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La fórmula portuguesa para reducir el paro: quinientos-euristas y dando las gracias
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400.000 personas malviven con este salario

La fórmula portuguesa para reducir el paro: quinientos-euristas y dando las gracias

La tasa de paro en Portugal es la mitad que en España, pero a costa de una precariedad extrema y sueldos a la baja. Muchos jóvenes 'aspiran' a ganar 500 euros

Foto: Un manifestante ante el Parlamento portugués durante choques en Lisboa durante la huelga general de noviembre de 2012 (Reuters).
Un manifestante ante el Parlamento portugués durante choques en Lisboa durante la huelga general de noviembre de 2012 (Reuters).

Después de tres años congelado, el salario mínimo portugués ha subido hasta los 505 euros. Papel y lápiz en mano, las cuentas son claras: el aumento supone un extra mensual de 20 euros, 17,80 líquidos, a 11 céntimos la hora. Unos 400.000 trabajadores malviven con estas cifras. Son los números oficiales de un mercado laboral que esconde condiciones precarias. Sobre todo, aunque no exclusivamente, para los más jóvenes, entre ellos muchos españoles afincados en el país vecino, buena parte de los cuales atiende llamadas en call-centers.

Joana Pessoa tiene 37 años. Y la licenciatura de portugués e inglés. Y experiencia laboral en el extranjero, tanto en Europa como en Asia. Y el deseo de tener un trabajo “satisfactorio y bien remunerado, preferiblemente en Portugal”. En 2005 regresó a Lisboa y desde entonces ha añadido a su currículo nueve meses de prácticas no pagadas, clases sueltas en academias privadas y contrataciones esporádicas como falsa autónoma para enseñar idiomas en una institución pública. Se siente “maltratada por el Gobierno”, y dijo "basta" el pasado mes de mayo: hoy despacha en una tienda de conservas, a razón de 500 euros por seis horas de trabajo diarias.

Las empleadas y empleados lusos ingresan actualmente en torno a un 10% menos que hace cinco años en casi todos los sectores y perfiles, según destacan los estudios de instituciones como el Banco de Portugal y de consultoras como PageGroup y Mercer, centradas en el ámbito privado. Tampoco lo público se salva pues, de hecho, los 505 euros están aún por debajo del sueldo base que se estableció un mes después de la revolución del 25 de abril de 1974, la que terminó con la dictadura: 3.330 escudos, que extrapolados a las condiciones actuales serían unos 548 euros.

Es la situación que sufre la República Portuguesa, por debajo de la media europea que refleja Eurostat: 824 euros. Aparte sobreviven los que no consiguen salir de las jornadas part-time de escasos 300 euros, un grupo de población que ha crecido el 139% en el último lustro (son cerca de 100.000 personas), a tenor de las estimaciones del Instituto Nacional de Estadística.

Apenas unos pocos privilegiados se salvan de los recortes, como los líderes de las principales empresas del país, que de media ganan 33,5 veces más que sus trabajadores. Y es que la agonía va por barrios y se retuerce entre la población más joven. Tanto que algunos expertos ya no hablan de mileuristas, aquella cifra otrora sonrojante, sino de quinientos-euristas. Es el retrato de toda una generación que hace no tanto firmaba sus primeros contratos por 800 o 1.000 euros, pero que ahora da las gracias por alcanzar la cota mínima.

placeholder Protesta de trabajadores portuarios por un cambio legislativo en el centro de Lisboa (Reuters).

El exilio como única alternativa

“Aceptaría trabajar por 500 euros en mi área porque mudé de profesión recientemente y para meter la cabeza tendré que sujetarme a condiciones precarias”, confiesa resignada Joana Viana, que con 33 años es licenciada en diseño gráfico y estuvo tres años en una agencia de publicidad (empezó ganando 250 euros y alcanzó los 800), hasta que decidió hacer las maletas rumbo a Barcelona, donde cursó un máster en diseño de comunicación y dos postgraduados en fotografía. Ya de vuelta, y como freelancer, está a la espera de cobrar un encargo que entregó en junio. No descarta trabajar “de lo que sea” si la situación no cambia.

"Este país no es para jóvenes", reza el título del libro escrito por los periodistas Helena Matos y José Manuel Fernandes, quienes desgranan cómo Portugal ha salido del analfabetismo para convertirse en un productor de ingenieros y doctores, los mismos que, por unas políticas que “fabrican desempleados”, se ven obligados a ganarse la vida fuera de sus fronteras. El exilio (el sociólogo João Teixeira habla de “la generación Europa”) parece la única alternativa al quinientos-eurismo.

Nunca antes hubo tanta mano de obra cualificada, pero ni el Estado ni las patronales están interesados en aprovecharla. Aun así, la responsabilidad es compartida pues muchas veces, por miedo a las represalias, no defendemos nuestros derechos con el ahínco necesario”, incide Pessoa. Viana añade nuevos ingredientes para explicar esta inestabilidad: “Los gobernantes tienen mucha culpa al subir brutalmente los impuestos a las empresas, asfixiándolas económicamente y, como consecuencia, estas reducen los salarios o contratan a través de recibos verdes”.

La crisis global ha espoleado relaciones laborales con las que contaba Portugal, caso precisamente de esos recibos verdes, llamados así porque su expresión física es un libreto con múltiples hojas en ese color (un formulario electrónico en su versión moderna), que el empleador y el empleado deben rellenar bajo la fórmula “Recibí la cuantía X, en concepto de Y, por parte de Z”. Esta especie de factura proforma, que en teoría engloba únicamente a los trabajadores por cuenta propia, se ha extendido en la práctica hasta cubrir un sinfín de ilegalidades que serían el equivalente a los falsos autónomos.

placeholder Un manifestante con una pancarta crítica con el primer ministro Pedro Passos Coelho durante una protesta en Lisboa (Reuters).
Un manifestante con una pancarta crítica con el primer ministro Pedro Passos Coelho durante una protesta en Lisboa (Reuters).

El desembarco español, de ida y vuelta

Basta hojear cualquier periódico para comprobar que el mercado laboral luso se mueve. Y no hace falta bucear mucho para saber en qué dirección. “Se busca persona para cuidar mayores, desde las 6 de la tarde del viernes hasta las 6 de la tarde del domingo, todos los fines de semana, por 150 euros al mes”. Son muchos los que llegan, pero también los que se van, en un viaje laboral de idas y venidas intermitentes que, por regla general, tampoco escapa a la precariedad. La proximidad geográfica, raíces lingüísticas y culturales compartidas así como las ayudas de estudio son alguna de las razones por las que cientos de españoles han decidido probar suerte en el país vecino.

Respaldado por un índice de desempleo anclado en el 13,9%, el extremeño Francisco Javier Picón (30 años) considera que “el problema en Portugal no es encontrar trabajo, sino lo que estés dispuesto a tragar. La política de las empresas es que en la calle hay ocho como tú”. Al mes de llegar a la capital en marzo de 2013, este comunicador de formación encontró una oportunidad dando soporte telefónico, y se considera un privilegiado: “Estaba en el pueblo y necesitaba un trabajo. Aquí se vive con poco”.

Tentada por mejores condiciones laborales, la vallisoletana H.S. hizo el viaje de regreso el pasado mayo. Desde Madrid, explica cómo llegó a Portugal de la mano de una beca Erasmus, en 2010. En tres años y medio trabajó en nueve compañías, de sectores muy variados, con contrato, sin contrato y con recibos verdes. Destaca la “precariedad que, por norma, asumen los trabajadores en las empresas de más de 200 empleados. Además de ganar un salario que de media ronda los 800 euros con pagas extra y tickets de alimentación incluidos, nos vemos obligados a trabajar en unas condiciones lamentables”. Con 26 años y un perfil ligado al ámbito de la comunicación, recuerda que “eran habituales las bajas por infección pulmonar. En un año quizá no te pasa nada, en varios, desde luego que sí”.

placeholder Estudiantes de la Escuela Militar Odivelas protestan contra las medidas de austeridad en Lisboa (Reuters).

Call-centers para españoles: "Son la voz y la escoria de la empresa"

Señala en concreto un nicho muy extendido entre los españoles: los centros de llamadas, donde “además de trabajar con una falta de condiciones básicas de higiene, porque por ejemplo no limpian adecuadamente la moqueta y hay pulgas, tenemos contratos que no cumplen la legislación: encadenas renovaciones mensuales que superan las permitidas, el primer mes no cotizas en la Seguridad Social y del segundo en adelante sólo lo haces por los días trabajados, sin tener derecho a descanso semanal. Cuando estás enfermo grave, con justificante del hospital, además de descontarte el día te descuentan los premios; la broma puede costarte entre 150 y 200 euros”.

El sector de los call-centers concentra buena parte de las primeras oportunidades a los foráneos, pero también las acusaciones más severas. El recientemente creado Sindicato de Trabajadores de Call Center (STCC), el primero del gremio, reconoce que este mercado genera empleo, pero denuncia las malas condiciones y la tendencia a reducir o incluso eliminar el salario base para apostar por las comisiones por objetivo. La letanía de críticas es extensa: dolencias auditivas, enfermedades respiratorias, depresiones, tendinitis, represalias, despidos injustificados, períodos de formación que se alargan en el tiempo…

Son al mismo tiempo la voz y la escoria de la empresa”, resume una española con un puesto de responsabilidad en el área administrativa de una de estas compañías, a la que accedió tras un par de meses atendiendo el teléfono. Desde el anonimato, reconoce que “no hubiera aguantado más tiempo”; su situación actual es “bastante mejor”, aun siendo consciente de que cobra “1.200 euros, cuando una persona con las mismas funciones en Madrid ronda los 2.500”.

Portugal parece haber encontrado en la precariedad una solución rápida para capear la crisis y aliviar sus cifras de desempleo. "Hay trabajo", es el cartel de bienvenida. El gancho es perfecto para los "nuevos" como Marina, que aterrizó en Lisboa hace medio año. Economista con amplia formación y experiencia como profesora, no ha tardado en darse de bruces con la realidad. Se acercó a una academia de idiomas que, interesada por su perfil, le ofreció “unas horas sueltas a la semana si conseguían el número suficiente de alumnos”. Le obligaban a pasar por el aro de los recibos verdes. “Pensé que me había caído un trabajo pero no, esto no lo es”. Aquí se buscan quinientos-euristas.

Después de tres años congelado, el salario mínimo portugués ha subido hasta los 505 euros. Papel y lápiz en mano, las cuentas son claras: el aumento supone un extra mensual de 20 euros, 17,80 líquidos, a 11 céntimos la hora. Unos 400.000 trabajadores malviven con estas cifras. Son los números oficiales de un mercado laboral que esconde condiciones precarias. Sobre todo, aunque no exclusivamente, para los más jóvenes, entre ellos muchos españoles afincados en el país vecino, buena parte de los cuales atiende llamadas en call-centers.

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