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Que un golpe de Estado no te estropee un buen kebab turco
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CRÓNICA DE LA INTENTONA MILITAR DESDE ESTAMBUL

Que un golpe de Estado no te estropee un buen kebab turco

Había ruido de sables y no era el de los maestros preparando kebabs. Los militares se echaban a las calles en una asonada que hacía revivir los recuerdos del último intento de los uniformados

Foto: Partidarios del presidente turco Tayyip Erdogan gritan consignas en una manifestación contra el fallido golpe de Estado. (EFE)
Partidarios del presidente turco Tayyip Erdogan gritan consignas en una manifestación contra el fallido golpe de Estado. (EFE)

Cuando empezaron a extenderse la noche del viernes los rumores sobre el golpe de Estado los enormes rollos de carne del restaurante Bambi, humeaban en una esquina de la céntrica plaza de Taksim con la calle Istiklal. El calor de la carne disponible 24 horas al día, siete días a la semana, se fundía como la grasa que chorreaba mezclada con el bochorno de las noches veraniegas de Estambul. Al abrigo de ese calor pegajoso los maestros del sable hacían menguar el mazacote y rellenaban bocatas que turistas y locales devoraban en el interior de local o engullían de camino a la calle comercial que, un viernes a esas horas, estaba en pleno apogeo. Primero fueron un grupo de soldados, luego los policías que se enfrentaron a ellos. Desde la privilegiada esquina de la carne giróvaga, los trabajadores observaban atónitos el desarrollo de lo que sería una noche para recordar. Había ruido de sables y no era el de los maestros preparando kebabs. Los militares se echaban a las calles en las principales ciudades del país en una asonada militar que hacía revivir los recuerdos que los turcos de más de 20 años aún conservan frescos del último intento de los uniformados.

Foto: Partidarios de Erdogan sobre un tanque abandonado en Ankara. (Reuters)

Aún hubo de pasar largo tiempo antes de que las nuevas tecnologías trajeran al presidente Erdogan por videoconferencia, al plató de un canal turco. El sultán transmitía un mensaje de calma a sus ciudadanos y de control de la situación que contrastaba con lo que una presentadora de la televisión turca TRT, tomada por los golpistas, decía a los ciudadanos: los militares estaban al mando. Con su inusual aparición pública, el líder turco logró sin embargo su objetivo: movilizar a su masa de adeptos para lanzarse a las calle con gritos amenazadores y enfrentarse por las bravas a los militares.

De hito en hito, los 'ustas' (maestros) del kebab presenciaron sin inmutarse a las masas ataviadas con banderas turcas que al grito de “¡Dios es grande!” inundaron la plaza tras el discurso vía móvil del presidente. Con el monumento a la República que adorna un lateral de la plaza repleto de exaltados ciudadanos gritando a los militares que se fueran “a casa”, daba miedo pensar en la reacción de los uniformados con sus armas apuntando hacia una noche de luna vestida del color azul intenso del Bósforo.

[Álbum: Todas las imágenes del levantamiento militar en Turquía]

Allí precisamente, sobre los puentes que unen los dos brazos de Estambul entre Asia y Europa, es donde empezó a consumarse el golpe, donde los militares bloquearon el paso impidiendo las comunicaciones entre continentes, que aquí es lo mismo que decir un paseo en barco entre Karaköy y Kadiköy. Pero en Taksim, la plaza que vio a los turcos revolverse contra Erdogan en las protestas de Gezi, que ha presenciado los golpes contra manifestantes celebrando el Orgullo o morir a un transeúnte durante las celebraciones del Primero de Mayo; la misma plaza acordonada una y otra y otra vez para evitar las protestas y reivindicaciones de los turcos, con una sempiterna presencia policial; en esa plaza la policía permanecía impertérrita ante los turcos, enfervorecidos que enarbolaban banderas, trepaban hasta la chepa del padre de la República turca, Atatürk, en una sorprendente metáfora en la que el islamismo y sus adeptos devoran la esencia de esa república laica heredera del kemalismo.

Horas después observando de reojo el monumento, Asli Ildir, una turca de 24 años estudiante de cine hablarían de sus temores de que el golpe sirva para que un presidente con el que no se identifica, “refuerce su poder”. “El miedo, el miedo instilado en la gente es lo que nos hace darles manga ancha. Para consolidar su poder. Para que no haya quien les frene; para eliminar oponentes”. Asli cree que la polarización que vive Turquía entre afines al gobierno islamista y al plan de Erdogan en convertir a Turquía en una República presidencialista y sus críticos “podría agravarse tras este golpe” fallido. “Por primera vez no sé de qué lado estoy. Antes estaba claro, contra Erdogan. Pero no me identifico con los golpistas. El viernes estaba muerta de miedo. Me caí de bruces, me sangraban las rodillas intentando salir de aquí”.

Asli no debía andar lejos tratando de limpiar sus rodillas descarnadas cuando una veintena de hombres y alguna mujer aventaban de camino al monumento una gigantesca bandera turca; los rostros emulando el color de aquella y sudorosos… Los grotescos montones de carne seguían girando ensartados en sus soportes. Atónitos, los trabajadores del local observaban la carne cocinarse lentamente con los gritos de "¡Dios es grande!" como telón de fondo. Una vez lista, con sus sables afilados, solo tenían que deslizar el filo por los bordes. Los pedazos caían solos, por su propio peso.

Cuando empezaron a extenderse la noche del viernes los rumores sobre el golpe de Estado los enormes rollos de carne del restaurante Bambi, humeaban en una esquina de la céntrica plaza de Taksim con la calle Istiklal. El calor de la carne disponible 24 horas al día, siete días a la semana, se fundía como la grasa que chorreaba mezclada con el bochorno de las noches veraniegas de Estambul. Al abrigo de ese calor pegajoso los maestros del sable hacían menguar el mazacote y rellenaban bocatas que turistas y locales devoraban en el interior de local o engullían de camino a la calle comercial que, un viernes a esas horas, estaba en pleno apogeo. Primero fueron un grupo de soldados, luego los policías que se enfrentaron a ellos. Desde la privilegiada esquina de la carne giróvaga, los trabajadores observaban atónitos el desarrollo de lo que sería una noche para recordar. Había ruido de sables y no era el de los maestros preparando kebabs. Los militares se echaban a las calles en las principales ciudades del país en una asonada militar que hacía revivir los recuerdos que los turcos de más de 20 años aún conservan frescos del último intento de los uniformados.

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