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Australia, el sueño multicultural en peligro
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el 10% de los australianos, "muy racistas"

Australia, el sueño multicultural en peligro

Más de la mitad de la población del país nació en el extranjero o es hija de inmigrantes. El país se precia de su hospitalidad, pero una sucesión de incidentes demuestra una arraigada xenofobia

Foto: Una pareja de asiáticos frente a la Casa de la Ópera de Sydney, iluminada con los colores de la bandera francesa, el 14 de noviembre de 2015 (Reuters)
Una pareja de asiáticos frente a la Casa de la Ópera de Sydney, iluminada con los colores de la bandera francesa, el 14 de noviembre de 2015 (Reuters)

“Australia es un lugar sensacional, aunque uno de los lugares más cómodamente racistas que he visitado. Realmente, se han acomodado en su intolerancia como a una zapatilla vieja y cómoda”. Así resumía el cómico británico John Oliver en el popular 'The Daily Show' sus impresiones tras una visita a las antípodas. Sus palabras causaron un terremoto de indignación en un país donde un 28% de los ciudadanos nacieron en el extranjero y más de un quinto son hijos de inmigrantes; combinadas ambas categorías, suponen más de la mitad de la población.

Joven y en constante expansión, Australia recibe unas 200.000 personas cada año y depende de la migración para seguir creciendo. En sus calles están representadas más de 200 nacionalidades y otras tantas lenguas. El “país afortunado” que se enorgullece de dar a todo el mundo “el derecho a una oportunidad justa” ha conseguido integrar a inmigrantes de lugares tan dispares como Reino Unido, Somalia, Vietnam o Chile.

A la vez, Australia es uno de los últimos países desarrollados donde la Constitución permite legislar en función de la raza. Mientras la mayoría de los recién llegados trabajan y progresan en una sociedad que premia el esfuerzo y el trabajo duro, otros sufren discriminación diaria. En este contexto, el antaño paladín de la igualdad de oportunidades oscila entre el racismo y el multiculturalismo. Y un solo estallido de violencia racista empaña la historia de este experimento.

Su última víctima ha sido el deportista Adam Goodes, una estrella de la Australian Football League (AFL). Goodes es considerado uno de los mejores jugadores de este popular deporte australiano, mezcla de rugby y fútbol, y en 2014 fue nombrado Australiano del Año, una de las más altas distinciones que otorga el Gobierno del país. Pero Goodes también es aborigen y una de las pocas personalidades que denuncian abiertamente el racismo.

Tras años de soportar abucheos e insultos como “simio” sobre el terreno de juego, en mayo Goodes ejecutó en pleno partido una danza aborigen en la que simulaba arrojar una lanza contra los hinchas del equipo contrario. El ritual encendió aún más los ánimos del público, que lo abroncó sin descanso durante meses hasta que la semana pasada anunció que ponía fin a su carrera.

“El racismo es una de las razones. Obviamente, mi posición sobre el racismo es que es inaceptable y que siempre deberíamos enfrentarnos a él”, declaró Goodes poco después de retirarse. “Los abucheos fueron otra pieza del puzle e hicieron mi decisión bastante fácil”, subrayó.

El caso Goodes ha trascendido el terreno de juego y ha enfrentado a los australianos a una pregunta recurrente pero a menudo eludida: ¿es Australia un país racista?
Una mujer musulmana, vestida con un velo integral, se toma una foto con su familia en Sídney. (Reuters)

La política de la "Australia Blanca"

“El racismo está más presente de lo que nos gustaría admitir”, explica el comisario de discriminación racial de la Comisión de Derechos Humanos australiana, Tim Soutphommasane. “Si eres de procedencia no europea, la posibilidad de experimentar discriminación es alta. Si eres un aborigen, la posibilidad es todavía más elevada”.

Estudiosos como Soutphommasane destacan que, pese a las oleadas migratorias de las últimas décadas, una política racista, la White Australia Policy, fue una de las ideas fundacionales de la Australia moderna. Vigente hasta 1973, impedía que personas de origen no europeo migraran al país. Los artículos de la Constitución que permiten al Parlamento legislar en función de la raza siguen vigentes y se utilizan hoy para decretar leyes que solo afectan a los ciudadanos aborígenes.

En 2011, el mayor estudio sobre racismo jamás llevado a cabo en Australia reveló que un 10% de los australianos son “muy racistas” y creen en la superioridad de una raza respecto a otra. Alrededor de la mitad reconoció albergar sentimientos islamófobos, mientras que un cuarto admitía tener actitudes antisemitas y antiasiáticas. Un porcentaje algo superior sentía lo mismo hacia los aborígenes.

Si bien la mayoría de los encuestados estaba a favor del multiculturalismo y creía que es posible acabar con la discriminación, un 85% creía que el racismo está presente en Australia, un 20% había sufrido insultos racistas y un 11% se había sentido excluido en su trabajo o en actividades sociales por su procedencia.

En las últimas semanas, la expulsión de unos estudiantes somalíes de una tienda de Apple en Melbourne (que uno de ellos filmó con un móvil) obligó al gigante de la tecnología a disculparse. Los empleados de la tienda los expulsaron creyendo que eran ladrones. Además, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU ha condenado de nuevo el tratamiento que Australia da a los solicitantes de asilo que intentan llegar al país en barco.

La condena se llevó a cabo a raíz de los últimos disturbios en el centro de internamiento de refugiados de la isla australiana de Christmas. La muerte de un refugiado iraquí desató una revuelta que forzó a las autoridades a enviar refuerzos a la isla. “El Gobierno no se acobardará ante las actividades de algunos de estos criminales”, subrayó el ministro de Inmigración, Peter Dutton, en respuesta a quienes piden el fin de la detención indefinida de los refugiados.

"El trabajo sucio me tocaba a mí"

El español R.M.S. llegó al país de la mano de una empresa australiana para trabajar como soldador en un pequeño pueblo del estado de Victoria. “Era un pueblo del interior con gente muy chapada a la antigua. Me encontré con muy buena gente con los que todavía mantengo el contacto. Pero en general la sensación era que yo sobraba”, recuerda. Su inglés inseguro tampoco ayudó: “Entraras en el ‘pub’ que entraras, todos los ojos estaban sobre ti. Ibas a pedir una cerveza y hacían lo posible para no entenderte”.

En el trabajo, “cada dos o tres días había un detalle que demostraba que el trabajo sucio me tocaba a mí”. Recuerda una ocasión en que un compañero australiano se negó a trabajar a 18 metros de altura porque la grúa era inestable: “El encargado me vino a buscar a mí y me mandó hacer el trabajo. Yo le dije que si no era seguro para el otro, tampoco lo era para mí. Su respuesta fue: si no te subes ahí, ¿para qué tenemos a un inmigrante?’”.

Tras 18 meses, R.M.S. y su pareja decidieron trasladarse a Sídney: “La vida que tengo ahora en la gran ciudad es totalmente diferente. No hay malas miradas. Mi trabajo es muy diferente, trabajo con muchas nacionalidades y el ambiente que se respira es muy bueno”, subraya. Aun así, reconoce que “en la ciudad hay acentos y gente que están mejor vistos que otros. Palpo un poco la discriminación, pero no hacia nosotros”.
Manifestantes exigen el cierre de una mezquita en Sídney. (Reuters)

Mohamed Ali es jordano, vive en Australia desde hace siete años y no consigue encontrar compañero de piso. Cuando anuncia la habitación lo hace bajo el mote de ‘Mo’: “Me llamó una chica que había visto las fotos del piso. Hablamos sobre el precio y estaba convencida para cogerla cuando me preguntó: ‘¿De qué nombre viene Mo?’. De Mohamed, contesté. Nunca más supe de ella”.

Ali tiene tantas anécdotas positivas como negativas: “A mucha gente le cambia la cara cuando se da cuenta de que eres árabe y musulmán. Otros te quieren incluso más porque tienen amigos que lo son”, admite. “Yo prefiero pensar que la gente es perezosa. Los medios les dicen que los musulmanes son malos y en lugar de ir a conocerlos, persona a persona, deciden odiarnos directamente”.

Firme defensor del multiculturalismo, Soutphommasane lamenta que “la ansiedad por la amenaza del islamismo extremista ha llevado a muchos australianos árabes y musulmanes a sentir que están bajo sospecha”.

Pero recuerda que “es importante que mantengamos nuestra perspectiva. Quienes están en contra del islam y del multiculturalismo representan una minoría pequeña pero ruidosa de nuestra sociedad. La gran mayoría de los australianos apoya el multiculturalismo y rechaza el racismo y la intolerancia religiosa”.

“Australia es un lugar sensacional, aunque uno de los lugares más cómodamente racistas que he visitado. Realmente, se han acomodado en su intolerancia como a una zapatilla vieja y cómoda”. Así resumía el cómico británico John Oliver en el popular 'The Daily Show' sus impresiones tras una visita a las antípodas. Sus palabras causaron un terremoto de indignación en un país donde un 28% de los ciudadanos nacieron en el extranjero y más de un quinto son hijos de inmigrantes; combinadas ambas categorías, suponen más de la mitad de la población.

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