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Gary Johnson, el candidato libertario que pasaba por allí
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Gary Johnson, el candidato libertario que pasaba por allí

Su plan es simple: limitar el gobierno, reemplazar el código fiscal por un impuesto único al consumo y retirar las tropas de medio mundo. Trump y Clinton tienen razones para temer una tercera vía

Foto: El candidato del Partido Libertario Gary Johnson durante un mitin de campaña en Nueva York (Reuters).
El candidato del Partido Libertario Gary Johnson durante un mitin de campaña en Nueva York (Reuters).

Gary Johnson parece ese vecino despistado que intenta recordar, parado en la acera, qué ha salido a comprar. Con su americana floja y sus deportivas negras de pasear al perro los domingos, este empresario de 63 años, exgobernador de Nuevo México, lidera la candidatura del Partido Libertario a la Casa Blanca en el mejor momento: con un país dividido y sediento de políticos alternativos. Pero lo hace a su modo.

Imagino que estoy teniendo un ‘momento Alepo’”, declaró, con extrema candidez, Gary Johnson. El presentador le había preguntado cuál es su líder extranjero favorito. “Vamos, tienes que hacerlo. Donde sea. Cualquier continente. Canadá, México, Europa, Asia, Sudamérica, África. Nombra un líder al que respetes”. Johnson bajó la vista al suelo, con las manos entrelazadas, y resopló. Fue incapaz. “El expresidente de México”, dijo. “¿Cuál?”. No recordaba el nombre.

El resbalón llegó tres semanas después del “momento Alepo” original, cuando otro periodista le preguntó por esta ciudad clave en la guerra de Siria. “¿Qué es Alepo?”, respondió Johnson. “¿Me está usted tomando el pelo?”, inquirió el periodista.

De izquierdas, conservadores o libertarios, quienes se presentan como alternativa en EEUU son ahuyentados a manotazos por los principales candidatos, o por el propio Obama: 'Si votas a un candidato de un tercer partido que no tiene posibilidades de ganar, es un voto para Trump'

Ahora Johnson arrastra su cruz donde quiera que va. El pasado lunes fue invitado por Twitter a ver el debate presidencial en compañía de algunos periodistas. Lo primero que le preguntaron: Alepo. Johnson perdió su característico temple de nuevo rico relajado y desató su ira contra la política de Washington en Oriente Medio.

El fantasma del 'prime time' le persigue. Sus respuestas deshilachadas, los titubeos, comentarios fuera de onda y momentos en blanco han dejado un reguero de titulares crueles sobre su falta de telegenia. Antes de “Alepo”, la revista 'Fortune' publicó un artículo que dudaba de su garra, de si sería capaz de “influenciar al Congreso, torcer brazos y liderar campañas de relaciones públicas para aprobar grandes reformas”.

Aun así, Gary Johnson ha tocado el 10% en intención de voto: 10 veces más que cuando se presentó en 2012 y no llegó ni al 1%. Una cifra notable si se tiene en cuenta que el 70% del electorado no ha oído hablar de él. “Su mayor ventaja es que no es ni demócrata no republicano en este contexto”, declara a El Confidencial Lonna R. Atkeson, directora del Centro de Estudio del Voto, Elecciones y Democracia en la Universidad de Nuevo México. “Mucha gente que dice apoyarle reconoce que ni siquiera lo conocen, no saben quién es, pero es la alternativa a los otros dos candidatos”.

Según Atkeson, Johnson se agarra a una ideología muy específica; de ahí emana su candidatura. “No es un estudioso de la política, sino un ideólogo. A veces es como Ronald Reagan: sus principios vienen de la ideología. Alguien como Hillary Clinton es una estudiosa, una incrementalista: está en los detalles y cree en avanzar las políticas. Johnson es mucho mejor hablando de ideas que de detalles”, aclara. “Como gobernador estaba muy centrado en evitar el crecimiento del gobierno, y eso hizo”.

Ambos partidos tienen razones para temer una tercera vía: Ross Perot habría hundido la posibilidad de un segundo mandato para George Bush padre en 1992. El candidato verde, Ralph Nader, habría hecho lo propio con el demócrata Al Gore en 2000

Su plan es simple: limitar el gobierno, reemplazar todo el código fiscal por un impuesto único al consumo, retirar las tropas de medio mundo y legalizar la marihuana para que florezca el negocio y no haya que gastar tanto en la “guerra contra las drogas”. En esto sí ha mostrado una voluntad de acero. Como gobernador vetó 200 leyes en sus primeros seis meses al frente de Nuevo México, casi la mitad de la actividad legislativa. Cada vez que alguien proponía algo, él preguntaba: ¿de verdad tiene que meterse el gobierno? Al final dejó más vetos que el resto de gobernadores combinados. Un récord.

Johnson es un rebelde. Sus ideas progresistas en los social (era el único republicano a favor del aborto y del matrimonio gay en 2011) y su cruzada fiscal le fueron separando poco a poco del Viejo Gran Partido hasta volar por su cuenta, como libertario, en las presidenciales de 2012. Mientras Mitt Romney y Barack Obama recorrían el país besando bebés, Johnson montaba en bicicleta, reconocía haber sido fumador habitual de marihuana y charlaba de cualquier cosa con los pocos periodistas que se acercaban.

Johnson ha defendido siempre una retórica minimalista y práctica, “de sentido común”. Se pagó los estudios haciendo reparaciones a domicilio, montó una pequeña empresa y prosperó hasta alcanzar la primera división de los constructores. Su otra gran pasión es el deporte extremo: en 1984 corrió una maratón en dos horas y cuarenta y ocho minutos y ha participado en media docena de campeonatos de triatlón. Cuando acabó su segundo y último mandato como gobernador, en 2003, se fue a escalar el Everest.

Johnson es hoy tratado como suele corresponder a un candidato de “tercer partido”. De izquierdas, conservadores o libertarios, quienes se presentan como alternativa en EEUU son ahuyentados a manotazos por los principales candidatos, o por el propio presidente, Barack Obama: “Hay un mensaje que quiero mandar a todo el mundo: si no votas, es un voto para Trump. Si votas a un candidato de un tercer partido que no tiene posibilidades de ganar, es un voto para Trump”, dijo Obama.

Ambos partidos tienen razones para temer una tercera vía: el empresario Ross Perot habría hundido la posibilidad de un segundo mandato para George Bush padre en 1992, al atraer parte del voto conservador. El candidato verde, Ralph Nader, habría hecho lo propio con el demócrata Al Gore en 2000. Ahora hay dos: Johnson, de pasado republicano, y Jill Stein, la candidata verde que no llega al 3% de intención de voto.

Junto a su compañero de ticket, el exgobernador de Massachusetts Bill Weld, Johnson visita los platós de televisión con ese aire amable de vecino que se para a charlar en el descansillo. Ni siquiera habla mal de sus adversarios. La CNN le hizo jugar a la asociación rápida de ideas. “Barack Obama”, dijo el presentador. “Un buen tipo”, respondió Johnson. “Hillary Clinton”. “Una maravillosa servidora pública”. Sus asesores de campaña, entre bastidores, se echaron las manos a la cabeza.

Gary Johnson parece ese vecino despistado que intenta recordar, parado en la acera, qué ha salido a comprar. Con su americana floja y sus deportivas negras de pasear al perro los domingos, este empresario de 63 años, exgobernador de Nuevo México, lidera la candidatura del Partido Libertario a la Casa Blanca en el mejor momento: con un país dividido y sediento de políticos alternativos. Pero lo hace a su modo.

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