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Los 'niños fantasma' de Siria
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400.000 menores sirios refugiados en líbano

Los 'niños fantasma' de Siria

Sin protección en un país que no los quiere, decenas de miles de menores refugiados en Líbano son explotados por empresarios sin escrúpulos y grupos mafiosos

Foto: Un niño refugiado sirio trabajando en una obra en Sidón, al sur de Líbano (Reuters)
Un niño refugiado sirio trabajando en una obra en Sidón, al sur de Líbano (Reuters)

Con los dedos manchados de betún negro, Yihad, de 12 años, agarra el bocadillo tan fuerte que parece que se lo vayan a quitar de las manos. Mientras lo devora, su hermano Ahmad, de 15 años, con ojo avizor mira a la calle para no dejar escapar la oportunidad de un nuevo cliente. Son las seis de la tarde en la avenida Mar Mikhael, conocida por albergar los bares de moda de Beirut, y los dos niños han hecho un descanso para recuperar fuerzas y seguir trabajando como limpiabotas.

En una jornada no ganan más de cuatro euros entre los dos, si hay suerte, y la mitad de los beneficios van a las mafias locales que organizan el trabajo infantil. El trabajo, además, conlleva el riesgo de que puedan ser arrestados por la policía y vayan a la cárcel.

Ahmad, el mayor, nos confiesa que en más de cinco ocasiones le han requisado la caja de limpiabotas. “Tenemos miedo de la policía, cuando vemos a un agente salimos corriendo porque nos quitan la caja y luego nos pegan”, se queja el niño sirio.

Hace un año que Yihad y Ahmad llegaron con su madre y otros cuatro hermanos a Trípoli, en el norte del Líbano, huyendo de la guerra en Siria. Su vivienda en la ciudad de Idlib, cerca de la frontera turca, fue destruida por un bombardeo de las fuerzas de Bashar al Asad en el que también murió su padre. “Todos trabajamos. Ahmad es el mayor y yo, el segundo. Mis tres hermanitas y mi otro hermano venden flores en las calles de Trípoli. Como son pequeños, solo nos dejan viajar a Beirut a Ahmad y a mí”, explica Jihad con mucho desparpajo.

Su vida antes de la guerra no era así. Yihad iba a la escuela, le gusta estudiar, incluso chapurrea el inglés. Los menores son la parte más visible del impacto y los estragos que ha dejado la guerra en Siria. De la noche a la mañana, al igual que Ahmad y Yihad, muchos menores refugiados se han visto despojados de su infancia y forzados a la mendicidad, a trabajar para llevar algo de comer a su familia.

“No podemos hacer otra cosa que trabajar. Tenemos que ayudar a mi madre, ella está enferma y no trabaja. Vivimos en un piso de alquiler de 350 dólares y hay que pagar todos los gastos y las medicinas de mi madre, y no tenemos ninguna ayuda”, se lamenta el niño.

Dos de cada tres niños, sin escolarizar

Cuando llegaron al Líbano ya no tenían sitio en los campamentos de refugiados que llevan las ONG. Las autoridades libanesas no han querido levantar campos de refugiados para sirios, por lo que son las organizaciones internacionales las que se encargan de gestionar las ayudas. Ahora, además, ante la llegada masiva de refugiados en el Líbano (donde hay más de un millón y medio de sirios para una población que no llega a cuatro millones y medio de locales), el Gobierno libanés ha empezado a prohibir la entrada a sus vecinos a menos que sea un caso de emergencia humanitaria.

Aquellos que han podido cruzar, a menudo se ven obligados a alojarse en las condiciones más precarias. Como Mohammad, que a sus siete años ya lo ha visto todo. Su familia tuvo que huir de Alepo hace dos años, después de que su casa fuese completamente destruida por los bombardeos. El pequeño sufre de estrés postraumático, y en su pequeña tienda de campaña en la localidad de Zahle, en el Valle de la Bekaa, tiene problemas para dormir por las noches. Sus padres, Younes, un antiguo vendedor, y Amina, están sin empleo, lo que obliga a los hermanos de Mohammad a salir cada día a buscarse la vida. Él es todavía demasiado pequeño, pero, a no ser que la situación de la familia mejore sensiblemente, no tardará en unirse a ellos.

Los niños son la cara más amarga de esta crisis, a menudo las principales víctimas. Decenas de miles están obligados a dormir a la intemperie, miles más presos de la explotación infantil e incluso del abuso sexual. La situación de los refugiados sirios es tan vulnerable que los padres se ven obligados a hacer cualquier cosa para poder mejorar un poco sus condiciones de vida.

La oficina del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) estima que hay más de 400.000 niños sirios refugiados en el Líbano, lo que supera el numero de niños libaneses en las escuelas públicas del país. Según Unicef, uno de cada 10 de estos menores sirios está trabajando, y solo alrededor de un tercio del total están matriculados en la escuela.

Normalmente, los niños trabajan en las calles como limpiabotas, vendiendo flores o pañuelos, o bien pidiendo dinero, pero muchos también son empleados en las zonas agrícolas o en la construcción. Muchos sirios envían a sus hijos a trabajar de jornaleros en los campos para ganar poco más de ocho dólares al día en lugar de ir a la escuela. En la calle, la mayoría son “extremadamente vulnerables a la violencia, el robo, el abuso y la explotación sexual, así como corren el riesgo de ser captados por las redes de tráfico de niños”, denuncia a El Confidencial un responsable de Unicef en Beirut.

Alimentar a tu familia con cinco años

Zora apenas levanta medio metro del suelo. Tiene el pelo enredado y la cara llena de mocos. A sus cinco años, la niña es el principal sustento para su familia. Zora se engancha al pantalón de un viandante y con voz lastimera le pide una limosna. Su madre, Sana, de 20 años, está sentada en una esquina, con la cabeza cubierta con un pañuelo negro, y una abaya (túnica) del mismo color. Sobre sus brazos carga un retoño de un año y al lado, otra niña de dos años intenta ponerse de pie, apoyándose en la pared.

Hace unos siete meses llegaron a Beirut. Vivían en el distrito de Yisr al-Shugur (Idlib) hasta que su esposo, que apoyaba al régimen sirio, fue ejecutado por milicianos del Frente Al Nusra, la filial de Al Qaeda en Siria, que se ha hecho con el control total de aquella provincia.

“Unos hombres armados entraron en mi casa, se llevaron a mi marido y le pegaron un tiro en la calle”, rememora la mujer siria con expresión afligida. “Temía por mis niñas, por lo que tuvimos que huir”, continúa antes de agregar: “Nunca pensé que acabaría pidiendo limosna en la calle”.

Unos metros más allá, un niño pecoso de pelo rojo se acerca a una mujer y le ofrece un paquete de chicles. Malek tiene 11 años y proviene de Rif Halab, norte de Alepo. Su padre murió luchando contra el régimen. Él, sus tres hermanas pequeñas y su madre huyeron de Siria hace dos años.

Primero fueron a Jordania. “Estábamos en un campo de refugiados, pero allí no había trabajo y por eso nos vivimos a Beirut”, explica Malek. No se plantea volver a la escuela: “Estaba en cuarto grado y me gustaba estudiar. Pero ahora tengo que trabajar”, asiente.

El niño trabaja una jornada de ocho de la mañana a cuatro de la tarde vendiendo paquetes de chicles y pañuelos. Suele ganar alrededor de cinco dólares al día, y una parte de ese dinero tiene que dárselo a las mafias que le consiguieron el trabajo. Por la noche, descarga cajas en un supermercado. Su madre no trabaja, ya que tiene que hacerse cargo de sus hermanas pequeñas. Con el dinero que gana el menor, apenas les da para pagar el alquiler de 150 dólares por una habitación en los suburbios cerca del Aeropuerto de Beirut.

El Líbano se ha comprometido a erradicar el trabajo infantil para el próximo año. Pero con un Gobierno paralizado por la crisis regional, y la aplicación de leyes históricamente pobres contra la explotación laboral, este objetivo parece fuera de su alcance.

Con los dedos manchados de betún negro, Yihad, de 12 años, agarra el bocadillo tan fuerte que parece que se lo vayan a quitar de las manos. Mientras lo devora, su hermano Ahmad, de 15 años, con ojo avizor mira a la calle para no dejar escapar la oportunidad de un nuevo cliente. Son las seis de la tarde en la avenida Mar Mikhael, conocida por albergar los bares de moda de Beirut, y los dos niños han hecho un descanso para recuperar fuerzas y seguir trabajando como limpiabotas.

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