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Cómo la ONU llevó el cólera a Haití (según sus propios expertos)
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un 4% de la población del país ha sido afectada

Cómo la ONU llevó el cólera a Haití (según sus propios expertos)

Un informe interno de la organización admite que fueron cascos azules nepalíes quienes introdujeron la enfermedad por una negligencia. Casi 10.000 personas han muerto y 780.000 han sido afectadas

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Haití es, sin duda, uno de los peores países del mundo para vivir. A la convulsión política y la extrema pobreza -la renta per cápita es de 735 euros, y la nación está en el puesto 163º de 188 en el Índice de Desarrollo Humano, a la altura de numerosos estados africanos- se suman ciclones, terremotos y enfermedades. Eso cuando los portadores de ayuda humanitaria no contribuyen a traer nuevas calamidades.

Es lo que sucedió en el otoño de 2010 con el cólera: la epidemia, que ha provocado más de 9.000 muertos confirmados y casi 800.000 infectados, la trajeron los cascos azules nepalíes, tal y como ha acabado por admitir un experto de Naciones Unidas en un nuevo informe, que no está exento de polémica. Entre otras cosas, porque durante años la institución se ha servido de varias estrategias para tratar de eludir su responsabilidad, que ahora reseña el documento.

“A lo largo del año pasado, la ONU se ha convencido de que tiene que hacer mucho más acerca de su propia implicación en el estallido inicial y el sufrimiento de los afectados por el cólera”, admitió la semana pasada Farhan Haq, portavoz del secretario general, Ban Ki-moon, en la primera aceptación oficial de la responsabilidad de esta entidad en la epidemia. El informe, sin embargo, va mucho más lejos, llegando a asegurar que, sin la negligencia de los cascos azules, aquella no habría tenido lugar.

“Es hora de que la ONU haga lo correcto y le demuestre al mundo que 'derechos humanos para todos' significa 'también para los haitianos”, ha declarado Mario Joseph, un abogado de derechos humanos que representa a las víctimas de la epidemia, a la cadena Al Jazeera. 'Hacer lo correcto' es, sin duda, lo que intenta el autor del texto, Philip Alston, un profesor de la Universidad de Nueva York que ejerce como asesor del organismo en materia de derechos humanos y pobreza extrema, y que ahora trata de que este revierta la estrategia que ha seguido durante los últimos seis años.

Los cascos azules llevaban desplegados en el país desde 2004, como parte de la Misión de Estabilización de Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH, por sus siglas en francés), para tratar de calmar la volátil situación creada por el derrocamiento del presidente Jean-Bertrand Aristide, quien, a diferencia de una década antes, ya no contaba con el respaldo de EEUU y la comunidad internacional. A partir de abril de ese año, varios miles de militares y policías bajo el mandato de la ONU comenzaron a desplegarse por todo el país, liderados por tropas brasileñas, pero también de una decena de países del continente y de otros como Filipinas, Indonesia, Jordania, Sri Lanka, Francia, Croacia y Nepal. Decenas de ellos murieron cuando el devastador terremoto del 12 de enero de 2010 castigó Haití.

Vertidos y negligencias

La ayuda internacional se intensificó a lo largo del año siguiente. El 8 de octubre, un nuevo contingente de soldados nepalíes llegó al país para actuar de reemplazo y se desplegó en el llamado Campo Annapurna, en el área de Mirebalais. Estos militares habían recibido entrenamiento en Katmandú, justo en mitad de un estallido de cólera en la capital nepalí. A los pocos días, decenas de haitianos que residían en las aldeas próximas al campo habían enfermado.

En su informe, Alston confirma lo que muchos investigadores han concluido en estos años: que “el 16 o 17 de octubre” de ese año, una compañía de instalaciones sanitarias que operaba bajo contrato de la MINUSTAH -y cuyo nombre el experto evita señalar- se ocupó de vaciar los tanques de residuos del campo. Sin embargo, la fosa séptica estaba llena, de modo que “el conductor volcó el contenido de forma que una gran cantidad de materia fecal entró en el torrente local y fluyó hasta el río Artibonite. A la mañana siguiente, muchas personas en las comunidades situadas río abajo estaban infectadas”, afirma Ralph R. Frerichs, autor de un libro sobre este episodio, citado por Alston.

Las consecuencias han sido desastrosas para Haití: alrededor de un 4% de la población del país ha resultado afectada por la epidemia, y al menos 9.145 personas han muerto hasta la fecha, aunque la cifra real podría ser aún más alta. Una tragedia todavía más grave si se tiene en cuenta que el cólera era una enfermedad desconocida en el Haití contemporáneo.

Durante años, sin embargo, la reacción oficial de las Naciones Unidas ha sido asegurar que no existen pruebas concluyentes de que la epidemia fuese provocada por la misión internacional de paz. Nada más hacerse públicas las primeras acusaciones, la organización estableció un panel independiente de expertos que concluyó que “la fuente del estallido de cólera en Haití se debió a la contaminación del afluente Mèyé del río Artibonite con una cepa patógena del tipo 'Vibrio Cholerae' actual del sur de Asia como resultado de la actividad humana”, pero que esto, por sí solo, no podría haber provocado la epidemia sin un conjunto de deficiencias sanitarias. “El estallido fue causado por una confluencia de circunstancias, y no fue la culpa ni la acción deliberada de un grupo o individuo”, aseguró.

Alston considera que esta postura “inconsistente” se ha vuelto insostenible en estos años, ante la aparición de nuevas evidencias científicas. Para empezar, epidemiólogos han rastreado el origen de la cepa vírica hasta el propio Nepal. Pero además, señala el experto, “el hecho es que no se habría producido el brote de cólera si no fuese por las acciones de las Naciones Unidas”.

"Campaña de desinformación"

“Durante años, mientras miles -o decenas de miles- de haitianos tuvieron dolorosas y degradantes muertes de deshidratación por vómitos y diarrea, la organización humanitaria internacional más importante del mundo destruyó evidencias, fingió y, cuando todo lo demás falló, se cerró en banda”, escribe Jonathan M. Katz, del diario 'New York Times'. “Ban [Ki-moon] incluso promovió al jefe de la misión de mantenimiento de la paz en Haití en la época del estallido y el encubrimiento inicial al puesto de jefe de personal de su equipo”, indica. En el pasado, el doctor Renaud Piarroux, uno de los principales expertos mundiales en esta enfermedad que investigaron el brote de Haití, también criticó duramente lo que describe como “una campaña de desinformación para proteger a la ONU y el programa de mantenimiento de la paz”.

El propio organismo se encontraba dividido ante esta postura, y figuras prominentes, como Navy Pillay (antigua Alta Comisionada de Derechos Humanos), se habían mostrado partidarios de pagar una compensación a las víctimas. Sin embargo, el coste sería astronómico: a 100.000 dólares por fallecido y 50.000 dólares por enfermo, las indemnizaciones ascenderían a 39.875,1 millones, “casi cinco veces el presupuesto anual total para las operaciones de mantenimiento de la paz en todo el mundo”, como admite Alston. Algunos miembros de la institución señalan también que admitir la responsabilidad podría provocar además una erosión de su imagen que desembocase en una pérdida adicional de donantes, agravando la situación.

La cuestión principal, sin embargo, es el llamado principio de inmunidad de la ONU, que blinda legalmente a la organización ante reclamaciones de este tipo, por lo que el pago de compensaciones sería un acto voluntario de la institución. La inmunidad, de hecho, fue reafirmada el pasado jueves por un tribunal de apelaciones de Nueva York (donde se encuentra la sede central de la ONU), que falló que el organismo no puede ser condenado en un tribunal estadounidense.

Alston, sin embargo, alega que mantener la postura actual puede producir un daño irreparable a la institución, y que un cambio de enfoque es necesario. “Lo que está en juego es la credibilidad general de la organización en muchas áreas diferentes. Su posición actual sobre el cólera en Haití choca con los principios que expone con firmeza en otras áreas clave”, indica. “Tiene mucho que ganar si se replantea su postura, y muchísimo que perder si mantiene obstinadamente su enfoque actual”, dice, asegurando que va “en su propio interés”.

Mientras, este año se ha producido un rebrote de la epidemia, que ha provocado un 18% más de víctimas que en el mismo periodo de 2015. Haq, el portavoz de Ban Ki-moon, ha asegurado que en los próximos dos meses la ONU anunciará una “nueva respuesta” para hacer frente a esta enfermedad en Haití. Sin embargo, los donantes del programa 2013-2022 para erradicar el cólera en dicho país solo han aportado un 18% de los 2.100 millones de dólares necesarios, algo que no contribuye a paliar el descrédito de las Naciones Unidas en la diminuta nación caribeña.

Haití es, sin duda, uno de los peores países del mundo para vivir. A la convulsión política y la extrema pobreza -la renta per cápita es de 735 euros, y la nación está en el puesto 163º de 188 en el Índice de Desarrollo Humano, a la altura de numerosos estados africanos- se suman ciclones, terremotos y enfermedades. Eso cuando los portadores de ayuda humanitaria no contribuyen a traer nuevas calamidades.

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