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La caída de Lula da Silva cierra el ciclo 'izquierdista' en Latinoamérica
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EL OSCASO DEL GRAN REFERENTE EN BRASIL

La caída de Lula da Silva cierra el ciclo 'izquierdista' en Latinoamérica

Un nuevo tsunami está barriendo la izquierda del mapa político de Latinoamérica. El último caído en combate es el expresidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva

Foto: Lula da Silva y Dilma Rousseff durante un mitin de campaña en Belem (Reuters).
Lula da Silva y Dilma Rousseff durante un mitin de campaña en Belem (Reuters).

Primero fue Cristina Kirchner en Argentina, derrotada por el conservador Mauricio Macri el pasado mes de noviembre. Después fue el turno de Evo Morales en Bolivia, que acaba de perder el referéndum para optar a la presidencia por cuarta vez consecutiva. Es una derrota que ha mermado su liderazgo en el país andino, junto al escándalo sobre el tráfico de influencias que envuelve a su exmujer. En Uruguay, el sucesor del mediático José Mujica, Tabaré Vázquez, está muy lejos de haberse convertido en un símbolo de la izquierda latinoamericana un año después de haber asumido el cargo. Su desgaste ha sido tan grande que la aprobación de su gestión ha caído desde el 78% hasta el 28% en tan solo 12 meses, según las encuestas.

Venezuela, por su parte, no ha conseguido superar la muerte de Hugo Chávez. La gestión de Nicolás Maduro está marcada por una inflación superior el 180% y el peor desempeño económico de los últimos 40 años. El país, que se convirtió en fuente de inspiración para los líderes de izquierda de medio mundo, se hunde lentamente en el caos y en la miseria, y la inseguridad ciudadana crece monstruosamente. Mientras tanto, Cuba se dispone a recibir la visita del presidente Obama en un clima de cambio radical de época.

Parece que después del ciclón que arrasó el régimen soviético a principios de los años 90, un nuevo tsunami está barriendo la izquierda del mapa político de Latinoamérica. El último caído en combate es el expresidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva, arrestado en su domicilio de São Bernardo do Campo, en São Paulo, por su presunta implicación en el caso Petrobras, y puesto en libertad tras un interrogatorio de casi cuatro horas.

Tanto Lula como su hijo Fábio Luíz, también conocido como Lulinha, y el Instituto Lula son el blanco de la 24ª fase de la Operación Lava Jato. Es una macro-investigación que intenta desde hace meses desentrañar los entresijos del mayor esquema de desvío de dinero público de la historia de Brasil, también considerado como el segundo mayor caso de corrupción del mundo, según el ranking de la ONG Transparencia Internacional.

Al expresidente y gran referente de la izquierda latinoamericana se le acusa de haber llevado a cabo una reforma multimillonaria de su triplex y de su casa de campo en Atibaia, dos inmuebles de los que niega ser propietario, con dinero de dos empresas involucradas en el caso Petrobrás, Odebrecht y OAS. La noticia, que ha acaparado las portadas de los periódicos de todo el mundo, llega en un momento político muy conturbado por la amenaza de 'impeachment' que todavía pende como una espada de Damocles sobre la cabeza de la presidenta Dilma Rousseff. Hace semanas la prensa brasileña, desde siempre hostil al Partido de los Trabajadores (PT), está llevando a cabo una campaña de acoso y derribo contra Lula, que sigue acariciando el sueño de volver a concurrir a la presidencia en 2018.

Para el politólogo Rafael Cortez, la bomba contra Lula tendrá una repercusión inmediata en el Gobierno de Rousseff y puede conducir al poder a su numero dos, Michel Temer, presidente del conservador Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB). “Lula como objetivo de la 'Operación Lava Jato' debilita el Ejecutivo y dificulta la movilización en contra del 'impeachment', sobre todo porque entorpece la construcción de la legitimidad del Gobierno”, señala este analista.

“Los hechos han creado elementos para cuestionar a Lula, a Dilma y a todo el PT, lo que alimenta la discusión sobre el 'impeachment' de la presidenta. Sin embargo, es difícil afirmar que la reciente operación de la Policía Federal haga inviable la candidatura de Lula en 2018”, añade Carlos Melo, profesor del Instituto de Ensino e Pesquisa (Insper).

'Hoy es un día nefasto para nuestro país, lo que estamos viendo en Brasil en un circo. Delcídio do Amaral ya se ha desdicho y su declaración no tiene ningún valor jurídico'

La operación 'Aletheia', que en griego antiguo significa "búsqueda de la verdad", ha estallado un día después de que un delator apuntase a Dilma y a Lula como culpables de corrupción. Se trata del senador Delcídio do Amaral, arrestado en el pasado por haber intentando interferir en la investigación de la 'Operación Lava Jato'. Pequeño detalle: la delación de Delcídio do Amaral no ha sido homologada por el máximo órgano judicial de Brasil, el Tribunal Supremo Federal, ni hay perspectivas de que lo llegue a ser.

Por otra parte, cabe destacar que el texto del Público Ministerio que ha dado pie a la detención habla de “evidencias consistentes” que “atestan” que el esquema de desvío de dinero de Petrobras beneficiaba tanto a Lula como a su hijo. Dicho sea de otra forma: todavía no hay pruebas fidedignas de la participación del expresidente en el caso Lava Jato. “Es necesario tener cautela. Precisamos ver si aparecen pruebas materiales de aquello que él [Delcídio do Amaral] afirma. La delación es un camino, no es la investigación en sí”, señala Cláudio Couto, profesor de Ciencia Política de la Fundación Getúlio Vargas (FGV).

Sin embargo, tanto la prensa nacional como la internacional han condenado al que fue el líder más carismático de Brasil. En la calle, el pueblo brasileño literalmente ruge. “Para mí el PT se ha convertido en una basura y es responsable por la derrota de la izquierda. Eso no se lo perdonaré jamás a Lula”, espeta Bruna, activista de izquierdas y trabajadora en una ONG en Río de Janeiro. “Hoy es un día nefasto para nuestro país, pero lo que estamos viendo en Brasil en un circo. Delcídio do Amaral ya se ha desdicho y su declaración no tiene ningún valor jurídico. Pero la bomba ha sido lanzada para explotar en el momento perfecto. Lo que haya de verdad en todo eso ni siquiera importa”, señala Isabel, ejecutiva de Sao Paulo. “La clase media despolitizada y conservadora de Brasil que sólo lee la revista Veja está babeando de satisfacción al ver a Lula escoltado por la Policía Federal”, añade.

De héroe a villano en su propio país

Presidente de Brasil entre 2003 y 2010, Lula da Silva es un líder histórico del sindicato metalúrgico, que se ha formado ideológicamente en el marxismo. Llegó al poder con más de 52 millones de votos, es decir, una mayoría absoluta del 61%, tras tres intentos frustrados. Desde la cúpula del mayor partido del centro-izquierda reformista en América Latina, este hijo de la pobreza, que emigró de pequeño desde Pernambuco junto a su madre y sus hermanos para el rico estado de São Paulo, ha intentado llevar a cabo una profunda revolución social en Brasil, con cotas de popularidad del 87% en sus mejores momentos.

En los cuatro mandatos que suma el PT, el polémico programa Bolsa Família ha permitido que 36 millones de personas consiguieran superar la extrema pobreza. En 2014, Brasil salió por primera vez en su historia del mapa del hambre trazado por la FAO, celebrando un dato objetivamente alentador: entre 2002 y 2003, el porcentaje de la población desnutrida cayó un 82%.

A nivel internacional, Lula supo aglutinar las principales fuerzas de centro-izquierda en su continente y consiguió posicionarse como un interlocutor fiable para el núcleo duro de los países industrializados. Fue un encantador de serpientes capaz de vender como nadie la entelequia del milagro económico de Brasil. Eso sí, en aquella época, Brasil, que sigue siendo la sexta mayor economía del mundo, crecía a un ritmo del 7,5% anual, en cuanto se beneficiaba de una coyuntura favorable marcadas por altos precios de las materias primas y del petróleo. Lula también logró que Brasil se convirtiese en el escenario de grandes eventos mundiales, como el primero Mundial de Fútbol del país tropical y los primeros Juegos Olímpicos de América Latina.

'Todo indica que la casa se está cayendo. El final está siendo muy triste y el saldo de todo esto es nuestra economía destrozada, mientras la tensión social se propaga a todo vapor'

A pesar de sus éxitos, hace años las sospechas de corrupción empañan su imagen internacional, y para muchos en Brasil ha pasado de ser héroe a villano. Durante su segundo mandado explotó el escándalo de caso Mensalão, una trama de sobornos pagados a varios diputados para que votaran a favor de los proyectos de interés del Poder Ejecutivo. Desde el comienzo de la investigación del Petrolão, el expresidente ha estado en el centro de todas las miradas y ha sido acusado por la prensa, sus enemigos políticos y sus decepcionados seguidores de ser el verdadero 'Deus ex machina' de un escándalo que ya ha costado más de 2.000 millones de dólares a las arcas públicas de la mayor empresa petrolífera del país.

El pasado mes de octubre, la policía brasileña registró el domicilio de su hijo Lulinha en busca de pruebas de su supuesta participación en una red de tráfico de influencias políticas para ofrecer beneficios fiscales a los fabricantes de coches. Sin olvidar que en 2015 el Instituto Lula ya fue acusado de haber recibido ríos de dinero negro de las empresas constructoras imputadas en el caso Petrobras.

Lo más sorprendente es que la bomba del arresto de Lula ha explotado el mismo día en el que el todopoderoso presidente de la Cámara, Eduardo Cunha, ha sido imputado por el Tribunal Supremo Federal por su participación en el Petrolão. Ha sido acusado de reciclaje de dinero y “corrupción pasiva” por unanimidad, con 10 votos. El polémico número tres en la línea sucesoria del Gobierno mantiene desde hace meses un surrealista tira y afloja con Dilma Rousseff. Su partido, el conservador PMDB, gobierna en coalición con el PT. Al mismo tiempo, Cunha es el gran adalid del movimiento a favor del 'impeachment' de la actual presidenta, con la que rompió todo tipo de relación el año pasado.

“Todo indica que la casa se está cayendo, el sueño se está derrumbando en un espectáculo de acusaciones y nuevos hechos escabrosos. El final está siendo muy triste y el saldo de todo esto es nuestra economía destrozada, mientras la tensión social se propaga a todo vapor, promesa de que unos días peores llegarán con todas su fuerza”, resume el periodista Leandro Abdon.

En portugués existe una expresión que resume la actual situación política del país: “jogar merda no ventilador”. Gobierno, aliados y oposición están involucrados en una guerra de acusaciones, delaciones y traiciones en un escenario en que la mayoría de los actores políticos parecen tener una vinculación con el caso Petrobras. Incluso los que no están más en la contienda, como el candidato a la presidencia Eduardo Campos, fallecido durante la campaña electoral en un accidente aéreo. El exdirector de Petrobras llegó a afirmar que había pagado 20 millones de reales (unos cinco millones de euros) a la caja B de Campos.

El efecto abrasador de la detención de Lula ya se está sintiendo en la calle. Por un lado, sus partidarios se han reunido en la principal plaza de São Paulo para mostrar su apoyo a un líder que, por otra parte, es cada vez más criticado por sus propias bases. En el otro extremo, los detractores de Lula se han manifestado en Brasilia y en muchas otras ciudades de la inmensa geografía brasileña. Hace días que el son de las caceroladas anti-Lula y anti-Dilma estallaba a diario a la hora del telediario nocturno, cuyas noticias hacian presagiar este cinematográfico desenlace.

Por lo pronto, el sector conservador que aboga por el 'impeachment' de Dilma Rousseff ha convocado manifestaciones multitudinarias en todo el país para el próximo 13 de marzo. La tragedia griega de la política brasileña está todavía lejos de alcanzar un epílogo. Reina un escenario de debacle generalizada, en el que ni siquiera el virus Zika se apiada de la población. Mientras suben los casos de microcefalia en recién nacidos, el país tropical registra cada vez más casos de defunciones por el síndrome de Guillain Barré, una desconocida enfermedad relacionada con el Zika y que produce parálisis y muerte cerebral.

Primero fue Cristina Kirchner en Argentina, derrotada por el conservador Mauricio Macri el pasado mes de noviembre. Después fue el turno de Evo Morales en Bolivia, que acaba de perder el referéndum para optar a la presidencia por cuarta vez consecutiva. Es una derrota que ha mermado su liderazgo en el país andino, junto al escándalo sobre el tráfico de influencias que envuelve a su exmujer. En Uruguay, el sucesor del mediático José Mujica, Tabaré Vázquez, está muy lejos de haberse convertido en un símbolo de la izquierda latinoamericana un año después de haber asumido el cargo. Su desgaste ha sido tan grande que la aprobación de su gestión ha caído desde el 78% hasta el 28% en tan solo 12 meses, según las encuestas.

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