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La droga sintética que bestializa a los neoyorquinos
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LA "EPIDEMIA" DE LA K2

La droga sintética que bestializa a los neoyorquinos

“Es una epidemia”, cuenta Tate, con 50 años de experiencia sobre drogas. Describe casos de gente que perdió completamente la cabeza. Es "una de las mayores preocupaciones de NY", según la policía

Foto: Agentes de la Policía de Nueva York a las puertas de una Smoke shop, una tienda de productos relacionados con el cannabis (Reuters).
Agentes de la Policía de Nueva York a las puertas de una Smoke shop, una tienda de productos relacionados con el cannabis (Reuters).

“En los últimos ocho meses he visto venir la ambulancia unas 20 veces”, declara a El Confidencial James Tate, de 61 años. “He visto más ambulancias por casos de K2 este año que en el resto de mi vida con todas las otras drogas”. Lo dice un hombre con casi medio siglo de experiencia sobre el terreno: la mitad como drogadicto y la otra mitad ayudando a drogadictos.

Tate trabaja en el Centro de Rehabilitación de Adictos (ARC) de East Harlem, un complejo de cinco edificios con espacio para 300 pacientes. El ARC, que ofrece un programa de rehabilitación de nueve meses, forma parte de una verdadera panoplia de agencias, ONG's y centros de ayuda contra la drogadicción situados en torno a la calle 125, entre Lenox y Park Avenue.

Estamos en el epicentro neoyorquino de las drogas desde hace 40 años. Se mire adonde se mire, sobre todo junto a la Avenida Lexington, hay personas tiradas en la calle, durmiendo en mantas, desdentadas y con los labios cuarteados; los que pueden, entran en las tiendas para que alguien les compre té helado. Otros permanecen de pie, encorvados, inmóviles como un buzón, con un hilo de saliva cayendo hacia el suelo. Metadona, explica un policía. La obtienen en las clínicas del barrio.

La esquina de Lexington se volvió popular por varias razones. Primero, está bien conectada con el resto de la ciudad por tren, metro y bus. Segundo, es East Harlem, zona de clubes y bares históricos venidos a menos. Y tercero, está rodeado por las viviendas más miserables de Manhattan, donde el ingreso medio no llega ni al umbral de la pobreza y la droga es más barata. Incluso Lou Reed le dedicó una canción a su camello en esta esquina. Se titula 'I'm waiting for my man'.

Este año, un nuevo actor comenzó a patrullar las castigadas calles de Harlem: el K2, erróneamente llamado 'marihuana sintética', un conjunto de hierbas machacadas, normalmente hojas de té, rociadas con productos químicos llegados de laboratorios ilegales, la mayoría en China. El K2 (también llamado Spice, Skunk o Yucatan Fire) se vende en paquetitos de plástico brillante que valen entre dos y cinco dólares y que hasta hace un mes se podían adquirir en badulaques y gasolineras. Lo que más llama la atención son sus efectos, que pueden ser devastadores.

"Nunca he visto a nadie actuar así. Es diabólico"

El K2 es una epidemia”, continúa Tate, y describe casos de jóvenes que han perdido completamente la cabeza, que se quedan parados en medio del tráfico, o que miran a una ventana con el porro ardiendo en los labios, totalmente petrificados. Este afroamericano, delgado y astuto, que ha pasado 24 años en prisiones de Nueva York y Carolina del Sur por robar para seguir drogándose, dice que nunca ha visto nada igual. “Jamás he visto a nadie actuar así bajo la influencia del crack. Con el crack, si haces algo es porque quieres. El K2 es una droga diabólica”.

Tate, que pasó 24 años en prisión por robar para seguir drogándose, nunca ha visto nada igual. 'Jamás he visto a nadie actuar así con crack. La K2 es diabólica'

Los vídeos que muestran los efectos del K2 se han vuelto populares en internet, como el del joven desnudo que golpea el asfalto con todas sus fuerzas mientras chilla como si le apuñalasen. La policía de Nueva York los utiliza para concienciar sobre los peligros de esta droga, “una de las mayores y más crecientes preocupaciones” de la ciudad, en palabras del comisario William Bratton.

Solo este verano las autoridades han confiscado más de 10.500 sobres de K2, y el pasado septiembre formaron una patrulla de 38 agentes dedicados al área de la Avenida Lexington con la 125. Vigilan las pequeñas tiendas de comestibles, que han dejado de vender, y han echado al centenar de personas sin hogar que vivían en las aceras o bajo la estación del tren de cercanías.

“El factor dinero es importante”, declara a El Confidencial Rebecca Goldberg, directora del programa de prevención y reducción del daño en la asociación Harlem United. “La K2 es barata, muy barata. Parece adictiva y tiene efectos muy negativos: pérdida del apetito, problemas de visión...”. Goldberg habla con cautela, reconoce que las agencias aún no saben cómo enfocar el problema, ni cuál es el impacto exacto del K2. Están colaborando con la policía y el ayuntamiento, que ha convocado una cumbre especial dedicada únicamente a combatir esta droga.

El problema, según los expertos consultados, es que resulta muy asequible y fácil de conseguir. Y se vende como si fuese un tipo de marihuana, cuando solo lo parece. De ahí la etiqueta popular, pero equivocada, de 'marihuana sintética'. Según el Instituto Nacional contra el Abuso de Drogas (NIDA), la K2 fue en 2012 la droga más consumida entre los estudiantes de instituto después de la marihuana. La fumaron el 11% de los jóvenes, la mayoría hombres.

“Los químicos encontrados en la K2 y otros productos similares (sobre todo los derivados del indol) no son químicamente similares a los que contiene la marihuana (principalmente tetrahidrocannabinol)”, explica por 'email' la doctora del NIDA Jenny Wiley. “Los efectos en el cuerpo pueden variar enormemente, depende de los químicos contenidos en el producto. Algunos pueden dañar los riñones, otros el corazón, etcétera”. Los casos registrados reflejan todo tipo de reacciones: desde alucinaciones y ansiedad extrema a daños cerebrales o muerte.

El vacío legal permite maniobrar a los fabricantes, que importan los productos químicos de China bajo la etiqueta de fertilizantes o disolvente industrial. “El número de químicos que actúan en el cerebro de una manera similar a la marihuana es grande”, aclara Wiley. “Una vez se prohíbe un canabinoide sintético, los fabricantes dejan de usarlo y utilizan otro que no está prohibido”.

La K2 es un enemigo más en la batalla contra las drogas que aún domina varias zonas de mayoría afroamericana y pobre. Harlem United practica la “reducción del daño”, un enfoque “progresista”, según Rebecca Goldberg, cuya idea es la siguiente: ya que dejar la adicción resulta dificilísimo, al menos se puede empezar por minimizar su impacto en la salud.

Las furgonetas de Harlem United se colocan a diario en los puntos más calientes de Harlem y el Bronx. Ofrecen jeringuillas limpias y enseñan a pincharse bien en el brazo, de manera que el adicto no tenga que recurrir a las venas de las manos, que pueden perder la movilidad, o las del cuello, cerca de arterias vitales. También dan soportes para quemar la droga adecuadamente, en lugar de una cuchara sucia, y tubos de goma para inhalar el crack directamente, sin quemar labios y dientes.

“Las furgonetas suponen un punto de entrada”, explica Goldberg. “Venir a la oficina requiere mucha fuerza de voluntad. Por eso nosotros vamos a los vecindarios, donde algunos clientes se nos acercan 'bajo la influencia' o en zapatillas de casa. Nos ayuda gente de la comunidad, voluntarios que les conocen y que han recibido entrenamiento. Hay doctores que se niegan a tratar a pacientes que estén colocados. Nosotros no queremos aislar a nadie”.

Luego se pueden unir a un programa de rehabilitación de seis meses con terapias de grupo, donde los 'clientes' comparten su experiencia, en el sentido que prefieran, y reciben apoyo del resto.

En 2016, Harlem United quiere enseñar a gente del barrio a identificar una sobredosis de opiáceos; luego equiparla con una jeringuilla intravenosa y un espray nasal que revierta el efecto. Crear una fuerza de choque local para salvar la vida de quienes no pueden esperar una ambulancia. “Los trabajadores de la pizzería, del Duane Reade o del McDonald's de la esquina, por ejemplo. El empleado que limpia los baños puede encontrarse con una víctima de sobredosis”.

James Tate enfatiza las dificultades. La mayoría de pacientes, dice, recaen o abandonan el centro de rehabilitación ARC incluso la primera noche. Tate dice reconocer las intenciones del drogadicto nada más lo ve cruzar la puerta. “La mayoría están aquí por obligación, porque se lo ha dicho un juez o les presionan sus familias. Veo muy pocos que lleguen pidiendo ayuda con humildad. Si el drogadicto no siente que de verdad lo quiere dejar, desde fuera no hay nada que hacer”.

Como todas las personas que alguna vez fueron adictas, Tate recuerda su momento crucial. “Fue en el sexto año de mi tercera condena, en una prisión de Carolina del Sur. Hablé por teléfono con mi hija pequeña, que por entonces tenía 13 años. Le dije que iría pronto a casa. 'Para qué', respondió ella, 'si de todas formas volverás a hacer lo mismo'. Aquello me hundió. Desde ese día no he vuelto a probar nada”.

“En los últimos ocho meses he visto venir la ambulancia unas 20 veces”, declara a El Confidencial James Tate, de 61 años. “He visto más ambulancias por casos de K2 este año que en el resto de mi vida con todas las otras drogas”. Lo dice un hombre con casi medio siglo de experiencia sobre el terreno: la mitad como drogadicto y la otra mitad ayudando a drogadictos.

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