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"El racismo no aumentará. La gente vota a Le Pen porque los otros son corruptos"
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En el EPICENTRO musulmán de lyon

"El racismo no aumentará. La gente vota a Le Pen porque los otros son corruptos"

El epicentro musulmán de Lyon es una muestra de convivencia entre musulmanes, subsaharianos y una burguesía que, poco a poco, conquista el distrito

Foto: Una mujer sostiene un cartel que reza: 'Si caes, un amigo llega de las sombras para ocupar tu lugar' durante una manifestación en Lyon. (Reuters)
Una mujer sostiene un cartel que reza: 'Si caes, un amigo llega de las sombras para ocupar tu lugar' durante una manifestación en Lyon. (Reuters)

Durante el verano de 2014, Argelia hacía historia futbolística al clasificarse para los octavos de final del Mundial. Los seguidores de la selección africana llenaron esa misma noche las calles, como habían hecho tras la primera victoria de su equipo, de banderas blanquiverdes, del sonido cláxones, de cánticos. De la celebración se pasó al enfrentamiento con la policía, lo que dejó varios heridos y decenas de detenidos. Lo realmente sorprendente de esta historia es que no fue una escena sucedida en Argel: estamos describiendo Lyon el pasado 26 de junio.

Es la tercera ciudad más poblada de Francia –y su área metropolitana con más de dos millones de habitantes, es la segunda del país–, un gigante silencioso eclipsado informativamente por la bulliciosa París y la siempre problemática Marsella; entre ellas se ubica este oasis para la clase media alta cercano a Suiza en economía y espíritu, labrado en buena parte con duro trabajo calvinista y también, como el resto de las grandes urbes del país, con mano de obra barata que llegó de las excolonias. Mucha de esta mano de obra –magrebí, marroquí, argelina, tunecina– se quedó en Francia en busca de una vida mejor. Hoy ellos, sus hijos y sus nietos, ya con pasaporte galo, miran con inquietud lo que se está llamando en los medios como la amalgame, es decir, que los terroristas que han matado a 17 personas en tres días en la capital acaben contaminando la imagen de todos los musulmanes en su conjunto en Francia y que, a la larga, exacerbe el racismo contra toda la comunidad.

Céntrico y tradicionalmente musulmán, los habitantes de Guillotière están inquietos por un posible repunte de la xenofobia.

El barrio de la Guillotière fue uno de los escenarios principales de la batalla campal entre policía y seguidores argelinos en verano. No en vano, es uno de los de mayor concentración de población árabe –y argelina por extensión– de Lyon, y uno de los primeros en los que se instalaron los inmigrantes de primera generación. No fue el único que vivió este fenómeno: varios de los que ahora son distritos anejos a los ríos Ródano y Saona fueron receptores de inmigración. Muy cerca, en la orilla opuesta, está la península que ejerce de centro financiero de la ciudad. Estas colonias periféricas se fueron integrando en el casco urbano progresivamente hasta formar la actual extensión urbana. En Guillotière, los primeros en llegar fueron los migrantes italianos y, a partir de los setenta y ochenta, los magrebíes.

El sábado, víspera de la manifestación de repulsa de los ataques sobre París, en el barrio se vive un fin de jornada corriente, rutinario. Se respira la convivencia entre la población árabe y subsahariana con la joven y bohemia de clase media cada vez más numerosa: el séptimo arrondisement (distrito) ha entrado en un proceso de ‘gentrificación’, una transformación en lugar de moda ayudado por su cercanía al centro de la ciudad y al río. Aunque hasta 2007, cuando se abrieron los paseos peatonales de reluciente hormigón a orillas del cauce del Ródano, el barrio estaba desconectado simbólicamente del centro y el río era más una cicatriz que una columna vertebral.

Actualmente, muchos representantes de la burguesía lionesa lo escogen como punto de encuentro de tertulias y salidas nocturnas. Las guías turísticas de la ciudad lo sitúan como un sitio donde tomar un café ‘a la última’. Se multiplican los establecimientos de barrio reformados de arriba a abajo para atraer a un cliente con mayor poder adquisitivo que busca la “auténtica multiculturalidad”. Es el caso de la cafetería Le Gambetta, donde la clientela habla a partes iguales francés y árabe. Regenta el establecimiento una familia de origen argelino. Su suegro está sirviendo unos cafés, su hija trata de fijar con cinta adhesiva un cartel sobre la pared de ladrillo en el que se lee “Je suis Charlie” y él, dueño desde hace años del local, habla con voz moderada aunque firme sobre su convicción: los ataques contra varios objetivos en París no harán incrementarse el racismo contra los musulmanes, no habrá amalgama. “La gente es inteligente. Muchos votan al Frente Nacional porque ven que la UMP (centro derecha, el partido de Sarkozy) y el Partido Socialista son corruptos” y dice esperar a “mucha gente en la manifestación”.

El domingo sus predicciones se cumplen. La manifestación –que transcurre cerca del final del recorrido por su puerta– excede todas las previsiones y las calles aledañas se llenan de gente que no puede marchar hacia la plaza de Bellecour, en pleno centro, y tiene que quedarse observando a modo de cortejo.

Él asegura que la culpa de estos ataques terroristas en suelo francés son cristalinas: “Somos nosotros, los franceses” los culpables, dice llevándose la palma de la mano al pecho, “les alimentamos con nuestras intervenciones; vuelven de Siria, de Irak, donde han perdido la cabeza y nos atacan”. “O se juntan en las cárceles” tras ser detenidos por otros delitos “y se vuelven radicales”. Él, como muchos franceses y extranjeros, siente miedo, porque un ataque como este “le puede sorprender a cualquiera”. Tiene la certeza que “habrá más”. Sobre las viñetas de Mahoma del Charlie Hebdo, el corrosivo semanario satírico, dice que sí las ha visto: “A mí me gusta bromear, sobre la religión, sobre la mía propia (...), pero hay alguna gente que cuando le haces bromas sobre esto dice ‘no, no, sobre eso no'”.

La onda de transformación de Guillotière en atracción turística no ha llegado a todas partes. Nos adentramos en la calle Paul Bert, que algunos periodistas locales señalan como uno de los lugares donde se nota la todavía presente “guetificación” de la zona. Hay carnicerías halal, restaurantes árabes, tiendas de telefonía, peluquerías, una tienda de hiyabs, una librería coránica… Entramos primero en una pastelería a punto de cerrar. Nos atiende el único dependiente que nos cuenta que “lamentablemente” sí que cree que se va a incrementar el racismo tras los atentados. También coincide en la definición que nos daba el dueño del bar: la gente es “inteligente” para distinguir a unos –los radicales– de otros. Aunque él no había visto las caricaturas de Mahoma hasta que se les dio eco tras la agresión a la redacción que se saldó con 12 muertos, nos confiesa, no cree que haya nada de ofensivo en ellas: “es humor, yo lo veo como simples cómics, como dibujos inofensivos”.

Pocos metros más allá entramos en la librería, donde decenas de tomos en francés y árabe tienen como temática la religión musulmana. Nos atiende el librero, que habla un francés con fuerte acento extranjero, tiene el cráneo rasurado y barba larga sin bigote –aunque acicalada– y acaba de recomendarle a una clienta unos cuantos volúmenes. Para él no hay duda, el racismo va a ser mayor. Hablamos seguidamente de las agresiones que han sufrido los centros de culto y frecuentados por musulmanes en diversos puntos de Francia hasta ahora. Humans Rights Watch ya ha instado a Francia desde el sábado a detener este tipo de actos, al menos una quincena cuando se escriben estas líneas. Tras volver al mostrador se reafirma: “sin duda se va a incrementar”.

La clienta a la que había señalado sus recomendaciones, una joven de poco más de veinte años, y vestida a la occidental, había estado escuchando la conversación e interviene: “Incluso entre mis amigos... me miran mal, y eso que no llevo velo”. “Soy de confesión musulmana y tengo pinta de occidental, pero noto que me miran con recelo”, apostilla. ¿Han visto las caricaturas?, les preguntamos. Ella se encoge de hombres, él sí las ha visto: “No, no me gustan, no están bien”. ¿Es porque se burlan del Profeta o porque el islam prohíbe la representación física? “No está bien, el Profeta es lo más sagrado. Si le preguntas a un fiel, en la balanza Mahoma pesa más incluso que Alá”.

Pobre y musulmán, condiciones idóneas para alistarse en la yihad

En El suicidio francés, el polemista de derecha radical Eric Zemmour abunda en sus razonamientos sobre el supuesto debilitamiento del Estado francés, la agresión de la población árabe sobre la “blanca” y coquetea con la teoría de la sustitución, esa que dice que los magrebíes y subsaharianos acabarán, silenciosamente, por llegar a ser la mayoría de la población francesa con la consiguiente pérdida de los valores de la república y, también, del poder político. En el terreno de la ficción, Michel Houellebecq acaba de publicar Sumisión, todavía no traducido, en el que habla de una Francia prospectiva en la que un partido musulmán alcanza el poder. Todas estas diatribas encajan como un guante (de hierro) en el Frente Nacional –nada baladí, fue el partido más votado en las últimas europeas, nadan a favor de corriente– y son rechazadas de plano por voces tan autorizadas como Olivier Roy. Roy, experto en el mundo árabe, considera que hay que “desinflar la burbuja imaginaria del yihadismo” que extremistas de uno y otro lado alimentan.

Sin embargo, Zemmour no habla de algo ajeno a los franceses. La preocupación por lo que pasa en la periferia de las grandes conurbaciones es común a votantes del FN y a los que no lo son. En estas zonas, donde la población es mayoritariamente no blanca, el paro, el abandono escolar y la violencia son moneda corriente.

Como otras grandes capitales de Francia, Lyon construyó su expansión posterior a los ochenta a golpe de ‘banlieu’: barrios planificados donde moles brutalistas –en su mayor parte de vivienda social– agrupan a decenas de familias, muchos árabes de segunda y tercera generación, que no han prosperado lo suficiente para mudarse al centro. Estos lugares son, en muchas ocasiones, un quebradero de cabeza de seguridad y una fuente de inquietud para la clase media. Es el caso de La Duchère, incluida desde 2012 en la primera lista gubernamental de quince “zonas de seguridad prioritarias” (ZSP), una suerte de plan de “pacificación” en las áreas con alta conflictividad social y delincuencia. Con la segunda “ola” varias zonas más de Lyon fueron incluidas, todas en banlieu. Pero La Duchère tuvo el dudoso honor de ser pionera junto a zonas tan poco recomendables como los suburbios parisinos donde se produjeron los violentos disturbios de 2005 y que, de manera potente, pusieron en cuestión el modelo de integración en Francia.

En sus calles se puede apreciar que ayuntamiento de Lyon ha contribuido a hacer más agradable el barrio renovando en parte los equipamientos públicos –inaugurados con pompa por el actual alcalde Gérard Collomb en 2012– y creando en el centro del barrio una gran plaza también de hormigón donde pasan el rato los jubilados y jóvenes del barrio. Un plan de decenas de millones de euros en gran parte superficial, ya que la brecha entre el centro y esta periferia es más indeleble y firme que los balcones desvencijados que se deshacen, faltos de mantenimiento, en los pisos antiguos de La Duchère. Un paseo por esta zona revela un nivel de vida muy modesto y también una gran implicación religiosa. Las expectativas laborales llevan a la creación de comunidades cerradas, guetos, donde la religión es el único asidero. Esto crea un caldo de cultivo perfecto para el yihadismo. En septiembre la policía gala detuvo a dos hermanos que habían regresado de Siria dispuestos hacer la yihad en otra ZSP lionesa, Vaux-en-Velin. Y entre los papeles de Wikileaks se reveló un documento de inteligencia estadounidense que señalaba las mezquitas de Veux-en-Velin y La Duchère como centros del pensamiento salafista.

Una de las voces más autorizadas y respetadas en esta banlieue es la de Mohammed Tria, presidente del club de fútbol del barrio, en AS Duchère, que milita en la cuarta división francesa y donde jugaron ídolos de los niños locales como Eric Abidal o el centrocampista argelino Jaled Lemmouchia. Sin embargo, su papel más importante no está ligado a la relevancia deportiva sino a la educativa, ya que a través del fútbol muchos niños abocados a la delincuencia o al terrorismo canalizan su vida. Tria ha mostrado su indignación por la perspectiva con que se aborda este asunto, rayana en la amalgame: “Escucho desde hace 24 horas este discurso: ‘Vosotros musulmanes, mostrad que sois republicanos’. Yo no necesito mostrar que soy republicano, lo soy desde que nací”. Una indignación que no es nueva, ya que discursos como los de la extrema derecha llevan implícitos una duda permanente sobre la fidelidad de los musulmanes al país que habitan, con la sospecha de ser una ‘quinta columna’.

Aunque los datos muestran una ‘foto’ diferente de la opinión general de los franceses con respecto al islam y quien lo profesa. El think tank estadounidense Pew Research muestra que el 72% de los franceses tiene una opinión positiva de los musulmanes, por un 27% que tienen la opinión desfavorable. Lejos del 49% positivo de España o del 43% de Grecia.

Los imanes de Francia condenan masivamente los ataques de París

Kamel Kabtane, el rector de la Gran Mezquita de Lyon, fue tajante. Reiteró su compromiso contra los actos de violencia en el país. “La violencia no debería tener lugar en nuestra sociedad y en nuestra República, que tiene como vocación respetar y defender la dignidad no negociable de sus ciudadanos y de todo ser humano que vive en su territorio”. Esta Gran Mezquita, la más importante de la ciudad y referencia de la fe en la región, publicó diversos mensajes en su cuenta de Facebook haciendo un llamamiento a que sus fieles fueran masivamente a la manifestación del domingo: “Venez nombreux”, se podía leer. Un llamamiento a salir a la calle que se repitió en todas los grandes centros de culto de Francia –el de París sin ir más lejos– tal y como se había reproducido la condena a tres días de “actos barbarie”.

“Yo tengo familia”, nos recalcaba el sábado –apenado– el dueño de ‘La Guillotière’, “esto nos puede pasar a todos [ser víctima de un ataque terrorista]”. Mientras me lo dice al principio de la barra tres obreros blancos bromean con su suegro. Muchos musulmanes de Francia ven como les hace pinza una situación sin escapatoria. Declarados objetivos de los fusiles y las bombas, como el resto de ciudadanos franceses, por la sinrazón terrorista; y enemigos de la patria por la sinrazón de los que cuestionan todo el tiempo su compromiso con la República.

Durante el verano de 2014, Argelia hacía historia futbolística al clasificarse para los octavos de final del Mundial. Los seguidores de la selección africana llenaron esa misma noche las calles, como habían hecho tras la primera victoria de su equipo, de banderas blanquiverdes, del sonido cláxones, de cánticos. De la celebración se pasó al enfrentamiento con la policía, lo que dejó varios heridos y decenas de detenidos. Lo realmente sorprendente de esta historia es que no fue una escena sucedida en Argel: estamos describiendo Lyon el pasado 26 de junio.

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