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El sueño africano del fútbol se juega en Estambul
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una suerte copa de áfrica en el exilio

El sueño africano del fútbol se juega en Estambul

Equipos africanos compiten estos días en la principal ciudad de Turquía, donde los ojeadores de los equipos turcos buscan potenciales fichajes a los que de otro modo tendrían difícil acceso

Foto: Jugadores africanos se disponen a jugar un partido en el Estadio de Fatih, en Estambul (Miguel Ángel Sánchez)
Jugadores africanos se disponen a jugar un partido en el Estadio de Fatih, en Estambul (Miguel Ángel Sánchez)

Lleva una gorra deportiva ladeada y con la visera hacia arriba sobre el rostro flaco, y unos auriculares rojos enormes por encima de ella cubriéndole las orejas. Desde una distancia considerable aún es posible oír una melodía rítmica y bailable, aunque él apenas mueve un músculo, parado mirando hacia un campo de juego vacío que flanquean un par de porterías con la red rota. Le da un bocado al 'simit' que tiene en la mano y tras quitarse unas semillas de sésamo que la rosca de pan turca le ha dejado en los labios, echa un vistazo al cielo. Hay nubes negras avanzando en volutas enormes y sopla un aire frío.

Bebe un trago de agua y da una patada ligera, inconsciente, a un balón imaginario. Aún falta una hora larga para el partido que Adnán, un somalí que prefiere usar sólo su nombre de pila, jugará en el estadio de Fatih, en Estambul. La ciudad turca celebra estos días un campeonato internacional de equipos africanos. Una suerte de Copa de África en el exilio donde la comunidad de ese continente olvida por unos días que no siempre es bienvenida en Turquía.

A Adnán le gusta llegar pronto, sentarse en la grada. Concentrarse. Busca un sitio bajo la cubierta de los asientos y se queda mirando al campo desde una perspectiva distinta ahora. Con las porterías a izquierda y derecha. Observando el verde y rojo de la pintura que cubre las hebras de césped artificial. Su equipo, el de su país, Somalia, se enfrenta hoy al vigente campeón: Ghana. Adnán está seguro de que ganará. Juega con el número 15.

"Un manager contactó conmigo en África y me ofreció unirme a un gran club. Se quedó con mi dinero y me quedé atrapado aquí", explica el somalí Adnán.

Desde el año 2004 el campeonato da a muchos africanos la oportunidad de mostrar su talento a ojeadores de clubes locales. Eso dicen los organizadores. La mayoría de los jugadores, como Adnán, llegaron a Turquía con el sueño de unirse a algún equipo y dar luego el salto hacia Europa. La realidad resultó bien distinta: “Un manager contactó conmigo en África y me ofreció unirme a un gran club, pero cuando llegué aquí descubrí que el agente estaba mintiendo: no había papeles, ni contacto con ningún club. Se quedó con mi dinero y eso es todo. Me quedé atrapado aquí”.

Adnán habla desapasionadamente, mirando hacia el campo aún vacío y observando de cuando en cuando el cielo donde los truenos empiezan a dejar sentir la cercanía de la tormenta. “No quiero regresar a África. Vine para conseguir una vida mejor, para poder ofrecer mejores oportunidades a la generación que me sigue en Somalia; para ayudar a mi familia. Sólo hay que conseguir sobrevivir mientras estás aquí. Por eso juego todavía”. La decepción, el desánimo, el sentirse burlado cuando llegó hace cuatro años y vio su sueño desvanecerse sólo han servido para que Adnán quiera luchar con más fuerza. “Mientras hay vida hay esperanza y todavía creo que puedo conseguirlo. Hay mucho talento aquí, pueden salir muchos Cristianos Ronaldos”.

Objetivo: crear lazos africanos

Algunos de sus compañeros de equipo empiezan a aparecer en la entrada del campo o saliendo por las escaleras que vienen de las oficinas y el vestuario. Adnán apura su botella de agua y choca la mano de uno de ellos que se acerca a saludar. Poco a poco los asientos rojos entre los que se han colocado cubos previendo la lluvia, se llenan de acentos y rostros distintos. Malienses, nigerianos, ghaneses, cameruneses… y así hasta dibujar el continente en rostros y acentos. Un hombre de traje, con casi dos metros de estatura cruza azorado hacia las escaleras. De su cuello cuelga la acreditación de organizador. Es Joseph Ndong, agente deportivo y uno de los que hacen que este campeonato africano sea una realidad.

“Nuestro primer objetivo es crear lazos entre la comunidad africana. En el campo se olvidan las tensiones, la política y se juega por el placer de jugar. No importa quien gane, la rivalidad es deportiva, pero el deporte es precisamente uno de los vectores de unión entre todos nosotros”. Joseph habla un castellano dulce, con sabor latino, que aprendió en el tiempo que vivió en Chile. Forma parte de la organización desde que en 2004 se empezó a celebrar la Copa. Un campeonato que, explica, “ha ido creciendo y atrayendo patrocinadores, hasta que finalmente ha recibido el apoyo del propio Ayuntamiento de Estambul”. Para Ndong es un logro tanto como el conseguir que alguno de los jugadores consiga cumplir su sueño de profesionalizarse como jugador en Turquía y, quién sabe si en Europa.

"Muchos equipos celebran sus pretemporadas en Turquía, y es un buen lugar para que conozcan jugadores", asegura el agente Joseph Ndong

Turquía es un 'hub' [nódulo] del fútbol internacional. Muchos equipos celebran aquí sus pretemporadas y es un buen lugar para que conozcan a los jugadores”, apunta. El segundo objetivo del campeonato es precisamente que ojeadores, agentes y managers puedan conocer la calidad de los jugadores africanos. Muchos han sido profesionales en sus países, otros jugaban en categorías junior o en equipos universitarios y todos están dispuestos a dejarse la piel por el deporte rey.

“Me han contactado ya dos agentes”, explica Adnán. Es por eso que confía en que su equipo logre colarse en la final. Si lo hace, cree que tendrá más oportunidades de que le hagan un contrato de cara a la próxima temporada.

Turquía no es un país fácil para los africanos. Adnán llegó hace tres meses a Estambul procedente dela ciudad costera de Samsun. Allí las cosas fueron más difíciles, pero entrenaba y sigue entrenando a diario. Casi todos sobreviven con trabajos eventuales, muchos acaban recogiendo y seleccionando basura, otros hacen algún servicio para otros africanos que tienen negocios. No hay estadísticas sobre el número de africanos que viven en el país, pero su presencia es cada vez más visible en barrios como Kurtulus, Osmanbey o Dolapdere en Estambul. Más de 4.500 estudiantes han recibido ayudas para venir a Turquía. Las mayores comunidades proceden de Nigeria y Somalia. Desde 2011, Somalia ha sido, además, el país africano que más ayuda humanitaria ha recibido de Turquía y el interés del Gobierno turco ha ido en aumento, resultando en un incremento de las colaboraciones bilaterales con distintos Estados en el continente.

"Prefiero mi equipo a mi país"

Viéndoles observar el campo, reír, canturrear o debatir sobre el si lloverá o no (mientras tanto los truenos y relámpagos se suceden cada vez con más frecuencia), parecen sacados de contexto. Sin embargo, cuando en los asientos cercanos se sientan un par de caballeros con sendos bigotes turcos, varios niños y algunos adolescentes turcos, las palabras de Ndong, sobre las posibilidades de usar el fútbol para tender puentes parecen cobrar sentido.

Algunos jugadores se han puesto la camiseta y están calentando en el campo. Un joven maliense, largo como un silbido, flaco y con el pelo trenzado teñido de rubio, da unos magistrales toques de cabeza con los hombros bien posicionados, tensando la musculatura. Un boquiabierto chaval de unos 11 años, parado como si hubiera olvidado a donde iba en mitad del terreno de juego, parece ser de la misma opinión.

Aún en la grada, Joseph Nmoniyl se alegra de que esté refrescando. “Ya estamos acostumbrados al clima de Estambul”, bromea. Tiene un rostro anguloso y grande, una espalda ancha y viste unos pantalones deportivos que parecen quedarse cortos para su enorme estatura. Muy diferente del rostro flaco y la figura estilizada y fibrosa de Adnán. Joseph es el portero de Somalia aunque nació muy lejos de ese país, de hecho al otro lado del continente, en Ghana. “A veces no hay suficientes jugadores de fútbol de un país y formamos equipos mixtos. Esa es la unidad africana. Lo importante es estrechar nuestros vínculos de amistad… y jugar.”, apunta.

"A veces no hay suficientes jugadores de un país y formamos equipos mixtos. Esa es la unidad africana", dice el ghanés Joseph Nmoniyl

Joseph, de 24 años era estudiante de Ingeniería Civil mientras jugaba como profesional en Ghana. Hoy se enfrenta al equipo de su país pero estalla en carcajadas cuando le pregunto si prefiere entonces que gane su país. “Prefiero mi equipo y trabajamos juntos para ganar. Cuando juegas debes darlo todo, y eso es lo que pienso hacer”.

Su sueño es ser jugador profesional en Europa, “ser portero en un equipo europeo, conseguir un buen contrato y buenas oportunidades de futuro”, subraya. “Pero en cualquier caso intentaré seguir moviéndome hacia delante, buscaré nuevas oportunidades que me permitan ser alguien. Eso es la vida, seguir luchando sin importar lo que ocurra. Esa es nuestra fuerza. Los africanos somos fuertes y aunque las cosas aquí no son nada fáciles no perdemos la esperanza. La vida es una oportunidad”, concluye.

Con una sonrisa, Joseph se despide para unirse al resto del equipo que calienta en el campo, Adnán, el maliense del pelo dorado… todos con la mente puesta ya en el partido y en colarse en la final del día 18. La tormenta ya es una realidad de truenos y relámpago acompañados de una lluvia fuerte, pero si todos los impedimentos que han encontrado para alcanzar su sueño no han conseguido disuadirles de entrenar a diario, de olvidarse de que una vez muchos fueron profesionales del fútbol o estudiantes universitarios en su país y ahora deben vivir sin papeles como ciudadanos de segunda, advierte el joven ghanés, “¡cómo va a hacerlo un chaparrón de primavera!”

Lleva una gorra deportiva ladeada y con la visera hacia arriba sobre el rostro flaco, y unos auriculares rojos enormes por encima de ella cubriéndole las orejas. Desde una distancia considerable aún es posible oír una melodía rítmica y bailable, aunque él apenas mueve un músculo, parado mirando hacia un campo de juego vacío que flanquean un par de porterías con la red rota. Le da un bocado al 'simit' que tiene en la mano y tras quitarse unas semillas de sésamo que la rosca de pan turca le ha dejado en los labios, echa un vistazo al cielo. Hay nubes negras avanzando en volutas enormes y sopla un aire frío.

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