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Boko Haram, el “monstruo” que usa a niñas para matar, amenaza ya toda África Central
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USAN A TRES PEQUEÑAS DE 10 AÑOS COMO SUICIDAS

Boko Haram, el “monstruo” que usa a niñas para matar, amenaza ya toda África Central

La secta yihadista amenaza ya a toda África central. Su huella se perfila tras dos atentados en los que utilizaron a tres niñas menores de unos diez años de edad

Foto: Oficiales de policía junto a la escena de un atentado obra de Boko Haram contra la Mezquita Central de Kano, Nigeria (Reuters)
Oficiales de policía junto a la escena de un atentado obra de Boko Haram contra la Mezquita Central de Kano, Nigeria (Reuters)

La secta yihadista, que podría haber matado hasta a 2.000 personas la pasada semana, amenaza ya a toda África central. Su huella se perfila tras dos atentados suicidas el pasado fin de semana para los que utilizaron a tres menores de unos diez años de edad.

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La ciudad de Baga, en el confín noreste de Nigeria, ya no existe. Desapareció el miércoles, al tiempo que cientos de sus habitantes yacían muertos en sus calles como siniestra prueba de lo que Amnistía Internacional ha calificado como “el ataque más mortífero” de la secta yihadista Boko Haram. Tras masacrar a cientos de personas de la localidad –puede que hasta 2.000, según la organización de derechos humanos–, los terroristas prendieron fuego a las ruinas de esta urbe que se asoma al lago Chad.

Los supervivientes han contado que los milicianos entraron en las casas abriendo fuego con sus armas automáticas y disparando con RPG (lanzagranadas) de forma indiscriminada. Baba Abba Hassan, representante de las autoridades nigerianas citado por Associated Press, explicó después que la mayoría de quienes cayeron abatidos eran niños, ancianos y mujeres, “que no pudieron correr lo suficientemente rápido para escapar”. Sus cuerpos quedaron tendidos en las calles de Baga sin que nadie se haya atrevido a volver sobre sus pasos para darles sepultura.

Hablar de terrorismo suicida en este caso tiene poco sentido, dado que la persona que llevaba adosada la bomba al cuerpo era una niña de diez años que, probablemente, no era consciente de ello

Boko Haram no se detiene ante nada. Su sombra siniestra se perfila también, a falta de reivindicación, tras dos atentados que causaron al menos 26 muertes el pasado fin de semana. En el primero, el sábado, perecieron 19 personas en un mercado de Maidiguri, capital del norteño estado de Borno, el feudo del grupo yihadista. Hablar de terrorismo suicida en este caso tiene poco sentido, dado que quien llevaba adosada la bomba al cuerpo era una niña de diez años que probablemente no era consciente de ello. Al día siguiente, otras dos menores de la misma edad fallecieron al estallar los explosivos disimulados entre su ropa, también en un mercado, en Potiskum, siempre en el bastión terrorista. Estos dos atentados en los que se ha matado utilizando a niñas no son los primeros. En julio, otra pequeña fue interceptada en el estado de Katsina con un chaleco que contenía una bomba.

La brutalidad del ataque contra Baga, el terror consiguiente que ha provocado el éxodo de 20.000 personas y la terrible muerte de la niña del mercado de Maidiguri demuestran que las orientaciones de Boko Haram en la guerra que mantiene con el Estado nigeriano desde 2009 han cambiado. Sus ataques están adquiriendo un cariz cada vez más aterrador no sólo para los propios nigerianos, sino para un equilibrio regional apenas apuntalado por estados incapaces de ofrecer a su población unos servicios mínimos de educación, salud y seguridad, como es la propia Nigeria.

El maná del petróleo

Boko Haram, denominación popular que se suele traducir libremente de la lengua hausa como “La Educación Occidental está prohibida” (su auténtico nombre es Asociación de personas comprometidas con la propagación de las enseñanzas del Profeta y la Yihad) ha pasado, en cinco años, de preconizar de forma generalmente pacífica la instalación de un Califato en Nigeria a convertirse en un grupo yihadista que ha matado a más de 15.000 personas. La secta, creada en 2002, se deslizó por la pendiente del terrorismo cuando su fundador, un clérigo carismático llamado Mohamed Yusuf, fue asesinado por la policía en 2009. Este crimen, perpetrado en plena calle, fue captado en un vídeo que se hizo viral en internet, lo que catalizó la venganza de sus seguidores.

El Estado nigeriano devolvió con creces la violencia desencadenada por la secta en forma de represión ciega contra cualquiera sospechoso de simpatizar con los milicianos. “El Estado nigeriano creó un monstruo que luego no pudo controlar”, explica un funcionario citado por el centro de estudios International Crisis Group (ICG), en un informe sobre el país africano.

“En Nigeria existe una relación intrincada entre la política, el modo de gobernar, la corrupción, la pobreza y la violencia”, recalca el ICG. Ese fue el caldo de cultivo de Boko Haram, que surgió al amparo de parte de una población hastiada por las injusticias y los abusos de un Estado que ha destinado el maná del petróleo –Nigeria exporta 2,2 millones de barriles diarios– a engordar los bolsillos de la corrupta clase dirigente en vez de a mejorar las condiciones de vida de los 112,5 millones de personas, el 70% de la población del país, que vive bajo el umbral de la pobreza y de la extrema pobreza.

Del “golpea y corre” a arrasar pueblos enteros

Cuando Boko Haram comenzó su ofensiva en 2009, su estrategia se basaba en atentar contra militares, instituciones como la ONU, escuelas e iglesias cristianas: el clásico “golpea y corre” propio de una guerrilla. Con el tiempo, la organización ha ido aumentando sus niveles de violencia hasta arrasar poblaciones enteras de su feudo del noreste de Nigeria, habitadas por musulmanes, como lo eran muchas de las 200 escolares raptadas en mayo en Chibok.

Una nueva estrategia que busca afianzar su control del noroeste del país mediante la política de la tierra quemada. Se calcula que un millón y medio de personas han huido en los últimos cinco años del norte de Nigeria para escapar no sólo de los ataques de Boko Haram, sino también de la respuesta militar del Estado, que compite en brutalidad con las acciones del grupo terrorista.

Una represión que, por citar un ejemplo, se plasmó en marzo pasado en el ataque de un caza del ejército nigeriano que bombardeó, apoyado por militares desde tierra, a cientos de presos que huían de la cárcel de Giwa, en Maidiguri. Las autoridades presentaron estos hechos como un intento de fuga orquestado por Boko Haram cuando al parecer no hubo tal, sino que los presos huyeron al encontrar las puertas de la cárcel abiertas. Hubo cientos de muertos; la inmensa mayoría, dice un senador citado por The New York Times, eran inocentes y habían sido encarcelados sin motivo alguno.

Una creciente vocación internacional

El afianzamiento por parte del grupo yihadista de su feudo en el noreste –no por casualidad, la región más pobre y olvidada por el Estado– va a la par con la progresiva vocación internacional que ha ido adquiriendo la secta. Pese a coincidir en líneas generales con los planteamientos de Al Qaeda –por ejemplo, en cuanto a la sustitución del Estado por un Califato regido por la sharia, la ley islámica– la organización nigeriana carecía en sus inicios de la dimensión universalista de la organización de Bin Laden. Esta prioridad “nacional” no le impidió mantener contactos con grupos yihadistas como Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI) y MUYAO.

Pocos días antes del ataque contra Baga, un acontecimiento sucedido en la misma localidad confirmó que el foco centrado en Nigeria de Boko Haram es cosa del pasado. El 3 de enero, sus milicianos se apoderaron de la base militar de la ciudad, situada a orillas del lago Chad, un lugar estratégico cuyo dominio aumenta el riesgo que el grupo terrorista representa para Níger, Chad y Camerún. “Tras la conquista de esta base, Boko Haram amenaza las fronteras y hace temer un contagio regional”, asegura la revista Jeune Afrique.

Los ataques de Boko Haram están adquiriendo un cariz cada vez más aterrador para un equilibrio regional apenas apuntalado por Estados incapaces de ofrecer a su población unos servicios mínimos de educación, salud y seguridad

La importancia “simbólica” de estas instalaciones radica en que esa base albergaba la Fuerza Multinacional de Acción Conjunta (MNJTF, en sus siglas en inglés) establecida por Nigeria, Camerún, Níger y Chad, cuyo fin era luchar contra la amenaza yihadista y el contrabando, una de las fuentes de financiación, junto con los secuestros, de Boko Haram. Sin embargo, las desavenencias entre estos países quedaron patentes al saberse que, en el momento del ataque, en la base solo había soldados nigerianos mal equipados que ni siquiera intentaron hacer frente a los yihadistas y optaron por salir corriendo.

“Este tipo de victoria podría animar a Boko Haram a llevar a cabo otros ataques ambiciosos en el futuro”, considera Nnamadi Obasi, del International Crisis Group.

De la creciente vocación internacional del grupo terrorista nigeriano, han dado fe –no sólo las banderas negras del Estado Islámico que aparecen en sus vídeos–, sino una grabación difundida el 5 de enero en el que el líder de la secta, el carismático Abubakar Shekau, amenaza directamente a Camerún, un país que en los últimos meses ha reforzado con 7.000 soldados y miembros de sus fuerzas especiales la frontera con Nigeria. El fundador de una de las facciones de Boko Haram, la denominada Ansaru, es el camerunés Maman Nur, partidario de la africanización del grupo. El nombre oficial de Ansaru, Vanguardia para la Protección de los Musulmanes en el África Negra, lo dice todo.

Boko Haram ha pasado en cinco años de ser uno más de los grupos islamistas surgidos en Nigeria a constituir una amenaza regional que preocupa seriamente a las cancillerías occidentales. Sobre todo, porque la posibilidad de una alianza transnacional con otras organizaciones terroristas –principalmente, Al Qaeda– hace temer una fractura definitiva en el centro del continente que deje a buena parte de su territorio bajo la bota del yihadismo.

La secta yihadista, que podría haber matado hasta a 2.000 personas la pasada semana, amenaza ya a toda África central. Su huella se perfila tras dos atentados suicidas el pasado fin de semana para los que utilizaron a tres menores de unos diez años de edad.

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