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Los alemanes descubren que tampoco están a salvo ante el terror
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haN PODIDO EVITAR 11 atentados en 15 años

Los alemanes descubren que tampoco están a salvo ante el terror

Alemania ha descubierto su propia vulnerabilidad tras una matanza imposible de prevenir. Se temía un atentado yihadista o de la ultraderecha, pero no la acción de un individuo con problemas

Foto: Policías alemanes custodian el centro comercial Olympia donde se produjo el atentado el pasado viernes (EFE)
Policías alemanes custodian el centro comercial Olympia donde se produjo el atentado el pasado viernes (EFE)

“Por segunda vez en pocos días nos hemos visto sacudidos por un incomprensible baño de sangre… No se debe permitir que la incertidumbre y el miedo ganen la partida”, afirmó este sábado el gobernador de Bavaria, Horst Seehofer, en un estado de obvia agitación. Se refería tanto al tiroteo de Múnich, que el viernes por la tarde dejó nueve víctimas a manos de un joven pistolero, como al ataque con hacha en un tren en Wuerzburg por parte de un refugiado afgano que había jurado lealtad al Estado Islámico.

Ambos incidentes han sucedido en un país que, hasta ahora, se había mostrado orgulloso de haber superado su negro historial de incidentes terroristas de los años 70 y 80, cometidos tanto por la llamada Fracción del Ejército Rojo (más conocidos popularmente como el grupo Baader-Meinhoff) como por células de ultraderecha, comandos palestinos (la matanza de atletas israelíes en las Olimpiadas de Múnich en 1972) o incluso enviados de Gaddafi que tenían como objetivo las bases de la OTAN.

Las autoridades alemanas, de hecho, estaban en alerta ante la posibilidad de un atentado, aunque no de este tipo: el mayor temor era un ataque yihadista al estilo de los de París o Bruselas, una amenaza formulada de forma explícita por el Estado Islámico a principios de abril mediante varios montajes difundidos en internet. Uno mostraba el edificio principal del aeropuerto de Colonia envuelto en una densa polvareda y, en primer plano, a un combatiente de ISIS, con uniforme de camuflaje y perfectamente armado, observando con atención. "¡Tú también lograrás lo que consiguieron tus hermanos belgas!", bramaba la imagen. En otro aparecía la Cancillería de Berlín en llamas y, sobre un militante islamista y un carro de combate a sus puertas, el lema: "Alemania es un campo de batalla".

Entre los motivos de los yihadistas para querer atentar en este país se encuentra el asesoramiento y formación proporcionados por el ejército alemán a los ‘peshmerga’ kurdos en el norte de Irak en su lucha contra el ISIS, y la participación alemana en las misiones de bombardeo de la coalición internacional contra esta organización. El grado de amenaza es tal que incluso la popular serie de espionaje estadounidense “Homeland” centra su última temporada en un plan para atentar en Berlín, un escenario considerado “realista” por los servicios secretos alemanes.

Hasta ahora, sin embargo, el eficiente trabajo de estos organismos había conseguido evitarlo. El presidente de la Oficina Federal de Actividades Criminales (BKA), Holger Münch, afirmó en febrero que el país había frustrado 11 atentados terroristas en los últimos quince años. "No se trata sólo de suerte, sino de una buena cooperación entre los organismos de seguridad", subrayó Münch en declaraciones a la televisión pública bávara BR.

El extremismo avanza

El despliegue de seguridad se incrementó sensiblemente tras los atentados en París, y de nuevo tras el del aeropuerto de Bruselas, y se reforzó el número de agentes. Fueron, de hecho, informantes del BKA quienes alertaron sobre que grupos yihadistas planeaban atentar en la Eurocopa 2016, que finalmente transcurrió sin incidentes.

La otra gran preocupación de las autoridades era que algún grupo de ultraderecha, todavía más radicalizado por la llegada masiva de refugiados, diese un salto cualitativo en la ola de ataques racistas contra extranjeros y empezase a cometer atentados masivos. En ese sentido, a los neonazis alemanes no les falta motivación ni experiencia. Como señala el periodista Andreu Jerez en un reciente artículo en El Confidencial, “la Fundación Amadeu Antonio estima que las estructuras neonazis militantes han matado a alrededor de 180 personas desde la reunificación del país en 1990. El último gran episodio de terrorismo pardo fue la célula NSU (Clandestinidad Nacionalsocialista), que asesinó a 9 ciudadanos de origen turco y griego y a una agente de policía entre 2000 y 2007, además de perpetrar atracos de bancos y atentados con bomba antes de ser disuelta definitivamente hace cinco años”.

“Los grupos extremistas, sea cual sea su orientación, están ganando fuerza en Alemania. Las fuerzas de seguridad han observado no solo un aumento en la participación, sino también un incremento en la violencia y la brutalidad”, señaló el ministro del Interior Thomas de Maiziere a finales de junio, en la presentación del informe anual de los servicios de inteligencia domésticos. Aunque el documento señala un recurso a acciones más violentas e intensas por parte de la extrema izquierda, los datos más preocupantes atañen a la ultraderecha, cuyo número de crímenes violentos se incrementó un 40% en 2015: un total de 1.408 incidentes, frente a los 990 del año anterior.

Sin embargo, a pesar de la eficacia a la hora de prevenir la actuación de militantes de estos dos perfiles, resultaba imposible prevenir algo como lo sucedido en Múnich, por varios motivos. En primer lugar, el tiroteo que tuvo lugar allí puede ser calificado de acto de terror, pero no terrorista, puesto que el atacante no lo hizo por razones ideológicas ni para conseguir objetivos políticos o hacer avanzar alguna agenda concreta. Por lo que se sabe hasta ahora, el ataque tendría más que ver con los problemas psicológicos del autor y sus vicisitudes personales, canalizados en una masacre al estilo de las que cada cierto tiempo tienen lugar en algún instituto estadounidense, que con cualquier otra cosa.

Por ello, aunque tal vez estaba en las manos del entorno cercano del joven hacer más para evitar que este llegase a cometer una matanza de este calibre, es poco lo que las autoridades podrían haber hecho. Tanto el público como la clase política alemana parece comprenderlo, y por el momento no se han alzado comentarios responsabilizando al Gobierno o las fuerzas de seguridad de lo sucedido. No han faltado, claro, quienes han tratado de relacionar la ascendencia iraní del atacante con las políticas de acogida de refugiados de Angela Merkel, especialmente en el movimiento islamófobo Pegida, pero han sido voces marginales que, por ahora, no han conseguido canalizar la ira hacia su causa. Lo que predomina, de momento, es un sentimiento de vulnerabilidad al constatar que, a pesar de todo, los alemanes tampoco estaban a salvo del terror.

“Por segunda vez en pocos días nos hemos visto sacudidos por un incomprensible baño de sangre… No se debe permitir que la incertidumbre y el miedo ganen la partida”, afirmó este sábado el gobernador de Bavaria, Horst Seehofer, en un estado de obvia agitación. Se refería tanto al tiroteo de Múnich, que el viernes por la tarde dejó nueve víctimas a manos de un joven pistolero, como al ataque con hacha en un tren en Wuerzburg por parte de un refugiado afgano que había jurado lealtad al Estado Islámico.

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