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Cómo masacrar en secreto a 7.000 presos "yihadistas": los Guantánamos de África
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el lado más oscuro de la lucha antiterrorista

Cómo masacrar en secreto a 7.000 presos "yihadistas": los Guantánamos de África

Kenia quiere abrir una prisión solo para "extremistas", y los críticos temen que se utilice para encarcelar a refugiados somalíes. Ejemplos como el de Nigeria llaman a la cautela

Foto: Un soldado somalí arrastra el cadáver de un miliciano de Al-Shabab abatido en el norte de Modadiscio, en junio de 2010 (Reuters).
Un soldado somalí arrastra el cadáver de un miliciano de Al-Shabab abatido en el norte de Modadiscio, en junio de 2010 (Reuters).

La prisión norteamericana de la bahía cubana de Guantánamo no sólo se ha convertido en un símbolo de lucha ciega contra el terrorismo por encima de cualquier valor humano: también es un modelo a seguir para dictadores y líderes de regímenes que apenas merecen el apelativo de democráticos. Líderes como Uhuru Keniata, el presidente keniano, que acaba de anunciar que su Gobierno se está planteando construir una prisión sólo para “extremistas”, despertando el temor de que, so pretexto de contener a los yihadistas de la organización somalí Al Shabab, se abra la veda para dar caza, detener y deportar a cualquier ciudadano de ese origen. Las organizaciones de derechos humanos temen sobre todo por el futuro de los cientos de miles de refugiados somalíes que desde hace décadas han buscado cobijo en Kenia y a quienes el gobierno de Nairobi ha asimilado a menudo con los terroristas de Al Shabab.

Existen otros Guantánamos, y algunos están en África. Prisiones casi siempre militares, secretas o con vocación de serlo -como lo fue la propia cárcel norteamericana en sus inicios-, destinadas a albergar a supuestos terroristas; cárceles que hacen que torturas como el ahogamiento simulado o 'waterboarding' que padecieron los bautizados como “combatientes enemigos” de EEUU casi parezcan el respetuoso trato reservado a los internos de un penal noruego. La palma se la lleva Nigeria con un dato estremecedor aportado por Amnistía Internacional en su informe “Estrellas en sus hombros; sangre en sus manos”: solo entre marzo de 2011 y junio de 2015 al menos 7.000 hombres jóvenes y niños –incluso de nueve años- murieron mientras estaban detenidos en instalaciones militares. La inmensa mayoría habían sido capturados en arrestos masivos e indiscriminados en busca de “terroristas” y de sus cómplices en barrios y pueblos del noreste de Nigeria, feudo de la sanguinaria organización Boko Haram que desde 2009 protagoniza una brutal ofensiva de atentados contra el Estado nigeriano y la población civil. En marzo de 2015, Boko Haram rindió pleitesía al autodenominado Estado Islámico.

Solo entre marzo de 2011 y junio de 2015 al menos 7.000 hombres jóvenes y niños –incluso de nueve años- murieron mientras estaban detenidos en instalaciones militares en Nigeria

La mayoría de estos 7.000 hombres y niños que murieron bajo custodia militar estuvieron detenidos en los acuartelamientos de Giwa y Mai Malari en Maiduguri, la capital del norteño estado de Borno; también en las instalaciones militares “Sector Alpha”, a las que no por casualidad se conoce precisamente como “Guantánamo”. Al primero de estos cuarteles, 'Giwa Barracks', ni siquiera cabe compararlo con la cárcel de la base norteamericana en Cuba: es mucho peor, según Amnistía Internacional. De acuerdo con los datos de la organización humanitaria, sólo en junio de 2013, 1.400 cadáveres salieron de sus barracones con destino a una de las morgues de Maiduguri. Muchos de estos presos habían sido ejecutados extrajudicialmente e incluso llegaban al depósito aún maniatados; otros no mostraban heridas de bala, sino que, reducidos a piel y huesos, no dejaban lugar a dudas de haber sucumbido al hambre y la sed, o bien de haber muerto por asfixia. Casi todos los cuerpos presentaban marcas de torturas atroces.

Algunos de los supervivientes de este infierno aseguran que las celdas de este centro de detención y de otro similar en la localidad de Damaturu estaban tan abarrotadas que los detenidos tenían que permanecer de pie y hacer turnos para dormir e incluso sentarse; que solo les daban de comer el arroz que cabe en la palma de la mano una vez al día y que cuando los presos eran torturados- el informe describe maltratos que van desde las palizas y los disparos con arma de fuego a la violación, pasando por el arrancamiento de uñas y dientes- o caían enfermos nunca recibían asistencia médica, incluso si su vida peligraba.

placeholder Miembros de un grupo de 'vigilantes' formado por cazadores para combatir a Boko Haram posan en Maiduguri, Nigeria (Reuters).
Miembros de un grupo de 'vigilantes' formado por cazadores para combatir a Boko Haram posan en Maiduguri, Nigeria (Reuters).

"Solo querían que muriéramos"

Saleh Jega es el nombre ficticio de un carpintero de 25 años citado en el informe, detenido en 2012 junto con otros 18 jóvenes en el norte de Nigeria. De ellos, solo sobrevivieron cuatro, incluido él mismo. Tras permanecer 15 meses encerrado en Giwa Barracks, logró escapar. Después, relató cómo había días en los que morían entre 50 y 80 personas en la cárcel militar, la mayoría de hambre y sed.

“Teníamos la sensación de que solo querían que muriéramos, y mucha gente lo hizo en las celdas. Algunas veces no nos daban agua durante dos días: 300 personas murieron [en esas 48 horas]. En ocasiones nos bebíamos nuestra propia orina pero otros días ni siquiera lográbamos orinar. Todos los días moría alguien y cuando uno fallecía el resto de detenidos éramos felices porque así tendríamos algo más de espacio, nos dejarían salir fuera para sacar los cadáveres y los militares nos darían agua para lavarnos las manos y, mientras lo hacíamos, beber el agua”, recuerda el joven. La privación de alimento y de agua, el hacinamiento, las torturas y el calor sofocante llevaba a algunos reos a perder la razón.

'Cuando uno fallecía el resto de detenidos éramos felices porque así tendríamos algo más de espacio, nos dejarían salir para sacar los cadáveres y nos darían agua para lavarnos las manos'

En otras instalaciones militares, el sector Alpha, al que los propios nigerianos conocen como “Guantánamo”, la situación no es mucho mejor. Un superviviente de este centro de detención hizo el siguiente relato acerca de los constantes asesinatos de presos: “…casi diariamente, los soldados venían a llevarse gente. A veces dos, otras incluso cinco, y esas personas nunca volvían a las celdas. Los militares nos decían que no servíamos para nada a la sociedad y que nos iban a tirar a la basura (asesinar) uno detrás de otro. Por eso, cada vez que los soldados venían y seleccionaban a alguien, sabíamos que estaba acabado, y rezábamos por nuestras propias vidas”.

La desaparición forzada en prisiones secretas al margen de la ley como Guantánamo, la detención sin cargos y los asesinatos extrajudiciales han sido siempre un arma privilegiada en manos de regímenes autocráticos de todo el planeta. Sin embargo, la llamada “guerra contra el terror” lanzada por el conservador George W. Bush tras el 11-S ofreció nuevos argumentos para saltarse a la torera los derechos humanos con la excusa de que la amenaza terrorista exigía medidas extraordinarias. En un continente como el africano, que se enfrenta a una amenaza terrorista multiforme- con diversas organizaciones criminales tanto en el Magreb como en el Sahel, pasando por Nigeria y la región del Lago Chad, hasta el Cuerno de África-, el ejemplo de Guantánamo ha cundido, muchas veces al amparo de la política en la materia de Estados Unidos.

placeholder Soldados nigerianos posan con una bandera de Boko Haram tras arrebatar Damasak a los yihadistas (Reuters).
Soldados nigerianos posan con una bandera de Boko Haram tras arrebatar Damasak a los yihadistas (Reuters).

La deslocalización de la tortura

Tras los atentados contra el World Trade Center de 2001, la CIA ideó una red de centros de detención secretos- el más conocido es Guantánamo- y lo que se bautizó como programa de “extraordinary renditions” ("rendiciones extraordinarias"); es decir, secuestros y entregas extrajudiciales de sospechosos de terrorismo a terceros países, eufemismo de lo que en la práctica era una deslocalización de la tortura. Para crear sus prisiones secretas, siempre fuera de territorio norteamericano y por lo tanto ajenas a la jurisdicción de sus tribunales, y aplicar este programa de “entregas”, Estados Unidos inicia entonces una colaboración a diversos niveles con 54 países de todo el mundo -entre ellos, España- que tampoco dejó al margen a diversos Estados africanos.

En África, además de cuatro de los cinco países del Magreb -todos, excepto Túnez,- a los que hay que sumar Egipto, diversos Estados participaron activamente en el programa de “renditions”: Kenia, Etiopía, Somalia, Zimbabue, Gambia, Yibuti, Malawi y Suráfrica, según un informe de la fundación Open Society titulado “Globalizando la tortura: los centros secretos de la CIA y el programa de entregas”.

Si el presidente keniano logra abrir un nuevo Guantánamo en su país, tal y como acaba de plantear, en realidad no estará sino aplicando parte de la experiencia que Kenia adquirió durante la pasada década en estrecha colaboración con la CIA y con Etiopía, de acuerdo con la organización Human Rights Watch. Entre diciembre de 2006 y enero de 2007, las autoridades kenianas, en colaboración con fuerzas especiales norteamericanas y tropas etíopes, detuvieron y luego secuestraron en la frontera con Somalia a no menos de 150 personas de 19 nacionalidades distintas-entre las que había mujeres y niños- para luego devolverlas a Somalia y posteriormente entregarlas a Etiopía, que las llevó a su territorio para interrogarlas. Los detenidos fueron mantenidos durante meses en régimen de incomunicación, en un lugar dentro de Etiopía cuya ubicación precisa nunca trascendió, pero que muchos medios de comunicación empezaron a llamar entonces “el Guantánamo africano”. Hasta ahora, el gobierno etíope ha negado siempre la existencia de ese centro de detención secreto y sólo ha admitido haber tenido bajo custodia a un grupo de 41 personas-incluidos cuatro británicos- detenidos en 2007 en la frontera con Somalia.

El número de centros de detención secretos en el continente africano es imposible de conocer. Lo que sí parece claro es que, en muchos casos, su continuidad depende precisamente del secretismo que los rodea. Así sucedió por ejemplo en 2014 en Mauritania. En el verano de ese año, las autoridades de ese país anunciaron el cierre definitivo de la prisión secreta de Salah Edine, situada en una base militar en la remota región norte, muy cerca de la frontera con Argelia. Dos años antes varias organizaciones de derechos humanos, entre ellas Amnistía Internacional, y diversos medios de comunicación- como el periódico francés 'Le Monde'- habían desvelado la existencia de una cárcel secreta en la provincia norteña de Adrar destinada a los yihadistas, casi todos condenados a muerte, de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), entre ellos Khadim Ould Semane, jefe de Ansar Allah al Mourabitoune bi bilad Chinguitt ('Los combatientes partidarios de Alá en Mauritania'), una célula de la organización terrorista. La prisión era secreta para la opinión pública; no así con toda seguridad para determinados gobiernos extranjeros: en la misma zona donde se encontraba el penal militar, fuerzas especiales francesas y norteamericanas -recordaba Le Monde- formaban en lucha antiterrorista a militares mauritanos.

La prisión norteamericana de la bahía cubana de Guantánamo no sólo se ha convertido en un símbolo de lucha ciega contra el terrorismo por encima de cualquier valor humano: también es un modelo a seguir para dictadores y líderes de regímenes que apenas merecen el apelativo de democráticos. Líderes como Uhuru Keniata, el presidente keniano, que acaba de anunciar que su Gobierno se está planteando construir una prisión sólo para “extremistas”, despertando el temor de que, so pretexto de contener a los yihadistas de la organización somalí Al Shabab, se abra la veda para dar caza, detener y deportar a cualquier ciudadano de ese origen. Las organizaciones de derechos humanos temen sobre todo por el futuro de los cientos de miles de refugiados somalíes que desde hace décadas han buscado cobijo en Kenia y a quienes el gobierno de Nairobi ha asimilado a menudo con los terroristas de Al Shabab.

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