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Españoles en Australia, entre el edén y la precariedad
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500 se acogerán AL PROGRAMA 'WORK & HOLIDAY'

Españoles en Australia, entre el edén y la precariedad

Australia facilitará las condiciones de los visados para los españoles. Las experiencias de los nuevos inmigrantes contrastan con las de aquellos compatriotas que aterrizaron en el país en los años 60

Foto: Una pasajera en un ferri, cuyo cristal refleja la Casa de la Ópera de Sídney. (Reuters)
Una pasajera en un ferri, cuyo cristal refleja la Casa de la Ópera de Sídney. (Reuters)

“Estaba encantada con el país, con la gente, el estilo de vida, con todo. Era consciente de que era el sitio en el que quería estar”. Con estas palabras, Tania Martín describe su primera impresión de Australia. Pero las dificultades de esta joven madrileña, que ya había probado suerte en Reino Unido, Noruega y Canadá, comenzaron al darse cuenta de que el precio de un alquiler australiano es cuatro veces mayor al de España. “Me puse a buscar casa y lo único que encontré de un día para otro fue lo que nadie quería: una habitación sin ventana”, recuerda.

Durante sus primeros meses en el país, vivió en un cuartucho improvisado en el comedor de una familia asiática y más tarde en una casa apodada 'la jungla' por la que correteaban gallinas y gatos. Sujeta al visado de estudiante, acudía a la academia para estudiar los cursos conocidos con el mal nombre de 'sacavisas'. Caros y sin apenas contenido, son obligatorios para permanecer en el país.

Una situación que lleva visos de mejorar desde que un acuerdo entre los gobiernos español y australiano ha permitido que por primera vez 500 jóvenes puedan buscar trabajo en Australia bajo las mismas condiciones que sus compatriotas europeos. Pero miles de españoles siguen llegando a las antípodas en condiciones precarias y se enfrentan a situaciones parecidas a las de quienes llegaron hace medio siglo.

La Embajada de España en Australia ha confirmado que se ha cubierto el cupo de 500 visados 'Work and Holiday', vigente desde hace un año, y que permite a jóvenes españoles trabajar y viajar durante un año en el país. La firma de un acuerdo migratorio entre España y Australia era una reivindicación histórica de los miles de españoles que han emigrado a las antípodas desde el estallido de la crisis económica de 2008. Pero el acuerdo actual se limita a 500 permisos al año destinados a menores de 31 años, con ahorros de unos 3.500 euros, estudios universitarios y nivel básico de inglés. Aun así, la empresa de asesoramiento Australian Way calcula que 4.500 españoles viajarán al país en 2016 para trabajar y estudiar.

Los españoles se triplican con la crisis

La gran mayoría de españoles que buscan suerte en Australia (en sectores como la minería o los servicios) sigue haciéndolo a través del visado de estudiante, que permite trabajar a media jornada, pero que obliga a estudiar durante el resto del día. En 2007, antes del estallido de la crisis, 569 españoles obtuvieron este visado. En 2014 lo solicitaron más de 3.000 personas y el Departamento de Inmigración concedió el permiso a 1.786 españoles, más del triple que siete años antes.

En el tiempo que no estaba ocupada con los cursos, Martín trabajaba: “Yo he hecho de todo aquí, de verdad”, explica. Cocinera en un bar de tapas español, escaparatista y profesora de boxeo son solo algunos de los trabajos con que la joven logró salir adelante. Meses después, mientras construye los fundamentos de su propio negocio, admite que el principio fue difícil, pero que su adaptación al estilo de vida australiano fue instantánea: “Yo me he vuelto como estos tíos. Voy descalza por ahí, me gusta levantarme a las seis y media de la mañana, irme a la playa a correr o a hacer surf, venir a casa, desayunar, hacer mi 'business'. Yo esa vida no la voy a tener en España. Ni en mis mejores sueños”, asegura.

Pero las impresiones de Martín contrastan con la experiencia de los españoles que llegaron a Australia en los años sesenta. Igualmente precarios y difíciles, los comienzos de la primera oleada de emigrantes españoles estuvieron marcados por el desconocimiento del inglés y el racismo rampante de una sociedad que consideraba inferiores a quienes no eran anglosajones.

Hija de extremeños emigrados a Cataluña, Juana Pereira tomó la decisión de abandonar España pasada la treintena. Soltera y obligada a trabajar como costurera desde niña para ayudar a mantener a sus hermanas, se fue porque ya no podía más. “Tenía la edad más que suficiente para irme de casa pero, claro, en aquella época no se iba nadie de casa. No podías hacer nada si no tenías compañía”, recuerda ahora, sentada en el salón de su casa en un suburbio de Sídney.

Pereira fue una de las más de 7.000 personas que llegaron a Australia entre 1958 y 1963 bajo el acuerdo bilateral entre ambos gobiernos. En aquella época, Australia era un país rico, joven y despoblado que dependía de la inmigración para desarrollarse. La primera expedición, bautizada operación Canguro, trasladó a 159 españoles, la mayoría hombres. Al desembarcar, los oficiales de inmigración determinaban el destino de los españoles con una mirada a las manos y a los brazos: los campos de caña de azúcar en Queensland, las minas en el interior del país o las fábricas en Nueva Gales del Sur.Señal de tráfico cerca de Uluru (Ayers Rock), en Australia central. (Reuters)

Moscas, racismo y trabajo esclavo

Como la proporción de hombres era abrumadora, en 1962 comenzó el plan Marta, para atraer a jóvenes españolas a las antípodas. Pereira oyó hablar de la operación y decidió unirse a ella. El plan, controlado y gestionado por la Iglesia católica, pagaba a las chicas el pasaje hasta Australia con la condición de que trabajaran allí durante dos años, casi siempre como sirvientas para familias británicas adineradas. “Nos dijeron que seríamos como de la familia”, recuerda Pereira.

Tras un viaje de varios días en un avión bimotor, Pereira aterrizó en Sídney: “Casi se me cae el mundo encima. Tenía una desilusión enorme. No entendía a nadie y trataban a la gente como bestias. Lo primero que te decían: 'Speak english' [Habla inglés]. Como déspotas”.

Las cartas de los emigrantes de la época hablan de la abundancia de moscas, trabajo duro y comida escasa. Pereira trabajó al principio para una familia británica que había vivido en la India y que, asegura, la trataba “como una esclava”. Trabajaba tanto y comía tan poco que acabó diciendo a la monja al cargo de la operación: “Sácame de aquí porque si no me sacas tú me vais a sacar con los pies por delante”.

Luego la empleó como costurera una mujer judía: “A ella no le importaba de dónde venías”. Pero el trato duro que recibían quienes no hablaban inglés existía también en la vida cotidiana: “En la época en que yo vine no dejaban entrar a un chino, a un mestizo, a nadie. Los aborígenes eran un grupo de personas que siempre estaban borrachos y drogados. Les trataban como nada. Y a los demás, que veníamos a trabajar, igual”. Australia, en ese sentido, ha cambiado a mejor.

*Laura Millan Lombraña es la autora del libro ‘Migrar o perecer. Nueve retratos de Australia’, que narra las historias de personas como Juana Perira o Tania Martín, llegadas a las antípodas en épocas diferentes y desde distintas partes del mundo.

“Estaba encantada con el país, con la gente, el estilo de vida, con todo. Era consciente de que era el sitio en el que quería estar”. Con estas palabras, Tania Martín describe su primera impresión de Australia. Pero las dificultades de esta joven madrileña, que ya había probado suerte en Reino Unido, Noruega y Canadá, comenzaron al darse cuenta de que el precio de un alquiler australiano es cuatro veces mayor al de España. “Me puse a buscar casa y lo único que encontré de un día para otro fue lo que nadie quería: una habitación sin ventana”, recuerda.

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