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Muerte en Samarcanda: sucesión a la fuerza en el régimen más brutal de Asia Central
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islam karímov ha gobernado el país desde 1989

Muerte en Samarcanda: sucesión a la fuerza en el régimen más brutal de Asia Central

El fallecimiento de Islam Karímov abre una serie de incógnitas sobre el futuro de Uzbekistán y la región. Hay potencial para una inestabilidad que, sin embargo, todo el mundo quiere evitar

Foto: Vista monumental en Samarcanda, donde en los próximos días será enterrado el presidente Islam Karímov (Reuters)
Vista monumental en Samarcanda, donde en los próximos días será enterrado el presidente Islam Karímov (Reuters)

A primera vista puede parecer extraño: ha sido Turquía, y no un miembro del Gobierno uzbeko quien ha acabado anunciándole al mundo la muerte de Islam Karímov, el presidente de Uzbekistán. Pero la ausencia de confirmación oficial por parte de las autoridades uzbekas hasta este viernes tiene sentido: desaparecido el hombre fuerte que ha acaparado el poder desde la independencia del país hace un cuarto de siglo, sus herederos políticos maniobran a contrarreloj para garantizar un relevo controlado. Pero para eso, Karímov ha seguido vivo unas horas más.

Eso explica, por ejemplo, que su hija Lola Karimova-Tillyaeva haya agradecido en las redes sociales “las palabras amables y buenos deseos” de los ciudadanos de Uzbekistán, que “están ayudando a su recuperación”, al tiempo que las legaciones diplomáticas y las principales agencias de noticias presentes en Uzbekistán, tanto occidentales como rusas, dieron por hecho su fallecimiento. Este sábado Karímov ha sido sepultado según el rito musulmán en la milenaria Samarkanda, su ciudad natal, donde recibió honras fúnebres de Estado a la que asistieron una veintena de delegaciones extranjeras, según informaron las autoridades locales. La gran incógnita, ahora, es quién completará el vacío de poder que se abre en el país.

“Por lo que apuesta todo el mundo es que el sucesor de Karímov va a ser el primer ministro Shavkat Mirziáyev, con el respaldo del jefe de los servicios de inteligencia Rustam Inoyátov. Ahora, si pasado mañana aparece otro sucesor, es plausible, como sucedió en Turkmenistán, donde el actual presidente, Gurbangulí Berdimujamédov, salió de la nada. Por lo que aunque Mirziáyev sea la apuesta más segura, no significa necesariamente que vaya a suceder”, explica Nicolás de Pedro, investigador principal del CIDOB y experto en Asia Central. “En clave soviética, cuando un líder de la URSS moría se entendía que su sucesor era aquel que organizaba su funeral. Así que ahora todo el mundo está esperando a ver quién es el maestro de ceremonias del entierro en Samarcanda”, indica. Para darle la razón, el servicio en uzbeko de Radio Free Europe ha informado de que Mirziáyev se encuentra ya en dicha localidad supervisando los preparativos.

“Todos estos actores querrán una transferencia de poder suave, sin trapos sucios que airear en público”, indica Deirdre Tynan, analista sobre Asia Central del International Crisis Group. “Es probable que exista un guión desde hace tiempo y que cada miembro del círculo interno conozca su papel. Aunque no es un proceso democrático, podría minimizar la inestabilidad inmediata”, opina Tynan.

“Hablar sobre una posible desestabilización provocada por la desaparición de Karímov es pura conjetura. Pero sí creo que si empieza algo, puede derivar en algo mucho más serio. El régimen es tan autoritario y tan cerrado que fuera de él no hay nada, han destruido cualquier tejido de sociedad civil. Y en algunas zonas del país hay mucho malestar acumulado, sobre todo en el Valle de Fergana [encajado entre Tayikistán y Kirguistán y base de un importante movimiento islamista], pero también en otros lugares fuera de los circuitos turísticos donde sí hay cierta prosperidad”, indica De Pedro. “Lo que sí te puedo decir es que hay mucho miedo a que cualquier cosa origine una guerra civil, o a que el país acabe como Afganistán, algo que se dice mucho allí aunque ambos países no tengan nada que ver. Pero la gente se lo va a pensar mucho antes de salir a la calle: incluso aquellos que odian el régimen tienen miedo a la transición. Y eso el gobierno lo sabe y lo va a utilizar”, señala el experto.

Del 11-S a la matanza de Andijan

La dictadura de Karímov ha sido considerada una de las más brutales y represivas del mundo: no solo ha recurrido a la tortura y el encarcelamiento de miles de disidentes -se habla, incluso, de militantes islamistas hervidos vivos-, sino que ha enviado a sus agentes a eliminar a opositores en otros países, como hizo con Abdullah Bukhari en Estambul en 2014. Según Freedom House, “el régimen de Karímov prácticamente ha erradicado los medios de comunicación libres en Uzbekistán. Los pocos periodistas independientes que quedan son sujetos a hostigamiento y detenciones”. También recurre al trabajo forzado en los fértiles campos de algodón del país.

El principal crimen del régimen, sin embargo, sigue siendo la matanza de Andijan, en el Valle de Fergana, en 2005, cuando tropas gubernamentales abrieron fuego contra una protesta por el juicio a varios hombres de negocios acusados de islamismo. Las versiones sobre el número de muertos varían desde los 187 admitidos oficialmente hasta los 1.500 que menciona la oposición. Se trató, en todo caso, de la mayor masacre de manifestantes desde la de la plaza de Tiananmen, en China, en 1989.

placeholder Cadáveres apilados tras la matanza de Andijan en 2005 (Amnistía Internacional)
Cadáveres apilados tras la matanza de Andijan en 2005 (Amnistía Internacional)

La actividad islamista era una realidad: en el país actuaba desde finales de los años 90 el Movimiento Islámico de Uzbekistán, aliado de los talibanes afganos. Pero la amenaza fue convenientemente exagerada por la dictadura para suprimir toda disidencia, una tendencia que continúa hasta el día de hoy. Ahora, el espantajo que agitan las autoridades uzbekas es el Estado Islámico y los jóvenes centroasiáticos que acuden a combatir a Siria e Irak.

La matanza de Andijan fue uno de los dos factores que selló la ruptura entre Uzbekistán y un EEUU al que cada vez le resultaba más difícil justificar su alianza con Tashkent. El otro fue el miedo a que Washington promoviese una 'revolución de colores' como la que había tenido lugar en el vecino Kirguistán ese mismo año. “Con Estados Unidos, Uzbekistán quería tener una relación fuerte, y los atentados del 11-S se lo pusieron en bandeja: a Washington solo le importaban los talibanes, y estos acogían al MIU”, comenta De Pedro. “En mi opinión, la agenda de promoción de la democracia de la administración Bush no tuvo ningún impacto en Uzbekistán, pero despertó el miedo del régimen. En Tashkent interpetaron que la 'Revolución de los Tulipanes' en Kirguistán en 2005 había sido obra de EEUU, por lo que invitaron a los estadounidenses a salir del país”, dice. El Pentágono tuvo que abandonar la base aérea de Kashi-Khanabad, desde la que enviaba suministros a Afganistán desde 2001. Poco después, Karímov firmó un acuerdo de defensa mutua con Rusia.

Ni Moscú ni Washington

Eso no significó, sin embargo, que se echase en manos de Moscú: en estas dos décadas y media, Uzbekistán ha sido el actor más independiente de todos los estados post-soviéticos en Asia Central, rechazando, por ejemplo, unirse a la Unión Aduanera Euroasiática promovida por Rusia. Fue también, por voluntad propia, el último país en entrar en la Organización de Cooperación de Shanghai.

“Uzbekistán es un país bastante cerrado que ha defendido mucho su autonomía. No se fían de Rusia desde la independencia, conscientes de que Moscú siempre va a querer hacer de 'hermano mayor', de potencia hegemónica, y esto en Tashkent no lo veían claro”, asegura De Pedro. “Con China tienen una relación económica cada vez más importante, porque, además, está clarísimo que a los chinos les da igual el tipo de régimen con el que tratan, son muy pragmáticos. Pero China no juega todavía un gran papel en la defensa y la seguridad de la región. No son una garantía alternativa que pueda contrarrestar a Rusia o, potencialmente, a otro actor”, explica.

placeholder Islam Karímov con Vladímir Putin, durante una visita al Kremlin en mayo de 2015 (EFE)
Islam Karímov con Vladímir Putin, durante una visita al Kremlin en mayo de 2015 (EFE)

“En este equilibrio de poderes pesaba mucho el propio Karímov, su propia figura de zorro viejo, de alguien que no se fiaba de nadie. Por eso, si se produce esta transición dentro del régimen, todos los actores tratarán de sacar provecho, particularmente Rusia”, comenta el analista del CIDOB. “En todo caso, nadie está interesado en que Uzbekistán se desestabilice”.

“Uzbekistán es un país clánico, étnicamente diverso, con regiones que fueron janatos [reinos] rivales durante centurias y todavía hay potencial para el conflicto”, dice Tynan. “El Valle de Fergana, densamente poblado, está atormentado por el legado de la represión gubernamental en 2005. Los ingresos en el país han declinado durante el año pasado, y los arrestos en masa de supuestos extremistas islámicos han contribuido a la sensación de miedo y desconfianza”, comenta.

A pesar de este panorama, el régimen se ha estado beneficiando de algunas importantes transferencias de material militar de EEUU, que en 2015 proporcionó a Tashkent 300 blindados militares “de carácter defensivo”, la mayor donación estadounidense de este tipo a un estado centroasiático. La realidad es que Islam Karímov se ha ido a la tumba sin pagar por sus crímenes. La gran pregunta, ahora, es si sus sucesores serán tan hábiles como él a la hora de manejarse en el tablero internacional.

A primera vista puede parecer extraño: ha sido Turquía, y no un miembro del Gobierno uzbeko quien ha acabado anunciándole al mundo la muerte de Islam Karímov, el presidente de Uzbekistán. Pero la ausencia de confirmación oficial por parte de las autoridades uzbekas hasta este viernes tiene sentido: desaparecido el hombre fuerte que ha acaparado el poder desde la independencia del país hace un cuarto de siglo, sus herederos políticos maniobran a contrarreloj para garantizar un relevo controlado. Pero para eso, Karímov ha seguido vivo unas horas más.

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