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Terremoto en Nepal: un día con las huérfanas ilustres de Bhaktapur
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“SOMOS AFORTUNADAS. SóLO QUEREMOS AYUDAR”

Terremoto en Nepal: un día con las huérfanas ilustres de Bhaktapur

En medio de la catástrofe, las niñas del orfanato de Bhaktapur, un ejemplo de superación, dan comida a miles de almas afligidas. Ayudan porque “se sienten afortunadas”. 'El Confidencial' pasa un día con ellas

Foto: Una mujer transporta las pertenencias que ha recuperado de entre los escombros en Bhaktapur. (Reuters)
Una mujer transporta las pertenencias que ha recuperado de entre los escombros en Bhaktapur. (Reuters)

Mientras Nepal trata de arrancarle una nueva vida a los escombros, el Gobierno eleva a más de 7.300 los muertos por el terremoto y reclama ayuda internacional para iniciar la reconstrucción. En medio de la catástrofe, las niñas del orfanato de Bhaktapur, un ejemplo de superación, dan comida y sosiego a miles de almas afligidas. Quieren ayudar porque “se sienten afortunadas”. El Confidencial pasa un día con ellas.

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Al llegar a la plaza de Darban Bhaktapur, uno no puede evitar que le salten las lágrimas: nueve siglos de historia han quedado reducidos a escombros. La puerta real es ahora una entrada imaginaria. Sólo en el centro de la ciudad, diez templos corrieron la misma suerte que cientos de casas tradicionales. En menos de un minuto, la antigua capital de Nepal, fundada por el rajáAnanda Deva Malla y Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, quedó arrasada. Unas 250 personas murieron en Bhaktapur, reducida ahora a un laberinto de calles por explorar y caminos bloqueados por las montañas de restos.

Uno de los pocos templos que ha soportado la envestida del terremoto es el de Dattatraya, dedicado al dios Shiva. Los centinelas del templo, un león alado y un águila protectora de Shiva, coronan dos columnas de mármol que siguen intactas.

Este centro religioso era el hogar de 3.500 familias que ahora viven en la calle. Los damnificados por el seísmo han ocupado todas las escuelas, fuentes y baños reales o salas de fiesta.

En medio de tanta catástrofe, las niñas del orfanato de Bhaktapur dan un poco de sosiego a estas miles de almas afligidas. El terremoto no afectó al edificio donde se encuentra el orfanato de la Fundación Unatti, creado por la fotógrafa de moda estadounidense Stephanie Waisler-Rubin en el año 2002 y que constituye un ejemplo de superación.

La veintena niñas que viven allí tienen un nivel educativo más alto que la mayoría de los menores nepalíes. Las huérfanas hablan inglés perfectamente, estudian arte y solfeo, tocan la guitarra y el piano… Las de mayor edad incluso han logrado entrar en la universidad con las mejores calificaciones. En el orfanato también disponen de una biblioteca y una sala de internet.

Sangita Adhikari recuerda ahora el momento del primer temblor, cuando las huérfanas asistían a una clase de guitarra. “Pasamos mucho miedo. El director nos reunió a todas y salimos corriendo a un espacio libre para salvar la vida. Allí estuvimos refugiados en tiendas con otras familias durante cinco días”, cuenta.

Adhikari fue abandonada por su madre cuando tenía nueve años, doce meses después de la muerte de su padre. Su progenitora era demasiado pobre para hacerse cargo de ella. Pero, actualmente, la joven de 20 años estudia segundo curso de Medicina. “Desde el primer día decidimos ayudar a la comunidad. Al principio solo con galletas y té o compartíamos nuestra comida”, relata. “Fue muy triste ver a todas esas personas que lo han perdido todo y nosotras tanafortunadas. Queríamos ayudar”.

“Ver el agradecimiento de la gente es un regalo”

Cuando regresaron al orfanato, el director, Ramesh Prahananga, utilizó parte de los fondos de donaciones para comprar sacos de arroz, legumbres y verduras. Y como todas las escuelas han paralizado las clases para poder acoger en las aulas a miles de familias que no pueden regresar a sus hogares, Prahananga puso a las huérfanas a cocinar y a repartir comida para 5.000 estómagos hambrientos. Las niñas mayores de doce años cocinan y las más pequeñas sirven la comida en las bandejas.

Wara Benhamaya tiene quince años. Su madre, Mashinaha, no podía hacerse cargo de ella, así que 36 meses después de nacer fue acogida en el orfanato. Ahora Benhamaya ha vuelto a reunirse con ella, que trabaja de cocinera en el centro. “Me hace muy feliz poder ayudar a otros. Ver cómo te sonríe la gente, ver su agradecimiento, es un regalo”,declara la joven. Mientras, Mashinaha pela con maestría patatas y zanahorias, que después corta en cuadraditos formando una montaña.

A las cuatro de la tarde, las chicas marchan en fila india desde el orfanato y atraviesan las calles devastadas para ir a las cocinas. La gente se detiene a su paso, como si fueran ángeles. Junto a un templo medio destruido se han instalado los fogones de gas, y en su explanada una carpa para acoger a algunos sin techo. La distribución se realiza en cinco puntos diferentes de la parte oeste de la plaza de Darban. Además de las cocineras, otros 100 voluntarios ayudan en las tareas de reparto.

“Gracias a estas niñas podemos comer”

Babu Kaji Bhuju y su familia están recostados en uno de los laterales de los baños reales cerca de templo de Bahirav Nyatapola. Llevan diez días con la misma ropa y no disponen de pañales para cambiar a su bebé. Una de las voluntarias les ofrece una bandeja de comida. Su rostro se ilumina: por fin llega el momento más feliz del día. Los cinco comensales, incluso el bebé, se tiran sobre el plato de comida.

“No podemos entrar en nuestra casa porque la puerta está bloqueada por los escombros. El techo y el segundo piso se vinieron abajo. No tenemos nada más que lo que llevamos puesto”, lamenta Kaji Bhuju. “Estamos esperando la ayuda del Gobierno, pero aún no hemos recibido nada. Gracias a estas niñas podemos comer”.

Sonya Shilpakir descansa su pierna apoyada sobre una silla de colegio. Además de un esguince en el pie, tiene el brazo derecho roto. Su hijo también lleva escayolado un brazo. La voluntaria sujeta la bandeja para que los dos puedan comer tranquilos.

Su vivienda, destruida, puede ver desde la escuela. “Estábamos sentados en el sofá viendo la televisión y el suelo se vino abajo. Caímos al primer piso”, cuenta Shilpakir. “Unos vecinos vinieron a rescatarnos enseguida. Nos salvaron de morir todos aplastados”, exclama la mujer.

Mientras Nepal trata de arrancarle una nueva vida a los escombros, el Gobierno eleva a más de 7.300 los muertos por el terremoto y reclama ayuda internacional para iniciar la reconstrucción. En medio de la catástrofe, las niñas del orfanato de Bhaktapur, un ejemplo de superación, dan comida y sosiego a miles de almas afligidas. Quieren ayudar porque “se sienten afortunadas”. El Confidencial pasa un día con ellas.

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