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Regreso al 'punto cero' del sueño europeo
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la playa de donde parten muchos refugiados

Regreso al 'punto cero' del sueño europeo

Cartones, botes de leche, ropa colgada y familias sobre el asfalto. Así era Basmane en el pico álgido de la crisis. Hoy, apenas lo transitan traficantes fatigados y familias rezagadas

La plaza Hatuniye de Izmir se despereza, trasnochada, ante el sol de la mañana. Los bancos han servido de catre para algunos de sus inquilinos que se resisten, como pueden, a comenzar otro día de la semana. Hoy, el barrio Basmane se despierta con resaca. Nada fluye como en aquellos días de septiembre, en los que esta calle era el campamento base de los nuevos 'peregrinos' de Europa. Cartones, botes de leche, ropa colgada, y decenas de familias sobre el asfalto. Así era el Basmane del pico álgido de “la crisis de los refugiados”. Hoy, apenas lo transitan traficantes fatigados y algunas familias rezagadas.

Esta plaza, así como la calle 945, fue durante meses el punto de partida del 'vía crucis' hacia el sueño europeo. Cada esquina era testigo de intermitentes llamadas de teléfono, recuento de billetes o del menudeo de biodramina para el mareo. Los escaparates y las tiendas vendían flotadores y chalecos salvavidas por decenas, pero ahora han vestido a los maniquíes con la ropa de la temporada. “Turquía ha cerrado la frontera con Siria, ya no vendemos tantos como antes…”, explica uno de los tenderos. Aún así, el descenso de la demanda ha subido los precios, “cada uno cuesta 75 liras (23 euros)”, insiste quien, en verano, los vendía tan solo a 50.

El traficante afirma mientras sonríe que el acuerdo 'no va a parar el negocio'. 'Ahora estamos enviando unos dos botes al día. Unos llegan y otros… no'

El inicio del programa de devoluciones de migrantes, en vigor desde el pasado lunes, ha frenado en los últimos días el número de llegadas. Según UNHCR (La Agencia de Refugiados para Naciones Unidas), el día siguiente a la primera expulsión, el martes, 28 personas entraron en las islas griegas; el día anterior, lo habían hecho 228. Las decisiones de la Unión Europea y Turquía han desalojado, progresivamente, la casilla cero del viaje de los refugiados. El cerrojazo en la frontera de Siria, la interrupción de la ruta de los Balcanes, así como el nuevo acuerdo de las devoluciones han disipado la aglomeración propia de la ciudad costera. Aún así, advierten las organizaciones humanitarias, todavía es pronto para valorar los resultados.

Un viaje de ida… y vuelta

El primer ministro turco, Ahmed Davutoglu, asegura que el acuerdo “está funcionando” y que detendrá el tráfico ilegal en el Egeo. Pero aún habrá que esperar para comprobar si las nuevas medidas disuaden a quienes, en un acto de desesperación, apuestan por iniciar una nueva vida que queda a unos kilómetros de travesía. La policía turca, para combatir el flujo ilegal de refugiados, creó una división especial el pasado 5 de febrero. En los últimos días, los guardacostas han detenido a varios botes que intentaban pasar a Lesbos y a Quíos, según datos oficiales, a 45 migrantes. Aún así, la agencia 'Reuters' informó de que un grupo de 40 iraquíes había sido retenido en las costas de Dikili, así como de15 pakistaníes. El Confidencial encontró, en la noche del martes, los restos de mochilas y de ropa abandonados recientemente en las cercanías de Dikili.

Yasin, un joven sirio de veinte años, fue uno de ellos. En la madrugada del miércoles, se desplazó en furgoneta con otros treinta “sirios, afganos y marroquíes” hasta las costas de Çesme para cruzar a la isla de Quíos. Pero, hacia las tres de la mañana, los guardacostas les detuvieron mientras inflaban el bote y preparaban a los pasajeros. “Nos llevaron a un centro policial, nos tomaron las huellas y nos hicieron firmar unos documentos”, explica Yasin. “A los pocos minutos, nos pusieron en libertad”. Según explica este muchacho de Alepo, él no pagó su pasaje “porque sería yo quien conduciría la barca”. Según parece, el muchacho mantiene una buena relación con varios traficantes.

Después de coger un autobús de vuelta a Izmir, a las ocho de la mañana Yasin se tendía de nuevo en un peldaño de la plaza Basmane. A su derecha, se acomodan como pueden otros dos hombres de Deraa, que ahorran dinero, dicen, “trabajando de lo que sea”, para viajar hasta Grecia. A falta de los hombres, mujeres y niños que llenaban esta plaza en septiembre, ahora son los traficantes quienes se postran por los rincones del lugar. “El Sheikh es el que lo organiza todo”, asegura Yasin mientras señala al supuesto cabecilla, un turcomano de unos 50 años de Kirkuk que se cuela en todos los corrillos y las conversaciones. A su mando, dicen, están varios chavales que no superan los 20 años, y ellos son quienes se encargan de recoger a las familias que se hospedan en los hoteles.

Traficante: “El pacto no acabará con el negocio”

“Mmmm, todavía hay formas de colarse, no es imposible”, afirma Lias, un argelino de 28 años que trabaja como traficante “de calle”, como se apoda a quienes buscan nuevos pasajeros. Escoltado por otro colega, hace guardia frente al hotel Imperial, uno de los más lujosos del barrio Basmane. Asegura que el nuevo acuerdo “no va a parar el negocio”, afirma mientras sonríe, sin ningún pudor de mostrar dos enormes huecos en su dentadura. “Ahora estamos enviando unos dos botes al día. Unos llegan y otros… no”. El guardaespaldas que le acompaña asegura que los precios han subido, “ahora hay que pagar más dinero a la gendarmería turca”. “Pedimos 2.000 dólares por cabeza”, asegura Lias. “A los turcos…. les damos entre 100 y 200 dólares”.

'Ahora hay que pagar más dinero a la gendarmería turca. Pedimos 2.000 dólares por cabeza. A los turcos les damos entre 100 y 200 dólares'

Los dos argelinos creen que mientras las autoridades turcas acepten sobornos, “los botes pasarán”, dicen. Confiados, pasean tranquilamente frene a la comisaría del barrio, en la que están aparcadas tres furgonetas policiales. Lias explica que “ciudadanos turcos que viven en la costa trabajan para nosotros. Son ellos quienes pagan a los guardacostas turcos y nos pasan los puntos libres por los que se puede cruzar”. Cuando reciben las coordenadas, conducen a los pasajeros hasta la playa, “a veces a las 8 de la tarde, otras a las 2 o a las 6 de la mañana”, dice. El argelino, peinado con gomina y marcado con varias cicatrices en la cara, asegura que solo ha tenido un desencuentro con la policía, “me cachearon y me preguntaron que de dónde había sacado ese fajo de billetes, pero nada más…”.

En estos días de mayor control marítimo, son las mismas caras las que, una y otra mañana, reaparecen por la plaza Hatuniye después de haber intentado atravesar el mar durante la noche. Desalentados, quienes han fracasado en el intento, vuelven a llamar a Lias para pedirle otra oportunidad. “Tengo que cobrarles otra vez la misma cantidad. No puedo hacerlo de otra manera…”, afirma el argelino. En el corrillo, mientras preparan cigarros en una máquina de liar, unos y otros comentan sobre nuevas rutas de viaje. Dicen que estos días se habla otra vez de la vía de Mersin (sur de Turquía) para enviar a los refugiados a Italia en barcos más grandes de madera. Como siempre, las nuevas medidas antiinmigración abrirán otras alternativas para los traficantes. Pronto, Grecia estará excluída del itinerario ilegal oficial, por lo que Europa quedará aún más lejos que antes. Esto, inevitablemente traerá todavía más desgracias en el Mediterráneo.

La plaza Hatuniye de Izmir se despereza, trasnochada, ante el sol de la mañana. Los bancos han servido de catre para algunos de sus inquilinos que se resisten, como pueden, a comenzar otro día de la semana. Hoy, el barrio Basmane se despierta con resaca. Nada fluye como en aquellos días de septiembre, en los que esta calle era el campamento base de los nuevos 'peregrinos' de Europa. Cartones, botes de leche, ropa colgada, y decenas de familias sobre el asfalto. Así era el Basmane del pico álgido de “la crisis de los refugiados”. Hoy, apenas lo transitan traficantes fatigados y algunas familias rezagadas.

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