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"Enganchados" al sufrimiento palestino: escudos humanos españoles en Gaza
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"me avergüenza que mi vida valga más"

"Enganchados" al sufrimiento palestino: escudos humanos españoles en Gaza

Sienten "vergüenza" de que su vida valga más que la de los palestinos, y la utilizan para evitar que otros mueran. Estos son los escudos humanos españoles.

Son las siete y media de la tarde en el hospital de Wafa, en el este de Gaza Ciudad. Este es el único centro de rehabilitación de la Franja, dedicado a pacientes discapacitados. Haciendo señas con las manos, las enfermeras les explican a Manu y a Valeria que acaban de recibir una llamada del Ejército israelí. Dicen que van a bombardear el edificio en los próximos minutos. No con drones, como hasta ahora, sino con los misiles destructores lanzados desde los F-16. Pero este lugar ya ha recibido tres avisos de bombardeo y varios impactos en su fachada. Los últimos días, el personal médico ha evacuado a algunos de los ancianos y niños que recibían ahí su tratamiento, y ahora sólo quedan 17 pacientes en el interior.

En ese momento, Manu y Valeria hacen su turno como escudos humanos para proteger el hospital. Es por la tarde, los otros activistas internacionales se acaban de marchar. Mientras la enfermera le explica a Valeria lo que sucede, un bombazo sacude el edificio. Acto seguido se rompen las ventanas y todo el centro se queda sin luz. Se oyen chillidos de los pacientes, algunos de los médicos empiezan a rezar. “¡Hay que comenzar el desalojo!”, gritan los médicos. Valeria coge en sus brazos a un anciano con respiración asistida y lo coloca sobre una sábana con la que trasladarlo. “Los ruidos que hacía aquel hombre al no poder respirar me impactaban más que el sonido de las bombas”, cuenta a El Confidencial. Se oye otro bombazo. Manu y Valeria bajan como pueden a los enfermos por las escaleras.

Haciendo señas con las manos, las enfermeras les explican a Manu y a Valeria que acaban de recibir una llamada del Ejército israelí. Dicen que van a bombardear el edificio en los próximos minutos. No con drones, como hasta ahora, sino con los misiles destructores lanzados desde los F-16

A lo lejos, la única paciente consciente es una joven sentada sobre una silla de ruedas. Agarra la mano de Valeria; le pide que no la abandone. La planta baja está llena de humo. Con ayuda de los doctores, colocan a los pacientes en el interior de las ambulancias, “tirados unos sobre otros”, dice Valeria. Pero no hay conductores en el hospital. Manu se ofrece para llevar una de las tres ambulancias. Mientras arrancan la furgoneta, un misil cae en una casa cercana y mata a tres palestinos.

“Creía que no saldríamos vivos”, dice angustiada Valeria. Conducen por la calle de salida, cuando un dron dispara a una casa cercana, los escombros caen sobre el techo de la ambulancia y golpean en el brazo a Valeria. A toda velocidad, pronto llegan a un complejo clínico cercano, el centro Sabaha, donde dejan a los 17 pacientes. Allí, el director del hospital llora. “Siento que he fallado, no he sabido proteger a mis pacientes y a mi personal”, gime Basman Al Ashi.

“Me he enganchado al sufrimiento palestino”

“Nuestra labor es aprovechar nuestra condición de internacionales para proteger a los palestinos”, dice Manu Pineda, sentado en un sofá de su casa en la Ciudad de Gaza. Este malagueño de 48 años tiene un largo historial de militancia política y solidaridad internacional. Sindicatos de estudiantes, el Partido Comunista de España, la Asociación Hispano Cubana… Pero la causa que más le ha “enganchado” es la de Palestina: “Es aquí donde la desigualdad entre las dos partes es más grande”, explica. Fue tras la primera intifada cuando más se sensibilizó y, junto con otros compañeros, prepararon una segunda flotilla a Gaza en el verano de 2011, que no llegó a su destino.

Manu recibe constantemente llamadas de teléfono y mira una y otra vez su ordenador. “Si no difundo lo que hago no sirve para nada”, dice. “¡Hay nuevos mártires! –grita a uno de sus compañeros–. Acaban de matar a un niño de 6 meses”. Fue tras los bombardeos israelíes sobre Gaza en agosto de 2011 cuando decidió movilizarse. “Estaba cansado de organizar manifestaciones en Málaga… Pedí dinero prestado para viajar hasta El Cairo y entrar en Gaza por el paso de Rafah”. Cuando Manu accedió por primera vez a la Franja, nada era como había imaginado. “Me di cuenta de que había dado muchas conferencias de Palestina sin haber estado nunca en el lugar”, cuenta. Pronto entró en contacto con familias de víctimas, pescadores, campesinos... “Aquí me he enganchado al sufrimiento de la gente”.

Un amor enfermizo

“¡Este ataque se va a convertir en una masacre en las próximas horas!”, grita Manu por teléfono mientras hace una entrevista con una organización de España. Abu Amir, uno de los gazatíes que trabaja con ellos, entra excitado en la habitación. “¡Acaban de llamar a mi familia porque van a bombardear nuestra casa!”, vocifera. Rápidamente, Manu propone ir con sus chalecos amarillos y colocarse en la azotea para detener el bombardeo, pero Abu Amir le detiene porque ya es demasiado tarde.

Desde que comenzó la ofensiva israelí, Manu duerme tres horas diarias, apenas come y visita cada día los lugares en los que hay bombardeos. ¿Vale la pena sacrificar tanto? “Lo único que echo de menos es a mis hijos –dice Manu–. Hoy cumple 7 años mi hija… Están creciendo sin que yo pueda verlo”. Pero aun así él cree que no podría hacer algo mejor, incluso se siente privilegiado: “Estoy apoyando sobre el terreno una lucha en la que he creído siempre”, dice.

“Siento vergüenza de que mi vida valga más que la de los palestinos”

Valeria Cortés seguía a Manu desde Venezuela y compartía su actividad por Facebook y por Twitter. Pero hubo un día en el que decidió mudarse hasta Gaza para unirse a la defensa de los gazatíes “y apoyar todas sus formas de resistencia, incluida la armada”, dice. Valeria tiene un largo historial de exilios en su familia. Sus abuelos españoles eran republicanos y huyeron de España con la dictadura de Franco. Sus padres se criaron en Argentina, y también se marcharon del país tras la dictadura de Videla. Valeria ha crecido en Venezuela y se declara a sí misma como una revolucionaria bolivariana.

Cuando está en Gaza “siente vergüenza” de que su vida valga más que la de los palestinos, y por eso la utiliza para evitar que otros mueran. “Queremos compartir la muerte de los palestinos”, afirma. Mientras toca su collar, un trozo del mapa de la tierra de Palestina, asegura quesu trabajo es útil porque “si no hubiera sido por la campaña del hospital, el Ejército israelílo habríabombardeado antes. Como sucedió con el centro de discapacitados (donde murieron dos internos), que demolieron a la primera”.

Confiesa que sí tiene miedo, pero que vale la pena hacer el sacrificio por una causa tan justa. Con los ojos llenos de lágrimas, dice que es consciente de los peligros que corre: “Cuando estaban bombardeando el hospital, pensé que ni siquiera tenía el teléfono para poder despedirme de mi hijo”, lamenta.

Son las siete y media de la tarde en el hospital de Wafa, en el este de Gaza Ciudad. Este es el único centro de rehabilitación de la Franja, dedicado a pacientes discapacitados. Haciendo señas con las manos, las enfermeras les explican a Manu y a Valeria que acaban de recibir una llamada del Ejército israelí. Dicen que van a bombardear el edificio en los próximos minutos. No con drones, como hasta ahora, sino con los misiles destructores lanzados desde los F-16. Pero este lugar ya ha recibido tres avisos de bombardeo y varios impactos en su fachada. Los últimos días, el personal médico ha evacuado a algunos de los ancianos y niños que recibían ahí su tratamiento, y ahora sólo quedan 17 pacientes en el interior.

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