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Los austriacos pasan a la acción: "Viaja de Budapest a Viena. En mi coche. Sin pagar"
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Los austriacos pasan a la acción: "Viaja de Budapest a Viena. En mi coche. Sin pagar"

Adnan y su familia dormían en las calles de Budapest cuando unos austriacos les ofrecieron traerles hasta Viena. Sin pagos a contrabandistas. Muchos van por su cuenta y traen a todos los que pueden

Foto: Refugiados llegados de Hungría toman un tren en la estación de Viena con dirección a Alemania, el 31 de agosto de 2015 (Reuters).
Refugiados llegados de Hungría toman un tren en la estación de Viena con dirección a Alemania, el 31 de agosto de 2015 (Reuters).

Adnan tiene la voz quebrada y ronca, las mejillas, con barba de varios días. Oculta sus ojos cansados tras unas gafas grandes y empañadas. Ali, de siete años y medio, y Yunan, de tres, sus hijos, se agarran de cuando en cuando a sus piernas reclamando atención o juegan al pie de los andenes de la estación vienesa de Westbanhoff, en Austria. Adnan y su familia llegaron de madrugada, pero están deseando subir a ese tren que les pondrá a él y a su familia de nuevo en marcha. Rumbo a Alemania. Anoche dormían en las calles de Budapest, en Hungría, cuando unos austriacos les ofrecieron traerles hasta Viena. Sin pagos a contrabandistas, sin intermediarios.

"¿Cómo decir que no a pesar del miedo o la desconfianza?", apunta Mihaela, una austriaca alta, de cabello crespo y canoso, con el rostro moreno marcado con profundas ojeras. "Dos austriacos altos, blancos, ofreciéndote llevarte en su coche. La gente tenía miedo, claro. La mujer no quería dejar la estación, estaba aterrorizada", explica. Su esposo formaba parte del grupo de vieneses que anoche decidió pasar a la acción, se puso al volante y condujo hasta el país vecino para recoger a un grupo de inmigrantes sirios.

'Desde el lunes le dábamos vueltas, pensando qué podíamos hacer. Dos amigos dijeron que se habían organizado coches para ir y nos ofrecimos a ayudar'

"Desde el lunes estábamos dándole vueltas, intentando ver qué podíamos hacer. Dos amigos nos dijeron que se habían organizado tres coches para ir y nos ofrecimos a ayudar", cuenta la mujer, mientras observa a su hija que juega en el suelo con una pequeña siria a la que un médico acaba de hacer una revisión. Su esposo condujo el cuarto coche. "Buscó un lugar en la frontera que no estuviera controlado por la policía húngara y después esperó junto a una iglesia” hasta que sus compatriotas recogieron a varias familias, para guiarles a todos a través del paso franco.

La estación central de trenes de la capital austriaca es un remanso de paz comparado con el caos reinante en Keleti, la de Budapest, en Hungría, donde se agolpan los migrantes que intentan llegar a Alemania y otros países del norte de Europa en las últimas semanas siguiendo distintas rutas que en muchos casos atraviesan Turquía, Grecia, Macedonia, Serbia y Bulgaria, entre otros países. La misma que siguió Adnan con su familia.

"Están a las puertas, casi libres, pasando hambre"

Entre Viena y Budapest apenas median tres horas de viaje en coche, una distancia que parece insalvable para los que permanecen retenidos en Hungría y a los que no se les permite coger alguno de los trenes que diariamente unen ambas capitales. "Son poco más de dos horas en coche", apunta Mihaela, "y sin embargo están allí, pasando hambre, a las puertas, casi libres". "Me siento enfadada porque no puedo creer que veamos a esta gente huyendo del terror y levantemos muros para que no entren".

El pequeño Yunan tiene llenos de lágrimas unos enormes ojos azules y no ceja en su empeño hasta que su padre le toma en brazos. Protesta durante un rato más mientras Adnan relata cómo intentaron entrar en Bulgaria desde Turquía varias veces en tren y fueron devueltos allí por la policía búlgara. Cuando al fin lo consiguió, fue detenido y se le tomaron las huellas dactilares, algo que podría dificultar que se le conceda asilo en los países del norte de Europa. Otros dos sirios, uno con un bebé dormido en los brazos, asienten mientras habla. "Lo peor de todos los países es la policía, cómo nos tratan, como si no fuéramos personas", apostilla uno de ellos. El otro, el que sostiene el bebé, un hombre muy moreno de ojos grandes que recuerda a un joven Omar Shariff, el recién fallecido actor egipcio, cuenta que él también fue detenido y fichado. Hamed, otro sirio de Damasco que lleva ya ocho meses en Viena y ha venido a echar una mano a sus compatriotas, está de acuerdo: "Todos hemos pasado más o menos por lo mismo. Las detenciones, el frío, el hambre... y caminar. Hacer kilómetros y kilómetros caminando para intentar llegar a la frontera o caer rendidos".

Muchos jóvenes de origen árabe que residen desde hace años con sus familias en Austria han acudido a ayudar. Quieren facilitar la vida de los recién llegados

Como Hamed, muchos jóvenes de origen árabe -egipcios, iraquíes o marroquíes- que residen desde hace años con sus familias en Austria han acudido a ayudar. Quieren facilitar en lo posible la vida de los recién llegados. Junto a ellos otros jóvenes austriacos recogen alimentos, material sanitario o de higiene, medicinas, agua... todo donado por austriacos anónimos que pasan por la estación para aportar su granito de arena. Claudia Satter, una estudiante de último año de Derecho, trata de poner orden entre los que corren por el andén intentando coger el tren que parte hacia Múnich a las 10.30 de la mañana. Lleva en su mano 21 billetes para un tren posterior, pero ÖBB, la empresa austriaca de ferrocarril, les ha dicho que deben subir a este tren por si llegan más inmigrantes a lo largo del día. No quieren que la estación se colapse e intentan que los que desean irse a Alemania lo hagan cuanto antes. Finalmente, les hacen bajar del tren y, en medio de la confusión les dicen que pueden tomar el que sale hacia Salzburgo media hora más tarde y, desde allí, tomarán otro tren hacia Alemania.

"Me sentiría más tranquila si supiera que van directos allí", explica Claudia, "aunque nos han prometido que habrá alguien de la empresa en Salzburgo que les ayudará a coger el tren correcto...". Tras ella, un cartel en la pared anuncia que se recogen donaciones para comprar billetes. "Todo es fruto de donaciones", afirma. "En las bolsas llevan comida, agua, fruta y algunos frutos secos y chocolate. Todo lo ha traído la gente". Para esta joven estudiante de leyes esto es sin embargo "un parche". "Deberíamos proporcionar vías seguras para que pudieran solicitar asilo sin tener que pasar por esto. Necesitan fórmulas legales para llegar. Y es responsabilidad nuestra hacerlo", apunta.

"Somos responsables de las guerras"

"Somos responsables de las guerras que les afectan así que, al menos, deberíamos hacernos responsables también de las políticas que aplicamos en Oriente Próximo y hacernos cargo de los refugiados", explica Claudia colocándose las gafas y tomando aire mientras da instrucciones a un joven que traduce del alemán al árabe, tranquilizando a los que se han quedado en el andén disgustados por no haber podido salir hacia Múnich. "Si nuestros gobiernos no actúan nosotros tendremos que actuar. Por eso muchos austriacos están yendo por su cuenta a Hungría y trayendo inmigrantes aquí arriesgándose a ir a la cárcel. Pero en pocos días, ahora que la policía húngara lo sabe, pondrán más controles y será más difícil que podamos traerles...", concluye antes de volverse a dar nuevas explicaciones tratando de sosegar a los que no han subido al tren de Munich.

Un médico, un miembro del partido de los Verdes austriaco y una actriz involucrada en activismo social fueron, junto al esposo de Mihaela, los conductores que la pasada madrugada trajeron a 21 sirios, diez adultos y once niños, hasta la estación austriaca de Westbanhoff. "Me sentía como si mi marido se fuera a la guerra y no supiera qué iba a ser de él, siempre pendiente del teléfono, del siguiente mensaje...", relata. "Hablamos con dos abogados y uno de ellos contactó con un colega húngaro para saber cuáles podrían ser las consecuencias si les detenían: tenemos más de tres hojas de razones por las que no deberíamos hacer el viaje, incluyendo pena de hasta 5 años de cárcel en Hungría. Sólo teníamos una razón para ir: nuestras conciencias. Así que lo hicimos". Mihaela mira a su hija, que recibe junto a su nueva amiguita siria una bolsa llena de chucherías, fruta y zumo que una anciana les ofrece. Los conductores que anoche llevaron a cabo la pequeña hazaña prefieren mantener el anonimato, pero el próximo domingo cientos de personas están coordinando en Facebook un viaje a Hungría para traer a todos los que puedan.

Los conductores prefieren mantener el anonimato, pero cientos de personas están coordinando un viaje a Hungría para traer el domingo a todos los que puedan

Las naciones europeas están divididas sobre las políticas a emprender. Francia y Alemania instan al resto de países a aceptar su parte de refugiados, lo que supondría el mayor cambio en las leyes de asilo del continente desde la Segunda Guerra Mundial. El primer ministro húngaro, Víktor Orban sigue manifestándose contra la llegada masiva de refugiados e inmigrantes y, ayer mismo, alertó de que "muchas decenas de millones de personas podrían venir a Europa", subrayando que pronto "veremos que somos una minoría en nuestro propio continente. Mientras, los ciudadanos han decidido no esperar a que sus gobiernos actúen y, en el caso de los austriacos, se han puesto al volante para franquearles el acceso al corazón de la Europa privilegiada.

Un año para llegar a Alemania

El 8 de septiembre se cumplirá un año desde que Adnan Osma, su esposa y sus dos hijos salieron de Afrin, cerca de Alepo. En medio quedan la cárcel, los campos de refugiados, el hambre, el frío, el cansancio… Todo ese tiempo les habrá costado llegar a su destino final en Alemania, donde Adnan espera trabajar en un restaurante. Ese era su trabajo en Siria, aunque allí él era el propietario del local. Esa era su vida antes de que se viera obligado a huir para evitar que el Estado Islámico les cortara la cabeza. “Infieles, decían que somos infieles porque somos kurdos. Tuvimos que dejarlo todo. Perderlo todo", lamenta.

Ali, que en sus casi ocho años nunca ha ido a la escuela (algo que su padre desea más que nada), juega con un ordenador infantil sentado en el suelo y el pequeño Yunan, que lloraba en el hombro de su padre, se ha quedado dormido. Alexander, un vienés alto con traje azul de corte exquisito, corbata y gafas, se acerca a él y le explica que ya están listos los billetes para él y su familia. Los acaba de comprar. Viajarán a Múnich en el tren de las 12.30. Es su historia ahora, la de un refugiado más que, sin embargo, ha logrado salvar la penúltima estación de su periplo gracias a un grupo de ciudadanos austriacos anónimos. Paradójicamente, lo hará en un tren procedente de la estación húngara de Keleti, en Budapest, al que a él no le permitieron subir.

Adnan tiene la voz quebrada y ronca, las mejillas, con barba de varios días. Oculta sus ojos cansados tras unas gafas grandes y empañadas. Ali, de siete años y medio, y Yunan, de tres, sus hijos, se agarran de cuando en cuando a sus piernas reclamando atención o juegan al pie de los andenes de la estación vienesa de Westbanhoff, en Austria. Adnan y su familia llegaron de madrugada, pero están deseando subir a ese tren que les pondrá a él y a su familia de nuevo en marcha. Rumbo a Alemania. Anoche dormían en las calles de Budapest, en Hungría, cuando unos austriacos les ofrecieron traerles hasta Viena. Sin pagos a contrabandistas, sin intermediarios.

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