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Italia, zona cero
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"Los campos de desplazados pueden durar años"

Italia, zona cero

Pasado el 'shock', el país empieza a asimilar la tragedia, a llorar a sus muertos y celebrar a sus héroes. Las autoridades prometen que no se repetirán los errores del pasado

Foto: Un hombre protege a sus perros tras el terremoto en Amatrice, el 24 de agosto de 2016 (Reuters)
Un hombre protege a sus perros tras el terremoto en Amatrice, el 24 de agosto de 2016 (Reuters)

Sentado en el suelo delante de la capilla de la Resurrección del hospital Mazzoni de Ascoli Piceno, un anciano de rostro demacrado se lleva las manos al cráneo y se rasguña la piel hasta hacerse sangre. No dice nada, no emite un sonido, hasta que un gemido agudo se apodera del lugar y las lágrimas brotan de sus ojos. Entonces, otro hombre se acerca para acariciarle con ternura. Pero el anciano no deja de llorar. Él ha sobrevivido, pero los suyos yacen en ataúdes marrones en el suelo de la morgue, rodeados por sarcófagos blancos que contienen los cuerpecillos de cinco niños. Todo ellos víctimas mortales del gran terremoto que sacudió Italia el pasado miércoles 24 de agosto, tragándose, para siempre, la vida y el futuro de familias enteras.

En este paisaje irreal y terrorífico, el país vive estos días uno de los mayores lutos de su historia reciente. Un seísmo de 6 grados Richter cuya fuerza devastadora se incrementó, según los geólogos, al haberse producido muy cerca de la superficie, y que le quitó la vida a al menos 291 personas, dejó centenares de heridos, 1.500 desplazados y un número aún indefinido de desaparecidos. Los sarcófagos del centro hospitalario ascolano, junto con las decenas de ataúdes dispuestos en el centro deportivo de enfrente del hospital, así como los cadáveres enviados a las localidades de Rieti y Roma, son el reflejo más doloroso de la catástrofe que azotó un veintena de pueblos en las regiones de Las Marcas, Lazio y Umbria, sobre todo Amatrice, Pescara del Tronto y Accumoli. “¿Cómo es posible que en el siglo XXI seamos capaces de enviar monos a la Luna y no sepamos prever la llegada de terremotos que matan a gente?”, se preguntaba un joven, cuya novia —Barbara, se llamaba— falleció junto a su perrito debajo de los escombros de Pescara del Tronto, pueblo que implosionó casi integralmente tras la sacudida.

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A esta apocalíptica instantánea se sumaba la desorientación y ansiedad de los supervivientes, muchos de los cuales poco a poco decidieron abandonar los coches en los que habían dormido las primeras noches y dirigirse a los campos para desplazados construidos, a ritmo de relámpago, por la Protección Civil italiana, con la ayuda de los Bomberos y de decenas voluntarios. “No sé cuánto tiempo se quedarán aquí. Estos campos pueden durar años, el problema es que por las noches hace mucho frío y de día, sobre todo en verano, bastante calor”, dice Matteo Re, un funcionario de la Protección Civil delante del campo de desplazados de Grisciano, diminuto pueblo que también exhibía la mitad de las construcciones con daños severos y, en algún caso, a punto de desplomarse. “En L’Aquila se tardó mucho, demasiado tiempo en reconstruir”, admitía otro funcionario.

El fantasma de L’Aquila, la ciudad destrozada por el anterior gran terremoto —en 2009, cuando murieron más de 300 personas— torturó desde primeras horas a los habitantes y las autoridades italianas involucradas en el seísmo que golpeó en la Italia central. “No ocurrirá como en L’Aquila. Reconstruiremos en tiempos breves. Lo que ha ocurrido allí no es un problema de sus habitantes, es un problema de todo el país”, dijo el viernes el primer ministro, Matteo Renzi, al afirmar que ya han sido destinados 50 millones de euros para los afectados del terremoto.

Foto: Al menos 267 muertos en el terremoto del centro de Italia (EFE/REUTERS)

A pesar de ello, durante toda la semana se han producido muchas críticas sobre la falta de prevención del seísmo y, sobre todo, la escasa capacidad de las autoridades para llevar a cabo obras que aseguren unas construcciones que deberían ser antisísmicas, pues se encuentran en una de las zonas de mayor riesgo de toda Europa. Más aún tras lo prometido después del terremoto que azotó L’Aquila y otros 26 pueblos, cuando el Gobierno del entonces primer ministro Silvio Berlusconi dijo que “no se abandonará a nadie”. “El 70% de las edificaciones italianas que se encuentran hoy en zonas sísmicas no son antisísmicas”, recordaba el ingeniero Paolo Clemente, del Instituto para las nuevas tecnologías y el desarrollo sostenible (ENEA, por sus siglas en italianos). De hecho, casi de inmediato, fueron reveladas algunas fallas muy significativas, como una escuela de Amatrice que había sido reestructurada en 2012 y que también se desplomó, y algunos fondos nunca utilizados para edificios de la zona que corrieron la misma suerte.

"Somos un desastre unido en las catástrofes"

Aun así, solo un detallado análisis técnico podrá determinar con exactitud si alguien ha tenido responsabilidad en los derrumbes ocurridos en los Apeninos italianos. Así como también habrá que determinar cómo —y sobre todo, cuánto costará— encontrar un equilibrio entre mantener las históricas y bellas edificaciones italianas que desde hace siglos caracterizan los Apeninos italianos sin que se produzcan muertes cuando tenga lugar el próximo terremoto.

Lo que sí funcionó sin lugar a dudas de manera adecuada, como también ocurrió en 2009, fue la maquinaria del sistema de emergencia de Protección Civil italiana, cuyo personal —ajeno a todas las polémicas— ya ha logrado sacar de los escombros a más de 200 personas, según el último recuento. Una de las últimas fue una niña de apenas diez años que fue rescatada algo atolondrada y muerta de miedo, pero con vida, a pesar de haber pasado más de un día bajo un montículo de hierros y piedras en Amatrice.

“Los socorristas fueron nuestros ángeles, nuestros héroes”, repitieron, casi al unísono, los supervivientes del terremoto desplazados en los campos. De acuerdo con cifras publicadas por la prensa italiana, unos 5.400 operadores, entre miembros de la Policía, del Ejército, de la Protección Civil y de otras fuerzas del orden de Italia, fueron movilizados en las zonas afectadas por el terremoto. Algunos de ellos provenientes de territorios tan lejanos como los Alpes italianos.

También la población civil dio muestras de una inusitada solidaridad, enviando donativos económicos para los damnificados o brindándoles apoyo material. “Así somos los italianos. Un desastre en muchas cosas, pero nos unimos cuando se produce una catástrofe”, resumía Maria Marini, una sindicalista de Ascoli Piceno. “También el personal médico se ha mostrado muy capaz y solidario. Los médicos están aguantando muchas horas de trabajo y los que se encontraban en Italia han interrumpido sus vacaciones para contribuir a las operaciones de rescate”, añadió. Entre los grupos de voluntarios desplegados en la zona incluso se cuenta con 20 solicitantes de asilo político africanos —llegados a Italia en los últimos meses, la mayoría en pateras que atravesaban el Mediterráneo— que se volcaron en ayudar a los desplazados del campo de Arquata. “Nos pareció justo dar nuestro apoyo”, dice Medolime, uno de ellos.

Mientras, siguen produciéndose réplicas intensas. Un nuevo temblor importante, de una magnitud de 4,8 en la escala de Richter, azotó el viernes, poco antes de las seis y media de la mañana, la zona de Campotosto, Capitignano, Montereale y Amatrice, donde provocó incluso el desplome de un puente que ha dificultado las labores de rescate. En total, según ha publicado la prensa italiana, en los últimos días se han producido unas 700 réplicas, algunos tan fuertes de sentirse de manera significativa también en Ascoli Piceno. Así que Italia espera a que la tierra deje definitivamente de temblar para empezar a curar a sus heridos.

Sentado en el suelo delante de la capilla de la Resurrección del hospital Mazzoni de Ascoli Piceno, un anciano de rostro demacrado se lleva las manos al cráneo y se rasguña la piel hasta hacerse sangre. No dice nada, no emite un sonido, hasta que un gemido agudo se apodera del lugar y las lágrimas brotan de sus ojos. Entonces, otro hombre se acerca para acariciarle con ternura. Pero el anciano no deja de llorar. Él ha sobrevivido, pero los suyos yacen en ataúdes marrones en el suelo de la morgue, rodeados por sarcófagos blancos que contienen los cuerpecillos de cinco niños. Todo ellos víctimas mortales del gran terremoto que sacudió Italia el pasado miércoles 24 de agosto, tragándose, para siempre, la vida y el futuro de familias enteras.

Matteo Renzi Terremoto
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