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Dentro de la Policía Pacificadora: un día con los jefes de la guerra en las favelas de Río
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Dentro de la Policía Pacificadora: un día con los jefes de la guerra en las favelas de Río

El Confidencial acompaña a tres comandantes de la Policía Pacificadora, los que están en la primera línea del frente de la guerra no declarada contra el crimen

Foto: Residentes de la favela de la Maré, en Río de Janeiro, reaccionan durante una operación policial el pasado marzo (Reuters).
Residentes de la favela de la Maré, en Río de Janeiro, reaccionan durante una operación policial el pasado marzo (Reuters).

El Confidencial acompaña en una jornada de trabajo a tres comandantes de la Policía Pacificadora, aquellos que están en la primera línea de frente de esta guerra no declarada contra el crimen, para conocer la visión de los protagonistas de este conflicto.

Ejecuciones a sangre fría. Ocultación de cadáveres. Torturas seguidas de asesinatos. Violación colectiva de mujeres. Amenazas de muerte contra jóvenes negros. Listas secretas de personas ‘marcadas’ para morir.

El inventario de crímenes que la Policía Militar brasileña habría cometido en los últimos meses contra los habitantes de favelas ‘pacificadas y no ‘pacificadas’ es abultado. Y no sólo en Río de Janeiro. La organización independiente Ponte calcula que sólo en el estado de São Paulo la Policía habría matado a 10.000 personas desde 1995. En todo Brasil, mata a cinco personas por día.

Tampoco faltan abusos policiales que atentan contra la dignidad humana. “Me obligaron a comer la mierda de un perro”, cuenta a este diario un chaval de 15 años, que denuncia maltrato por parte de agentes de la Policía Pacificadora, el nuevo cuerpo policial creado hace seis años con el objetivo de mantener a raya los conflictos armados en las favelas de Río de Janeiro. Curiosamente, es un cuerpo formado por agentes jóvenes, con el fin de evitar la corrupción y los vicios tradicionales de la Policía Militar.

Aquí, en febrero pasado, fueron ejecutados el subcomandante de la UPP y otro agente. Fue durante una emboscada de los narcos, que se oponen a la presencia de la policía en lo que fue su cuartel general. Desde enero, una decena de agentes han sido asesinados

En plena campaña electoral, y a pesar de que no se vota hasta el próximo 5 de octubre, los principales periódicos del país publican un día sí y otro también reportajes sensacionalistas sobre las malas prácticas de la Policía, donde los expertos de turno denuncian la formación carente de los agentes (“Río tiene capacidad para formar a 2.000 policías por año, pero en realidad salen de las academias 7.000”, dice uno de ellos) y la necesidad urgente de una desmilitarización del cuerpo.

Por supuesto, los candidatos a gobernador del estado de Río de Janeiro también han hecho del futuro de la ‘nueva’ Policía Pacificadora un tema clave en sus programas electorales, en un momento en el que los observadores, tanto locales como internacionales, creen que la pacificación está ligada a los grandes eventos deportivos. En otras palabras, para muchos es una operación de lavado de cara que no está cambiando el mapa de la violencia en Río y que puede producir un salto hacia atrás en cualquier momento.

Los comandantes de la guerra en las favelas

El Confidencial ha conseguido hablar en exclusiva con tres comandantes de la Policía Pacificadora, aquellos que están todos los días en la primera línea de frente de esta guerra no declarada contra el crimen, con el objetivo de conocer la visión de los protagonistas de este conflicto al margen de lo que publica la prensa brasileña.

“Cada vez que consigo sacar a un chaval del crimen, siento tal satisfacción que me compensa por todos los esfuerzos”. El comandante Vinicius Oliveira se emociona tanto que se le llenan los ojos de lágrimas cuando habla de su trabajo y de la motivación que le mantiene cada día, firme, al frente de la UPP de Vila Cruzeiro, la Unidad de Policía Pacificadora de una de las favelas más violentas de Río.

Vinicius es un hombre alto y robusto, con una mirada cordial y unos modales gentiles. A sus 33 años, tiene a su cargo a 320 agentes, responsables de velar por la seguridad de una comunidad de más de 20.000 personas en la zona norte de Río. Habla de forma serena, sin prisas, a pesar de que dirige desde hace 17 meses uno de los puntos más calientes de la ciudad.

Aquí, en febrero pasado, fueron ejecutados el subcomandante de la UPP, el teniente Leidson Acácio Alves Silva, de 27 años, y otro agente. Fue durante una emboscada de los narcotraficantes, que se oponen a la presencia de la policía en lo que fue su cuartel general. Desde el indicio del año, una decena de agentes han sido asesinados a manos de los narcos y otros tantos han resultado heridos. Sin embargo, la Jefatura de la Policía no ofrece datos oficiales sobre el asunto. Es el recuento de la noticias que aparecen en los periódicos locales lo que da una idea del alcance de esta guerra sucia en la retaguardia de las favelas ‘pacificadas’.

“Aquí estaba el cuartel general del narco”

Vinicius asegura que a fuerza de mucho trabajo están consiguiendo revertir poco a poco esta situación. “Vila Cruzeiro y el Complexo do Alemão son diferentes de las otras UPP. Aquí se encontraba el cuartel general del Comando Vermelho, la facción criminal que controlaba el tráfico de drogas en Río. Era de esperar que no se quedase de brazos cruzados dejando a la Policía Militar actuar en su territorio. Ya imaginábamos que eso podría acontecer, que la criminalidad tendría una reacción fuerte. Estamos preparados para esto”, explica el comandante.

En el último año, los narcos se han reorganizando para dinamitar la llamada ‘pacificación’, el proyecto del exgobernador de Río de Janeiro, Sérgio Cabral, para arrebatar el control armado de las favelas a los grupos criminales organizados. Algunos jefes han cumplido sus penas y han regresado al lugar de origen con la idea de retomar las armas.

“El factor preponderante en este cambio es la aproximación del periodo electoral: es un momento en el que la política de pacificación pasa a tener una mayor visibilidad. Es la estrategia que adoptaron ellos para intentar desestabilizar el proceso”, afirma Vinicius. “Por supuesto, la Policía Militar no desea que haya enfrentamientos armados en las comunidades pacificadas, en los que a veces la población se lleva la peor parte. Pero tenemos que responder a las agresiones que sufrimos y eso a veces tiene efectos colaterales, como la muerte de residentes. Nos duele todavía más cuando es un niño”, agrega.

En el último año, los narcos se han reorganizando para dinamitar la ‘pacificación’, el proyecto para arrebatar el control armado de las favelas a los grupos criminales. Algunos ‘jefes’ han cumplido sus penas y han regresado a lugar de origen con la idea de retomar las armas

Sin embargo, los datos muestran que algo mejora en Río de Janeiro. Por primera vez en 32 años el número de muertes violentas se sitúa por debajo de la media nacional, según indica un estudio de la Casa Fluminense. Los expertos de esta ONG analizaron los datos sobre la causa de las muertes, ofrecidos por el Sistema de Salud Pública (SUS), y llegaron a dos conclusiones: la Policía Militar ha cambiado su conducta, sustituyendo la confrontación armada por la ocupación del territorio en las favelas cariocas; y la violencia ha aumentado en el resto del país.

En 2012, por cada 100.000 habitantes se registraron 28 muertes violentas en Río de Janeiro, frente a las 29 de la media nacional. En 1995 esa cifra alcanzaba las 62 personas en la Cidade Maravilhosa. Según este informe, el cambio de tendencia habría contribuido a salvar 7.398 vidas en cinco años, desde 2008 hasta 2013. “Es emblemático haber dejado de ser el estado federal donde más se mata en el país. Pero no lo podemos celebrar. Brasil está entre los 10 países donde más se mata en el mundo”, señala Silvia Ramos, 60 años, doctora en Ciencias Sociales y coordinadora del Centro de Estudios de Seguridad y Ciudadanía de la Universidad Cândido Mendes. La ONU considera “epidémica” una tasa por encima de 10 muertes por cada 100.000 personas.

El comandante jefe de las UPP de Río de Janeiro aplaude este dato. “Nuestro resultado principal en estos seis años es precisamente la reducción de homicidios”, asegura Frederico Caldas, que tiene a su mando a 9.500 agentes. “Todas las comunidades tienen en común una historia de violencia, de muerte, de ausencia del estado y de la policía. Después de casi seis años, podemos celebrar que existe una perspectiva diferente para estas personas: la valorización de la vida y de la libertad personal. Hoy, cerca de 1,5 millones de ciudadanos están siendo beneficiados directa o indirectamente por la pacificación”, agrega.

“Hemos construido todo. Hasta las letrinas eran un horror”

No obstante, Caldas reconoce que el proceso de ‘pacificación’ se encuentra en el momento más delicado de su historia. Recientemente, en el Complexo do Alemão se ha tenido que suspender la actividad del teleférico durante una semana a causa de los continuos tiroteos, y 12.000 usuarios se han quedado sin transporte. Hasta las escuelas han tenido que cerrar algunos días ante el recrudecimiento de la violencia.

En Vila Cruzeiro, Vinicius y su equipo siguen trabajando por y para la paz, a pesar de todo. El día de la entrevista, un agente hace una obra alrededor del contéiner de metal, que es la sede de la UPP. “Todo lo que ves aquí, esta plaza, esta escalera, todo lo hemos hecho nosotros. Cuando llegamos, hasta las letrinas eran un horror. Poco a poco estamos acondicionando el lugar y mira, los niños vienen aquí a soltar sus cometas, se sienten a gusto”, dice el comandante Vinicius.

En las callejuelas alrededor de la UPP, nada hace sospechar que a menudo, de noche, se producen tiroteos contra los agentes. La vida trascurre aparentemente tranquila entre las casas de ladrillo visto. El trabajo principal de Vinicius y su equipo, además de garantizar el orden, es conquistar poco a poco la confianza de los residentes, cuya experiencia con la policía es históricamente demoledora. Antes de la llegada de las UPP, los agentes entraban en las favelas, disparaban y se iban. Hoy, en cambio, se quedan e intentan dialogar con una población que tiembla cada vez que ve un uniforme.

En la UPP de Vila Cruzeiro hay varios proyectos en marcha, como las clases de refuerzo escolar, de fútbol o de jiu-jitsu, y la entrega de cestas básicas a familias necesitadas. “Intentamos mostrar que estamos aquí para ayudar, para garantizar su seguridad. Claro que es difícil vencer una desconfianza tan arraigada, pero con una familia que conseguimos conquistar, llegamos a más de 100 personas, que empiezan a mirarnos con otros ojos”, explica Vinicius.

Las pequeñas victorias

Es el esfuerzo diario de una Policía militarizada que intenta convertirse poco a poco en Policía de Cercanía. En Santa Marta, la primera favela de Río en recibir la UPP, casi lo han conseguido. Los residentes, con el tiempo, han aceptado la presencia de los agentes y no es raro verlos conversar cordialmente en la calle. El comandante de la UPP, Márcio Rocha, procura estar presente en muchas de las actividades sociales que se organizan en la favela, alargando cada día más su jornada laboral.

En las callejuelas alrededor de la UPP, nada hace sospechar que a menudo, de noche, se producen tiroteos contra los agentes. La vida trascurre aparentemente tranquila entre las casas de ladrillo visto

Márcio reconoce que se siente algo incómodo con el término ‘pacificación’. “No se puede medir cuán pacificada está una favela. Podemos constatar que después de la entrada de la UPP en Santa Marta no ha habido homicidios. ¿Es esto un indicador de paz? Si miramos otras UPP, donde hay 500 fusiles, 800 traficantes, donde todavía se producen enfrentamientos y donde todavía hay policías y traficantes armados… allí no existe la pacificación. Eso sí, comparando la situación de antes con la de hoy, hay mucha más tranquilidad”, asegura. Santa Marta es un oasis en este sentido; tanto que hace cuatro años se convirtió en un punto turístico oficial de la ciudad. Durante el Mundial ha recibido la visita de 10.000 turistas. Hasta la selección nacional de Holanda escogió Santa Marta para darse un baño de masas mediático en plena contienda futbolística, algo que llenó de felicidad a Márcio, que acaba de cumplir 30 años.

El fútbol es su pasión, hasta el punto que ha creado una escuela para árbitros en esta comunidad, juntando de esta forma deber y placer. “Hay muchos campos de fútbol alrededor de Santa Marta, incluso en edificios particulares. Ya hemos formado a unos 50 alumnos de cinco favelas pacificadas. Para ellos, es una oportunidad para obtener una pequeña renta gracias al arbitraje. Algunos incluso arbitraron en un torneo en la Marina da Glória, un evento oficial del Mundial. Están ganando con cada partido que hacen. Nuestro foco ahora es conseguir más partidos para ellos, y no tanto formar a nuevos alumnos”, cuenta Márcio con entusiasmo.Santa Marta hoy es el ejemplo de lo que podría llegar a hacer la Policía Pacificadora en un entorno más normalizado. En este afán de conquistar a los moradores de uno en uno, están organizando la primera boda comunitaria, que se realizará en diciembre, cuando la UPP cumplirá seis años, y la fiesta de las debutantes. Además, acaban de inaugurar una escuela de idiomas en la sede de la UPP a cargo de Noemí, una profesora francesa que da clase de inglés, francés e italiano de forma voluntaria para moradores y policías.

Intentamos estar siempre en contacto con la comunidad para tener credibilidad. Siempre va a haber personas que cuestionen nuestras presencia. Al fin y al cabo, estuvimos ausentes durante 50 años y no llevamos aquí ni seis años. Cuando ordenamos bajar el volumen en una fiesta o mediamos en una pelea de vecinos, no contamos con el apoyo de todos. Quien se siente perjudicado siempre va cuestionar la acción de la Policía. Sin embargo, el trabajo de la UPP es exactamente explicar el por qué de cada acción y si se produce un exceso policial, intentamos rectificar y explicar que no se va a repetir. Ésta es la filosofía de la UPP”, relata el comandante Márcio.

Abusos, corrupción y salarios ínfimos

Los abusos cometidos por los agentes son precisamente el talón de Aquiles de la Policía Pacificadora. Los residentes de favelas como el Alemão y la Maré están hartos de denunciarlos. La Jefatura de la UPP no niega esta situación. El comandante jefe de las UPP, Frederico Caldas, asegura que se está trabajando intensamente para resolver ese problema.

“En primer lugar creamos la Defensoría de las UPP, inaugurada el pasado 1 de mayo. Se trata de un órgano itinerante, que permanece una semana en cada UPP. Los residentes pueden denunciar cada caso de forma personal o anónima. Existe un número de teléfono y una web. Es un canal de denuncia pensado para los moradores y el primer instrumento para combatir los abusos”, apunta.

Otra acción importante en la lucha contra los abusos es la creación de un Manual de Abordaje de la Policía. “Hicimos un diagnóstico en diciembre del año pasado, y descubrimos que el abordaje y cacheo de los residentes son los principales focos de tensión en las UPP. Por eso, estamos cambiando por completo el concepto de abordaje: queremos que se haga con criterio y con más respecto. Por ejemplo, que sea una mujer policía quien cachee a otra mujer, aunque la ley en teoría permite que lo haga un agente hombre”, informa el jefe de las UPP.

No va a ser una tarea simple. Los abusos son el pan de cada día incluso dentro del cuerpo, según denuncian los mismos policías. El 30% de los agentes habrían sido víctimas de abusos morales o físicos, según un estudio del Fórum Brasileño de Seguridad Pública de la Fundación Getúlio Vargas (FGV) y de la Secretaría Nacional de Seguridad Pública, realizado este año entre 21.000 policías de todo el país. El 28% de los encuestados dijeron que fueron “víctima de tortura” y el 60% afirma que sufrió falta de respecto o humillaciones por parte de superiores.

Los abusos, según los expertos, están relacionados con las condiciones de trabajo de los policías, que incluyen salarios bajos (el problema principal, según el 84% dos entrevistados), jornadas muy largas, falta de recursos y falta de apoyo médico y psicológico. Y, de hecho, muchos policías reconocen off the record que tienen dos y hasta tres trabajos para llegar a fin de mes. “Yo tengo una tienda de material de construcción y de vez en cuando hago bolos como guardia de seguridad en una discoteca”, dice un agente. “Yo vendo ropa en casa junto a mi mujer y trabajo como entrenador en un gimnasio”, dice otro.

Los salarios ínfimos que reciben los policías son responsables de otro problema endémico de este cuerpo: la corrupción. Un reciente estudio de la Fundación Getúlio Vargas, realizado con 21.100 policías en todo el país, revela que el 93,6% de ellos cree que la corrupción dificulta el trabajo.Algunos policías reconocen, otra vez off the record, que dentro del cuerpo esta es un hecho sangrante. “Yo elegí las UPP sólo para huir de la corrupción. Y te diré más: cada vez que mi comandante cambia de favela, voy con él, porque me gusta trabajar con personas honestas. Él no deja que se robe”, asegura un agente que trabaja en la zona norte de Río de Janeiro.

Frente a este panorama, no resulta fácil dirigir una UPP, y menos aún cuando se publican datos sobre el aumento de crímenes dentro de las favelas ‘pacificadas’: 30% más que hace tres años. “Los que estaban enganchados a la droga y robaban para consumir cometían sus crímenes fuera de la favela. Con la llegada de la UPP y el aumento del consumo de crack, que es una verdadera plaga, creció el número de robos, porque los toxicómanos necesitan con urgencia consumir cada vez más. Roban cualquier cosa. Y los residentesestán acostumbrados a dejar las puertas y las ventanas abiertas. Si eso acontece en una favela no pacificada, el traficante lo lleva para la cima del morro y lo quema vivo, lo mata o lo tortura. ¿Es esto lo que quieren? ¿Es mejor que las personas sean asesinadas o torturadas porque roban? ¿O que se denuncie a la persona que roba y que la UPP lo arreste?”, concluye Márcio.

El Confidencial acompaña en una jornada de trabajo a tres comandantes de la Policía Pacificadora, aquellos que están en la primera línea de frente de esta guerra no declarada contra el crimen, para conocer la visión de los protagonistas de este conflicto.

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