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Habitaciones del pánico: la peligrosa vida de los ejecutivos españoles en Venezuela (II)
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muchos se pagan sus medidas de seguridad

Habitaciones del pánico: la peligrosa vida de los ejecutivos españoles en Venezuela (II)

En esta segunda entrega, El Confidencial habla de las medidas de seguridad que los expatriados deben adoptar en sus casas en uno de los países con mayor índice de criminalidad del mundo

Foto: Agentes en un control de tráfico durante un apagón en Caracas, capital de Venezuela. (Reuters)
Agentes en un control de tráfico durante un apagón en Caracas, capital de Venezuela. (Reuters)

Los ejecutivos españoles en Venezuela, tanto directivos como mandos intermedios, no solo temen por su propia seguridad sino también por la de sus familias. Y por eso se ven obligados a convertir sus hogares en auténticos fortines para no exponer a sus parejas e hijos a uno de los entornos con mayor criminalidad del planeta, donde los secuestros, asesinatos y atracos se han convertido en una dramática rutina.

La inmensa mayoría de las empresas no financia la protección de las familias de los expatriados, y estas simplemente reciben la formación básica en autoprotección que les ofrecen los guardaespaldas de los ejecutivos. Eso significa que tienen que aprender por sí mismas a no caminar por la calle más de lo imprescindible, que sus casas deben contar con múltiples plazas de garaje para los invitados (nadie dejará el coche fuera ni obligará a los invitados a recorrer 100 o 200 metros desde la puerta de sus vehículos hasta la de la vivienda) y que los niños ni pueden jugar en los parques ni ir al colegio sin medidas de seguridad.

Lea la primera entrega de este reportaje: A casa en coche blindado

Si las casas no disponen de la infraestructura adecuada, son las familias las que tienen que pagar la construcción de la popular reja electrificada, a veces se unen con los vecinos para cerrar las calles más pequeñas que dan a sus urbanizaciones con alambre de espino o unas concertinas, y financian entre todos la videovigilancia y la existencia de un control de seguridad permanente en la entrada como parte de los gastos de esta comunidad improvisada. Lo más habitual es que en las viviendas se instalen botones y habitaciones del pánico.

Los botones del pánico sirven para llamar a un equipo de seguridad, que debe presentarse en el domicilio pocos minutos después. Las dos desventajas son que el tráfico de Caracas es endiablado -lo que significa que pueden llegar demasiado tarde- y que el personal de seguridad no debe disparar ni atacar a los agresores si no es en defensa propia, porque no son policías.

Las habitaciones del pánico son aquellas salas de las casas donde los ocupantes pueden ponerse a resguardo si creen que están siendo atacados. Las dimensiones suelen depender del tamaño de la vivienda y cuentan, en general, con puertas y ventanas blindadas, persianas de seguridad, unas paredes con revestimiento metálico y hormigón, y un sistema que permite abrir y cerrar todos los accesos con control remoto y solo desde dentro.

Perder los bienes, salvar la vida

Aunque José Antonio Khliefat, presidente de PBG Servicios Ejecutivos, cree que estas habitaciones se lo ponen más fácil a los atracadores porque entran sin que nadie se defienda hasta que llega el personal de seguridad; también reconoce que al menos se evitan los secuestros y muchos daños personales. Gracias a la aparente normalidad de las salas, los padres, en cuanto saltan las alarmas de la verja exterior, pueden llevar allí a los niños con los juguetes o ponerles la tele sin que estos tengan que darse cuenta del peligro que corren.

Los hijos adolescentes y mayores de edad muchas veces no están en la casa porque, según el consejero económico y comercial de la embajada española en Caracas, Juan Carlos Recoder de Casso, son enviados con frecuencia fuera del país -a Perú, Colombia y Estados Unidos, sobre todo- para que puedan disfrutar de la rebeldía y los excesos de esas edades sin jugarse la vida.

Los directivos españoles que residen en Venezuela no quieren ver a sus familias divididas, y cuentan con que la situación no se alargará mucho. El consejero admite que “suelen marcharse a los dos o tres años, aunque existan excepciones como la del presidente de la filial de una entidad financiera muy grande, que lleva unos 10 años”. Se refiere probablemente a Pedro Rodríguez, presidente de Banco Provincial, la rama venezolana del BBVA.

La habitación del pánico es una metáfora que resume bien las vidas de cientos de ejecutivos de nuestro país en Venezuela. Viven con sus familias y colegas una ficción de normalidad detrás de una puerta acorazada y, como esos niños que juegan mientras acechan los atracadores y secuestradores, muchos días siguen los protocolos que les exigen sus chóferes y guardaespaldas por pura inercia, y hasta se olvidan por momentos del peligro que corren. Van con el piloto automático porque el miedo a la violencia se ha convertido para ellos en algo parecido al terrible tráfico de Caracas: se han acostumbrado, aunque extremen la precaución y respeten las señales para evitar los accidentes.

“No, no me he planteado nunca llevar una pistola y, sinceramente, si llega el momento en que sienta que debería llevar una, ese será el día en que deje de viajar a Caracas”, advierte Alfonso Domínguez (nombre ficticio), un ejecutivo que se desplaza a Venezuela por negocios cada mes y medio. “Si la llevas, tienes que tener claro que tarde o temprano matarás o te matarán. Eso no es para mí”.

Lea la primera entrega de este reportaje: A casa en coche blindado

Los ejecutivos españoles en Venezuela, tanto directivos como mandos intermedios, no solo temen por su propia seguridad sino también por la de sus familias. Y por eso se ven obligados a convertir sus hogares en auténticos fortines para no exponer a sus parejas e hijos a uno de los entornos con mayor criminalidad del planeta, donde los secuestros, asesinatos y atracos se han convertido en una dramática rutina.

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