Bruselas-Charleroi, una corriente de agua que separa el norte y el sur de la ciudad. Sin aviso alguno ni advertencia de peligro, nos lleva por un sendero bordeando el canal, en el que solo cabe un pie detrás del otro y no vale errar, pues la caída supone terminar en el fondo del canal.

El tour sigue por la trasera de las metalúrgicas, la zona más industrial de Charleroi y probablemente de toda Bélgica. A mitad de un camino que se antoja bastante largo, Nicolás hace un par de pausas. Una de ellas, para señalar un gran horno gigante. “Querían convertirlo en la Torre Eiffel de Charleroi. Lo digo en serio”, explica señalando una atalaya de chapa oxidada que se ve en la lejanía. La otra pausa la realiza junto a un gran mural de graffitis. Por momentos Charleroi parece el escenario de rodaje de alguna película de acción: Callejones con graffitis, casas abandonadas, muchas alambradas, calles sucias...

A mediodía el sol hace algo de presencia, despejando el grisáceo ambiente que envolvía la ciudad. Una vez que dejamos atrás esa zona, Nicolás apunta al horizonte y dice: “¿Ves como el cielo azul forma contraste con el resto de la vista? Es el claroscuro de Magritte. En arte se le llama surrealismo, aquí simplemente lo llamamos Charleroi.” Y quizás tiene algo de razón, pues la parte más surrealista del tour estaba por llegar: el almuerzo. A eso de la una y media Nicolás nos abre las puertas de su casa en ruinas. “No vivo aquí, quiero dejarlo claro”, afirma. “Trabajar no trabajo, pero poseo esta casa. Charleroi es una ciudad barata en la que se puede vivir bien solo con el desempleo”.

Un coche lleno de polvo y con pintas de no servir ni para chatarra hace acto de presencia en el centro de lo que podríamos considerar como “sala”. Allí, también acude un grupo de técnicos de la televisión local, que han pedido a Nicolás ese espacio para rodar una actuación de un grupo de rock. Todo muy normal. Para algunas de las presentes ésta no es la primera vez que hacen el tour, aunque para la mayoría es una experiencia totalmente nueva. “Es otra forma de ver la ciudad”, afirma Louise. “Tiene muchos comentarios negativos, pero es que esta es una ciudad industrial y no se trata de estar orgullosos de lo malo sino de enseñar otras partes de la misma.”

Tras el almuerzo, el tour prosigue. Cruzamos un puente haciendo caso omiso a los pasos de peatones, una de las marcas de la casa del safari. Durante el tour Nicolás no hará reparos en incluso parar la circulación si es necesario. La siguiente parada es el mercado ecológico “Copeco”. Una antigua fábrica reconvertida en un mercado autónomo. Es decir: los clientes son los trabajadores. Cerveza, alimentos de primera necesidad, manualidades, juegos, talleres… Cada uno trabaja para el resto una serie de horas al mes, pero también compra productos, de manera que el equilibrio se mantiene.

Esta sí es una de las cosas más positivas que posee Charleroi: las antiguas fábricas y los grandes edificios que estaban destinados a ser el futuro de la ciudad, ahora se usan desde colectivos sociales para este tipo de actividades. En su contra, lo que más pesa no es tanto la fealdad como la suciedad de sus calles. “¡Mirad bien aquí, porque será la última vez que veáis una papelera en el tour!”, dice el guía señalando a una esquina. El tour continúa volviendo al canal, atravesando la zona más comercial de la ciudad. Bajo un puente, Nicolás hace una pausa más para introducirnos la calle más deprimente del mundo. Nombre que curiosamente él mismo le dio hace unos años y que ha terminado por echar raíces a base de repetirlo. “Ahora te encuentras con holandeses haciendo 'selfies' en la calle y es porque dije en aquel reportaje que era la calle más deprimente”, afirma. “Antes esto estaba lleno de comercios”, dice François, uno de los clientes que se ha unido más tarde al grupo. “Ahora todo está lleno de estancos y tiendas de alimentación. No sé que ha pasado con todas las grandes marcas”.

A lo largo de la calle más deprimente del mundo tenemos tiempo para parar frente a una de las casas que tenían alquiladas los hermanos Abdeslam, autores de los atentados de París y Bruselas. “Esto es lo que podríamos llamar una cochera terrorista, pero no hay mucho más que decir al respecto”. Así, llegamos a la Forges de la Providenze, una antigua metalurgia que da nombre a la estación de metro más esperpéntica de toda Bélgica. Así, entre fábricas, desechos de metal, edificios en desuso, piscinas abandonadas, un antiguo prostíbulo y estaciones de metro a medio construir, el tour se encamina hacia su ocaso.

'Allí vive la familia Abdeslam', dice señalando un edificio de alquiler social que se encuentra justo enfrente. 'Y en esta Comuna trabaja uno de los hermanos, el que no fue arrestado, por supuesto'

Nos encaminamos en dirección al Terril de Piges, una zona boscosa que divide la zona más humilde del centro de la ciudad. A través de los escuetos senderos, y alguna que otra pendiente, el safari deja a un lado la irónica metáfora y se convierte en realidad. “Voy a hacer un pis, seguid adelante y veréis el final del camino”, esgrime Nicolás, dejando al grupo sin guía en mitad de la nada.

Una vez terminado ese tramo, el tour retoma su antiguo trayecto y termina junto a las horribles esculturas coloridas del centro, entre cervezas y canciones de la hermandad. Pese a la duración del tour, lo que más cuesta son las continuas paradas explicando en la mayoría de los casos detalles que no importan mucho, o nada. A su favor hay que decir que la publicidad no es engañosa, aquel que contrate el tour sabe exactamente qué es lo que se va a encontrar. Pese al buen ambiente universitario y a las chanzas de nuestro guía la jornada se hace eterna y aún más gris que la propia ciudad.

De running por Molenbeek

Tras los atentados de Paris empezó a notarse una bajada enorme en los turistas que llegaban a Bruselas. “2016 ha sido un año horrible, cuando el año anterior no dejábamos de crecer”, explica Bastien, guía del Brussels Sigh-Jogging. Esta empresa ofrece tours por distintos barrios de Bruselas, incluído Molenbeek (de mayoría musulmana y donde fueron detenidas varios personas vinculadas a los ataques), pero con una peculiaridad: hay que recorrerlas a trote, no andando. Así pues, Molenbeek es uno de los barrios que se ha unido hace poco en este proyecto, en concreto desde el pasado mes de septiembre. “Queríamos mostrar que hay mucho más que ver de Molenbeek que lo que sale en las noticias. Es un barrio que tiene mucho que enseñar”, afirma Bastien. En total, diez kilómetros de tour, hora y media por delante y cuarenta euros por persona para una visita guiada por este peculiar barrio de Bruselas.

El tour comienza en la plaza de Compte de Flandre, a pocos metros de la casa comunal. “Si os cansáis decidlo y marco el ritmo que mejor os venga”, avisa. Aunque no todo el trayecto se realiza de seguido. La primera parada es en la “Casa Comunal” –algo así como el ayuntamiento del barrio– de Molenbeek. “Allí vive la familia Abdeslam”, dice señalando un edificio de alquiler social que se encuentra justo enfrente. “Y en esta Comuna trabaja uno de los hermanos, el que no fue arrestado, por supuesto”, explica. Serpenteando entre los coches y los puestos del mercadillo, nos encaminamos por una de las calles más fotografiadas del barrio, la zona más comercial de Molenbeek, llena de pequeñas tiendas, puestos de ropa y escaparates.

“Este es el antiguo cine del Forum”, dice Bastien sin pararse, señalando un antiguo edificio en ruinas. “Molenbeek es uno de los barrios donde más cine había en toda la ciudad. Llegó a haber incluso una decena de ellos”. Unos minutos más adelante, Bastien realiza otra parada para enseñarnos una de las muchas viviendas sociales que tiene Molenbeek. “Se dejó a medio hacer por falta de fondos y fue otra compañía la que la terminó, por eso por arriba es de madera y por abajo es otro tipo de construcción. Es muy colorida, algo que da un toque aún más especial al barrio”.

Son muchas las asociaciones que han puesto el foco en este barrio y han tirado de su reciente popularidad para intentar solventar los problemas del turismo por los que está pasando Bruselas

El tour pasa por calles llenas de adoquines, avenidas más amplias, zonas más humildes y algunas “cities” más caras. En algunos puntos, Bastien no se molesta en pararse, sino que simplemente señala y, en otros, hace una muy pequeña pausa para explicar. Una de las paradas más largas de este tour es la del museo de La Fonderie, donde a modo de exposición se conservan antiguas piezas de una fábrica ahora en desuso. “Molenbeek fue considerado durante mucho tiempo el Manchester de Bruselas”, afirma Bastien, ante la sorpresa de su cliente.

Al trote, nos adentramos en las entrañas del barrio. Más adelante cruzamos varios parques, un par de zonas residenciales con pinta de no ser baratas y en el ecuador del tour llegamos al cementerio de Molenbeek, desde donde se puede ver la Basílica del Sagrado Corazón, uno de los edificios más altos de Bruselas. El barrio se antoja colorido, con diversos detalles arquitectónicos que nuestro guía hace bien en explicar y con mucha historia que contar entre sus calles, algunas de ellas, de las más antiguas de la ciudad. Aunque también hay tiempo para explicar las partes más polémicas. “Ese es el bar que tanto ha salido en televisión y donde los hermanos Abdeslam solían pasar el tiempo”, explica señalando la esquina del Bar Les Beguines. Unos cuarenta minutos más tarde, tras cruzar la iglesia de San Juan Bautista y un par de parques más, el cliente llega de nuevo a Compte de Flandre, cerrando así el tour por una de las zonas más acomplejadas de Bruselas tras los atentados.

“Se trata de hacer deporte y a la vez turismo, pero de una manera menos tradicional”, explica Bastien. Desde lo ocurrido, esta no es la única empresa que ofrece tours por Molenbeek. En los últimos meses son muchas las asociaciones que han puesto el foco en este barrio y han tirado de su reciente popularidad para hacer cambiar de opinión a la gente y aprovechar, también, para intentar solventar los problemas del turismo por los que está pasando Bruselas últimamente.

Son las diez y media de la mañana del sábado y el cielo de Charleroi es tan gris como la propia ciudad. Allá por 2009, este municipio belga fue nombrado como el más feo y deprimente del mundo y justo en ese mismo año, aprovechando la mala prensa, Nicolás Buissart decidió crear un tour-safari para enseñar a los turistas la ciudad y, quizás, para demostrar que aquel reconocimiento no fallaba a la verdad. “Hasta entonces no había nadie que dijera: eh, venid a Charleroi, hay muchas cosas que ver. Así que decidí tomar la iniciativa”, cuenta Nicolás. El 'safari' tiene una duración de unas seis horas –dependiendo de la flexibilidad de los clientes– y sale a 20 euros por persona. Incluye, eso sí, el almuerzo: un bocadillo en una casa en ruinas que se ha comprado Nicolás cerca del centro.

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