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Filipinas, licencia para matar: el pulso de Duterte con Estados Unidos
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¿sacrificará su alianza con eeuu por china?

Filipinas, licencia para matar: el pulso de Duterte con Estados Unidos

En la geopolítica, Filipinas es clave para el equilibrio de poderes en el sudeste asiático. Desde allí, EEUU planta cara a China y Corea del Norte. Duterte lo sabe y juega con ese poder

Foto: El cadáver de un hombre, asesinado por una patrulla ciudadana, en Manila, el 20 de septiembre de 2016 (Reuters).
El cadáver de un hombre, asesinado por una patrulla ciudadana, en Manila, el 20 de septiembre de 2016 (Reuters).

Filipinas vive hoy inmersa en una carnicería que tiene el benepláctico tácito del Gobierno. Así define Human Rights Watch lo que está ocurriendo en ese país desde que Rodrigo Duterte lanzara oficialmente su guerra contra las drogas el pasado 30 de junio, el mismo día en que fue proclamado presidente. En su discurso de investidura dejó muy claras sus intenciones: la policía tendrá vía libre para matar a cualquier sospechoso de vender o consumir drogas y los ciudadanos, también. Dicho y hecho. Según cifras oficiales, entre julio y agosto se registraron 2448 asesinatos en su país relacionados con el narcotráfico, de los cuales sólo 929 fueron víctimas de operaciones policiales mientras que 1507 fallecieron por los disparos anónimos de los llamados escuadrones de la muerte, que el propio presidente habría autorizado al invitar a la ciudadanía a armarse contra yonquis y traficantes.

A principios de octubre esa cifra superaba de largo los 3.000 muertos. Además, más de 10.000 personas han sido arrestadas y 700.000 han dado su nombre voluntariamente a la policía, entrando en oscuras listas que a veces les llevan a acabar también en las de los muertos. “Sentíos libres de llamar a la policía o hacedlo vosotros mismos (matar) si tenéis un arma. Tenéis mi apoyo” dijo Duterte en uno de los primeros mensajes que llamaron la atención fuera de sus fronteras. Sus declaraciones inauguraron una larga serie de despropósitos verbales, éticos y diplomáticos que están jalonando un curriculum con el que presidente se está ganando a pulso la enemistad del que hasta ahora era el principal aliado del país: Estados Unidos.

Filipinas no es sólo ese archipiélago de cien millones de habitantes plagado de crimen, drogas, corrupción y esencialmente, pobreza, cuyo presidente ha convertido en un sangriento cortijo de violencia sancionada y en el que cualquiera puede morir tiroteado por dudosos justicieros de la moralidad pública que arramplan con lo que encuentran a su paso, incluidos niños, ancianos y personas inocentes que nada tienen que ver con las drogas, como han denunciado las ONG y miembros de la oposición como Leila de Lima (a su vez acusada de corrupta). En la geopolítica internacional esta excolonia estadounidense (y española) siempre ha sido clave para el equilibrio de poderes en el sudeste asiático. Desde ella Estados Unidos le planta cara, junto con sus bases en Corea del Sur, a sus dos rivales históricos, China y Corea del Norte. Duterte lo sabe y, en un extraño pulso de consecuencias imprevisibles, ha empezado a jugar con ese poder.

Foto: Un agente de la Agencia Antidroga de Filipinas monta guardia frente a a los químicos utilizados en un laboratorio de metanfetaminas cerca de Manila, en mayo de 2016 (Reuters)

¿Desafío real o bravatas?

El martes, en medio de un discurso frente a oficiales en Manila, Duterte espetó: “Barack Obama, vete al infierno”. Y se quejó de que los estadounidenses no le ayudaban en ‘su lucha’ contra el crimen. “En lugar de apoyarme me critican”, declaró. Era la puntilla a una larga serie de ataques contra su aliado histórico que arrancaron en agosto con insultos contra el embajador estadounidense en Filipinas, a quien Rodrigo Duterte llamó “gay hijo de puta”. El mes pasado fue también Obama quién recibió el mismo apelativo, (aunque se ahorró el ‘gay’) lo que provocó que el presidente de EEUU cancelara la reunión bilateral que ambos tenían prevista en Laos en el marco de la cumbre de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

'No está claro si el desafío es real o son solo palabras para poder negociar. Pero todo el ‘establishment’ militar y de seguridad filipino es abrumadoramente pro Estados Unidos'

También ha anunciado el ‘despido’ de los asesores estadounidenses en contraterrorismo, un tema delicado puesto que en Filipinas tiene su base Abu Sayaf Group, fieles al ISIS y autores de un reciente atentado en Davao en el murieron 14 personas. Hace dos semanas, Duterte anunciaba que las maniobras conjuntas que filipinos y norteamericanos realizan en el archipiélago se suspenderían hasta nueva orden. Y el pasado lunes amenazó directamente con romper el pacto de defensa que el anterior Gobierno filipino firmó con Washington en 2014 y que permite a los estadounidenses utilizar las bases militares locales. Aquel pacto interesa a Estados Unidos para mantener su presencia en la zona y Filipinas lo firmó para defenderse de las pretensiones que tiene China sobre un amplia área del Mar del Sur de China, vital para el tráfico marítimo internacional y con una gran riqueza en recursos energéticos y pesqueros.

La Corte de Arbitraje Internacional dictaminó en julio que el archipiélago tiene soberanía sobre el 90% del territorio en disputa pero lejos de utilizarlo para reclamarlo para sí, Duterte ha anunciado su intención de multiplicar la colaboración comercial con China y quizás hasta explotar la zona conjuntamente, algo que obviamente preocupa a Estados Unidos. De hecho, el "vete al infierno" llegó tras las amenazas veladas que han empezado a gotear: “Sería un gran error en un país democrático como Filipinas subestimar el poder del pueblo en cuanto a la afinidad con Estados Unidos” sugirió Daniel Russell, asistente del secretario de Estado.

Filipinas recibió 175 millones de dólares en ayuda al desarrollo en 2015 y 50 millones para comprar armas de las arcas estadounidenses y aunque Russell ha dicho que es “prematuro” imponer restricciones a la ayuda por los “daños colaterales” de la guerra contra las drogas, varios congresistas estadounidenses comienzan a ponerse nerviosos, sobre todo tras los explosivos titulares que Duterte dio hace una semana comparándose con Hitler en su intención de masacrar a tres millones de adictos. “Es reprensible y francamente asqueroso que un líder elegido democráticamente hable de genocidio de su propio pueblo y que utilice a Hitler y el holocausto como inspiración” denunció el senador Ben Cardin. En el Departamento de Estado, donde se camina con pies de plomo, fueron más cautos. “Es problemático” se limitó a decir Russell. Duterte respondió con el insulto a Obama (y también a la Unión Europea, a la que envió al purgatorio) y con esto: “Si no me queréis vender armas se las pediré a Rusia y a China. Ya he enviado a mis generales y ellos están dispuestos a vendérnoslo todo. En algún momento además romperemos con Estados Unidos” amenazó.

¿Significan las bravadas de Duterte que realmente está dispuesto a sacrificar su alianza con Estados Unidos para pactar con los chinos y continuar la sanguinaría limpieza de su país? “Es difícil de predecir porque Duterte es un tipo muy retórico, muy impulsivo y no está claro si el desafío es real o son solo palabras para poder negociar. Pero todo el ‘establishment’ militar y de seguridad filipino es abrumadoramente pro Estados Unidos así que estoy seguro de que no le van a permitir cambiar el rumbo de su política internacional”. Así lo explica en declaraciones a El Confidencial Josh Kurlantzic, miembro del think-tank estadounidense Council of Foreign Relations, y periodista especializado en el Sudeste Asiático.

Sus palabras las corroboraba el miércoles el ministro de defensa filipino Delfin Lorenzana: “El presidente no debe estar muy bien informado de los beneficios de nuestra alianza con Estados Unidos. En los próximos días se los explicaré” le dijo a la prensa. En un país donde los golpes de estado han sido frecuentes, Duterte necesita del apoyo de policía y militares, a los que ha prometido triplicar el sueldo. Desde que asumió la presidencia más de la mitad de sus visitas oficiales han sido a destacamentos militares y centros policiales. Son ellos quienes le están ayudando en su lucha ilegal contra el crimen y algunos han incluso admitido con orgullo que también forman parte de los escuadrones de la muerte, como desvelaba esta semana 'The Guardian'. Aún así, un senador, Antonio Trillanes, anunciaba el miércoles que hay inquietud en el ejército por las declaraciones antiamericanas de Duterte ya que “nuestras alianzas se remontan a muy atrás y algunos se quejan de que no es fácil romper” aunque “de momento no hay nada cercano a la organización de un golpe de estado”. Y aunque admitió que los soldados están contentos por la atención que les presta y el anuncio de los aumentos salariales, también advirtió de los riesgos históricos de tener la lealtad de las fuerzas armadas para utilizarlo con fines dictatoriales. “Es fácil cambiar de objetivo y pasar de la guerra contra el crimen y las drogas a atacar a la oposición y hacerse con el control totalitario de la sociedad”.

Filipinas vive hoy inmersa en una carnicería que tiene el benepláctico tácito del Gobierno. Así define Human Rights Watch lo que está ocurriendo en ese país desde que Rodrigo Duterte lanzara oficialmente su guerra contra las drogas el pasado 30 de junio, el mismo día en que fue proclamado presidente. En su discurso de investidura dejó muy claras sus intenciones: la policía tendrá vía libre para matar a cualquier sospechoso de vender o consumir drogas y los ciudadanos, también. Dicho y hecho. Según cifras oficiales, entre julio y agosto se registraron 2448 asesinatos en su país relacionados con el narcotráfico, de los cuales sólo 929 fueron víctimas de operaciones policiales mientras que 1507 fallecieron por los disparos anónimos de los llamados escuadrones de la muerte, que el propio presidente habría autorizado al invitar a la ciudadanía a armarse contra yonquis y traficantes.

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