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La felicidad tras el horror: un día con las chicas que sobrevivieron a Boko Haram
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HABLAN LAS QUE ESCAPARON DEL GRUPO YIHADISTA

La felicidad tras el horror: un día con las chicas que sobrevivieron a Boko Haram

Fátima miraba a su hija como si fuera un milagro. Dio a luz en el bosque, tras ser rescatada de Boko Haram. Por su testimonio y el de otras chicas, sabemos a qué se enfrentaron durante su cautiverio

En Custom Street, tras una barricada de sacos de arena, Musa observa fusil en mano el ajetreo típico de una de las calles principales de Maiduguri. La aparente normalidad contrasta con los edificios quemados o llenos de metralla, las barricadas y trincheras o los controles militares que salpican la capital del estado de Borno, ciudad que vio nacer al grupo terrorista Boko Haram y donde se han intensificado los atentados de los yihadistas en los últimos meses.

Hace ya algunos años, Musa decidió ingresar en la policía militar de Nigeria, pero nada le hacía pensar en aquel momento que su labor en el cuerpo serviría de tan poco a la hora de proteger a sus más allegados. Han pasado más de 500 días desde que sus tres hermanas fueran secuestradas por Boko Haram mientras asistían a la escuela de Chibok. El rapto de 276 niñas el 14 de abril del año pasado, mientras estaban preparando sus exámenes finales en la escuela de un remoto pueblo del estado de Borno, advirtió al mundo de lo que desde hacía ya varios años estaba ocurriendo en Nigeria y desató una campaña viral, #BringBackOurGirls (Devolvednos a nuestras niñas), exigiendo la liberación de las menores, que fue apoyada por personalidades tan relevantes como Michelle Obama.

Cincuenta y siete lograron escapar, pero nada ha vuelto a saberse de las demás, ni de las más de 2.000 secuestradas en apenas dos años

Cincuenta y siete de ellas lograron escapar, pero nada ha vuelto a saberse de las demás, ni de muchas otras que, con nula repercusión mediática, han sido secuestradas en los últimos años por el grupo terrorista; más de 2.000 en apenas dos años, según datos de Amnistía Internacional.

Las elecciones presidenciales del 28 de marzo dieron la victoria al hasta entonces opositor Muhammadu Buhari. Apenas un mes después, y como consecuencia de una ofensiva militar conjunta con tropas de Camerún, Chad y Níger lanzada unos meses antes, el Ejército destruía tres campamentos de los terroristas en el bosque Sambisa y rescataba a 293 mujeres y niñas que permanecían secuestradas. Ninguna de ellas eran las niñas de Chibok, ninguna de ellas eran las hermanas de Musa, pero a través de los relatos de Fátima, Hanatu o Habiba, supimos a qué debieron enfrentarse durante su cautiverio.

Conocí a Habiba en el Federal Medical Center de Yola, donde se recuperaban las mujeres y niños rescatados que necesitaban atención médica. Tenía heridas de bala en un brazo y, como todas las demás, sufría desnutrición y deshidratación severas. Con solo 16 años, contó cómo había sido su cautiverio sin apartar su mirada de la nuestra ni un instante, con una actitud que derrochaba dignidad y voz firme, incluso cuando relataba las estrictas normas de sus captores y cómo eran sometidas a golpes y latigazos si no las cumplían. Fue Habiba quien nos desveló uno de los mayores horrores a los que se enfrentan las mujeres secuestradas por Boko Haram y que han narrado muchas de ellas: son obligadas a casarse con sus captores, forzadas sexualmente y muchas han tenido hijos con ellos.

En el campo de desplazados de Yola, la NEMA (National Emergency Management Agency) habilitó un pabellón para las mujeres rescatadas del bosque Sambisa. Allí estaba Fátima, que mecía a su hija mientras le daba el biberón, sentada en una de las literas. El ambiente en el pabellón era animado, casi festivo. Las charlas en grupo, los juegos de los más pequeños y las sonrisas abundaban. Imperaba la felicidad de sentirse a salvo, a pesar de lo vivido.

Fátima miraba a su hija como si fuera un milagro. Dio a luz en el bosque y recordaba con serenidad los momentos en los que pensó que tanto ella como su hija iban a morir. Tras enfermar, solo gracias a la generosidad de otras mujeres que cuidaron de ella y se ofrecieron a amamantar a su hija consiguieron salvar sus vidas. Distinta suerte corrieron quienes, en su huida, no encontraron ayuda después de haber sobrevivido a uno de los ataques más mortíferos del grupo terrorista.

El 3 de enero, Boko Haram tomaba la pequeña ciudad de Baga, junto al lago Chad. Unos días después, Aministía Internacional difundía imágenes de satélite que evidenciaban el nivel de destrucción de la urbe tras el ataque. Los testimonios de los supervivientes hacían pensar que cientos de personas habían sido asesinadas y muchas de las mujeres, secuestradas. Zainab logró huir y emprendió camino hacia el vecino Níger. Caminó tres días bajo el sol sin agua ni comida. Había niños en el grupo y algunas mujeres dieron a luz en el camino. Otras murieron de sed, de calor o de cansancio antes de llegar a Difa, su destino al otro lado de la frontera.

Su huida no tuvo el final esperado, el de saberse lejos del peligro. La respuesta de las autoridades nigerinas a la llegada de refugiados fue su expulsión inmediata, forzándolos a volver a la frontera y abandonándolos a su suerte sin haber recibido atención alguna. De nuevo en su país, Zainab consiguió llegar al campo de desplazados de Gueidam, en el estado de Yobe, donde sobrevive con la inquietud de no saber qué será de ella mañana.

Musa no renuncia a la idea de presenciar el regreso de sus hermanas. Esta misma semana el Ejército ha anunciado una nueva liberación de 241 niñas que permanecían secuestradas

Musa, desde su puesto de control en Maiduguri, se muestra esperanzado con los resultados que la actuación de la coalición militar y la ayuda de los países vecinos puedan arrojar en la lucha contra Boko Haram. No renuncia a la idea de presenciar el regreso de sus hermanas a casa. Esta misma semana el ejército de Nigeria ha anunciado una nueva liberación de 241 mujeres y niñas que permanecían secuestradas en el estado de Borno, y el presidente Buhari ha asegurado que Boko Haram “tiene los días contados”. Pero la realidad es que, desde mayo, la ola de ataques lanzados por el grupo terrorista en el noreste del país se ha intensificado, dejando centenares de muertos y provocando un alarmante incremento del número de desplazados.

Cuesta anticipar qué ocurrirá en los próximos meses y cuál será el devenir del conflicto, pero lo cierto es que historias como las de Fátima, Habiba o Zainab salpican el noreste de Nigeria como lo hacen las historias de violencia contra las mujeres en la geografía de cualquier país en guerra. Imprime una pátina de sufrimiento con la que deberán cargar no solo las víctimas, sino también la historia y la memoria colectiva del país.

En Custom Street, tras una barricada de sacos de arena, Musa observa fusil en mano el ajetreo típico de una de las calles principales de Maiduguri. La aparente normalidad contrasta con los edificios quemados o llenos de metralla, las barricadas y trincheras o los controles militares que salpican la capital del estado de Borno, ciudad que vio nacer al grupo terrorista Boko Haram y donde se han intensificado los atentados de los yihadistas en los últimos meses.

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