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La suerte de los afortunados en Pescara: "Nos hemos salvado. Estamos bendecidos"
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los muertos ya ascienden a 241

La suerte de los afortunados en Pescara: "Nos hemos salvado. Estamos bendecidos"

“Es la suerte de los afortunados. Mi madre y yo nos salvamos porque solo se cayó la fachada", dice Marco en Accumuli. El pueblo también ha tenido 'suerte': no ha quedado reducido a escombros

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"Nos morimos de miedo, miedo sí, tuvimos un p… miedo”. Alberto sujeta con su mano derecha a su madre octogenaria mientras narra la terrible experiencia. “A las tres y media, sentimos la primera sacudida, pero no tuvimos miedo. Eso ocurrió después, cuando entendimos que era la tierra que temblaba”, añade, mientras saluda a un amigo que pasa por allí. Sabe que ha tenido suerte. Una suerte inmensa. Ni él ni su madre están entre los al menos 250 muertos del desvastador terremoto que arrasó varias localidades del centro de Italia. Todavía hay decenas de desaparecidos.

“Nos hemos salvado, qué más puedo decirle. ¡Estamos bendecidos! También gracias a esos héroes llamados bomberos... Escriba eso, escríbalo”, dice el hombre, mientras entra en su coche en Grisciano, a pocos metros de distancia de Pescara del Tronto, pueblo reducido a escombros tras el mortífero terremoto que sacudió a la Italia central en la madrugada del miércoles.

“Es la suerte de los afortunados. O quizá el humor de los desgraciados”, afirma Marco, un empresario italo-brasileño que pasa mitad del año en un país y mitad en el otro. “Mi madre y yo nos salvamos pues solo se cayó la fachada del edificio. Lo demás quedó intacto”, explica, sentado en su coche en Accumuli. “Lo verdaderamente terrorífico lo vivimos solo cuando intentamos abrir las puertas y al principio no se abrían. Habían quedado atascadas”, continúa. Accumuli también es, en cierta manera, un pueblo con suerte, a pesar de haber sido uno de los que más cerca estuvo del epicentro del terremoto. Al menos si uno piensa en Pescara del Tronto, porque esta villa no ha quedado reducida a un cúmulo de escombros. Pescara del Tronto, sí.

Eso sí, en la plaza principal del pueblo, también la comisaría de los Carabinieri se ha agrietado. Y en la mesa del café Pomallo han quedado abandonadas unas botellas de cerveza y otras de agua, testigo del caos y de una huida precipitada. “Ahí nos solíamos reunir”, dice un habitante, indicando las paredes roídas por la naturaleza que antaño albergan un lugar de reunión de los ancianos del pueblo. “Estamos vivos. Nuestras casas se han desplomado, pero estamos vivos”, le repite una mujer de pelo rubio, que transmite la sensación de que no sabe si reír o llorar. “Hemos salvado a nuestro hijos, a todos. Eso es lo importante”, se repite.

No todos han tenido la misma suerte, claro. También hay niños que lloran porque no volverán a ver a su abuelo, madres que vomitan en un rincón con los ojos llenos de lágrimas amargas, jóvenes que se insultan a sí mismos para desahogar una catástrofe que no acaban de comprender. “¿Cómo? ¿Cómo? ¿Cómo pudo ocurrir? ¡No puede ser verdad!”, repite un joven, al enterarse de la muerte de su novia, correteando adelante y atrás, dándose repetidos golpes en la cabeza, en el pecho, a las piedras que encuentra en su camino.

"Hasta que no haya más esperanza"

Es el vértigo de las emociones que desprende una catástrofe. “No irás, no te subirás ahí arriba”, insiste Ileana, hablándole a su novio e intentando convencerle de que no es una buena idea unirse a las operaciones de rescate no teniendo experiencia. “Sí, lo haré”, le contesta él, mientras un miembro de los equipos de salvamento invita a no acercarse demasiado a las paredes de los edificios pues podrían producirse nuevas réplicas y caer nuevos trozos. Y las sacudidas llegan, una tras otras -a ultranza-, dando inicio al que parece un baile de muerte, al que algunos incluso dicen estar acostumbrándose.

“Ya no sé cuántas sacudidas he sentido. Casi me ha puesto más de mal humor la cuidadora de mi madre que quiere tomarse vacaciones”, dice, no sin cinismo, la propietaria de un albergue de Ascoli Piceno, a unos cincuenta kilómetros del epicentro del terremoto. “Eso sí, quién se lo esperaba, algo tan fuerte”, añade, poniéndose más seria, mientras la tierra vuelve a temblar debajo de nuestros pies.

No hay descanso para la Africana y la Euroasiática, las dos inquietas placas tectónicas que convergen en esta zona de Italia. Y así tampoco hay descanso para los socorristas -la Protección Civil, la Policía, los Carabinieros, el Ejército, los Bomberos-, los cuales, llegada la noche, siguen escarbando, buscando el último herido. “Hasta que no haya más esperanza”, dice uno de ellos, mientras filas de automóviles de los rescatistas llegan provenientes de la carretera y, en la oscuridad, la montaña se llena de punto rojos y azules. Han venido a darle el relevo a sus colegas, horas después del inicio de la pesadilla.

La situación más dramática se vive en Amatrice, el municipio más grande de todos los afectados y que ya no existe. En él viven 2.000 personas, pero en los meses de verano dobla su población. Muchos turistas habían llegado para disfrutar el fin de semana de la fiesta de la pasta "a la amatriciana", un plato que tiene aquí sus orígenes. En el pueblo se ha seguido excavando durante la noche con la ayuda de unidades caninas y lámparas en búsqueda de posibles supervivientes entre los cascotes, después de que el alcalde de la ciudad, Sergio Pirozzi, asegurase que había centenares de desaparecidos. El número de muertos crecerá aún en la turística localidad de la región del Lacio. Por ahora no se han querido dar datos oficiales sobre las personas aún desaparecidas. Es muy difícil contabilizarlas en unas localidades que reciben miles de turistas durante los meses de verano.

Una española, entre las víctimas

La joven Ana Huete Aguilar, originaria de Granada y nacida en 1989, es la única ciudadana española de cuyo fallecimiento en el terremoto sucedido el miércoles en el centro de Italia se tiene noticia. Era originaria de Víznar aunque su familia reside en Alfacar y regentaba un negocio propio en el centro de Granada, la Pizza Roma, junto con su pareja, Christian Casini, con el que recientemente se había casado.

La familia de su marido, un ciudadano de Roma, confirmó la identidad de la fallecida y, aunque no existe todavía un documento oficial italiano que certifique la muerte, el consulado de España en Roma precisó que se ha comunicado oficialmente el deceso al ministerio de Asuntos Exteriores y Cooperación. Ana podría haber muerto al recibir un golpe de una viga. Christian se encuentra en el hospital recuperándose de las heridas.

"Nos morimos de miedo, miedo sí, tuvimos un p… miedo”. Alberto sujeta con su mano derecha a su madre octogenaria mientras narra la terrible experiencia. “A las tres y media, sentimos la primera sacudida, pero no tuvimos miedo. Eso ocurrió después, cuando entendimos que era la tierra que temblaba”, añade, mientras saluda a un amigo que pasa por allí. Sabe que ha tenido suerte. Una suerte inmensa. Ni él ni su madre están entre los al menos 250 muertos del desvastador terremoto que arrasó varias localidades del centro de Italia. Todavía hay decenas de desaparecidos.

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