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Los musulmanes de Molenbeek tienen miedo
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"nadie condenó los atentados, todos escondidos"

Los musulmanes de Molenbeek tienen miedo

La comunidad musulmana ya se cuestiona qué ocurre en su interior pero de momento no 'expulsa' a sus ovejas negras

Foto: Los vecinos de Molenbeek sí tomaron las calles tras los ataques de París para reivindicar el espíritu pacífico del barrio (Reuters).
Los vecinos de Molenbeek sí tomaron las calles tras los ataques de París para reivindicar el espíritu pacífico del barrio (Reuters).

Temen las posibles represalias de los yihadistas si condenan abiertamente, ante las cámaras, los ataques terroristas. También tienen miedo de convertirse en una víctima más de los atentados. Y de la islamofobia que crece en Bruselas. La comunidad musulmana en la capital belga ya se cuestiona qué ocurre en su interior, pero de momento no 'expulsa' a sus ovejas negras.

Viernes y sábado de Semana Santa, el barrio bruselense de Molenbeek está a punto de empezar la fiesta de la Pascua. En la plaza aledaña al Ayuntamiento, las barracas de feria están cerradas pero preparadas para su apertura, mientras que en la calle peatonal por donde una vez paseó Salah Abdeslam todos los comercios están abiertos.

Se venden 'hiyabs', 'shaylas' y hasta 'niqabs', todos los diferentes tipos de pañuelos y velos empleados por las mujeres musulmanas para cubrir en mayor o menor medida su rostro y su cuerpo. Es un fin de semana casi primaveral y la vida fluye por las calles del barrio, pero algo ha cambiado: los peores atentados en la historia de Bélgica empiezan a golpear la psique de la comunidad musulmana.

Khadija conoce muy bien de lo que habla, vive en la calle detrás del inmueble donde fue capturado Abdeslam. “La gente tiene miedo, es cobarde; aquí ya no se puede vivir”, denuncia esta mujer marroquí.

Ley del silencio

El temor está presente en la Rue des Quatre-Vents, que había dado cobijo al terrorista más buscado por Bélgica. En un comercio a apenas unos metros de ese piso nos reconocen que hay miedo a salir a la calle y hablar públicamente, enfrente de una cámara. A denunciar y condenar los atentados.

“Hay miedo a que te vean y reconozcan, por lo que pueda pasar. Esa gente (los yihadistas) está loca, no sabes si luego pueden venir a por ti, así que nadie dice nada”, reconoce, frente al portal donde fue detenido Abdeslam, otro musulmán que prefiere guardar el anonimato.

Esta sensación de inseguridad es uno de los motivos que provoca la falta de rotundidad en la condena pública de los atentados. Una ley del silencio que se extiende por el barrio y que ha sido impuesta por personas que ya no actúan como vecinos. Ahora, tras los atentados de Bruselas, igual que sucedió después de los de París y las posteriores redadas en Molenbeek, los musulmanes insisten en que estos yihadistas no visitan las mezquitas, que viven al margen de la vida religiosa.

Uno de los imanes de Molenbeek, Adnan Feroz, también habla de otros dos miedos: ser víctima de eventuales atentados indiscriminados contra la población civil y que crezca el rechazo que ya siente en su propia ciudad. “Voy en el metro con la angustia de si puede pasar algo y veo cómo la gente me mira y se empieza a alejar de mí, de nosotros, por vestir una túnica, por tener la barba larga”, dice Feroz, que recibe a El Confidencial sentado en el suelo alfombrado de la sala de rezo.

El sábado por la mañana, las mezquitas imparten clases religiosas a los más pequeños, para que aprendan el Corán, igual que en las parroquias católicas los niños aprenden el catecismo. El Confidencial ha podido comprobar cómo este sábado en Molenbeek faltaban la mitad de esos menores.

“No estamos haciendo nada juntos”

“Por desgracia, los imanes de Molenbeek o Anderlecht no estamos haciendo nada juntos”, se lamenta Feroz y prosigue, “no hacemos nada como comunidad. Cada mezquita es un mundo individual, diferente a otra alejada apenas unas calles, lo que impide formular un mensaje común ante los atentados". O ante la aparición de células yihadistas que se reproducen continuamente, incluso en un mismo barrio.

"Voy en el metro con la angustia de si puede pasar algo y veo cómo la gente me mira y se empieza a alejar por vestir una túnica, por tener la barba larga"

“Creo que la comunidad musulmana también ha fallado, en cierto modo sí, también los padres”, explica Feroz, “deberíamos hacer algo más pero no estamos unidos como religión”. El islam no es jerárquico como el catolicismo, no hay un poder piramidal con un líder en el vértice superior. Sí existe en el chiismo iraní, pero no en el sunismo de magrebíes, turcos o pakistaníes, que son las comunidades mayoritarias en Molenbeek y Bruselas.

Feroz prosigue con su reflexión y autocrítica, algo poco frecuente entre muchos de sus colegas. “Creo que debemos salir más con nuestros vecinos y mostrar nuestro rechazo, quizás no lo hacemos lo suficiente en un momento en que se nos está cuestionando sobre ello”:

En Molenbeek en los días posteriores a los atentados de Bruselas no ha habido una repulsa pública y directa de la comunidad musulmana. Sí la hubo tras los ataques en París, pero salió de colectivos vecinales y para denunciar la estigmatización que sufría el barrio. Khadija no se esconde y denuncia que “nadie condenó los atentados, no salió ni uno, todos (estaban) escondidos en sus casas”.

Las condenas sí que existen, pero son más individuales. “Yo estuve en la Plaza de la Bolsa [de Bruselas, donde cientos de ciudadanos están dejando flores, cartas o velas como homenaje a las víctimas] estos días. También en la plaza de Molenbeek tras los de París”, exclama otro musulmán en la misma Rue des Quatre-Vents, “pero qué podemos hacer, no sirve de nada”.

Condena el viernes de rezo

El Viernes Santo es también un gran día en las mezquitas de Bruselas. Hay una a cien metros del piso del que salieron los tres terroristas que atacaron el aeropuerto de Bruselas. En ese inmueble de Schaerbeek, otro barrio con mucha población musulmana, se encontraron quince kilos de explosivos y cientos de litros de producto químico.

“No los conocíamos, venimos a esta mezquita desde hace años, aquí no hay radicales, sólo familias. Si hay gente nueva la conocemos, ellos no eran de aquí”, aseguran dos jóvenes que salen de la oración.

Les preguntamos si el imán se ha pronunciado sobre los atentados y lo que ocurre estos días en Bruselas. “El imán dijo que los terroristas no tienen nacionalidad ni religión, son cobardes, arruinan la imagen del islam”, responden. “Estamos firmemente en contra de lo que hicieron, el Corán dice que si matas a una persona es como si matases a la humanidad”, señalan los dos jóvenes.

El mensaje se repitió también en Molenbeek. El islam como religión no permite matar a una persona o practicar el terrorismo pese a las guerras de Siria o Irak. El imán Adnan Feroz, tras el rezo, tomó la palabra veinte minutos para concienciar a sus fieles. “Insistí directamente a los padres en que deben hablar con sus hijos, estar alerta para evitar que les laven el cerebro en las calles”.

Familias que protegen a yihadistas

En el Te Graffiti, un bar a escasos metros de donde se detuvo a Abdeslam, nadie se pronuncia sobre la familia Aberkan, que lo acogió. Khadija, vecina del barrio, asegura que “la gente está muy rara desde hace un año”. Tampoco se habla sobre los Laachraoui, otra familia con un miembro presuntamente yihadista.

“La imagen que tengo de él es la de un joven amable e inteligente. Estoy triste y abrumado por lo que ha pasado”, dice Mourad Laachraoui, pero “sigue siendo mi hermano”. Palabras que recuerdan a las de Mohamed Abdeslam sobre su hermano Salah tras su puesta en libertad en noviembre, al no tener nada que ver con los ataques de París.

Igual que hace cuatro meses, el hermano de uno de los presuntos yihadistas sale a escena. Mourad es hermano de Najim Laachraoui, uno de los dos kamikazes del aeropuerto de Bruselas. Mourad es un atleta de éxito, el número seis del mundo en la categoría de menos de 54 kg en taekwondo.

“No tengo ni idea de por qué mi hermano viró hacia el terrorismo”, explicó Mourad ante la prensa dos días después de los atentados, “no hemos visto un cambio en él cuando se radicalizó”. La familia Laachraoui no sabía dónde estaba Najim desde 2013, cuando viajó a Siria. Fue la policía belga la que les informó sobre su paradero después de que denunciasen su desaparición.

Tras los atentados de París, varios agentes registraron la casa de los Laachraoui pero ellos no quisieron darle importancia. Tras los atentados de Bruselas, no se pusieron en contacto con la policía. En Anderlecht, igual que en Molenbeek, ciertas familias guardan silencio.

“La mierda está por todas partes”, dice Xosé Luis, ebanista portugués y exmiembro de los comandos especiales de su país, desplegado en Angola durante la Revolución de los Claveles. “Anderlecht es Marruecos”, exclama sobre el barrio donde vive.

El mismo martes, un trabajador de pista del aeropuerto explicó a este redactor cómo estaba Zaventem. “Era un día normal, con muchos pasajero, hora punta... escuché las explosiones desde la pista”. Afectado, contaba que un magrebí amigo suyo, trabajador en la primera zona de maletas, tenía las piernas destrozadas. “Ya es tarde para hacer algo en esos barrios”, cree este trabajador, “se tenía que haber hecho hace años”.

Temen las posibles represalias de los yihadistas si condenan abiertamente, ante las cámaras, los ataques terroristas. También tienen miedo de convertirse en una víctima más de los atentados. Y de la islamofobia que crece en Bruselas. La comunidad musulmana en la capital belga ya se cuestiona qué ocurre en su interior, pero de momento no 'expulsa' a sus ovejas negras.

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